17
Junio
Llevo treinta y tres días de tortura en
Kim e hijos cuando tengo la primera
bronca con mi padre. Ya me lo
esperaba, y de alguna manera —bastante retorcida, por cierto—, hasta tenía ganas de que llegase. Desde que me mudé otra vez a casa después de las clases, mi padre básicamente me ha estado dejandoen paz.
No me ha preguntado sobre la uni ni
el hockey. No me ha soltado los
habituales dardos de culpabilidad sobre
cómo me da todo igual y no les visito.
Todo lo que ha hecho ha sido quejarse
del dolor de piernas y ofrecerme latas
de cervezas mientras suplicaba:
—Tómate una birrita con tu padre,
Jinnie.
Sí, claro. Como si eso fuese a ocurrir
alguna vez.
No obstante, agradezco que no haya
estado encima de mí. La verdad es que
estoy demasiado cansado como para
pelearme con él ahora mismo. He estado
cumpliendo con el estricto programa de
entrenamiento, que los entrenadores han diseñado para nosotros para las semanas que no estamos en temporada. Y eso significa levantarse al amanecer para hacer ejercicio, trabajar en el taller
hasta las ocho de la tarde, ponerse a
entrenar otra vez antes de irse a la cama, dormir durante la noche y vuelta a empezar al día siguiente.
Una vez por semana voy al estadio
cutre de Munsen para practicar
lanzamientos y hacer ejercicios de
patinaje con Vic, uno de nuestros
segundos entrenadores, que se hace todo el camino desde la NSU para asegurarse de que me mantengo en forma. Lo adoro por eso y espero con impaciencia el día en que toca ir al hielo, pero, pordesgracia, hoy no es.
El cliente al que estoy atendiendo en
este momento es el capataz de la
empresa de construcción del pueblo. Se
llama Bernie y es un buen hombre…
Bueno, eso si uno ignora sus constantes
intentos de persuadirme para que me una a la liga de hockey de verano de
Munsen, algo que no me apetece nada.
Bernie se presentó hace tres minutos
con un clavo de cinco centímetros
clavado en el neumático delantero de su
pick-up, me soltó la habitual chapa
sobre cómo tendría que formar parte de
la liga del pueblo, y ahora estamos
discutiendo las distintas opciones para
el problema de su rueda.
—Mira, puedo hacer un apaño siquieres —le digo—. Quito el clavo, parcheo el agujero e inflo el neumático. Es sin duda la opción más barata y rápida, pero tus neumáticos no están del todo bien, Bern. ¿Cuándo fue la última vez que los cambiaste?
Se frota la tupida barba canosa.
—¿Hace cinco años? Tal vez seis.
Me arrodillo junto a la rueda
delantera izquierda y le echo otro
vistazo rápido.
—El dibujo de las cuatro ruedas está
gastado. No llega al mínimo de 1,6 mm
legal, pero está muy, muy cerca. Unos
pocos meses más y podría dejar de ser
seguro conducir el vehículo.
—Puf, chaval, en este momento no tengo dinero para cambiarlos. Además,
mi equipo está llevando a cabo un
trabajo bastante gordo en el centro.—
Le da un buen golpe al capó—. Necesito
a esta pequeña conmigo todos los días
esta semana. Por ahora, hazme solo el
apaño.
—¿Estás seguro? Te lo digo porque
tendrás que volver cuando el dibujo esté peor. Te recomiendo de verdad que los cambies ahora.
Él rechaza la sugerencia agitando una
mano carnosa.
—Lo haremos la próxima vez.
Asiento con la cabeza sin discutir
más. La primera regla de la empresa: el
cliente siempre tiene razón. Además, no
es que sus neumáticos vayan a reventar en las próximas horas. Todavía queda
bastante tiempo para que el dibujo esté
completamente gastado.
—De acuerdo. Ahora mismo lo hago.
Me debería llevar solo unos diez
minutos, pero tengo que acabar con la
alineación de este Jetta primero. Así que
tardaré más bien una media hora.
¿Quieres esperar en la oficina?
—No, voy a dar una vuelta y fumar un
cigarro. Tengo que hacer unas llamadas.
—Me mira fijamente—. Y por el amor
de Dios, te necesitamos en el hielo los
jueves por la noche, chaval. Piénsatelo,
¿de acuerdo?
Asiento con la cabeza otra vez, pero
ambos sabemos cuál será mi respuesta.
Cada año, los Munsen Miners me lanzan
una invitación y, cada año, yo la
rechazo. Honestamente, me resulta
demasiado deprimente incluso
considerar la oferta. No hace más que
recordarme que el año que viene pasaré
de un equipo de primera división a los
Munsen Miners. Exacto, seré el jugador
estrella de una liga amateur, en un
equipo bautizado con una actividad que
este pueblo ni siquiera ha conocido. No
hay minas en Munsen y nunca las ha
habido.
