Prólogo
Bienvenidos otra vez a una nueva aventura histórica de la mano de Tammy, su servidora. XD
Espero que estén con ganas de leer esta nueva historia y conocer a estos personajes. Para los que recién llegan y no me conocen (es una pena porque dicen que soy genial), sepan que esta historia forma parte de una serie y la primera se llama "Jasmine Flower" y está en mi perfil. Vayan a leerla y todo acá tendrá más sentido. En fin, ¡vamos a ello!
Prólogo
La elegante señora Belworth dio un rodeo alrededor de ella, mirándola atentamente a través de sus gafas de montura dorada. Aime elevó la barbilla ante un gesto apremiante de su madre y se mantuvo completamente quieta, mientras aquella mujer terminaba de hacer su inspección.
—Hm... —murmuró la dama, deteniéndose súbitamente frente a su rostro. Aime intentó lucir imperturbable y cosmopolita, como si estuviera acostumbrada a pavonearse ante el escrutinio de desconocidos—. Bonitos ojos, bonita postura, altura adecuada, figura proporcionada. —Estiró una mano palpando por un instante la curva de su cintura, para luego mirarla a los ojos con un destello de curiosidad—. ¿Sin corsé?
—Pensamos que lo mejor para esta ocasión es que viera a Aime tal y como es —adujo su madre a espaldas de la distinguida dama.
La señora Belworth asintió de forma ausente, sin parecer muy impresionada por el hecho de que su figura fuera natural y no artificio de alguna prenda.
—Correcto, señorita Peyton —le dijo manteniéndola en su lugar con una mirada cargada de experiencia en la materia—. Debe saber que soy muy selectiva al momento de escoger a las damitas que amadrinar. —Esbozó algo similar a una sonrisa, aunque para Aime pareció más bien una mueca desdeñosa—. Mi historial puede hablar por sí solo, con mi ayuda usted tendrá una propuesta de matrimonio en el transcurso de esta temporada y no solo eso, la tendrá de un caballero distinguido y adecuado que le proporcionará gran honra al nombre de su familia.
Al oír ese panorama tan alentador, Aime no pudo más que sonreír, contagiándose brevemente del entusiasmo que veía en el rostro de su madre.
—¡Qué estupendas noticias! —prorrumpió la señora Peyton, apenas conteniendo su arrobo al escuchar aquel pronóstico. Después de todo Aime era su única hija, su hija amada; la posibilidad de conseguirle una pareja que cuidara de ella y le proporcionara una buena vida, era motivo más que suficiente para explicar su estado.
—¿Y los honorarios? —instó una voz que hasta ese momento se había mantenido apartada de toda la algarabía femenina.
La señora Belworth se volvió hacia el padre de Aime, el señor Peyton, el cual se encontraba de pie junto al hogar, observándolas con atención.
—Los honorarios, señor Peyton, los discutimos una vez que haya aceptado a la joven.
—¿Quiere decir que no la ha aceptado aún? —inquirió su madre con un breve sobresalto.
La mujer la miró de soslayo, para luego volver el rostro hacia la joven que era motivo de discusión en ese instante.
—Necesito saber cómo trata con eso... —le indicó, señalándola de un modo que a Aime se le hizo bastante grosero.
Claro que ella se había educado en el campo, el único tutor que tuvo y necesitó fue su padre, no estaba tan versada en las costumbres de los londinenses y eso la llevo a abstenerse de mostrar su aflicción.
—¿Disculpe? —preguntó sin comprenderla del todo.
La señora Belworth elevó la nariz, acercando el rostro al de ella.
—Eso... —movió una mano frente a sus ojos, Aime respingó—. Las marcas... ¿cómo las oculta? —Ante su silencio la mujer pareció perder un poco de su paciencia, soltando un femenino bufido—. Asumo que no tiene planes de presentarse a los salones londinenses de ese modo, ¿o sí?
