21
Cuando la primera semana del semestre
llega a su fin, Yungyeom me llama otra
vez. Después de ignorarlo durante
meses, finalmente decido coger el
teléfono.
Ha llegado el momento de verlo en
persona. No es que quedar con él para
un café me entusiasme particularmente,
pero no puedo hacerle el vacío toda la
vida. Hemos compartido demasiada historia, han pasado demasiadas cosas
entre nosotros, demasiados buenos
recuerdos que no puedo fingir
simplemente que no existen. Mientras
camino atravesando el campus, me
aseguro a mí mismo que este encuentro
es solo para aclarar las cosas; nada más.
No vamos a ser mejores amigos de
nuevo. No estoy seguro de que podamos
serlo después de lo que hizo.
No es por el mensaje insinuante a Jin. Es por lo que el mensaje significa: un desprecio más que evidente hacia mis sentimientos y un rechazo cruel e insensible a nuestra amistad. Un amigo de verdad no le tira los tejos al chico que le ha hecho daño a su mejor
amigo. Un amigo de verdad pone sus deseos egoístas a un lado y ofrece su
apoyo.
Treinta minutos después de colgar el
teléfono, entro en el Coffee Hut y me uno a Yungyeom en una mesa junto a la
ventana.
—Hola. —Me saluda tímidamente.
Casi, diría yo, con miedo. Su aspecto es
exactamente el mismo que el de la
última vez que la vi: pelo negro suelto
sobre los hombros y cuerpo curvilíneo
con ropa ajustada. Cuando ve mi pelo,
sus ojos se abren como platos
—. Te has puesto rubio —dice con voz aguda.
—Sí. Mi madre me lió. —Me hundo
en la silla frente a la suya. Una parte de
mí siente la tentación de abrazarlo, pero lucho contra ese impulso.
—Eso es para ti. —Señala con un
gesto uno de los cafés que hay sobre la
mesa—. Acabo de llegar, así que
todavía está caliente.
—Gracias. —Cubro los lados del
vaso con ambas manos: el calor del
poliestireno se extiende por las palmas
de mis manos. Acabo de atravesar
andando todo el campus con una
temperatura de veinticinco grados, pero
de repente siento frío. Y nervios.
Un incómodo silencio se extiende
entre nosotros.
—Jungkook … —Su garganta se hunde al
tragar saliva—. Lo siento.
Suspiro.
—Lo sé.
Una brizna de esperanza se asoma
entre la nube de desesperación que hay
en sus ojos.
—¿Eso quiere decir que me
perdonas?
—No, significa que sé que lo sientes.
—Abro la tapa de plástico y le doy un
sorbo al café; a continuación, hago una
mueca de asco. Se ha olvidado de
ponerle azúcar. No me debería molestar
tanto como me molesta, pero es que es
otra señal de que mi mejor amigo no se
fija en las cosas que me importan. No ya
solo en mis sentimientos; si no en algo
tan básico como en cómo me gusta el
café.
Cojo dos sobres de azúcar de la pequeña bandeja de plástico, los abro y vuelco el contenido en el vaso. Mientras uso el palito de madera para remover el
líquido caliente, veo el cambio en la
expresión de Yungyeom: de leve esperanza a disgusto evidente.
—Soy un amigo de mierda —susurra.
No se lo discuto.
—No debería haberle enviado ese
mensaje. Ni siquiera sé por qué lo hice.
—Se detiene de golpe y la vergüenza
enrojece sus mejillas—. No, sí que SÉ
por qué. Porque soy un capullo
inseguro y celoso.
Esta vez tampoco se lo discuto.
—Realmente no lo pillas, ¿verdad?
—suelta cuando ve que me quedo en silencio—. Todo es tan fácil para ti. Sacas todo sobresaliente sin ni siquiera
intentarlo, te lías con el tío más bueno
del campus sin…
—¿Fácil? —le interrumpo con un
tono algo enfadado—. Sí, saco
sobresalientes, pero es porque estudio
como un cabron. ¿Y los chicos?
¿Recuerdas lo que pasaba en el instituto,
Yungyeom? Por aquel entonces no es que tuviera una agenda social llena de gente y eventos. Ni ahora mismo, por cierto.
—Porque eres tan inseguro como yo.