Menos de un minuto después de que
Bernie salga a la calle, mi padre deja la
oficina y viene hacia mí. Gracias a Dios
sus manos no se aferran a ningún
recipiente que contenga alcohol. Al menos tiene la delicadeza de no beber
delante de nuestros clientes.
—¿Qué coño ha sido eso? — pregunta.
Adiós a la protección de los clientes… Farfulla muchísimo y se tambalea en su bastón, y de repente me alegro de que haya estado encerrado en la oficina todo el día, fuera de la vista de la gente.
Ahogo un suspiro.
—¿De qué estás hablando?
—¿Qué tipo de venta es esa? —Sus
mejillas están rojas de indignación, y a
pesar de llevar en casa más de un mes,
me sigue sorprendiendo lo demacrado
que está. Es como si toda la piel de la cara, brazos y torso hubieran tomado la
decisión de trasladarse a su tripa,
formando una barriga cervecera muy
poco favorecedora que sobresale por
debajo de su camiseta raída. Quitando la
tripa, está flaco como un lápiz, y me da
pena verlo de esta manera.
He visto fotos de él cuando era más
joven, y es innegable que solía ser un
tipo guapo. Y tengo recuerdos de él
cuando estaba sobrio. Cuando tenía la
sonrisa fácil y siempre saltaba con una
broma o una carcajada. Echo de menos a ese hombre. Joder, hay veces que le
echo mucho de menos.
—¿Un apaño de treinta pavos en vez
de cuatro neumáticos nuevos? —dice
enfurecido—. ¿Qué coño te pasa?Me esfuerzo por controlar mi cabreo.
—Le he recomendado neumáticos
nuevos. No los ha querido.
—¡NO se recomienda! ¡Se PRESIONA a los clientes! Se les presiona con tanta fuerza que acaban cediendo, joder.
Miro con preocupación hacia donde
está Bernie, pero, afortunadamente, está
al otro lado del camino de la parte
delantera, aspirando un cigarrillo
mientras habla por teléfono. Jesús. ¿Y si
hubiera estado al lado? ¿Habría sido
capaz mi padre de contenerse de decir
una mierda así en frente de un cliente
fiel? Sinceramente, no lo sé.
Es solo la una y media de la tarde y va dando tumbos como si se hubiera
metido todo el stock de una tienda de
vinos y licores.
—¿Por qué no vas un rato a casa? —
le digo en voz baja—. Estás andando
con cierta dificultad. ¿Te duelen las
piernas?
—No me duele nada. ¡Estoy
cabreado!
Dice «eztoy cabeado». Genial. Está
tan borracho que ahora cecea.
—¿Qué haces tú aquí si vas a tirar el
dinero como si creciese en los árboles?
Le dices que los neumáticos no son
seguros y punto. ¡No te quedas ahí de
pie charlando de tu puto equipo de
hockey!
—No estábamos hablando de hockey, papá.
—Y una mierda. Os he oído. —El
hombre que solía venir a todos mis
partidos de hockey en el instituto y se
sentaba detrás del banquillo a animarme a todo pulmón… ahora me sonríe con burla—. Te crees una superestrella del hockey, ¿a que sí, Jinnie? Pero naah, no lo eres. Si de verdad eres tan bueno, ¿por qué nadie te ha seleccionado?
Mi pecho se tensa.
—Papá… —La tranquila advertencia
viene de Jae, que limpia sus manos
cubiertas de grasa con un trapo y se
acerca a nosotros.
—¡No te metas en esto, Jae! Estoy
hablando con tu hermano mayor. —Papá parpadea—. Quiero decir, tu hermano pequeño. Él es el pequeño, ¿verdad?
Jae y yo intercambiamos una mirada.
Mierda. Papá esta DE VERAS fuera de sí.
Por lo general, uno de nosotros lo
vigila durante todo el día, pero hemos
estado a tope desde el minuto uno de
abrir la puerta esta mañana. Yo no me
había preocupado mucho, porque papá
se había quedado en la oficina, pero
ahora me maldigo a mí mismo por
olvidar una regla importante en el
manual de los alcohólicos: ten siempre
una bebida a mano.
Debe de tener botellas escondidas en
la oficina. De la misma manera que las
escondía cuando él y mamá todavía estaban juntos. Una vez, cuando yo tenía doce años, salía agua constantemente del inodoro, subí a arreglarlo y cuando levanté la tapa me encontré con una botella de medio litro de vodka flotando en la cisterna.
Un día como otro cualquiera en la
casa de los Kim.
—Pareces cansado —dice Jae sujetando firmemente el brazo de nuestro
padre—. ¿Por qué no te vas a casa y te
echas una siesta?