Aime parpadeó, estupefacta. Se veía incapaz de abrir la boca para responder tamaño insulto y por un segundo sintió como sus ojos comenzaban a picar presas de la necesidad de contener el llanto.
—Ah... disculpe... —Afortunadamente su madre fue la primera en reaccionar—. Señora Belworth, en realidad...
—Si no saben cómo cubrirlas, puedo intentar con algunos productos propios —añadió la mujer, para luego mirar a su padre—. Claro que eso va a costarle un poco más...
—Señora... —comenzó a decir él con tono afectado, pero su madre lo detuvo alzando la mano.
—No pensábamos que fuera necesario —musitó sonando mucho más serena de lo que su postura dejaba adivinar.
La señora Belworth dio un respingo al oírla, perdiendo la apariencia de cortés indiferencia que la habían mantenido de pie frente a su familia hasta ese instante.
—¿No? —instó de regreso, enviándole una mirada de incredulidad. Su madre, por primera vez, frunció el ceño hacia la dama y cuadró los hombros con un gesto determinado.
—No hay nada de malo en su rostro, señora.
—Pues señora Peyton, lamento tener que diferir pero...
—Ha oído a mi esposa —interrumpió su padre, avanzando hasta quedar codo a codo con su madre—. Mi hija no tiene nada malo en su rostro.
La mujer parpadeó, claramente sin esperarse tal respuesta por parte de personas que la habían convocado allí con el fin de que ella los ayudase. Le parecía ridículo, risible que se negaran a ver la evidente falla en su hija.
—Muy bien —sonrió, dándole una breve mirada a Aime—. Entonces no tengo nada más que añadir.
—Señora Belworth —musitó ella, al darse cuenta que la mujer tenía intenciones de marcharse—. Por favor...
Algo brilló en los ojos de aquella señora al observarla, algo que fue más allá de la simple simpatía.
—Escúchame querida —le dijo, estrechándole una de sus manos enguantadas—. Puede que tengas un gran corazón, puede que seas la más bondadosa de las criaturas, pero esto es Londres. Si quieres casarte, si quieres encajar en esta sociedad, tendrás que aprender que aquí a nadie le importa quién eres. —Hizo una pausa, bajando un tanto la voz y suavizando su semblante—. Si no cubres esas marcas, nadie va a pararse a mirarte dos veces. Al menos no del modo que tú quieres.
—Ella no necesita cubrir nada —masculló su padre en protesta, sin ánimos de escuchar consejos vacuos de una mujer evidentemente superficial—. Así la hizo Dios y así la ha de aceptar su futuro marido, no tiene nada de malo. Mi hija...
—Papá detente —lo intentó acallar ella, sintiendo como sus mejillas comenzaban a calentarse por la creciente humillación. Pero él al parecer ni siquiera la oyó.
—Mi hija es perfecta tal y como es —apuntó, echándole una mirada de arriba abajo a la señora Belworth —. Y si usted no es capaz de verlo, entonces le pediré que deje mi casa.
—Señor Peyton... —comenzó ella en tono conciliador, pero su padre negó, resuelto.
—Váyase, hemos decidido que no requeriremos sus servicios.
La señora Belworth lo miró enarcando una de sus elegantes cejas como única muestra de asombro, luego se encogió ligeramente de hombros y sacudió la cabeza, probablemente pensando que no valía la pena desperdiciar su tiempo con unos provincianos como ellos.
—Como quiera... —aceptó, inafectada, tomando su ridículo y pegándose la vuelta en un vuelo de faldas en dirección de la puerta.
Aime se alarmó.
—¡Señora Belworth! —la llamó, pero en esa ocasión la dama no le hizo el menor caso—. Por favor...
—¡Déjala irse, Aime! —prorrumpió su padre, sacudiendo una mano. Ella le observó de hito en hito, al tiempo que las lágrimas finalmente rompían su resistencia y la frustración dominaba sus nervios.