Pero consigues sacarle partido a tus
nervios. Incluso cuando estás nervioso y
no puedes cerrar el pico, le caes bien a
la gente. Les caes bien nada más conocerte. Eso a mí no me pasa. —Se
muerde el labio inferior—. Yo tengo que
currármelo un montón. La única razón
por la que la gente se fijaba en mí en el
insti era porque era el malote de clase.
Fumaba porros y vestía como un zorrón, y los chicos sabían que si me pedían salir acabaríamos por lo menos
metiéndonos mano.
—La verdad es que tampoco hacías
mucho por evitar eso.
—No. Porque me gustaba que me
prestasen atención. —Sus dientes se
clavan más profundamente en el labio—.Me daba igual que esa atención fuese
por algo positivo o por algo negativo…
Solo quería no pasar desapercibido. Y
eso me convierte en un patético de mierda, ¿verdad?
Una sensación de tristeza sube por mi
espina dorsal. O tal vez es lástima.
Yungyeom es la persona con más confianza en sí mismo que he conocido, y escuchar cómo se menosprecia me da ganas de llorar.
—No eres patético.
—Bueno, tampoco soy una buen amigo —dice de manera inexpresiva—.Estaba tan increíblemente celoso de ti, Kook. Yo siempre he sido el que ha salido con tíos buenos y te ha pedido consejo y, de repente, te pones a preguntarme si debes acostarte con Jin o no… Joder, ¡con Kim Seokjin! Y estaba tan consumido por los celos que solo quería ponerme a pegar gritos. Y cuando lo de Jin te explotó en la cara… —la culpa parpadea en sus ojos —, me sentí… aliviado. Y me hizo sentirme algo superior, supongo. Y entonces empecé a pensar que si hubiese sido YO el que tenía opciones de acostarse con él, ni de coña ME habría rechazado y…, sí, le envié un mensaje.
Jesús. Eso último que he dicho sobre
que Yungyeom no es PATÉTICO… lo
retiro totalmente.
—He sido un imbécil y un egoísta, y lo siento mucho, Jungkook. —Me suplica
con la mirada—. ¿Me puedes perdonar?
¿Podemos empezar de nuevo?
Tomo un largo sorbo de café y lo miro
por encima del vaso. Después lo dejo en la mesa y digo:
—No puedo hacer eso ahora.
La angustia arruga su frente.
—¿Por qué no?
—Porque creo que necesitamos un
descanso. Hemos pasado todas las horas
del día juntos desde primero de
primaria, Yungyeom. —La frustración me contrae las entrañas—. Pero ahora
estamos en la universidad. Deberíamos
expandir horizontes y formar conexiones con gente nueva. Y honestamente, no puedo hacer eso cuando estás cerca.
—Podemos hacerlo juntos —protesta.
—No, no podemos. Los únicos
amigos que hice el año pasado fueron
Jess y Maya, y ni siquiera ME CAEN bien. Solo necesito espacio, ¿vale? No
estoy diciendo que no vayamos a hablar
nunca más. Has sido una gran parte de
mi vida durante mucho tiempo, y no sé si quiero tirar todo eso por la borda por un estúpido mensaje de texto. Pero tampoco puedo volver al lugar en el que estaban antes las cosas.
Yungyeom se queda en silencio,
mordiéndose con tanta fuerza el labio
que me sorprende que no empiece a salir un chorro de sangre. Puedo ver que quiere discutirme lo que digo, forzar una reconciliación, forzarme a ser su amigo de nuevo, pero por una vez en su vida, Yungyeom respeta lo que digo.
—¿Podemos aun así…, no sé,
mensajearnos? ¿Tomar café en algún momento? —Suena como un niño al
que le acaban de decir que el amado
perro de la familia se ha tenido que ir
«de viaje».
Después de un segundo, asiento con la
cabeza.
—Me parece bien. Empezar poco a
poco.
Su expresión esperanzada regresa con
fuerza.
—¿Qué te parece un café, entonces?
Podemos vernos aquí de nuevo.
A pesar de mi fuerte resistencia,
asiento de nuevo.
El alivio inunda su rostro.
—No te arrepentirás. Te lo prometo.
No voy a tomarme a la ligera nuestra amistad nunca más.
Lo creeré cuando lo vea. Por ahora,
he llegado hasta donde estoy dispuesto a
llegar con él.
