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16

Mayo

La gente dice que la primavera en París
es mágica.

Tienen razón.

Esa ciudad ha sido mi hogar durante
las últimas dos semanas y una parte de
mí desea poder quedarse aquí para
siempre. El apartamento de mi madre
está en el Viejo París. El barrio es precioso… Calles estrechas y sinuosas,
edificios antiguos, tienditas supermonas
y panaderías en cada esquina. También
es conocido como el barrio gay de la
ciudad, y sus vecinos de los pisos de
arriba y abajo son dos parejas gays que
ya nos han llevado a cenar dos veces
desde que llegué aquí.

El amor les sonríe a algunos.

El apartamento tiene un solo
dormitorio, pero el sofá cama que hay en el salón es muy cómodo. Me encanta
despertar con la luz del sol entrando por los ventanales del pequeño balcón con vistas al patio interior del edificio. El débil olor a pintura al óleo que flota en el salón me recuerda a mi infancia,
cuando mi madre se pasaba horas y
horas trabajando en su estudio. Con los años, fue pintando cada vez menos, y ha
admitido en más de una ocasión que la
pérdida de su arte fue una de las razones por las que se divorció de mi padre.

Se sentía como si se hubiese
desconectado de quien era realmente.
Sentía que ser un ama de casa en un
pequeño pueblo de Seul no era para lo que había venido a este mundo.

Unos meses después de que yo
cumpliera dieciséis años, me dijo que
me sentara y me planteó una pregunta
seria… ¿prefería tener una madre triste
pero cerca de mí, o una madre feliz pero
lejos?

Yo contesté que quería que fuera
feliz.Y ella es feliz en París, eso es
indiscutible. Se ríe todo el tiempo, sus
sonrisas le llegan hasta los ojos, y las
docenas de lienzos brillantes que llenan
el rincón de la esquina que utiliza como
estudio demuestran que está haciendo lo que más le gusta.

—¡Buenos días! —Mamá sale de su
dormitorio y me saluda con un tono de
voz que contiene el canto alegre de una
princesa de Disney.

—Buenos días —contesto medio
dormido.

El espacio es abierto con cocina
americana, así que puedo ver todos sus
movimientos mientras se dirige a la
encimera de la cocina.

—¿Café? —dice en voz alta.

—Sí, por favor.

Me siento y me estiro. Bostezo mientras cojo el teléfono de la mesa de centro para ver la hora. Mamá no tiene relojes en casa porque dice que el tiempo lastra las mentes, pero mi Trastorno Obsesivo Compulsivo no me permite relajarme a menos que sepa qué hora es.

Las nueve y media. Ignoro por completo los planes que tiene hoy para distraernos, pero espero que no impliquen caminar mucho, porque mis pies están aún doloridos tras la visita de cinco horas al Louvre de ayer.

Estoy a punto de dejar el móvil otra vez en la mesa cuando suena en mi
mano. Me cabrea ver el nombre de
Yungyeom en la pantalla. Son las dos y
media de la mañana en Seúl.

¿No tiene nada mejor que hacer además
de agobiarme? Por ejemplo, ¿DORMIR?

Aprieto los dientes, lanzo el teléfono
a la cama y dejo que suene.

Mamá me mira desde la barra de la
cocina.

—¿Quién es de los dos? ¿Tu novio o
tu mejor amigo?

—Yungyeom —balbuceo—. Del que,
por cierto, no quiero hablar, dado que ya no es mi mejor amigo, de la misma
forma que Jin no es mi novio.

—Y sin embargo, siguen llamando y
escribiéndote mensajes, lo que significaque ambos todavía se preocupan por ti.

Sí, bueno, me importa un bledo que se
preocupen. Ignorar a Jin es mucho
más fácil que ignorar Yungyeom eso sí. Lo he conocido por un total de, ¡TACHÁN!, ocho días. A Yungyeom lo conozco desde hace ¡trece años!

Es casi patética la forma en la que
todo se ha venido abajo. Uno pensaría
que una amistad de más de una década
terminaría con una gran tormenta, pero
mi final con Yungyeom no fue más que un chisporroteo. Yungyeom se despertó, vio mi cara y se dio cuenta de que Jin me había reenviado su mensaje. A
continuación activó su «operación
rescate», pero ninguno de sus trucos habituales funcionó.

El abrazo «Perdóname», las lágrimas
de cocodrilo… Era como si estuviera
tirando de las fibras sensibles de un
robot. Me quedé allí como una estatua,
hasta que por fin comprendió que no iba a tragarme la mierda que estaba
intentando colarme. Y al día siguiente,
me mudé a mi casa y le dije a mi padre
que la residencia era demasiado ruidosa
y que necesitaba un lugar tranquilo para estudiar durante los exámenes.

No he visto a Yungyeom desde entonces.

—¿Por qué no escuchas lo que tenga
que decirte? —Mamá lo pregunta con
cautela—. Sé que has dicho que no tenía
una explicación que darte, pero eso era
antes, quizá eso haya cambiado.