—¡Por qué lo has hecho! —reclamó, desolada. La señora Belworth había sido la última oportunidad que tenía de hacer una presentación decente esa temporada, había sido rechazada por todas las demás damas de compañía que ya tenían a jóvenes para amadrinar. Aquellas mujeres conocían el complejo mundo del mercado matrimonial y aseguraban a sus pupilas una verdadera posibilidad de conseguir un esposo adecuado. Y ella la había perdido gracias a la testarudez de su padre—. Iba a aceptarnos, ¡por qué los has hecho!
—¡Lo hice por ti! —replicó él, alejándose una vez más hacia el hogar como si necesitara distanciarse de su enfado—. ¿Qué esperas que pase, Aime? ¿Deseas engañar a tu futuro marido? ¿Y luego qué? Esta eres tú, no tienes que cambiarte, no tienes que cubrir nada.
—¡Sí tengo! —lo interrumpió con ahínco—. Cada carabina lo dijo, si no cubro mis marcas, no tendré ninguna posibilidad.
—Entonces nos regresamos a Ripon —musitó su padre, cansado de toda esa locura de caza de madrina—. Podrás casarte con alguien del pueblo, alguien que no espere que seas otra persona.
—Oh, Samuel —se quejó su madre, viendo la cara de desesperanza de su hija—. Ya hemos hablado de esto, le prometimos darle una posibilidad de conocer el mundo. No podemos tenerla encerrada en Ripon por el resto de su vida...
—Al menos en Ripon nadie quiere untarle el rostro con porquerías —masculló él, firme en su cabezonería.
Aime gruñó con frustración, miró a su madre que parecía tan derrotada como ella y entonces salió de la sala, casi corriendo para refugiarse en su habitación. En cuanto estuvo allí se detuvo frente al espejo, dándose una profunda mirada. Estaba tan acostumbrada a su rostro que en un principio no vio nada fuera de lo normal, ojos verdes brillosos por las lágrimas, pestañas tupidas y húmedas, nariz pequeña y bien definida, unos labios un tanto más gruesos de lo socialmente admisible y...
Parpadeó, llevando el rostro tan cerca del espejo que casi chocó su nariz contra él. Miró, miró y miró, más allá de su acostumbrada inspección, miró hasta que fue capaz de ver. Su piel de un tono ligeramente oliváceo, tintado por manchas blancas que bajaban desde su frente, a lo largo del puente de su nariz y se extendían por el arco de Cupido de su boca. Manchas que habían sido parte de su rostro por tanto tiempo que incluso se había olvidado de ellas, manchas que sus padres clamaban no la hacían diferente a nadie más, manchas que nunca la habían detenido de hacer tanta cosa le gustara, manchas que no deberían restarle atractivo alguno. Manchas.
Manchas que al parecer eran lo único que verían la gente de Londres.
Sorbió sus lágrimas con delicadeza, para luego trazar con su índice el camino que marcaban las manchas en su rostro y entonces cerró los ojos, deseando como tantas veces antes que desaparecieran. Pero no lo hicieron, al segundo en que se reencontró con su reflejo, Aime lo supo:
—Nunca voy a casarme.
______________________________________
Hasta acá llega el prólogo, me va a encantar saber qué piensan de este inicio. Solo para que tengamos la idea, las manchas de las que habla a Aime son las marcas que tienen las personas con vitiligo. En el tiempo de la historia no era conocido por ese nombre, pero lo aclaro para que no se pierdan con esos detalles. Igual ya ahondaremos más en la historia.
En fin, sin más que decir en estos días dejo el primer cap para ir metiéndonos en tema.
Si les gusta la idea no dejen de comentar, votar, dejar su oro o cualquier objeto de valor que tengan. Nada de valor sentimental que eso no se vende xDD
Saludos, gente, gracias por acompañarme en un nuevo viaje ;)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro