12
¿Sabes esas pesadillas en las que estás
caminando por el pasillo de tu instituto,
o subes al escenario de un auditorio
para dar un gran discurso… y de repente te das cuenta de que estás
completamente desnudo y que todo el
mundo te está mirando? ¿Y entonces
todos esos pares de ojos se hacen más y
más grandes y parece que tienes láseres
calientes clavados en tu piel…?
Pues ahora mismo estoy viviendo ese
sueño. Por supuesto, estoy
completamente vestido, pero a pesar de
la insistencia de Yungyeom afirmando que nadie me mira, yo SÉ que no me estoy imaginando ni las curiosas miradas, ni las muecas sonrientes de mis compañeros de uni.
Ojalá Maya Stevens arda en el infierno. Esa cabrona ha conseguido lo imposible: que me dé miedo entrar en el Carver Hall, mi lugar favorito del campus.
En realidad, es bastante impresionante que, aun existiendo la limitación de los 140 caracteres, la hermana de Maya haya conseguido crear la bonita historia de un pobrecito niño gay, cuyo feroz anhelo por un jugador de hockey le lleva a inventarse una super historia de amor, llena de corazones en llamas e interminable pasión.
En otras palabras, Piper me está
llamando mentiroso gay de mierda.
—Esto es tan humillante… —
murmuro mientras jugueteo con mi
tenedor con el pollo salteado de mi
plato—. ¿Nos podemos ir ya?
La barbilla de Yungyeom sobresale en
actitud orgullosa.
—No. Es fundamental mostrarle a la
gente que lo que anda diciendo Piper no
te importa un pepino.
Es más fácil decirlo que hacerlo. Mi cerebro sabe que no debería
preocuparme por unos estúpidos tuits
insultantes, pero mi estómago no ha
recibido la nota. Cada vez que las
palabras #JungkookMienteSinGracia
destellan en mi cabeza, mis entrañas se
retuercen como un pretzel mortificado.
¿Qué leches le pasa a la gente? Es
indignante cómo se otorgan a sí mismos
el derecho a decir lo que les dé la gana,
por muy venenoso y doloroso que sea,
sin que les importe una mierda la
persona que lo sufre. En realidad,
¿sabes qué? Ni siquiera estoy enfadado
con los chismosos. Estoy enfadado con
el que inventó internet, por ofrecer a
todos los idiotas del mundo una plataforma sobre la que escupir su
veneno.
Puto internet.
Mi mejor amigo entiende mi silencio
como una invitación para seguir con el
cotilleo.
—Piper es una zorra, ¿vale? Ya sabes
lo posesiva que se vuelve con los
jugadores de hockey. Actúa como si
todos y cada uno de ellos fueran suyos;
menuda gilipollez. Probablemente está
consumida por los celos por ver que has
conseguido cazar a uno de los jugadores
estrella, a quien, por cierto —Yungyeom
baja la voz a un tono conspirativo—,
lleva persiguiendo desde primero y él
no para de rechazarla.
Madre del amor hermoso. ¿Ahora estamos cotilleando sobre PIPER? ¿Hay
ALGÚN adulto maduro en esta
universidad de mierda?
—¿Podemos, por favor, no hablar de
ella? —Aprieto los dientes, lo que
dificulta que pueda darle un bocado a
los tallarines que acabo de acercar a mi
boca.
—Vale —cede—. Pero que sepas que
yo te cubro en esta historia, nene. Nadie
suelta mierda sobre mi mejor amigo y
vive para contarlo.
Prefiero no recordar que Piper no
habría empezado a soltar mierda si
ALGUIEN que yo me sé no hubiera dado
a entender a Maya que yo me lo había
inventado todo.
—Si quieres, podemos hablar de MI
desgracia —dice con tristeza—. O lo
que es lo mismo: Yoongi no me pidió mi
número después de la película de
anoche.
Yungyeom deja de hablar cuando oímos
pasos detrás de nosotros. Mis hombros
se tensan, y después se relajan cuando
me doy cuenta de que los pasos
pertenecen a Jess. Pero después se
tensan de nuevo porque ¡es Jess!
Estupendo. Que empiece otra ronda de
tortura.
—Ey —me saluda Jess, con los ojos
inundados de compasión—. Siento
mucho lo de la mierda esa de Twitter.
Maya no debería haberle dicho nada asu hermana. Es una COTILLA.
Si tuviera un diccionario conmigo, lo
abriría por la letra H, se lo pasaría a
Jess y le obligaría a leer la definición de
«HIPÓCRITA».