¿Una explicación? Dios, ¿CÓMO se
explica una traición así a tu mejor
amigo?

Por extraño que parezca, Yungyeom ni
siquiera ofreció una excusa. Nada de
«estaba celoso», o «estaba borracho», o
«me dio un flus». Lo único que hizo fue
sentarse en el borde de la cama y
susurrar: «no sé por qué lo hice, Kook».

Bueno, esa explicación no fue lo
suficientemente buena para mí entonces, y desde luego no es lo suficientemente buena ahora.

—Ya te lo he dicho, no me interesa
escuchar lo que tenga que decir. Al
menos, no por el momento. —Bajo de la
cama y camino hacia la barra de la
cocina para coger la taza de cerámica
que me ofrece—. No sé si estaré
preparado para hablar con él alguna
vez.

—Oh, cariño. ¿De verdad vas a tirar
tantos años de amistad por un chico?

—No se trata de Jin. Se trata del hecho de que él sabía que yo estaba dolido. Sabía que me sentía humillado por lo que había pasado con él, y en vez
de apoyarme, ¡esperó hasta que me
quedase dormido para INSINUÁRSELE!
Es bastante evidente que no le importo
una mierda; ni yo, ni mis sentimientos.

Mamá suspira.

—No puedo negar que Yungyeom ha ido
siempre un poco… a lo suyo.

Resoplo.

—¿Un poco?

—Pero también ha sido tu mayor
apoyo —me recuerda—. Siempre ha
estado ahí a tu lado cuando lo has
necesitado. ¿Recuerdas, cuando ibais a
quinto, esa niña horrible que te acosaba
en el colegio? ¿Cómo se llamaba?
¿Brenda? ¿Brynn?

—Bryndan.

—¿Bryndan? Ay, señor, vaya
nombrecito. ¿Qué les pasa a los padres
últimamente? —Mamá sacude la cabeza
con asombro—. En fin, ¿recuerdas
cuando Bryn… ? Si es que ni siquiera
me sale ese nombre tan absurdo. Bueno,
¿recuerdas cuando esa niña te acosaba?Yungyeom era como un pit bull; gruñía y babeaba, listo para protegerte hasta su
último aliento.

Ahora es mi turno para suspirar.

—Sé que estás tratando de ayudar,
pero ¿podrías, por favor, dejar de hablar de Yungyeom?

—Bueno, pues entonces hablemos del
chico. Porque también creo que deberías llamarle.

—Tenemos opiniones distintas.

—Cariño, es evidente que se siente
mal por lo que pasó, de lo contrario no
estaría intentando ponerse en contacto
contigo. Y… bueno, ibas a, eh… darle
tu flor…

Escupo el café que tengo en la boca,
literalmente. El café chorrea por mi barbilla y cuello, y cojo rápidamente
una servilleta para limpiarlo antes de
que manche mi pijama.

—Por Dios. ¡Mamá! No vuelvas a
decir eso OTRA VEZ. Te lo ruego.

¿Flor? ¿Qué soy una chica o que?

—Estaba intentando ser maternal —
dice ella con timidez.

—Está el ser maternal y después está
el parecer de la Inglaterra victoriana.

—De acuerdo. Te lo ibas a tirar…

—¡Eso tampoco es maternal! —Una
carcajada se me escapa y necesito un
instante antes de ser capaz de hablar sin
reír—. Una vez más, sé que estás
intentando ayudar, pero Jin también
está descartado. Sí, es verdad que pensé
en acostarme con él. Pero no pasó. Y ya está, fin de la historia.

Una cierta congoja nubla su expresión.

—Bien, no te daré la brasa más con
eso. Pero dicho esto, me niego a dejar
que te pases el resto del verano
enfurruñado.

—No he estado enfurruñado —
protesto.

—No hacia el exterior. Pero puedo
leerte el pensamiento, Jeon Jungkook. Sé cuándo estás sonriendo de verdad y cuándo estás sonriendo para guardar las apariencias, y hasta ahora me has dado dos semanas de sonrisas falsas. —Se endereza; tira de sus hombros hacia abajo—. Creo que es hora de hacer que sonrías de verdad.Quería que bajáramos al canal hoy para caminar por la rivera, pero ¿sabes qué? Cambio de planes de urgencia. — Aplaude—. Se impone hacer algo drástico.

Mierda. La última vez que usó la
palabra «drástico» junto a una
excursión, acabamos en un salón de
belleza de Seúl y se tiñó el pelo de
rosa.

—¿Como qué? —pregunto con
cautela.

—Vamos a visitar a Claudette.

—¿Quién es Claudette?

—Mi peluquera.

Oh, Dios. Acabaré con el pelo de
color rosa. LO PRESIENTO.

Mamá me sonríe.

—Confía en mí, no hay nada como un
buen cambio de imagen para animar a
una alguien. —Me coge la taza de café de la mano y la coloca sobre la encimera
—. Vístete mientras pido cita. ¡Hoy nos
lo vamos a pasar GENIAL!

Oh, Dios ayúdame.

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