Nos damos un abrazo corto e
increíblemente incómodo, y a
continuación sale de la cafetería,
diciendo que tiene que llegar a tiempo a
una clase.
Estoy demasiado triste para moverme
de donde estoy, así que me quedo aquí
sentado, agitando distraído el palo en mi café. Me siento igual que si acabara de romper con alguien. En cierto sentido, es lo que he hecho.
Pero cada palabra que he dicho es
verdad. Necesito tomarme un descanso
de Yungyeom. El año pasado ya supuso un freno para mí. El Jungkook de primero era un pajarito enjaulado que solo podía volar cuando Yungyeom decidía abrir la puerta de la jaula.
Pues bien, el Jungkook de segundo va a
volar sin parar por todas partes.
La tristeza que hay en mi pecho se
disipa y es reemplazada por una punzada de emoción. Me siento como si estuviera volando. Me encanta mi nuevo compañero de cuarto, de momento estoy pasándomelo bien en mis clases y estoy deseando que empiece mi nuevo trabajo en la emisora de radio del campus.
Morris, el chico que la dirige, me dio el
trabajo de productor en el acto cuando
Woozy y yo fuimos a principios de semana, y a partir del próximo lunes
estaré trabajando en un programa de
consejos sentimentales ofrecido por un
chico y una chica de dos fraternidades
que, según me han advertido, son «tontos como las piedras». Son palabras de Woozy, no mías.
Además, Morris parece la hostia de
guay. Y está superbueno. Ese pequeño y
delicioso hecho anecdótico no se me
escapó cuando me reuní con él.
La campana que hay sobre la puerta
suena con fuerza y mi cabeza gira
involuntariamente hacia ella.
Inmediatamente vuelve a girar a donde
estaba. Me encojo, con la esperanza de
que mi bufanda tape mi cara de la vista de los que acaban de llegar. Jin y cuatro de sus amigos.
Mierda.
Quizá no me vea. Quizá pueda
escaparme antes.
No quiero llamar la atención, así que
no me levanto de inmediato. Jin y sus
amigos se acercan a la barra a pedir y
todos los ojos de la cafetería se centran
en sus movimientos. Hay algo en estos
chicos que cambia el aire del local a un
nivel molecular. Son más grandes que la
vida, y no solo porque sean altos y
corpulentos jugadores de hockey. Es la
seguridad con la que caminan, los
insultos amistosos que se lanzan entre
ellos y las sonrisas que dirigen a la
gente.
Sé que no debería estar observándolo, pero no puedo apartar la mirada. Es casi un crimen lo bueno que está. Por
supuesto, solo estoy mirando su nuca,
pero es que es una nuca supersexy. Y es
tan fácil saber que es deportista. Las
largas extremidades y los músculos
tonificados que se adivinan bajo sus
pantalones cargo y su camiseta ceñida
crean una especie de paquete envuelto
para regalo que me hace babear… y que
mis dedos se mueren por desenvolver.
¡Argh! Tengo que obligarme ya a
dejar de pensar en guarradas. Mirarle
con deseo se acerca demasiado a que me
guste y no estoy dispuesto a abrir esa
puerta aún. Si es que alguna vez la abro.
Pero el sentido común llega
demasiado tarde, porque Jin se separa de la barra y camina en mi
dirección.
—Ey, precioso. —Se desliza en el
asiento que hay frente al mío y coloca un muffin con pepitas de chocolate sobre la mesa—. Te he comprado este muffin.
Mierda, supongo que me ha visto nada
más entrar.
—¿Por qué? —pregunto con sospecha
y sin saludar.
—Porque quería comprarte algo y ya
tienes un café. Así que… muffin.
Levanto una ceja.
—¿Estás tratando de caerme en garbo
comprándome cosas?
—Sí. Oye, ¿caer en «garbo»?...¿Jungkook?… Un excelente y rebuscado
juego de palabras, por cierto.
—¿Eh? No era ningún juego de
palabras. Tú eres el rebuscado.
Sus ojos azules brillan como el
carbón en el fuego.
—Me encanta lo listo que eres.
—Ya. —Ahogo una risa—. Aprecio
el gesto, pero ¿de verdad crees que un
muffin me va a impresionar?
—No te preocupes, te voy a comprar
un primero, un segundo y un postre
cuando salgamos en nuestra cita. —Me
guiña un ojo—. Lo que quieras de la
carta.
Maldito él y malditos sus poderosos guiños seductores.
—Hablando del tema, ¿cuándo lo
hacemos?
Lo miro con cautela.
—¿Hacer qué?
—Salir a cenar. —Su cabeza se inclina en una pose reflexiva—. Estoy libre esta noche. O cualquier noche, la verdad. Mi horario es flexible al cien por cien.
Dios, este tío es incorregible. Y está
increíblemente bueno, por suerte para él.
Su mandíbula cincelada está cubierta
por una barba de tres días, y mi lengua
se estremece de ganas por lamer el
recorrido que va de un lado a otro de su
fuerte barbilla. Esta es la primera vez
que siento el impulso de lamerle la BARBA a un chico. ¿Qué narices me
pasa?
—Felicidades por tener un horario tan
flexible —murmuro—, pero no voy a
salir contigo.
Jin sonríe.
—¿Esta noche o en general?
—Ambas cosas.
La llegada de uno de sus amigos nos
interrumpe.
—¿Estás listo? —le pregunta el chico
a Jin mientras abre la tapa de su vaso
de café.
—Lárgate, T. Estoy cortejando a este
chico.
Su amigo se ríe y después de gira
hacia mí.
—Hola, soy Taehyung.
Ya. Como si no supiera quién es. Por
Dios, Kim Taehyung es una leyenda en
esta universidad. También es
impresionantemente atractivo. Su
atractivo es tal, que un rubor aparece en mis mejillas a pesar de no sentir
NINGÚN interés en él.
—Soy Jungkook —respondo con
cortesía.
—Mi intención no era interrumpir. —
Se aleja lentamente, con una sonrisa
apenas contenida en los labios—.
Esperaré fuera para que mi chico pueda
continuar, eh…, cortejando.
—No es necesario. Ya hemos
terminado —arrastro mi silla hacia atrás y me pongo de pie.
—No, ni de casualidad hemos
terminado —masculla Jin.
Divertido, Tae me mira a mí y
después a Jin.
—Hice un seminario obligatorio de
resolución de conflictos en el instituto.
¿Necesitáis un mediador?
Cojo mi café.
—Bueno, el perito taquígrafo que me
sigue a todas partes ha parado para
comer, pero te pongo al corriente sin
problemas. Jin me ha invitado a salir
y he resuelto el conflicto declinando
respetuosamente la oferta. Ya está.
Acabo de ahorrarte todo el trabajo.
Tae se ríe en una voz lo suficiente
alta como para atraer la atención de todas las personas que nos rodean,
incluyendo los tres jugadores de hockey
que están de pie junto a la barra.
—¿Qué es tan gracioso? —le
pregunta Yoongi con curiosidad. Me ve y
me dirige una sonrisa amable—. Jungkook. Cuánto tiempo. Me encanta tu pelo.
Me sorprende que aún se acuerde de
mi nombre.
—Gracias. —Me acerco más a la
puerta—. Me tengo que ir. Nos vemos
por ahí, Jin. Y, eh, a vosotros también, amigos de Jin.
Estoy a mitad de camino hacia la
puerta cuando me llama.
—Se te ha olvidado el muffin.
—No, no se me ha olvidado nada —respondo sin girarme.
Risas masculinas cosquillean mi
columna cuando la puerta se cierra
detrás de mí.
***
—Esto es lo que vas a hacer: compras
una botella de vino, lo invitas a tu
habitación y te aseguras de que, cuando
entre, está sonando algún tema antiguo
de Usher. A continuación, te desnudas
y… ¿sabes qué, guapa? — Choi Sojin
habla lentamente al micrófono la tarde
del viernes—. Olvídate del vino y de
Usher. Mejor estate desnuda cuando él
entre y no tengo ninguna duda de que
estará listo para entrar de cabeza en
modo «sexo».
La otra presentadora, Kim Jennie, se manifiesta en consonancia.
—Estar desnuda nunca falla. A los
tíos les gusta cuando estás desnuda.
En la intimidad de la cabina de
productor, me esfuerzo todo lo que
puedo para no vomitar. A través del
cristal que separa mi cabina de la
principal, veo a Sojin y a Jennie
sonriéndose el uno al otro, como si
acabaran de ofrecerle asesoramiento
psicológico de primerísimo nivel a la
estudiante de primero que ha llamado
para pedir consejos de seducción.