Por suerte, mi teléfono vibra antes de
sucumbir y soltar una buena bordería en su dirección.
Cuando veo el nombre de Jin en la
pantalla, mi corazón da un vuelco
involuntario. Estoy tentado a saltar sobre la mesa y mover el teléfono de un lado a otro, para demostrarle a todo el mundo en el Carver Hall que, contrariamente a lo que ha sugerido Piper Stevens, Kim Seokjin es «consciente de mi existencia».
Pero me resisto a la tentación porque, a
diferencia de algunos, no necesito un diccionario que me recuerde el
significado de «CARENTE DE SENTIDO»; ya sé lo que significa.
El mensaje de Jin es corto.
Él: ¿Dónde estás?
Rápidamente contesto: En el
comedor.
Él: ¿En cuál?
Yo: Carver Hall.
No hay respuesta. Pues vale. No estoy
seguro de qué sentido ha tenido esa
conversación, pero su consecuente
silencio tiene un efecto desalentador en
mi ya golpeada confianza en mí mismo.
Me muero de ganas de hablar con él
desde anoche, pero no me ha llamado, ni enviado ningún mensaje, ni ha intentado hacer nuevos planes. Y ahora que por fin se pone en contacto conmigo…, ¿ESTE es el resultado? ¿Dos preguntas seguidas de silencio sepulcral?
Me horrorizo al darme cuenta de que
estoy a punto de llorar. No estoy ni
siquiera seguro de con quién estoy
cabreado. ¿Jin? ¿Piper? ¿Yungyeom?
¿Conmigo mismo? Pero eso no importa.
Me niego a llorar en medio del
comedor, o a darle a nadie la
satisfacción de verme salir pitando de
aquí cinco minutos después de entrar.
Las chicas de la mesa de al lado no han
parado de sonreír desde que me senté y
todavía puedo sentir cómo me miran. No puedo descifrar ni una palabra de su
susurrada conversación, pero cuando miro otra vez, las cinco que están ahí
retiran rápidamente sus miradas. Dios las mujeres son crueles cuando se lo proponen.
Ignóralas.
A pesar de que mi apetito ha
desaparecido junto con mi autoestima,
me obligo a mí mismo a comerme la
comida. Hasta el último bocado, empujo
el sofrito de pollo en mi garganta,
mientras finjo preocuparme por la
conversación de Yungyeom y Jess, que,
gracias a Dios, ha pasado a un tema que
no me involucra.
Quince minutos. Ese es el tiempo que
transcurre antes de que ya no pueda
soportarlo más. Me duelen los ojos por
el incesante parpadeo necesario para
detener el amenazante flujo de lágrimas.
Estoy a punto de arrastrar mi silla
hacia atrás y contarles a mis amigas la
excusa de que necesito irme a estudiar,
cuando se quedan en silencio.
Jess se detiene, literalmente, a mitad de
frase. La mesa de al lado también se ha
quedado sospechosamente tranquila. Yungyeom parece estar luchando contra
una sonrisa, mientras mira más allá de
mis hombros en dirección a la puerta.
Con el ceño fruncido, me muevo en
mi silla, giro la cabeza y me encuentro a
Jin allí de pie.
—Ey —dice con tranquilidad.
Estoy tan sorprendido de verlo, que
todo lo que consigo es devolverle una
mirada atónita. Estando así, yo sentado y él de pie a mi lado, parece aún más
grande de lo normal. Una camiseta de
hockey de la NSU se estira sobre sus
enormes hombros, su cabello oscuro
está despeinado por el viento y sus
mejillas sonrojadas por el esfuerzo.
Parece que acabara de llegar de correr.
Nuestras miradas se quedan fijas
durante un momento de infarto, y a
continuación hace lo ultimísimo que
esperaba.
Se inclina y me besa.
En la boca. Con lengua.
Allí mismo, en el comedor.
Cuando se retira, estoy feliz de
encontrarme con Yungyeom y Jess con la boca abierta, igual que las chicas de la mesa de al lado.Ya no os apetece cuchichear tanto, ¿verdad?
Todavía estoy saboreando la miel de
la victoria, cuando Jin me lanza esa
sonrisa torcida que tanto adoro.
—¿Estás listo, precioso?
No teníamos planes. Él lo sabe y yo
lo sé, pero no voy a permitir que nadie
más lo sepa, así que le sigo el rollo y
respondo:
—Sí. —Empiezo a levantarme—.
