La trampa
¡Buenas! Dado que parecieron interesados en la historia y ya despedimos a la de Bas del todo, es hora de arrancar con el primer cap. de esta historia. ¡Que lo disfruten!
Es cortito porque estamos introduciendo a los personajes. En la imagen la casita de Owen.
Capítulo I: La trampa
Castillo de Belvoir, Leicestershire.
Owen ingresó al comedor sintiendo un enorme apetito en lo profundo de su estómago, había viajado durante toda la noche y en cuanto había llegado al castillo, no tuvo fuerzas más que para arrastrarse hasta su cama. Aquella desatención para con su cena le llevaba pasando factura desde el momento en que había abierto los ojos en la mañana. Él necesitaba hacer todas sus comidas, tenía una contextura grande que consumía mucho sus energías y cuando pasaba de una sola de ellas, normalmente su estómago se lo hacía saber con rugidos de protesta.
Sonrió hacia el mayordomo que ya había dejado dos platos rebosantes de comida en su lugar de la mesa: huevos revueltos, bacón, tartaletas, queso, tostadas y una ración de miel tibia para bañar todo ese estropicio de alimento. Owen acababa de cruzar las puertas del cielo. Decidido, el mayordomo tendría un aumento ese mes.
—Buenos días —saludó hacia las dos ocupantes de su mesa. Se inclinó para besar la mejilla de su madre en un acostumbrado ritual mañanero y luego le obsequió un guiño rápido a su hermana—. Luces hermosa esta mañana, quine [1].
—Es extraño que lo hayas notado, teniendo en cuenta que no quitas los ojos de tu comida.
Él sonrió, pero no discutió ese hecho y se dejó caer en su asiento en la cabecera, más que listo para atacar aquel manjar. Luego de llevarse la primera cucharada de huevos a la boca, notó por el rabillo del ojo la insistente mirada que su madre clavaba en él. Con un cansino suspiro bajó sus cubiertos y la miró, sabiendo que ese sería el único método de poder tener su desayuno sin el peso de su escrutinio sobre él.
—Madre.
Como toda respuesta ella colocó una copia del Royal Gazette junto a su brazo. Owen enarcó una ceja pero no se molestó en echar un vistazo, él sabía bastante bien la noticia que llevaba ese número y no quería arruinar su apetito tan temprano.
—¿Pensabas que esto no llegaría hasta Belvoir?
Si debía ser honesto consigo mismo, no, no lo había pensado. Después de todo nada bueno llegaba a Belvoir, solo chismes pasados de moda.
—Es sorprendente —dijo al cabo de un segundo de reflexión—. Londres no está tan lejos como para que tarde una semana en llegar la noticia.
—Owen... —lo acalló su madre sin encontrarlo gracioso. Pero él se hallaba a sí mismo lo bastante gracioso como para continuar con su diatriba.
—Vas retrasada de todos modos, justamente antes de ayer tuve un té con Jasmine y Bastian en su casa. Pero no sé si eso vaya a ser noticia, la verdad es que los pastelillos eran bastante corrientes, tal vez no lleguemos a los titulares después de...
—¡Owen Hodges! —Él suspiró, obligándose a callar. Nombre y apellido, eso solo significaba que se había pasado de la raya—. Al estudio, ahora —le indicó ella, empujando su silla para ponerse de pie con aire majestuoso.
Owen aguardó hasta que su madre salió del cuarto para echarle una breve mirada de resignación a su hermana, Leinie se encogió de hombros y le sonrió alegremente. Era tan común que él lograra hacer brotar el mal genio a su madre que ninguno de los dos se alteraba a ese punto.
—Fyachie... —susurró su hermana detrás de su taza de té, al tiempo que él se despedía de su desayuno y se incorporaba de mala gana. "Tonto", pensó para sus adentros mientras la palabra hacía eco en su mente. Sí, sin duda él era un completo fyachie.