Es mi primera semana en la radio y
este es el segundo programa presentado por Sojin y Jennie que he escuchado. Se
llama ¡Lo que necesitas! Hasta el
momento, no me ha impresionado el
nivel de sabiduría que se dedican a
repartir a la audiencia, pero según dice
Woozy, el show de consejos
sentimentales tiene más oyentes que el
resto de programas juntos.
—Vale, vamos con nuestro siguiente
oyente —anuncia Jennie
Esa es mi señal para quitar al que
llama de la llamada en espera y meterle
en directo. Una de mis otras tareas es
filtrar las llamadas, para asegurar que la
gente que va a participar quiere hacer
preguntas de verdad y que no están como cencerros.
—Hola, oyente —dice Sojin—.Cuéntanos qué es… ¡Lo que necesitas!
El estudiante de segundo que ha
estado esperando en la línea no pierde
el tiempo y va al grano.
—Sojin, amigo —saluda al
presentador—. Quería conocer tu
opinión acerca de la depilación
masculina.
En la silla acolchada, el chico de
fraternidad vestido con una camiseta de
rugby resopla.
—Tío, yo estoy totalmente en contra.
Arreglarte los bajos es para chicas y
cobardes.
Jennie contesta como si estuviera
dejando un comentario en un blog
—Muy en desacuerdo.
Cuando los anfitriones del programa
comienzan a pelearse sobre los pros y
los contras del vello púbico masculino,
ahogo una risa y me concentro en vigilar el cronómetro. Cada persona tiene permitido hablar cinco minutos como mucho. Este chico todavía cuenta con cuatro minutos de sobra.
Mi mirada se desplaza a la otra
ventana en la cabina y veo cómo Morris
organiza una pila de cedés frente a la
gigante pared con material musical.
Todas las estanterías, una tras otra,
soportan cientos y cientos de álbumes.
Es un extraño espectáculo para la vista.
No puedo recordar la última vez que escuché un CD de verdad. Pensé que a
estas alturas estarían tan obsoletos como los VHS o las cintas de cassette, pero la emisora es de la vieja escuela, igual que lo es Morris. Me ha confesado que tienen un tocadiscos Y una máquina de escribir Underwood en su dormitorio, y él mismo también tiene un sentido de la moda algo retro que personalmente encuentro supersexy. Es parte hípster, parte bohemio, parte punk, parte… En realidad la lista podría ser infinita. Hay un poco de todos los estilos en él.
No obstante, es algo que se adapta a
su peculiar personalidad. Solo le
conozco desde hace una semana, pero
estoy descubriendo rápidamente que
Morris no puede pasarse una hora sin hacer una broma irónica, contar un
chiste guarro o, por lo menos, hacer un
juego de palabras absurdo.
También estoy bastante seguro de que
le molo. Su coqueteo constante y los
cumplidos que parece estar siempre
dispuesto a regalar son claros
indicativos.
CREO, y solo creo, que si me invitara
a salir, estaría dispuesto a hacerlo; pero
cada vez que lo pienso, una parte de mí
protesta y me anima a salir con Jin en
su lugar. No voy a mentir: lo del muffin
me pareció… cautivador. Presuntuoso,
por supuesto, pero lo suficientemente
adorable como para no poder dejar de
sonreír durante todo el camino deregreso a mi residencia.
Pero eso no significa que le vaya a
dar una segunda oportunidad.
Devuelvo mi mirada a la cabina
principal y me obligo a concentrarme en
el programa. Durante los siguientes
treinta y cinco minutos, lucho con todas
mis fuerzas por no reírme a carcajadas
mientras escucho cómo dan consejos dos personas que, muy posiblemente, son las más tontas del planeta. En serio, si su cociente intelectual combinado suma dos dígitos, soy capaz de comerme hasta mi sombrero. Y lo del sombrero es un decir, por supuesto, ya que es totalmente imposible para mí ponerme cualquier cosa en la cabeza; esa parte de mi cuerpo se niega a tener buen aspecto silleva algo que la cubra.
Una vez se despiden los anfitriones,
pongo en play la mezcla de rap que me
ha dado Morris para que suene hasta que
le toque su turno al siguiente DJ. Su
nombre es Kamal, y es un fan total del
hip-hop, que pincha rarezas de las que
casi nadie ha oído hablar, yo incluido.
