Volviendo al ruedo (final)
¡Hola mi gente bella! Antes que nada Feliz Navidad para todos y si no nos vemos hasta el otro año, pues feliz año nuevo.
No tengo mucho que decir acá, solo que este es el capítulo final. Pero como ustedes me conocen, siempre guardo un extra y obvio que esta historia lo va a tener. Así que sin más, a leer...
Capítulo XXXI: Volviendo al ruedo
Owen se estiró para robar una tostada de la bandeja que llevaba una criada unos pasos por delante de él, ganándose automáticamente una mirada perpleja por parte de la muchacha.
—Me ha dado un susto de muerte, milord.
—No ha sido mi intención —se disculpó con una sonrisa—. ¿Va a esa habitación?
—Así es, milord.
—Yo lo llevo. —Sin darle tiempo a protestar, objetar o siquiera preguntarse por qué un marqués estaría cargando el desayuno de alguien más, la chica le cedió la bandeja a rebozar de comida caliente.
Owen casi salivó sobre ese pequeño manjar y solo su sentido de la decencia y su férrea determinación de caballero, lo hicieron terminar de recorrer el camino hasta la habitación sin tomar aquel tentempié para sí. Empujó la puerta con la punta de su bota, importándole muy poco estar perturbando o no al habitante de ese cuarto. Lo había estado visitando los últimos cinco días sin interrupciones y algo le decía que él hasta casi aguardaba esos encuentros matutinos, aun cuando jamás lo admitiría.
—Buenos días —saludó con efusión, al tiempo que dejaba la bandeja sobre la mesilla auxiliar junto a la cama. Un sonido inarticulado le llegó desde entre las cobijas, mientras se apresuraba a descorrer las cortinas y bañar el cuarto de sol—. Anda, mira que perezoso eres.
—Lárguese...
—Pero si es una hermosa mañana.
—Déjeme en paz...
Owen arrastró una silla hacia el lateral de la cama y rescató una nueva tostada de la bandeja.
—Es una pena, supongo que tendré que dar cuenta de este desayuno yo solo —murmuró sin molestarse en tragar previamente.
Rhys elevó la cabeza de las almohadas de forma automática, escudriñando el cuarto con ojos en rendijas hasta dar con la tan preciada comida.
—¡Eso es mío! —le gruñó, lanzándose sobre su bandeja como una madre pato protegiendo a sus polluelos. Owen rió entre dientes—. Deje de venir aquí a comerse mi comida.
—Veo que ya te sientes mucho mejor, no saltaste así los días anteriores.
—Estoy harto de que me deje sin desayuno —lo miró por entre las pestañas, tras engullirse un bollito de un solo bocado—. Si mi mejoría impedirá que venga aquí mañana, entonces sí, estoy perfectamente bien.
Owen rodó los ojos, dándole un tiempo de gracia para que apurara su desayuno. Si bien su semblante no daba muestras de angustioso dolor, el médico no quería pecar de imprudente y prácticamente lo había forzado a hacer reposo. Tanto Owen como Bastian se vieron obligados a llevar adelante las indicaciones del médico, en contra de toda la voluntad del enfermo. En los pasados días él había llegado a conocer mejor la personalidad del chico y entre los puntos más relevantes, se había percatado de que era tan cabezotas como todos los miembros de esa familia. De momento solo la promesa de comida parecía calmar la bestia inquieta que residía en su esbelto cuerpo.
—El médico vendrá a verte hoy.
—No necesito que ningún viejo esté echándome mano en la cama, gracias milord. Pero ya me siento bien.
Le frunció el ceño a modo de advertencia.
—Lo tratarás con el respeto que se merece y dejarás que haga su trabajo, ¿entendido? —Los ojos celestes del chico se iluminaron en claro gesto de protesta silenciosa—. Y ya te dije que no hagas ese tipo de comentarios —le apuntó, echando una fugaz mirada hacia la puerta.
No podía recelar de la educación o falta de ella que tenía Rhys, era increíble que supiera leer y escribir teniendo en cuenta sus circunstancias. Pero aquella era la casa de su hermano y de algún modo el chico iba a tener que aprender a guardarse ese tipo de observaciones.
—Si mi presencia le ofende...
—No es tu presencia, es tu falta de tacto —le espetó con tono bajo—. En el futuro simplemente abstente de decir cosas por el estilo y no tendrás que oírme sermonear.