Y en cuanto cruzó las puertas del estudio, no hizo más que confirmarlo. Fyachie de cabo a rabo. Su madre, Marion Craig Hodges, estaba sentada ocupando su lugar detrás del escritorio que había visto pasar media docena de marqueses, no dejándole más opciones que usar la silla frente a ella. Owen suspiró sin hacer aspavientos y la observó con cierta impaciencia, conocía lo bastante bien a su madre como para predecir buena parte de la conversación.
"¿Cómo pudiste, Owen?" empezaría ella, a lo cual él respondería encogiéndose de hombros para completa frustración de la marquesa. Entonces ella diría: "¿acaso no piensas en tu familia? ¿En tu hermana?" Y él se vería en la engorrosa tarea de explicarle que Bastian es también su hermano, con lo cual estaba pensando en su familia cuando hizo lo que hizo. Pero ella se mantendría en sus treces, mostrándose dolida por la insinuación de que no apreciaba a Bastian como a un hijo. Y él se disculparía por tan siquiera poner eso en entredicho, le diría que había sido un hijo desconsiderado y que haría lo que estuviese en su mano para resarcir el daño. Su madre sonreiría, porque una promesa de tal magnitud era justo lo que ella había estado esperando sonsacarle y Owen fingiría estar atrapado, cuando todo el tiempo había estado al corriente de sus intenciones. Su madre le perdonaría la transgresión, Owen la perdonaría por ser tan susceptible a la opinión de los demás y vivirían en relativa armonía una semana más.
—Owen, ¿cómo pudiste?
Por eso cuando lanzó su primer ataque, él se limitó a sacudir la cabeza e ir directo al punto. No tenía paciencia para entrar en esa discusión, no cuando aún tenía su estómago reclamando una satisfacción.
—Fue mi error, madre —señaló, bajando la mirada con falso arrepentimiento—. No quise ser impertinente, no pensé en mis acciones o en sus consecuencias. Pero estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para resarcir el daño.
—¿Hablas en serio? —instó ella con escepticismo. Owen asintió, haría lo que sea siempre y cuando lo dejase volver a su desayuno—. Sabes tan bien como yo que las indiscreciones de tu padre nos han dejado en muy mala posición. Ahora que has reconocido la existencia de Bastian públicamente...
—Lo sé —la cortó, tratando de evitar ese bache del camino.
—Quiero a Bastian, lo sabes. Siempre he velado por él como si fuese hijo mío, pero no podemos ignorar la realidad. Leinie y tú no pueden continuar viviendo a la sombra de los rumores, apartados del mundo sin poder reclamar lo que es suyo por derecho.
Él no iba a discutir eso. Le importaba poco la sociedad inglesa, le importaba incluso menos tener que alternar con personas que medían su valía en razón de quiénes eran sus padres. Pero Leinie tenía el mismo mal de su madre; el mal por encajar. Y nadie que viniera de una familia con tan escandaloso pasado era bien visto en Londres, nadie. Su madre era hija de un pescador de Elgin, no era más que una plebeya escocesa jugando a ser noble y su padre era el segundón de un marqués, que había heredado el título luego de huir a Escocia tras tener un tórrido amorío con la esposa de un par del reino. Por la línea paterna Owen y Leinie eran nobles, pero habían nacido y crecido en Escocia, apartados de casi cualquier contacto con el lado "bueno" de su familia. Él tenía un puñado de conocidos gracias a los negocios que había dejado el viejo en Inglaterra, de los cuales se hacía cargo desde hacía unos años. También tenía un pequeño grupo de amigos por sus años en la escuela, pero su hermana no conocía a nadie y su madre mucho menos.
La reputación de Leinie sería un reflejo de la suya. Y Owen no podía presumir de mucho en esa área en particular, siempre que se veía forzado a estar en Inglaterra evitaba cualquier asunto social y los asuntos sociales lo evitaban a él; un acuerdo tácito de ignorancia mutua que nunca lo había inmutado. Hasta ahora.
Suspiró, echándose hacia atrás en su precaria asiento.
—¿Qué sugieres?