Cuando salgo de la cabina y entro en
la sala principal, Morris se acerca hacia
mí con una sonrisa torcida.
—¿Has oído la llamada esa de la
depilación masculina?
—¿Cómo no iba a hacerlo? Ha sido
uno de los debates más ridículos que he
escuchado jamás. —Hago una pausa y
después le devuelvo la sonrisa—. Pero me ha encantado cuando Jennie ha dicho que si quisiera ver el arte de podar, empezaría a hacer jardinería.
Se ríe y se pasa una mano por el pelo,
llevando mi mirada a sus mechones
oscuros y rebeldes.
Tiene un físico superinteresante. Piel
color miel, pelo negro azabache, ojos
marrón dorado. Sinceramente, no tengo
idea de dónde pueden ser sus
antepasados. ¿Europa, tal vez? Mezclado
con… ni idea. Igual que su estilo para
vestir, sus facciones son una colección
de elementos únicos que encuentro
increíblemente atractiva.
—Me estás mirando fijamente. —Sus
labios se contraen con humor—. ¿Tengo
algo entre los dientes?
—No. —Mis mejillas se calientan—.
Me estaba preguntando por tu origen
étnico. Perdona. No tienes que
responder a eso si no quieres.
La pregunta parece divertirle mucho.
—Mi cara es como un crisol de todas
las etnias, ¿eh? No te preocupes, me lo
preguntan todo el tiempo. Mi familia es
como las Naciones Unidas. Mi madre
nació en Zambia: su madre era negra y
su padre un médico blanco que llevaba
una clínica allí. Y mi padre es mitad
japonés, mitad italiano.
—Uau, eso sí que es una buena mezcla de culturas.
—¿Y tú?
—No es tan interesante. La familia Jeon prácticamente fundó Seúl, y creo que tenemos algunas raíces escocesas e irlandesas.
Una risita aguda suena detrás de
nosotros y nos giramos para ver a Sojin y Jennie enrollándose contra la pared. En mi primer día aquí, le pregunté a Jennie cuánto tiempo llevaban saliendo y ella me miró como si acabara de llegar de una nave espacial. Después me informó de que solo se liaban en la emisora porque «la radio es super aburrida».
Cuando Morris y yo intercambiamos
miradas divertidas, Sojin nos mira y
sonríe por encima del delgado hombro
de Jennie.
—Ey, Morrison —dice en voz alta,
mientras la rubia sigue mordisqueándole el cuello—. Fiesta de cerveza en Sigmanesta noche. El Gordo Ted tiene un nuevo juego al que quiere que intentes ganarle. Tú también deberías venir, Juksua.
Incluso si hubiera querido corregirlo,
habría sido inútil, ya que Sojin ha dejado de prestarnos atención; su lengua vuelve a estar en la boca de Jennie.
—¿Por qué te llama Morrison y quién
narices es el Gordo Ted? —pregunto
con tono serio.
Morris se ríe.
—Me llama Morrison porque piensa
que ese es mi nombre, da igual las veces
que le diga que no lo es. Y el Gordo Ted
es uno de sus hermanos de fraternidad.
Le flipan los videojuegos y tenemos una especie de competición en marcha. Cada
vez que uno de nosotros pilla un juego
nuevo y gana, se lo pasa al otro para ver
si puede hacerlo mejor. Ted es un tipo
genial; esta noche lo conocerás en la
fiesta.
Me río
—¿Quién dice que «Juksua» vaya a
ir a la fiesta?
—Lo dice Morrison. Lleva queriéndole pedir una cita a Juksua desde que lo conoció.
Me sonrojo ante la sonrisa pícara que
se me escapa.
—¿Así que será una cita? —pregunto
lentamente.
—Si quieres que lo sea, sí. Si no,
seremos dos amigos que van a una fiesta juntos. Morrison y Juksua,
conquistando el mundo. —Eleva una
ceja—. Elige la opción que quieras. Cita
o salida con un colega. La decisión es
tuya.
La cara de Jin me viene a fogonazos a mi mente y eso me hace dudar. Pero después me cabrea, porque Jin no debería formar parte de la ecuación. No estamos juntos. No estábamos juntos antes. Y Morris es un tío genial.
—¿Qué dices, Kook?
Su voz pícara me provoca una risa.
Me encuentro con su chispeante mirada
oscura y digo:
—Que sea una cita.
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