Devuelvo la bandeja y nos vamos.
—No te preocupes por eso, ya lo
hago yo. —Me arranca la bandeja de
mis manos y dice—: Un placer verte de
nuevo, Yungyeom. —A continuación me
planta otro beso en los labios y se dirige
al carro bandejero.
Todas y cada una de las chicas del
comedor admiran la forma en la que sus
pantalones cargo negros abrazan su
espectacular culo. Yo incluido.
Una vez que he salido del trance
provocado por mirarle el trasero de
reojo, me dirijo a mis amigos, todavía
aturdidos.
—Siento irme así tan deprisa, pero
tengo planes esta noche.
Jin vuelve un segundo después y,
mientras coge mi mano y me lleva fuera
del comedor, planto en mi cara la
sonrisa más alegre que soy capaz de
crear.
Nada más sentarme en el asiento de
copiloto de su pick-up, el dique contra
el que he luchado toda la noche para que se mantuviera intacto se rompe en
pedazos. Cuando las lágrimas se
desbordan, hago un frenético intento de
secarlas con las mangas de mi suéter
antes de que él pueda darse cuenta.
Pero es demasiado tarde.
—Ey, oye, no llores. —Rápidamente
acerca la mano al salpicadero y coge un
paquete de pañuelos.
Maldita sea, no puedo creer que esté
llorando delante de él. Estornudo
mientras me entrega los Kleenex.
—Gracias.
—No hay de qué.
—No, no solo por los pañuelos. Gracias por aparecer y rescatarme. Todo este día ha sido tan humillante… —murmuro.
Suspira.
—Supongo que has visto lo de Twitter.
Mi vergüenza se triplica.
—Que sepas que no he estado por ahí
contándole a la gente lo nuestro. La
única persona que sabe que nos
enrollamos es Yungyeom.
—Obvio. Él estaba en el cine. —Su
sonrisa es tranquilizadora—. No te
preocupes, no tienes mucha pinta tú de
que te mole el F y F.
Le miro sin entender nada.
—¿F y F?
Se ríe.
—Follar y fardar.
—¿Follar y fardar? —Me río a través
de las lágrimas, porque la frase es
super absurda—. No sabía yo que eso
existía.
—Créeme, existe. Las chicas que van
persiguiendo a los jugadores de hockey,
a las que llamamos «conejitas», son
expertas en eso. —Su tono de voz se
suaviza—. Y para TU información, la tía
que comenzó la mierda esa en Twitter…
es una SÚPER conejita. Y sigue enfadada conmigo por haberla rechazado el año pasado.
—¿Por qué la rechazaste? —He visto a la hermana de Maya y es muy guapa.
—Porque es demasiado insistente. Y
un poco pesada, si quieres que te diga la
verdad. —Gira la llave de contacto y me
mira de reojo—. ¿Quieres que te lleve a
casa? Porque estaba pensando en
llevarte a otro lugar primero, si es que te apetece.
Mi curiosidad se despierta.
—¿A dónde?
Sus ojos azules brillan con picardía.
—Es una sorpresa.
—¿Una sorpresa buena?
—¿Las hay de otro tipo?
—Eh, SÍ. Puedo pensar ahora mismo
en un centenar de malas sorpresas.
—Nombra una —me desafía.
—Vale… Te han organizado una cita a ciegas, tú te presentas en el restaurante
y Ted Bundy está sentado en la mesa.
Jin me sonríe.
—Bundy es tu respuesta comodín, ¿eh?
—Parece que sí.
—De acuerdo. Lo pillo. Te prometo
que es una buena sorpresa. O, como
poco, es neutral.
—OK. Sorpréndeme entonces.
Retira el coche de la zona de parking
y gira hacia la carretera que se aleja del
campus. Cuando miro por la ventana y
veo los árboles pasar, un profundo
suspiro sale de mi pecho.
—¿Por qué las personas son tan
capullas a veces?
—Porque lo son —contesta—. Honestamente, no vale la pena enfadarse más. ¿Mi consejo? No pierdas tu tiempo obsesionándote con las cosas estúpidas que hace la gente estúpida.
—Me resulta un poco difícil cuando
están manchando mi nombre. —Pero sé
que tiene razón. ¿Por qué molestarse en
gastar energía mental en abusonas como Piper Stevens? Dentro de tres años ni siquiera recordaré su nombre.
—En serio, Jungkook, no te estreses. Ya
sabes lo que dicen… Los que odian,
disfrutan odiando. Los que se enfadan,
disfrutan enfadándose.
Me río de nuevo.
—Ese va a ser mi nuevo lema.
—Guay. Buena decisión.
Pasamos el cartel de color azul cielo
con las palabras «¡Bienvenido a Anyang!» y me asomo por la ventana de
nuevo.
—Crecí a la vuelta de la esquina —le
digo.
Parece sorprendido.
—¿Eres de Anyang?
—Sí. Mi padre ha sido profesor en la NSU durante veinte años. Me he pasado
toda la vida aquí.
En lugar de dirigirse al centro de la
ciudad, Jin se desvía en dirección a
la carretera. Pero no nos quedamos en
ella por mucho tiempo. Pasamos unas
cuantas salidas y entra en la que dice «Munsen», el pueblo de al lado.
Una incómoda sensación me invade.
Es super extraño que un pintoresco
pueblo de clase media como Anyang
esté a la misma distancia del campus de
una universidad de la Ivy League y de
una ciudad que mi padre, un hombre que no dice palabrotas si puede evitarlo,
llama «un sitio de mierda».
Munsen consta de edificios venidos a
menos, que necesitan desesperadamente ser reparados, unos cuantos centros comerciales de carretera pequeños y degradadas casas pequeñas de madera, que más bien parecen bungalós, con césped descuidado. El supermercado
que pasamos tiene un letrero de neón
parpadeante con la mitad de las letras apagadas. El único edificio que no está
en ruinas es una pequeña iglesia de
ladrillo con un letrero que dice en letras
mayúsculas enormes: «DIOS CASTIGA
A LOS PECADORES».
Los habitantes de Munsen sí que saben cómo dar la bienvenida.
—Y aquí es donde YO crecí —dice
Jin con brusquedad.
Mi cabeza gira hacia él.
—¿De verdad? No sabía que también
eras de la zona.
—Sí. —Me lanza una mirada
autodespectiva, antes de centrarse en la
carretera plagada de baches que hay
frente a nosotros—. No es nada
interesante. Y créeme, es incluso más feo a la luz del día.
La camioneta rebota cuando
atravesamos un bache particularmente
profundo. Jin ralentiza la marcha y
estira una mano hacia mi lado del
parabrisas.
—El taller de mi padre está a una
calle. Es mecánico.
—Qué guay. ¿Te ha enseñado muchas
cosas de coches?
—Sí. —Golpea ligeramente el
salpicadero con orgullo—. ¿Oyes el
ronroneo sexy que sale de este bebé?
Reconstruí el motor entero el verano
pasado.
Estoy realmente impresionado. Y un
poco cachondo, la verdad, porque me
gustan los hombres que trabajan con sus manos. No, me corrijo: los hombres que saben cómo usar sus manos. La semana pasada, el chico que vive al fondo del pasillo de mi piso en la residencia llamó a la puerta y me pidió que le ayudara a cambiar… ¡una bombilla! Tampoco es que yo sea MacGyver ni nada parecido, pero, vaya, soy capaz de cambiar una simple bombilla.
Mientras atravesamos una zona
residencial, un fogonazo de recelo se
enciende dentro de mí. ¿Me está
llevando a la casa de su infancia?
Porque no estoy seguro de estar
preparado para…
No. Ahora cogemos otro camino de
tierra y salimos del pueblo. Otros cinco
minutos y llegamos a un gran claro. Hay
una torre de agua a lo lejos, con el
nombre de la ciudad grabado en uno de
los lados, que parece brillar a la luz de
la luna: un faro completamente blanco
destacando en medio del paisaje oscuro.
Jin aparca a cincuenta metros de la
torre y mi pulso se acelera cuando me
doy cuenta de que es precisamente ahí
donde vamos. Mis manos tiemblan
mientras le sigo hacia una escalera de
acero que empieza en la base de la torre
y se extiende hacia arriba, tan alto que
no puedo ver dónde termina.
—¿Vamos ahí arriba? —pregunto—.
Si es que sí…, no, gracias. Me dan
pánico las alturas.
—Oh, mierda. Lo olvidé.—Se muerde el labio un segundo antes de mirarme con seriedad—. ¿Te enfrentarías a tu miedo por mí? Te prometo que valdrá la pena.
Me quedo mirando la escalera y puedo sentir todo el color desapareciendo de mi cara.
—Eh…
—Vamos —me persuade—. Tú subes
primero y yo estaré aquí todo el tiempo
y te cogeré si te caes. Palabra de honor.
—¡¿Si me caigo?! —grito—. Ni
siquiera estaba pensando en la
posibilidad de CAERME. Oh, Dios mío,
¿qué pasa si me caigo?
Se ríe con suavidad.
—No lo harás. Pero, como te acabo de decir, yo me quedaré aquí abajo todo
el rato para cogerte si pasa algo, en la
superremota posibilidad de que ocurra.
—Jin flexiona los brazos como si
fuera un culturista que acaba de ganar un premio—. Mira estas armas, precioso. ¿De verdad crees que no puedo sostener tus cuarenta kilos?
—Cincuenta y ocho, si no te
importa.
—Bah. Puedo levantar eso con un
dedo.
Mi mirada se desplaza de nuevo a la
escalera. Algunos de los peldaños están
cubiertos de moho, pero cuando doy un
paso y me acerco, rodeo uno de ellos
con mis dedos y me parece lo
suficientemente resistente. Respiro para tranquilizarme. Bueno. Es una torre de
agua, no el Empire State. Y me HABÍA
prometido a mí mismo que probaría
cosas nuevas antes de terminar mi
primer año de universidad.
—Vale —murmuro—. Pero Dios sabe
que si me caigo y no me coges y, por
algún milagro, logro sobrevivir y sigo
pudiendo usar mis brazos… te daré una
paliza HASTA MATARTE.
Sus labios se contraen.
—Trato hecho.
Inhalo una bocanada de aire
tambaleante y luego empiezo a subir. Un pie tras otro. Un pie tras otro. Puedo
hacer esto perfectamente. No es más que una diminuta torre de agua. Es solo un…Mi estómago da un vuelco al cometer el error de mirar hacia abajo, cuando estoy junto a la señal de mitad de recorrido.
Jin espera pacientemente abajo. Un
destello de luz de luna enfatiza el brillo
de sus ojos azules.
—Lo tienes controlado, Jungkook. Lo
estás haciendo guay.
Sigo adelante. Un pie después del
otro; un pie después del otro. Cuando
llego a la plataforma, el alivio me
invade. Uau. Sigo vivo.
—¿Estás bien? —grita desde el suelo.
—¡Sí! —respondo al grito.
Al contrario que yo, Jin sube por
la escalera en cuestión de segundos. Se
une a mí en la plataforma, me coge de la
mano y me lleva más lejos, hasta donde
la pasarela de metal se ensancha,
ofreciendo un lugar agradable —¡y
seguro!— para sentarnos. Se deja caer
de golpe y deja que sus piernas cuelguen
sobre el borde, sonriendo ante mi,
absolutamente evidente, reticencia a
hacer lo mismo.
—Venga, no vas a acobardarte ahora.
Ya has llegado hasta aquí…
Ignorando a mi estómago revuelto, me
siento a su lado y con cuidado pongo
mis piernas en la misma posición que
las suyas. Cuando estira un brazo
alrededor de mi hombro, me acurruco
desesperadamente más cerca de él,
intentando no mirar hacia abajo. O hacia arriba. O hacia ningún lugar.
—¿Estás bien?
—Mmm… ¿Sí? Mientras siga
mirándome las manos, no tendré que
pensar en la caída de cincuenta metros
que hay hasta mi muerte.
—Esta torre ni de coña mide cincuenta metros.
—Bueno, es lo suficientemente alta
como para que mi cabeza se abra como
una sandía si golpea el suelo.
—Por Dios. Necesitas con urgencia
trabajar tu técnica para el romance.
Le miro boquiabierto.
—¿Se supone que esto es
ROMÁNTICO? Espera un momento, ¿te
pone que los chicos te vomiten encima o
algo así?
—No vas a vomitar. —Pero para mi
gran alivio me sujeta con más firmeza.
El calor de su cuerpo es una buena
distracción para mi situación actual.
Igual que lo es su aftershave. ¿O es
colonia? ¿O su aroma natural? Ay, Dios,
si ese es su olor natural, deberían
embotellar esa fragancia picante,
llamarla Orgasmo y vendérsela a las
masas.
—¿Ves ese estanque de allí? —
pregunta.
—No. —He apretado los ojos para
cerrarlos, así que todo lo que puedo ver
es el interior de mis párpados.
Me pellizca en las costillas.
—Ayudaría si abrieras los ojos. Vamos, mira.
Abro los ojos y sigo la punta de su
dedo hacia donde señala.
—¿Eso es un estanque? Parece más
bien un pantano de barro.