—Es necesario mejorar la imagen de la familia, Owen. —Y eso solo podía significar una cosa—. La forma más rápida es logrando establecer una conexión fuerte... —«Di la palabra, madre»—. Tienes un título y riqueza, hijo. Eres un buen partido a pesar de la sombra que pesa sobre nuestro apellido. —Owen mantuvo sus ojos fijos en los de ella—. Tendrás que casarte, tú puedes hacer un buen matrimonio que beneficie a la familia.
Y aun cuando se sabía preparado para ello, oírla pedirle que se vendiera a la mejor "postora" no dejó de provocarle una amarga sensación en la boca. Todo era sobre encajar después de todo.
—O bien podría casarme con la hija de algún pescador en Escocia. —Los ojos pardos de su madre destellaron dolidos, acusando el golpe y Owen tuvo la suficiente decencia como avergonzarse por sus modos—. Me disculpo.
—No —lo cortó ella, alzando una mano—. Tienes razón, no soy más que la hija de un pescador. Y conozco de primera mano cómo es esa vida, Owen, tú no lo haces. Por mucho que la gente te haya desdeñado alguna vez, tú creciste rodeado de lujos y atenciones. ¿Crees que soy superficial por querer que mis hijos tengan algo mejor que yo? Entonces créelo, no te voy a detener.
—Madre...
—Sé perfectamente lo que piensas de mí —susurró, llevándose teatralmente una mano a la boca para sofocar un sollozo—. Lamento mucho no ser la madre que...
—Madre, por favor... —intentó cortarla, pero ella pasó completamente de él.
—Y sé que temes que te avergüence... —continuó, conjurando una lágrima prácticamente de la nada. Owen se tensó, poniéndose de pie abruptamente.
—¡Está bien! —la silenció, sabiendo que no sería capaz de manejar un llanto femenino con el estómago vacío. Un hombre tenía sus limitaciones después de todo—. Me casaré, si crees que eso sirva de algo... entonces lo haré.
Ella sonrió ampliamente, sin el menor rastro de su acongojado llanto y él simplemente suspiró con resignación. De todas formas, ¿qué importaba si se casaba mañana o la semana siguiente? No tenía un particular interés por nadie, podía escoger a cualquier damita de buena cuna al azar, ofrecerle su título y su fortuna como cebo y luego dar el sí frente al párroco. A diferencia de su padre, Owen se consideraba un hombre práctico. Ya había visto de primera mano lo que ocurría cuando una persona se dejaba engañar por tonterías como el romance, él no sería tan ingenuo. No quería el amor de nadie —sabía que nadie se lo ofrecería de todos modos— y en cuanto al resto... vaya, el resto se podía comprar. Todo el mundo tenía un precio y Owen podía permitirse ese capricho.
***
La temporada de Aime podría considerarse un completo éxito o un completo fiasco, dependiendo del ojo con que se la mirara. Contrario a la predicción de la señora Belworth, las personas que había conocido hasta el momento no la habían desdeñado o relegado a un lado con solo verla. En realidad se había sorprendido a sí misma al notar que la gente parecía interesada en oír sus opiniones, en incluirla en sus conversaciones y en invitarla a sus fiestas. Por supuesto que ser hija de su padre tenía sus beneficios, aun tras su largo retiro en Ripon, su padre seguía siendo reconocido como el gran intelectual que era. Y en cuanto se supo que el señor Peyton estaba en Londres con su familia, las invitaciones de las familias que habían sido testigos de las enseñanzas del profesor Peyton en Oxford comenzaron a llegar.
Entonces, ¿cuál era la parte mala?
Aime se hundió en su asiento con un mohín, viendo a las distintas jovencitas pasar frente a ella en un vuelo de faldas y listones brillantes. La parte mala era exactamente esa. De algún modo en la algarabía de los bailes, siempre terminaba exiliada a una silla al costado de la pista. Sin buscarlo ni desearlo, sus pies simplemente la guiaban hacia allí como si no conocieran otro modo de andar por un salón. Y ella no luchaba contra la marea invisible que la depositaba en ese lugar, se dejaba arrastrar dócilmente, sabiendo que ningún caballero la rescataría de su inevitable destino.