Parpadea una vez más, la confusión
eclipsa su ira. Por un momento, parece
un niño perdido y de repente tengo ganas de llorar como un bebé. Es en momentos como este cuando quiero cogerle de los hombros, sacudirle y pedirle por favor que me explique por qué bebe. Mamá dice que es genético, y sé que la familia de mi padre tiene un pasado de depresión y de alcoholismo. Y joder, quizá sea por eso. Quizá esas sean de verdad las razones por las que no puede dejar de beber. Pero una parte de mí sigue sin poder aceptarlo del todo.
Maldita sea, tuvo una buena infancia,
tuvo una mujer que lo amaba, dos hijos
que hacían todo lo que estaba en sus
manos por complacerlo. ¿Por qué no
puede ser eso suficiente para él?
SÉ que tiene un problema de adicción. SÉ que está enfermo. Pero me cuesta tanto meterme eso en la cabeza…,
entender que una botella de alcohol es lo más importante de su vida. Tan
importante que está dispuesto a tirar a la basura todo lo demás.
—Supongo que estoy un poco cansado
—murmura papá; sus ojos azules siguen
nublados por la confusión—. Voy a,
eh…, voy a dormirme un rato.
Mi hermano y yo le observamos
mientras se aleja cojeando y después
Jae se vuelve hacia mí con una mirada
triste.
—No le hagas caso. Eres buen jugador.
—Sí, claro. —Aprieto la mandíbula y
regreso al elevador donde me espera el
Jetta deportivo en el que he estado
trabajando—. Tengo que terminar esto.
—Jin, no sabe de lo que habla…
—Olvídalo —murmuro—. Yo ya lo
he olvidado.
Cierro más tarde de lo habitual. Mucho
más tarde de lo habitual, porque cuando llegaron las ocho, no podía soportar la idea de ir a casa para cenar. Jae apareció sobre las nueve y me trajo un poco de comida, y con tranquilidad me informó que papá estaba «un poco más sobrio». Algo que es para partirse de risa, porque aunque él parase de beber de golpe en este mismo instante, tiene tanto alcohol fluyéndole por las venas que tardaría días en salir
de su sistema.
Ahora son las diez y cuarto y albergo
la esperanza de que papá esté dormido
cuando entre por la puerta. No, mejor
dicho, REZO para que sea así. No tengo
energía para lidiar con él ahora mismo.
Salgo del taller por la puerta lateral,
deteniéndome un segundo para dejar las llaves del Jetta en el pequeño buzón
clavado en la pared. Su propietaria, una
chica guapa de pelo castaño, profesora
del colegio de primaria de Munsen, se
supone que recogerá el coche esta
noche. Ya lo he aparcado en la calle en
la zona de recogidas.
Compruebo que el candado de la
puerta del garaje esté bien cerrado y me
dirijo hacia el camino de la casa,cuando unos faros aparecen atravesando
los árboles y un taxi acelera por el
camino de entrada. Un hombre mayor se sienta detrás del volante, mirándome con recelo cuando la puerta de atrás del
coche se abre y sale Kim Jisoo. Sus
botas de tacón alto levantan una nube de polvo cuando pisan la tierra seca.
Saluda con la mano cuando me ve y a
continuación le indica con otro gesto al
conductor que ya se puede marchar. Un
segundo más tarde, balancea sus curvas
hacia donde estoy yo.
Jisoo tiene veintilargos y es absolutamente preciosa. Se mudó a
Munsen hace un par de años y trae su
coche al taller para una revisión de vez
en cuando; pero créeme, su coche no es lo único que quiere que le revise. Cada
vez que la veo me tira los tejos, pero no
he aceptado ninguna de sus más que
evidentes ofertas, porque Jae está por lo
general por allí cuando viene y no
quiero que piense que me acuesto con
las clientas.
Pero esta noche es solo para nosotros
dos, sin Jae a la vista.
Una sonrisa eleva las comisuras de
sus labios mientras se acerca a mí.
—Ey.
—Ey. —Le hago un gesto a las luces
traseras del taxi que se va—. Deberías
haberme dicho que no tenías a nadie que te trajera a por el coche. Jae o yo
podríamos haberte ido a buscar.
—Oh, ¿en serio? No tenía ni idea de
que esta empresa ofreciese el servicio
completo —se burla.
Me encojo de hombros.
—Nuestro objetivo es satisfacer al
cliente.
Su sonrisa se hace más grande y caigo
en lo guarro que ha sonado ese
comentario. No estaba intentando
flirtear, pero sus ojos ahora brillan de
forma seductora.
De repente me doy cuenta de que son
casi del mismo tono de color que los
ojos de Jungkook solo le faltan el brillo. Pero Jungkook nunca me miró como si quisiera engullirme. Había algo serio en su mirada. También había excitación, eso seguro, pero distaba mucho de la forma calculada y evidente en la que Jisoo me mira en este momento.