Un encogimiento de hombros fue todo lo que obtuvo por respuesta, pero Owen decidió no seguir presionando más allá. El chico no era estúpido, quizás algo arrogante y ciertamente bastante irritante, pero no estúpido.
—Lord Bastian no me deja salir de aquí —masculló luego de morder rabiosamente su tostada—. Siento que me estoy volviendo loco entre estas paredes.
—Tendrás que tener paciencia, todavía estamos viendo la mejor forma de presentarte al mundo.
Rhys tragó con calma, ofreciéndole una mirada inquisitiva.
—Prefiero el anonimato.
Owen negó.
—Eres hijo de Darien Hodges, tienes su nombre —le explicó tranquilamente—. ¿No deseas ocupar el lugar que mereces por derecho de nacimiento?
Una sonrisa torcida curvó los labios del chico.
—Si ese hombre me hubiese querido como hijo, habría hecho algo más que solo olvidarse de mí. —Sacudió la cabeza como enfatizando sus palabras—. No quiero nada que pueda venir de él...
—Rhys...
—Y ya haría bien en dejar de llamarme así —le recriminó al instante—. Mi nombre es Valen. —Volvió a morder la tostada—. Ya le dije que no quiero nada de ese hombre, ni su nombre ni su maldito reconocimiento como hijo. Nada.
—Estás siendo obtuso, ¿lo sabes?
—Estoy siendo lo que he sido siempre, milord —replicó, clavando su mirada en él—. Yo y solo yo.
Owen soltó un suspiro por lo bajo, no importaba cuántas veces había querido hacerlo entrar en razón, el chico estaba decidido a recuperarse de su herida y marcharse sin mirar atrás.
—Ahora es distinto.
—No en lo que a mí respecta.
—Bien, te importamos un comino. Puedo entenderlo... aun así estoy en deuda contigo por haberte asegurado de que el disparo no me diera a mí. —Sus ojos lo encontraron con recelo desde el otro lado de la bandeja—. Estaba demasiado preocupado por Aime como para siquiera notarlo y tú te pusiste en frente.
—Cualquiera habría hecho lo mismo.
—No lo creo —susurró, sabiendo que lo abochornaba el recordar aquel suceso. Lo quisiera admitir o no, había arriesgado su vida por él—. Y mi conciencia no estará en paz hasta saber que te he devuelto el favor.
—Teniendo en cuenta que quería robarle y que Aime se encontraba allí por mi culpa, diría que estamos a mano.
—Rhys... —El joven le frunció el ceño—. Valen —se corrigió con una pequeña mueca—. Soy el primero en pensar que Darien se ha ganado el infierno y que no merece salir de allí, de alguna forma u otra nos ha fallado a todos. —Suspiró. Las faltas que antes había visto en su progenitor palidecían al comparar sus vidas con la de Valen. Quizás Owen no había tenido el tradicional nombre, pasado de generación en generación por la familia Granby; pero había tenido un hogar, nunca había pasado hambre o necesidades y sobre todo, aún tenía el recuerdo de Darien mientras lo llevaba a pescar, o le enseñaba a montar su primer pony. De los tres él había tenido la mejor vida y era estúpido siquiera pensar que el viejo le debía algo cuando el mayor daño se lo había infligido a sus hijos bastardos—. Él no se olvidó de ti.
El chico frunció los labios en un gesto cargado de escepticismo, por lo que en ese momento Owen decidió contarle todo lo que había averiguado Grey en los últimos días sobre la historia que rondaba a su nacimiento y posterior crecimiento.
—Entonces, ¿ella sigue viva? —Owen asintió—. Guardaba la esperanza de que el infierno finalmente la hubiese reclamado a su lugar de origen.
Volvió a asentir, aun cuando no conocía a la mujer en cuestión. Tenía los pormenores gracias a Grey y todo lo que el abogado le había revelado había sido suficiente como para que acordar con cualquier cosa que dijera Rhys sobre ella. Pearl Valente era una mujer odiosa, vengativa y sobre todo manipuladora.