Nadie bailaba con ella. Por supuesto que los hombres le hablaban, la oían incluso y la felicitaban por sus opiniones tan claras. Pero ninguno mostraba un interés particular por cortejarla. Y las veladas pasaban, las noches se sucedían una tras otra y la silla la seguía aguardando fielmente.
—Deja de tocarte el cabello —escuchó que una mujer farfullaba dos sillas más allá. Sin detenerse a pensarlo deslizó su mirada hacia su izquierda, notando que una joven de cabello negro como la noche bajaba las manos y las apretaba en puños sobre su falda color marfil, para luego mandarle una mirada de soslayo a la dama que acababa de regañarla—. No me des esa mirada y estate quieta.
La joven se mordió el labio, elevando sus ojos oscuros en su dirección de forma repentina y Aime se quedó petrificada, demasiado avergonzada como para desviar la mirada de su atento escrutinio. La muchacha esbozó una enigmática sonrisa, antes de volver su atención a la pista y Aime decidió hacer lo propio, esperando que ella no tomara como un insulto el que estuviese oyendo su conversación a hurtadillas.
—Ahí está él —masculló una vez más la mujer mayor, haciendo que la curiosidad picara en la parte trasera de su cabeza de nuevo.
Tanto ella como la muchacha de cabello negro elevaron el rostro al mismo tiempo, siguiendo la dirección que la mujer indicaba y eso fue todo lo que Aime pudo hacer antes de quedarse helada, con la vista fija en aquel enorme hombre.
—¿Es el marqués? —preguntó la joven con cierta indiferencia.
Aime oyó la respuesta afirmativa de la dama que acompañaba a la muchacha, comprendiendo tardíamente de a quién se estaban refiriendo. El marqués, el hombre dueño de aquel sitio, el hijo de la marquesa que había organizado la fiesta y el motivo por el cual una numerosa cantidad de jovencitas habían sido invitadas con tanta premura. No había modo de confundir las intenciones de la marquesa, estaba claro que el marqués de Granby estaba buscando esposa y no tenían deseos de hacer un secreto de ello.
—Iré por Bella, quédate aquí —indicó la mujer mayor a su pupila, arreglándose innecesariamente la falda antes de ponerse en movimiento.
Aime la siguió con la mirada hasta que la dama fue tragada literalmente por el gentío y entonces arrastró tímidamente sus ojos hacia su compañera de exilio. No la conocía, por supuesto que no, aquella era la primera vez que la veía pero había algo atrayente en su pícara mirada y en su exótica belleza mediterránea.
—Lady Milie Turner —le espetó repentinamente, esbozando una sonrisa amable—. Pero puedes ir por Milie, no me voy a ofender.
Aime parpadeó varias veces, para luego asentir con cierto azoramiento.
—A... Aime Peyton.
—Es un placer conocerte, A... Aime Peyton.
—Solo Aime —musitó, sintiendo sus mejillas arder por el tonto tropiezo con su propio nombre.
—Suena incluso mejor —aseveró la joven, arrastrándose una silla más cerca de ella para tomar sus manos con absoluta confianza—. Entonces, Aime, ¿vienes en busca de un marqués? ¿Un conde? ¿O te conformas con un caballero decente?
—Supongo que si obtengo decencia, me daré por bien servida.
—Una mujer sensata, ¡me gustas! —Se sonrieron con complicidad, para luego centrar sus atenciones en una de las esquinas del salón, donde el marqués había sido retenido por un número importante de madres casaderas—. Ahí está mi tía —señaló Milie con aire burlón, Aime se giró hacia ella enarcando una ceja como única muestra de curiosidad—. Es un poco ilusa si piensa que Bella llamará la atención de un marqués, ni siquiera uno tan desesperado como Granby caería en esa trampa.
—¿Desesperado? —inquirió, volviendo la mirada al hombre en cuestión. Aun a pesar de las distancias que había entre ellos y el numeroso grupo de mujeres a su alrededor, el marqués destacaba sin mucho esfuerzo. Era más alto que el común de los hombres, definitivamente más fornido y con un inconfundible cabello color bronce que podía ser detectado a kilómetros.
Milie carraspeó, haciendo que ella se girara una vez más en su dirección.
—¿No le conoces?
—No —respondió encogiéndose de hombros.
—¿Me estás diciendo que nunca oíste hablar del marqués maldito? —Ella frunció el ceño ligeramente, sacudiendo la cabeza en una nueva negación—. No te dejes engañar por su apariencia, puede que sea marqués y tenga más dinero que el que vaya a necesitar en dos vidas, pero es hijo de su padre.
—¿Qué significa eso?
—Su padre fue el mayor libertino que caminó por estos salones, no solo seducía doncellas y las abandonaba. También tuvo amoríos con mujeres casadas, con una condesa ni más ni menos.
—¿Hablas en serio? —preguntó estupefacta. Eso tendría que haber sido un enorme escándalo en su momento.
—Dejó evidencia de ello —respondió Milie sin más, sabiendo que no era necesario añadir detalles al respecto—. Granby jamás se presenta en eventos públicos, debe estar muy desesperado si se tomó la molestia de lanzar una fiesta en su propia casa.
—Pero es un marqués... —Aunque podía entender el punto de Milie, una madre o un padre indiscreto podían salvar o hundir a un hijo. Al parecer el padre del marqués no había tenido muchas consideraciones en ese aspecto y ahora su heredero cargaba con el legado de un apellido manchado por el escándalo.
—Con una familia incluso peor que la mía, créeme. No quieres relacionarte con él. —Aime se preguntó brevemente qué podría tener de malo la familia de Milie, pero no fue capaz de pensar un modo de hacer esa pregunta cuando vio que la muchacha se contraía en su asiento—. Diantres.
—¿Qué...? —comenzó a decir, al tiempo que la mirada de su nueva amiga pasaba por sobre su cabeza a un punto incierto a sus espaldas.
—¿Aime? —Se volvió abruptamente hacia la voz de su madre, pero sus ojos no se encontraron con ella sino con el cuerpo de un gran hombre vestido completamente de negro—. Aime, cariño, déjame que te presente al marqués de Granby. —Entonces se obligó a mirar a su progenitora que la observaba con cierta impaciencia y entusiasmo apenas contenido—. Aime... —insistió ésta, haciéndole un sutil gesto con su mano.
Ella jadeó, incorporándose abruptamente de su silla y en su intento por no ser una completa grosera frente a un marqués, se lanzó a hacer una reverencia sin que sus pies estuvieran del todo asentados en el suelo. Su falda como buena enemiga del decoro, se atoró en una esquina de la silla jalándola hacia atrás y su equilibrio no tuvo mejor plan que lanzarla hacia adelante, directo a los brazos del marqués que la sujetó con una rápida reacción para luego observarla con un claro gesto de diversión en sus impresionantes ojos celestes. Aime se sonrojó hasta la médula, tratando de apartarse de él al instante en que lo hubo tocado pero el marqués la retuvo un segundo de más para susurrarle algo al oído:
—Esto es nuevo.
Ella giró el rostro, notando demasiado tarde lo cerca que estaban el uno del otro y entonces le frunció el ceño, molesta porque no se dignara a poner punto final a esa ridícula escena.
—¿Qué? —inquirió, confusa. Él sonrió.
—Lanzarse a mis brazos... es nuevo. —De ser posible el rostro de Aime se tornó incluso más rojo y caliente—. Me gusta —musitó él, para luego dar un paso hacia atrás e inclinarse en una profunda reverencia—. Owen Hodges, a sus servicios.
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1-Quine: Jovencita en dórico.
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Bueno como pequeña aclaración, vamos a recordar que Owen es escocés y que de tanto en tanto va a soltar palabras en dórico que es el dialecto que él habla. ¿Ok? Las traducciones siempre al final.
Espero que les haya gustado, pronto vamos a ir conociendo mejor a todos. Gracias por pasarse ^_^
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