Y ya está bien, joder, en serio necesito dejar de pensar en Jungkook. Ni
siquiera puedo contar cuántas veces lo
he llamado este verano, pero su continuo silencio me dice todo lo que necesito saber. No quiere escuchar mis
disculpas. No quiere volver a verme.
Y sin embargo, no puedo luchar
contra la esperanza de que tal vez, en
algún momento, llegue a cambiar de
idea.
—¿Sabes qué? Cada vez que te veo,
estás más guapo —dice Jisoo arrastrando las palabras.
Lo dudo. En todo caso, estoy más
cansado. Y estoy bastante seguro de que hay una mancha negra de aceite en mi
mejilla ahora mismo, pero a Jisoo no
parece importarle.
Pone morritos.
—¿Qué? ¿No vas a devolverme el
cumplido?
No puedo evitar sonreír.
—Jisoo, eres guapa y ya lo sabes. No
hace falta que yo te lo diga.
—No, pero a veces está bien escucharlo.
No estoy seguro de que me guste
mucho hacia dónde está yendo esta
conversación, así que cambio de tema.
—Recibiste mi mensaje, ¿verdad? Te
he explicado todo lo que le hemos hecho a tu coche, pero puedo recordártelo ahora si quieres.
—No es necesario. Parecía muy
exhaustivo. —Ladea la cabeza—. Y
entonces, ¿tienes planes interesantes
para esta noche?
—No. Me voy a pegar una ducha y a
acostarme. Ha sido un día muy largo y el de mañana lo será aún más.
—Una ducha, ¿eh? ¿Sabes? —dice
como el que no quiere la cosa—. Me
acaban de instalar una segunda
alcachofa en mi ducha. —Y no hay nada
casual en el final de esa frase—. En las
películas siempre veo esas duchas
increíbles con un montón de alcachofas
y rociadores y me pregunté: «¿por qué
no puedo tener yo algo así?» Y me dije:
«¡claro que puedes!» —Sonríe—. Asíque llamé a un fontanero, vino la semana
pasada y la instalé. Ni siquiera puedo
describir lo increíble que es. Agua
cayendo por delante y por detrás… Es
maravilloso.
Yyyyyyyy mi polla está medio
empalmada.
Y no es que me vaya a poner a
juzgarme a mí mismo ni nada así, porque primero: llevo sin follar casi tres meses; y segundo: cuando una mujer guapa te habla de su ducha, algo no marcha bien contigo si tu cerebro no evoca la imagen de ella en esa ducha de la que habla.
Desnuda. Con agua cayéndole… POR
DELANTE Y POR DETRÁS.
—Deberías venir a probarla algún día—dice, y su guiño es tan sutil como una
palmada en el culo.
La duda se instala en mi pecho. En
cualquier otro momento, me
auto invitaría de inmediato, pero todavía estoy aferrándome a la esperanza de que Jungkook pueda… ¿Pueda qué?
¿Escribirme un mensaje? ¿Aceptar mis
disculpas? Incluso si lo hiciera, eso no
significaría que quiere salir conmigo.
Joder, ¿por qué iba a hacerlo? Quiso
follar conmigo y lo rechacé.
Como mi silencio se prolonga, Jisoo
deja escapar un suspiro.
—He escuchado lo que se dice por
ahí de ti, Jin, y tengo que decir que
me decepciona ver que los rumores no
son verdad.
Entrecierro los ojos.
—¿Rumores sobre mí?
—Ya sabes, que eres una máquina del
sexo. Que te va cualquier cosa. Que eres
bueno en la cama. —Me lanza una
sonrisa descarada—. O puede ser que
todo sea cierto y que simplemente no te
molen las chicas más mayores. Pero
quiero que sepas que hice una encuesta
entre algunos amigos, y todos ellos
coincidieron en que una diferencia de
edad de seis años no me convierte en
una asaltavcunas.
Una risa se me escapa.
—Claro que no eres una asalta cunas,
Jisoo.
—Entonces supongo que no soy tu tipo.
Mi mirada se posa en las turgentes
tetas que hay bajo su camiseta apretada
y las piernas bien formadas que no
acaban nunca. ¿Que no es mi tipo? Ya te
digo. Es exactamente el tipo de mujer
que normalmente me atrae.
Entonces, ¿qué narices me está
deteniendo? ¿Jungkook? Porque después de meses de silencio total, quizás sea el momento de que coja por fin la indirecta de Jisoo.
—Naah, eso no es verdad —digo con
aire despreocupado—. Normalmente me
pillas cuando estoy distraído.
—Mmm. Bueno, ¿estás distraído
ahora?
—No. De hecho… —Mi mirada sedetiene en su pecho otra vez antes de
mirarla a los ojos—. Me vendría muy
bien una ducha.
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