—Ella recibió todo el dinero que Darien le enviaba para ti. —Metió la mano dentro de su chaqueta para sacar un manojo de cartas amarradas con un viejo hilo. Grey había tenido que pagarle a aquella mujer para que le hiciera entrega de las cartas, pero aquello era lo de menos si eso ayudaba al chico a ver que su padre no se había olvidado completamente de él—. La mayoría de las veces el dinero iba acompañado de cartas... —Las depositó sobre la cama, junto al brazo de Valen que no hizo intento por tomarlas—. ¿Sabes la fecha de tu cumpleaños? —Valen negó con suavidad, Owen medio sonrió—. Naciste un 19 de diciembre, él te escribió para cada uno de tus cumpleaños hasta el año en que murió.
Los ojos de Valen se demoraron un largo segundo en las cartas amarillentas sin atreverse a tocarlas.
—Ella me dijo que él me odiaba, que me había puesto un nombre bastante peculiar por si alguna vez nos cruzábamos, sabría reconocerme y alejarse de mí.
—Ella mentía —aseveró, sin vacilar—. Darien era un hombre cuestionable en más de un sentido, loon. Pero no era un mal padre... te puso el nombre que por tradición en mi familia lo lleva el favorito —explicó encogiéndose de hombros.
—Lord Bastian también se llama Alex —dijo él, echándose hacia atrás sobre las almohadas tras haber dado buena cuenta de su desayuno—. Me lo contó ayer y si resulta que su segundo nombre también es Alex, milord, voy a comenzar a pensar que el viejo marqués tenía tantos hijos favoritos como mujeres a las que "amaba".
Owen no pudo evitar reír por esa observación.
—Mi nombre no es Alex, me llamo Jason.
El chico le obsequió una pequeña mueca de simpatía.
—Así que no dio la talla.
—Al parecer no.
Valen le palmeó una mano amigablemente.
—Al menos a usted le dejó el título.
Owen volvió a reír, sabiendo que en ese punto tenía toda la razón. Efectivamente él tenía el título, lo cual lo convertía en el heredero y por ende en la cabeza de esa familia.
—Sabes lo que eso significa, ¿no es así? —le lanzó tras un corto silencio, Valen se encogió de hombros negando—. Soy el nuevo lord Granby y entre mis muchas obligaciones, está el velar por la seguridad de cada miembro de mi familia. Así que coopera o verás.
—Nada como una amenaza para empezar bien un día. —Ambos volvieron la mirada hacia la puerta, al tiempo que Bastian ingresaba a los aposentos con aire despreocupado y juguetón—. Su Gracia... —murmuró inclinándose en una reverencia para él, entonces sus ojos se posaron en Valen—. Niño molesto y quejoso que no para de comer.
—Podría librarse de mí con solo pronunciar las palabras, milord.
Bastian le envió una sonrisa torcida al chico, pasando de responderle.
—¿Le diste las cartas? —Owen asintió, señalando a las susodichas que aún reposaban en la cama. Su hermano asintió, posando su atención en su otro hermano—. ¿Y bien?
—¿Y bien qué?
Bastian rodó los ojos, exasperado.
—¿Todavía prefieres la vida de un salteador de caminos a la de un caballero?
Owen observó como Valen se detenía un largo segundo a pensar aquel complejo dilema.
—¿Qué tal lleva usted la vida de caballero? —terció finalmente el otro, logrando que fuera Bastian en esa ocasión el que tuviera que pensar con detenimiento su respuesta.
—Bueno, no tengo sobresaliente precisamente... pero sé que se me da mejor que el robar. —Miró a Owen en un breve parpadeo—. Soy demasiado honesto para robar, ¿sabes?
—Dado que esta ridícula conversación no nos está llevando a ninguna parte... —dijo con un suspiro, poniéndose de pie a modo de dar por finalizada aquella conferencia—. Me voy a mi casa.
Valen se tornó súbitamente más alerta al oírlo.
—¿Cómo está Aime? —le lanzó antes de que él pudiera dar siquiera un paso. Owen le frunció el ceño en advertencia—. Bien... la señora... —se corrigió de mala gana.
—Para ti es Su Gracia, la marquesa o lady Granby, que no se te olvide.
—Bien, ¿cómo está Su Gracia, la marquesa de Granby?
—Ella está bien —respondió de forma concisa, para luego inclinar la cabeza hacia ambos y despedirse sin más.
Rhys, Valen, le había hecho la misma pregunta cada vez que lo había visitado en la pasada semana y en todas las ocasiones le había ofrecido la misma escueta respuesta. La realidad era que no sabía cómo estaba Aime, o al menos no sabía poner en palabras lo que pasaba con su esposa. En los últimos cinco días se había mostrado paciente y comprensivo con ella, pero una parte de él se estaba comenzando a cansar de que no lo hiciera participe de su recuperación. Quería ayudarla pero no sabía cómo.
Aime estaba distante, distraída y silenciosa. Y en un principio Owen decidió no molestarla en su proceso, darle espacio para que se sintiera mal, para que llorara si lo necesitaba y se sacara la frustración y el dolor del pecho. Pero ella no había hecho nada de eso. Los días seguían pasando y ella no parecía notar que él estaba esperando por una señal, por al menos una sonrisa que le dijera que estaba bien acercarse, abrazarla o algo.
Owen nunca había tomado una vida, no sabía exactamente cómo las personas lidiaban con eso y mucho menos alguien que era tan sensible y amable como Aime. Incluso aunque ese sujeto se hubiese merecido la muerte, era muy distinto desearlo a realmente hacerlo. Saber que alguien había perecido por tus manos, debía de ser una carga dura que sobrellevar y él odiaba que su esposa tuviera que lidiar con algo así por su culpa. Si solo hubiera sido más comprensivo y menos estúpido, ella nunca habría dejado la casa en primer lugar y...
Sacudió la cabeza. No tenía sentido pensar en lo que podría haber ocurrido, las cosas se habían dispuesto de ese modo y Owen no podía cambiar el pasado, pero maldita sea no dejaría que su esposa se estancara en él. Tenía que desmotarle que podía ayudarla a pasar esto, aun si esto significaba empujarla a ello.
***
Aime cerró el libro que tenía en las manos de un golpe, llevaba las últimas diez páginas sin enterarse de nada de lo que estaba leyendo, simplemente seguía volviendo las hojas esperando que aquello surtiera el efecto de distraerla. Pero no lo había conseguido. Su mente se resistía a darle una tregua, incluso cuando cerraba los ojos y se disponía a dormir; sin importar cuánto se forzara las imágenes se sucedían una tras otra ante sus parpados cerrados y no tenía más alternativas que darse por vencida. Y aquella falta de sueño comenzaba a hacerse notar en su semblante y en su humor.
Tan solo quería que las cosas fueran como antes, tan solo quería borrar de su memoria lo que había tenido que hacer para sobrevivir, tan solo quería que alguien le dijera que no había hecho nada malo.
Soltando un brusco suspiro, dejó el libro sobre la butaca que había estado ocupando y se puso de pie para dirigirse hacia las escaleras con paso decidido. Estaba cansada de sentir pena de sí misma, ella nunca había sido el tipo de mujer que se quedaba quieta o entumecida ante las adversidades. Debía retomar su vida, cinco días era demasiado tiempo para estar en pausa. Por algún motivo que ella desconocía, aquella noche fatídica había conseguido librarse de su agresor con éxito y eso debía de significar que merecía seguir adelante. Debía significar que tenía una misión en el mundo y por eso, contra todo pronóstico, ella había logrado imponerse frente a un hombre que la doblaba en tamaño y maldad.
—¿Hannah? —llamó sin detenerse a ver si la doncella la seguía. Sabía por descontado que alguien del servicio la oiría y acudiría al instante.
Aime ingresó en el cuarto destinado a la marquesa, el cual estaba decorado en tonos rosas que a ella le parecían algo pasados de moda. Antes de esa semana ella nunca había estado en la casa de Londres que poseía la familia y al parecer Owen tampoco la utilizaba a menudo, pues todo el mobiliario en sí necesitaba un cambio urgente. No que Aime se sintiera con los ánimos adecuados para redecorar, pero sería algo de lo que podría encargarse más adelante, cuando estar en la ciudad no supusiera una carga emocional tan compleja.
Sí, más adelante lo haría. El simple hecho de tener un plan de acción la hacía sentirse nuevamente sobre terreno firme, podría lograrlo.
—¿Llamó mi señora?
Aime se volvió hacia Hannah para ofrecerle una breve sonrisa.
—Necesito que me ayudes a empacar mis pertenencias.
—¿Va a necesitar el carruaje también?
—Sí, por favor.
—Entonces me encargo ahora mismo. —Sin hacer más preguntas, la mujer se dispuso a empacar los pocos vestidos que le habían hecho llegar de Leicestershire unos días atrás, mientras Aime se acercaba al tocador para guardar sus artículos personales.
Aquella tarea no le iba a tomar mucho tiempo, por lo que supuso que podría partir hacia Ripon después del almuerzo y llegar con sus padres en la mañana, justo a tiempo para acompañarlos a misa. Eso era lo que ella necesitaba en esos momentos, algo de normalidad, algo familiar, cercano y suyo. Sus padres la reconfortarían, le dirían las palabras adecuadas y le harían ver que todo iría bien una vez que hiciera las paces consigo misma.
Asintió internamente ante sus propios pensamientos, esbozando una pequeña sonrisa. Ella estaría bien.
—¿Qué haces?
Con un respingo de sorpresa, Aime se volteó para observar a su esposo de pie bajo el umbral de su habitación.
—Me has asustado.
Él aceptó eso con un ligero cabezazo, echando una breve mirada a sus espaldas, donde Hannah se afanaba por darle el mejor trato a sus vestidos antes de meterlos en su baúl.
—Parece que eso es lo mío.
—¿Cómo dices? —inquirió, confusa.
—No importa —musitó él, desestimando el comentario con un movimiento de su mano—. ¿Qué haces?
—Hannah me está ayudando a empacar mis cosas.
—¿Por qué?
Ella lo miró sin pestañear.
—Para ir a Ripon con mis padres.
—Ya veo —volvió a decir con voz pausada, rascándose casualmente la barbilla con su largo dedo índice—. ¿Hannah podrías darnos un minuto?
La mujer mayor se irguió al instante, dejando uno de los vestidos a medio doblar sobre la cama.
—Por supuesto, milord. —Y tras hacerle una reverencia a cada uno, se marchó de la habitación cerrando la puerta a sus espaldas.
Aime no apartó los ojos de su esposo en todo ese proceso.
—¿Ripon? —Asintió con firmeza—. ¿A qué hora planeas salir?
—Después del almuerzo.
Él hizo un nuevo gesto de asentimiento, mirándola sin mirarla realmente. Su mente parecía estar lejos de allí, aunque Aime no podía precisar dónde o con quién.
—Muy bien.
Aime soltó el aire que apenas notó que había estado conteniendo. De alguna forma estúpida, había esperado que él protestara o se opusiera a su plan. Pero Owen parecía más que dispuesto a dejarla ir, al parecer, después de todo, la necesidad de estar con el otro finalmente había comenzado a enfriarse.
Y ella estaba bien con eso, no quería depender de él o de sus idas y venidas; eran un matrimonio, pero también eran individuos. Eso Owen se lo había dejado claro el mismo día en que firmaron sus contratos.
—Entonces llamaré a Hannah para que termine de empacar —le dijo, aguardando un instante. Owen asintió.
—De acuerdo... —diciéndole aquello, se movió hacia un costado para darle paso y Aime lo observó sin terminar de decidirse a salir del cuarto—. ¿Puedes decirle que haga subir a mi ayuda de cámara?
—Por supuesto —aceptó en tanto se desplazaba hacia la puerta.
—¿A qué hora piensas que llegaremos a Ripon? —Aime se detuvo a mitad de un paso, volviéndose para ofrecerle una mirada confusa.
—¿Cómo dices?
—¿A qué hora piensas que estemos llegando? Me gustaría mandar a un lacayo para que avise a tus padres.
Ella parpadeó. Lo que le decía era completamente lógico, incluso amable de su parte y aun así la había dejado desconcertada.
—Tú no tienes que venir —dijo de sopetón. Owen frunció levemente el ceño, haciéndola demasiado consciente de su actitud tan grosera—. Lo siento, quiero decir que... no es necesario que me acompañes, estaré con mis padres y seguramente tú tienes cosas más importantes que hacer que visitar nuestra vieja casita de campo.
—Eso no importa, quiero acompañarte.
—Owen no es necesario —le espetó más tajante de lo que había esperado. Intentó esbozarle una sonrisa, sabiendo que él no se merecía esos arranques por su parte—. No tenemos que estar juntos todo el tiempo, seguro que tienes ganas de volver a Elgin o de ver a tu hermana, o no lo sé... atender la finca. Tienes obligaciones y yo... necesito pasar este tiempo con mi familia.
—No voy a impedirte que vayas con ellos, pero tampoco te dejaré que vayas sola.
—Owen... —comenzó a protestar ella, pero él la silenció alzando una mano.
—No, Aime. He sido paciente, te he dejado espacio y todo el tiempo que quisiste estar sola, pero ya no más. —Hizo una pausa, dando un paso que lo colocó justo frente a ella. El corazón de Aime retumbó en su pecho como si acusara su cercanía y la reclamara para sí—. Quieres pasar un tiempo con tu familia y yo soy parte de tu familia, aun cuando parece que te has olvidado de ello.
—No es así... —replicó, abrazándose a sí misma de forma inconsciente—. No puedo hacer esto ahora, Owen —añadió con voz menos firme.
Él soltó un bufido, negándose a aceptar sus palabras.
—Pues que pena, porque no voy a dejarte sola otra vez. No voy a pederte de vista...
—No necesito que me vigiles.
—No te lo estoy preguntando —masculló en tono cortante. Aime elevó la barbilla a modo de protesta, logrando con ello que una pequeña sonrisa curvara los labios masculinos—. Voy a cuidar de ti.
Ella sacudió la cabeza, retrocediendo un paso cuando él hizo amago de tocarla.
—Creo que ya dejé claro que puedo cuidarme sola.
Los ojos de Owen destellaron con una nota de rabia y dolor, y Aime se arrepintió de sus palabras ni bien las hubo pronunciado.
—Nunca voy a perdonarme el no haber estado allí para ti, Aime —susurró bajando la mirada un instante—. Fue mi culpa que pasaras por eso, tendría que haber cuidado mejor de ti y no lo hice, y maldita sea si no lo lamento cada día. Pero...
—Basta... —lo cortó, sacudiendo la cabeza—. No sigas, basta.
—Aime. —Owen la tomó por los hombros, obligando su mirada a encontrarse con la de él—. Te fallé y lo siento mucho...
—Para —se forzó a decir por sobre su voz, sintiendo como un nudo de frustración apretaba su garganta—. Solo para.
Pero él no le hizo caso, la tomó en sus brazos con un gruñido molesto y la atrajo hacia su pecho aun cuando ella se resistió a ese abrazo. No estaba lista para eso, no podía enfrentarlo aún. ¿Es que acaso no veía que necesitaba tiempo para rearmarse? ¿Que ese abrazo le quitaría toda la fuerza que la había mantenido en pie hasta el momento?
—Eres la mujer más fuerte que he conocido en mi vida, mo bhean. Y sé que estás luchando para sostenerte en una pieza, pero no tienes que hacerlo sola. —Aime tomó una profunda bocanada de aire, sintiendo como su corazón comenzaba a desquebrajarse en su pecho—. Una vez me dijiste que no querías mi cuidado, sino que querías mi compañía. —Ella sollozó con fuerza al recordar los votos privados que habían intercambiado el día de su boda y hundió la cabeza en el pecho de su esposo, mientras toda la tensión que había acumulado en esos días la fundía con el cuerpo de Owen—. Te doy mi yo completo, Aime, por favor no lo rechaces.
Lágrimas de dolor rodaron por sus mejillas, mientras le confiaba su sufrimiento y sus miedos en ese abrazo. Owen la presionó contra sí sin dejar de arrullarla, permitiéndole apoyarse en él para brindarle la estabilidad que desesperadamente estaba necesitando. En ese instante, refugiada en sus fuertes brazos, Aime sintió que podía volver a respirar después de cinco días de una agobiante sensación de asfixia.
—No tenía... miedo de morir —le dijo, al tiempo que luchaba por recuperar la compostura. Owen la observó con curiosidad sin soltarla por completo—. Ni tampoco tenía miedo de que me lastimara...
—Aime...
Ella le frunció el ceño.
—Me asustaba no volver a verte... —admitió riendo sin ganas, demasiado consciente de los ojos celestes que la observaban—. Iban a violarme, quizás matarme y mi única preocupación era no volver aquí a decirte que quería tener voz en esta familia, que me habías lastimado al decirme aquello y que eras un estúpido insensible. —Negó ante sus propias palabras, sabiendo que era absurdo decírselo ya. De todos modos no encontró manera de contener su rabia—. Cuando empuñé esa daga solo quería volver contigo y... maldecirte por haberme forzado a hacer eso, por haberme dejado salir de la casa ese día. Por gritarme...
—Aime lo siento tanto —la interrumpió él, claramente frustrado con su declaración. Ella estiró una mano para esconder un mechón rubio de cabello detrás de su oreja y le sonrió dulcemente.
—Owen no fue tu culpa —aseveró con completa calma—. Lo único que hiciste fue darme fuerzas para luchar por mi vida, pensar en no volver a verte era demasiado doloroso así que hice lo que tuve que hacer para que eso no sucediera.
—Entonces, ¿por qué quieres dejarme? —Ella apartó la mirada, sintiéndose súbitamente tímida y torpe—. ¿Aime? —insistió él, colocando su índice bajo su barbilla para que lo enfrentara—. ¿Después de todo ese esfuerzo vas a dejarme?
—También pensé que te gustaría tener un respiro de mí... —murmuró encogiéndose de hombros—. Dijiste que iba a acostumbrarme a esto de la atracción —continuó, lanzándose a ello sin detenerse a pensarlo—. Pero todavía no lo consigo, cada vez que te veo quiero estar contigo y me parece tan agotador, que incluso estando al borde de la muerte lo único que quería era verte. No puedo seguir así, Owen, quiero tener el control de mis emociones y no puedo si estás cerca. Y... —tomó una pequeña bocanada de aire, necesitando echar freno a su perorata—. No sé cuánto tiempo me tome poder controlarlo, pero una vez que me sienta más como yo misma... —Antes de poder terminar esa frase, Aime sintió la fuerte presión de sus labios tragándose el resto de sus palabras.
Le tomó un largo minuto caer en cuenta de lo que estaba ocurriendo, pero a su cuerpo no pareció importarle que su cerebro estuviese retrasado, pues se hizo del control de la situación sin reportar ninguna dificultad. Sus manos viajaron a la parte posterior de la cabeza de Owen, mientras enredaba sus dedos en la espesa cabellera rubia y lo instaba a colocarse a una altura más adecuada a su cuerpo. Sin emitir quejas, su esposo rodeó su cintura con sus brazos y la alzó sobre la punta de sus pies, devorando sus labios con un beso abrasador. Aime jadeó, permitiéndole la entrada a las sensuales caricias de su lengua y sin ruborizarse por su atrevimiento, jugueteó con sus labios, propinándole pequeñas mordidas que le robaron uno que otro gruñido de protesta.
Besarlo era algo de lo que nunca podría cansarse, era tan embriagador, tan adecuado para ella que simplemente se veía incapaz de acostumbrarse. De habituarse al cúmulo de emociones que la invadían cuando él la tocaba de ese modo.
—Owen... —se escuchó decir con voz ronca y gutural. Él asintió comprendiéndola sin necesidad de más, volvió a besarla profundamente, rabiosamente, deliciosamente, antes de devolverla al piso y tomarla del rostro para mirarla con el deseo apenas contenido.
—Maldita seas, mujer. —Aime abrió la boca con toda la intención de protestar ante aquella maldición que no merecía, pero él la acalló posando su pulgar sobre sus labios aún húmedos por los besos—. No te vas a ir a ningún lado sin mí, ¿entendiste?
—No puedes darme órdenes, tenemos un contrato —contraatacó, por el simple hecho de discutir con él.
—A la mierda el contrato.
—¡Deja de decir tantas palabrotas! —le espetó en reprimenda.
—Aime...
—¿Qué? —Él le acarició las mejillas con los pulgares, deslizando sus dedos de forma casi inconsciente sobre las marcas que se dibujaban en el puente de su nariz y en el arco de cupido.
—No importa dónde vayas no podrás librarte de mí.
—Owen esto no es normal y...
Él volvió a silenciarla con un fugaz beso, ofreciéndole una suave sonrisa luego.
—Es normal cuando amas a alguien.
—Yo no... —comenzó a decir, pero al instante supo que no podía negarlo porque entonces estaría mintiendo y de un modo muy evidente.
La sonrisa de Owen se ensanchó al ver que ella no desmentía sus palabras.
—¿Crees que después de todo el trabajo que me ha costado cazarte voy a dejarte ir? Finalmente he conseguido mi objetivo.
Ella parpadeó, todavía demasiado confusa ante la admisión de sus propios sentimientos como para saber qué decir. Lo amaba. Era tan simple comprenderlo en ese instante, como si solo esas dos palabras alcanzaran para darle sentido a la revolución que sentía en su cuerpo cada vez que lo veía. Lo amaba. ¿Cómo no lo había visto antes? ¿Cómo había sido tan ingenua de sus propios sentimientos?
—Owen...
—¿Si, amor?
Aime sonrió incapaz de contenerse.
—No se suponía que esto tenía que ocurrir, ¿o sí?
Él presionó los ojos como si tuviera que analizar muy detenidamente esa pregunta, al final la abrazó aún más estrechamente contra su cuerpo y hundió el rostro en el hueco de su cuello.
—No, tú mereces a alguien mucho mejor que yo.
Frunció el ceño suavemente.
—¿A otro hombre?
—Hm... —aceptó, plantándole un ligero beso en el pequeño tramo de piel que quedaba descubierto—. Por eso me apresuré a casarme contigo, no quería que por casualidad te cruzaras con el tipo en cuestión.
Ella rió colocando una mano en su pecho, apartándolo lo suficiente como para mirarlo a los ojos.
—¿Me amas? —preguntó apenas notando la importancia que tenían aquellas simples palabras.
—Te amo desde hace mucho tiempo, galshik, solo estaba esperando a que te pusieras al corriente.
Aime no pudo ni quiso ocultar su sonrisa al escucharlo. Él la amaba.
—Lamento haberme tardado tanto —dijo con un sonrojo. Owen le obsequió un guiño, inclinándose hasta que sus labios estuvieron peligrosamente cerca de los suyos.
—Descuida... —le sonrió de forma oscura—. Tienes el resto de tu vida para compensarme.
Aime le devolvió la sonrisa, dándole un empujón hasta que consiguió liberarse de sus brazos y sin dejar de escrutarlo de forma directa, caminó hasta la puerta que comunicaba con las habitaciones de él. Owen enarcó una ceja, curioso, pero no hizo amago de seguirla.
—¿Qué haces? —le espetó, alzando la voz lo suficiente como para que ella lo escuchara. Aime le respondió con una risilla y un pedido de silencio.
Al cabo de unos minutos, la puerta de comunicación volvió a abrirse dejando ver la silueta de su esposa enfundada en una simple camisola. Owen la observó avanzar, hipnotizado, al tiempo que ella le indicaba con un movimiento de su índice que se dirigiera a la cama. A él ni se le ocurrió protestar ante aquella iniciativa y se arrastró hasta el centro de la cama, hasta que su esposa lo alcanzó allí y se posicionó cómodamente a horcajadas sobre él. Owen sonrió.
—Así que... —comenzó ella, tomándolo por las muñecas para colocar sus manos contra el cabezal de hierro—. ¿Qué lo trae a las lejanas tierras de Este lado del colchón?
—Vine a ofrecer un sacrificio, majestad. —Los ojos verdes destellaron detrás de la mascara de seda negra, la misma que él había guardado con celo luego del baile de disfraces en donde había quedado prendado de ella.
—¿Qué tipo de sacrificio? —preguntó, al tiempo que bajaba sus manos por el frente de su pecho tirando sistemáticamente de los botones de su chaleco.
—Un sacrificio humano, por supuesto.
Ella elevó la mirada hacia sus ojos.
—Sepa sir Wallace, que una vez que acepto un sacrificio humano no lo devuelvo nunca más.
Owen asintió con absoluta seriedad.
—Este sacrificio estaría más que feliz de nunca ser devuelto.
—Que así sea... —murmuró la bella hechicera sentada sobre su regazo, tomándolo del rostro para zanjar aquel trato con un posesivo beso.
De lo que pasó luego Owen no daría detalles, pero se acordaría por el resto de su vida del momento en que supo que había ganado el amor de su reina.
FIN
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Muy bien gente, eso sería todo por hoy y por esta historia. Espero de corazón que les haya gustado, siento que esta historia fue bastante distinta a la de Bastian y me gusta la idea de poder variar un poco en eso. Si me salió o no, ya es otro tema jaja
Ok, no me voy a ir en palabras, solo les agradezco la paciencia y si llegaron hasta acá, también agradecería que me dejaran saber su opinión. Y obvio que espero verlos en la tercera parte de esta serie "Proyecto milord"
Sin nada más que agregar, los chicos y yo nos despedimos por ahora (en la semana dejaré el cap extra). Y bueno, como siempre digo, sepan que para mí fue un gran honor tocar en este barco con ustedes. Gracias por sumarse ^_^
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