—Sí, se pone fangoso en la
primavera. Pero durante el verano hay
agua. Y en invierno se congela y todo el
mundo viene aquí a patinar. —Hace una
pausa—. Mis amigos y yo jugábamos al
hockey allí cuando éramos pequeños.
—¿Era seguro patinar?
—Ah, sí, el hielo es sólido. Nadie se
ha caído dentro que yo sepa. —Hay otra
pausa, esta vez más larga y cargada de
tensión—. Me encantaba venir aquí pero es raro… Parecía mucho más
grande cuando era un niño. Era como si
estuviera patinando en un océano.
Luego, cuando fui creciendo, me di
cuenta de lo pequeño que realmente es.
Puedo patinar de un extremo a otro en
cinco segundos. Lo he cronometrado.
—Un niño siempre ve las cosas más
grandes.
—Supongo. —Se mueve para poder
verme la cara—. ¿Tenías un lugar así en
Anyang? ¿Algún lugar al que te
escapabas cuando eras pequeña?
—Por supuesto. ¿Conoces el parque
que hay detrás del mercado de los
agricultores? ¿El que tiene un bonito
quiosco de música?
Él asiente con la cabeza.
—Solía ir allí todo el tiempo a leer. O a hablar con la gente, si es que alguien
andaba por ahí.
—Las únicas personas a las que he
visto en ese parque son los ancianos de
la residencia que hay al lado.
Me río.
—Sí, la mayoría de la gente a la que
conocí tenía más de sesenta años.
Contaban historias superchulas de los
«viejos tiempos». —Me muerdo el
interior de mi mejilla cuando algunas
historias no tan chulas me vienen a la
cabeza—. En realidad, a veces las
historias eran increíblemente tristes.
Hablaban mucho de sus familias, que
nunca iban a visitarles.
—Eso es super deprimente.
—Sí —balbuceo.
Jin deja escapar una respiración
entrecortada.
—Yo seré uno de ellos.
—¿Quieres decir que no te visitará tu
familia? Oh, no creo.
—No, yo seré el miembro de la
familia que no visita —responde con
tono tenso—. Bueno, eso no es del todo
cierto. Sin duda visitaría a mi madre,
pero si mi padre estuviera en una
residencia…, probablemente no pondría
ni un pie ahí.
Una ola de tristeza me invade.
—¿No os lleváis bien?
—La verdad es que no. Se lleva mejor con una caja de cerveza, o con
una botella de bourbon.
Eso me entristece aún más. No me
puedo imaginar no estar cerca de mis
padres. Sus personalidades son
absolutamente diferentes, pero tengo un
fuerte vínculo con cada uno de ellos.
Jin se queda en silencio otra vez y
no me siento cómodo insistiendo en
sacar más detalles. Si hubiese querido
decirme algo más, lo habría hecho.
En vez de eso, lleno el incómodo
vacío cambiando el tema otra vez hacia
mí.
—Supongo que hablar con los
ancianos era deprimente a veces, pero
no me importaba escuchar. De todas
formas, creo que eso es todo lo que realmente querían. Alguien que les
escuchara. —Aprieto los labios—. Fue
en ese momento cuando decidí que
quería ser terapeuta. Me di cuenta de
que tenía un talento especial para
empatizar y entender a la gente. Y para
escuchar sin juzgar.
—¿Vas a licenciarte en Psicología?
—Este año no me he matriculado en
nada específico, porque no sabía si
prefería tirar hacia la psicología o la
psiquiatría. Pero he decidido que no
quiero ir a la escuela de medicina.
Además, la psicología abre muchas más
puertas que la psiquiatría. Podría ser
terapeuta, trabajador social,
consejero… Eso suena mucho más gratificante que prescribir pastillas.
Reposo mi cabeza en su hombro
mientras miramos hacia la pequeña
ciudad que se extiende más allá de la
torre. Tiene razón, no hay mucho que ver en Munsen. Así que me centro en el
estanque y me imagino a Jin cuando
era un niño pequeño. Sus patines
volando a través del hielo, sus ojos
azules encendidos disfrutando de la
certeza de que el estanque es un océano,
de que el mundo es grande y luminoso y
lleno de posibilidades.
Su tono se vuelve reflexivo.
—Así que tienes un talento para
entender a la gente, ¿eh? ¿Puedes
entenderme a mí?
Sonrío.
—Aún no te tengo pillado el rollo del
todo.
Su risa ronca calienta mi mejilla.
—Yo tampoco me he pillado el rollo
del todo todavía.
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