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La tormenta

Capítulo XX: La tormenta

Aun habiendo hecho uso de toda su imaginación Owen no habría podido prever, ni en sus más osados pensamientos, que estaría observando a su servicio atendiendo a un hombre que él había golpeado. Pero allí estaba, reposando su peso contra su escritorio, con los ojos fijos en el joven que le mantenía la mirada estoico, como si no hubiera nadie más que ellos dos en la habitación.

«Valen» Así lo había llamado Aime antes. «Valen» Un nombre que no le decía absolutamente nada sobre el chico y su historia.

Carraspeó, captando la atención de su mayordomo, de la doncella que estaba curando el pequeño corte que le había hecho en la cabeza y de su esposa, la cual supervisaba que le dispensaran una correcta atención como si se tratara de un invitado de la realeza.

—Es suficiente —informó a todos, sin quitarle la mirada de encima a él.

—Quizás deberíamos llamar a un doctor, el...

—Dije que es suficiente —repitió, desviando su atención hacia Aime en un veloz parpadeo. Ella abrió la boca como si estuviera dispuesta a discutir con él, pero con un sutil gesto de negación la disuadió de ir por ese camino. No estaba de humor para que lo contradijeran, joder, él no había comido aún—. Retírense.

La doncella y Casimir, su mayordomo, se inclinaron en rápidas reverencias, para luego abandonar el estudio en silencio. Aime, sin embargo, permaneció de pie junto al sofá que ocupaba el chico al parecer dispuesta a custodiarlo o quizás defenderlo de él si fuese necesario. Con un resoplido indignado la observó fijamente intentando trasmitirle su mensaje, pero ella parecía inmune al sutil intercambio no verbal. Owen rodó los ojos y sacudió una mano en el aire, apremiándola con ese gesto a seguir su camino pero una vez más ella no se dio por aludida o tal vez, simplemente, no quiso darse por aludida. Lo cual era lo más probable, dicha sea la verdad.

—Aime...

—¿Si? —inocencia bañando su timbre.

—Ve arriba. —Ella parpadeó, desconcertada, casi como si estuviera sorprendida por su pedido. Casi. Entonces se demoró un largo segundo antes de asentir con firmeza y girarse hacia la puerta en un vuelo de faldas y con un velado susurro de protesta. Owen presionó la mandíbula con frustración al oírla, pero por el bien de las maneras decidió no hacerle caso y masticarse su respuesta, no llevaba lo bastante tiempo casado como para saber lidiar con los arranques de su esposa aún—. Aime... —la llamó antes de que alcanzara la salida, ella lo miró de soslayo, enfurruñada—. Asegúrate de que mi madre se mantenga en sus habitaciones hasta que yo suba.

La mujer se quedó un instante procesando su pedido, para luego asentir una vez y salir de la habitación. Owen suspiró por lo bajo, notando por el rabillo del ojo que "Valen" había seguido con su mirada cada paso que había dado su esposa. Curioso.

Lo miró con los ojos entornados.

—¿Whisky? —ofreció, al tiempo que iba hasta la vitrina de licores por un vaso para sí mismo. Él no podría atravesar esa conversación sin algo de alcohol en su sistema, y quizás incluso con eso sería complicado.

—No bebo —musitó el otro sin moverse del sofá.

Owen hizo un alto en el proceso de servirse su bebida para mirarlo con marcada sorpresa.

—Bueno eso es diferente —dijo para sí, pensando brevemente en Bastian y en el modo en que nunca le había hecho el feo a un vaso de alcohol. ¿Qué otra diferencia sería capaz de encontrar entre ellos?

Hasta el momento solo había podido ir sobre los detalles más evidentes, Valen —joder, como le fastidiaba ese nombre, ni siquiera sonaba como tal—tenía el mismo color de ojos que ellos, pero su cabello era oscuro casi negro, era alto y delgado, quizás más delgado de lo que se esperaría de un hombre de su estatura. Y su rostro le recordaba vagamente a su tío Efraím, aunque él realmente no lo había conocido, pero sí había visto varias pinturas suyas como para poder establecer alguna comparación. Aun así, había cientos, sino que miles de hombres que tenían una complexión similar a la de ellos y ciertamente, también había muchos con ojos celestes. Eso no determinaba nada.

—Milord...

Su voz lo catapultó fuera de sus pensamientos y se obligó a ir hasta su escritorio para poder situarse una vez más en el mismo lugar de antes. Con su bebida firmemente asentada en su mano, Owen dio un sorbo al fuerte licor de malta y observó al chico por encima del borde del vaso.

—¿Qué edad tienes? —le espetó sin dejar de analizarlo.

El joven se irguió como si él acabara de azuzarlo con su pregunta, devolviéndole una mirada regia y demasiado similar a la suya.

—Veintitrés años —respondió apenas despegando los labios. Owen asintió, ensimismado.

—¿En dónde naciste?

—No estoy del todo seguro.

Owen volvió a asentir. Si era quien decía ser, era un bastardo por lo que muy probablemente su madre ni siquiera se había molestado en reportar su nacimiento para evitar el estigma o la vergüenza.

—¿Dónde creciste?

—Barnet.

—Eso no está lejos de Londres.

—Soy consciente de ello.

Frunció el ceño ante la provocación palpable en su timbre.

—Ten cuidado con la forma en que me hablas, loon. Aún no decido si debo terminar el trabajo que comencé sobre ti antes. —Su único modo de recibir aquella amenaza fue un muy sutil elevamiento de sus cejas—. ¿Quién te crió?

—Mi madre... —Owen comenzó a mover la cabeza en un asentimiento, pero el chico continuó hablando antes de que él pudiera soltar su siguiente pregunta—: La calle, ladrones, oficiales, señoras aburridas, damas caritativas, la iglesia, cocheros, saqueadores de tumbas, salteadores de caminos, patrones, vagabundos, vagabundas...

—Entiendo tu punto —lo interrumpió de mala gana. Valen le sonrió con suficiencia—. Dime exactamente qué haces aquí.

El chico se encogió de hombros.

—Iba de camino y el destino me trajo hasta Belvoir. —Sí, eso mismo le había dicho Aime, pero Owen no había llegado donde estaba creyendo en el destino.

—Es curioso como el destino pareció retenerte en todos los pueblos circundaste a Leicestershire. —Su sonrisa no titubeó, como si de alguna forma él ya hubiese esperado que Owen supiera aquello—. Pasaste algunas semanas algo agitadas.

—Es difícil mantenerse en este lugar —le informó con desinterés—. Rentar una habitación es casi privilegio de reyes.

—Tanto tú como yo sabemos que no es casual tu presencia aquí, venías con destino a Belvoir y te encargaste de dejar pistas más que evidentes para que te siguiera el paso. —Se detuvo esperando leer alguna reacción en su rostro, pero el chico estaba en completa calma, escrutándolo con una nota de fría y calculada serenidad en sus ojos—. Ahora bien, dime qué te trae aquí y no intentes engañarme, no manejo bien mi ira cuando me mienten.

Por primera vez Valen le desvió la mirada, al parecer deteniéndose un instante en sus palabras.

—¿No ha sentido nunca curiosidad, milord? —Owen observó su whisky con gesto ausente, súbitamente golpeado por un recuerdo. Sí, había sentido curiosidad y de algún modo irónico, terminó contrayendo matrimonio con el objeto de dicha curiosidad—. Mi madre solía decir muchas cosas horribles sobre mi padre, pero yo pensaba que ella solo estaba molesta porque él no la había querido consigo. Pensaba que mi madre exageraba las cosas, pensaba que si él llegaba a conocerme, yo iba a agradarle.

—¿Viniste hasta aquí a conocerlo?

Valen negó con suavidad.

—Ya sabía que él estaba muerto, milord. Leí la noticia hace unos años y no tenía intención de hacer nada al respecto, pero...

—¿Pero? —lo apremió.

—Pero un hombre debe conocer sus raíces —musitó, alzando la vista hacia él de un modo tal que por un segundo lució más joven y desvalido. Owen frunció el ceño con desconfianza, había algo tan contradictorio en el chico que no podía evitar recelar de su historia—. Quizás... mis pies solo querían traerme aquí para averiguar si era cierto.

—¿Qué cosa?

—Lo que decía mi madre sobre él. —Owen parpadeó, apartando la mirada un instante para enfocarse—. Era cierto entonces... —concluyó Valen con un suspiro bajo.

—No era una mala persona —le espetó al cabo de unos segundos de silencio—, solo que no sabía y no entendía cómo hacer felices a los demás... pero lo intentaba.

El chico asintió, como si aquella explicación tuviera sentido para él. Owen sabía que ellos debían tener una larga charla, que debía intentar descubrir qué tanto de su historia era verdad y qué hacer si resultaba que todo lo era. Cabía una enorme posibilidad de que lo fuera, no tenía sentido engañarse con eso. Hacía poco más de dos años que él había descubierto un extraño movimiento en los gastos anuales de su padre y tras indagar un poco sobre ello, llegó a una amarga conclusión: Darien estaba manteniendo a alguien. Con esa idea fija en su mente, Owen trabajó codo a codo con Grey, su abogado de confianza, para determinar a quién iba destinado el dinero que su padre siempre apartaba mientras estuvo con vida. Pero el viejo siempre había sido astuto, la única prueba que fue capaz de conseguir se trataba de una nota escrita a toda prisa que había quedado rezagada en un hotel de paso: "Su cumpleaños se acerca, cómprale algo bonito al niño".

Con Grey determinaron que su padre estaba manteniendo a un hijo bastardo, aunque no pudieron conseguir pruebas fehacientes de ello. Ni cartas, ni acuerdos, ni un certificado de nacimiento o un nombre escrito al margen de algún libro, nada. El dinero que enviaba siempre tenía un destino diferente, bien podían ser hoteles o posadas, y aunque tenían el nombre de una mujer como destinatario, ellos nunca pudieron comprobar la existencia de dicha mujer. Era como un fantasma; un fantasma que nunca fallaba en ir a recoger el pago que su padre le enviaba. ¿Podría ser esa mujer la madre de Valen?

Dos años atrás a Owen no le sorprendió mucho saber que su padre podía tener otro hijo y conociendo a Darien, el hecho de que se hiciera cargo de él incluso le había sonado muy propio de su persona. Darien no era el tipo de hombre que se desentendía de sus responsabilidades, después de todo, había traído a Bastian a vivir con ellos incluso a pesar del estigma que eso representaría. Pero traer a Valen habría sido muy diferente, al ser menor que él eso lo volvía una prueba viva de la infidelidad del viejo marqués.

Suspiró, sintiendo en las sienes los primeros pinchazos de lo que sería un terrible dolor de cabeza.

—¿Cómo se llama tu madre? —inquirió sintiendo que una parte de él quería esa respuesta, mientras que otra simplemente deseaba desaparecer al chico y los problemas que su sola existencia representaba.

—Pearl Valente.

No era ella, pensó Owen con cierta frustración. Aunque había pocas posibilidades de que los nombres de ambas mujeres coincidieran, eso habría sido determinante y lo habría empujado a reconocer que ese chico compartía un lazo sanguíneo con él.

—¿Tienes alguna prueba? —Valen solo parpadeó en silencio—. ¿Alguna nota? ¿Algo que demuestre que eres hijo de mi padre?

—No, señor —masculló con inusitada calma—. Puedo preguntar, ¿qué desea hacer a continuación?

Él no tenía ni idea de qué hacer, podía echarlo a la calle y hacer de cuenta que sus caminos nunca se habían cruzado; también podía intentar llegar al fondo de todo aquello y descubrir la verdad. Después de todo, había un hermano suyo en alguna parte de Inglaterra y bien podía tratarse del chico que estaba sentado frente a él. Podría ofrecerle dinero para que desapareciera, podría comprar su silencio, podría enviarlo lejos con solo firmar un papel, podría enviarlo a prisión dando aviso a las autoridades. Ese chico era un ladrón, él lo sabía, lo había estado rastreando por semanas. Entonces, ¿sería tan malo simplemente deshacerse de él?

Su mente no encontró respuestas a esa pregunta, lo único que estuvo claro para él fue una cosa: hiciera lo que hiciera, su vida cambiaría para siempre. Y si había algo de bondad en su persona, debía al menos intentar liberar a la mayor cantidad de prisioneros del desastre que se desataría.

—De momento te hospedarás en una de mis habitaciones para invitados. —Una de sus cejas se alzó con un toque de desconfianza, Owen le sonrió falsamente y se estiró hacia el lateral de su escritorio para alcanzar el cordón del servicio—. Pensaremos qué hacer luego de que ambos tengamos unas horas de descanso, ¿te parece bien?

—Presumo que aunque no me parezca bien, no tengo mucha elección en el tema.

—Me alegro que entiendas quien es el que manda aquí.

Owen se incorporó, para dejarle saber que esa conferencia se había terminado. El chico se mantuvo unos segundos sentado, para luego cabecear en acuerdo y levantarse del sofá cuando un suave golpeteo se sintió en la puerta.

—No debe preocuparse por mí, milord, no tengo intenciones de ser una molestia.

—Hay personas cuyo nacimiento es una molestia —replicó con acritud. Valen medio sonrió, aunque un brillo de indignación cubrió sus ojos claros.

—Mi madre solía decir eso —le informó con un encogimiento desinteresado, para luego darse la vuelta con intención de salir.

—¿Solía? —le espetó, reparando en el énfasis que le había dado a esa palabra. Valen hizo una pausa, enviándole una sonrisita por sobre el hombro.

—Hm... lo decía todos los días —murmuró con aire reflexivo—. Hasta el último segundo de vida me lo dijo, fue lo que me gritó justo cuando rodaba cuesta abajo por una escalera.

Y tras decir aquello sin borrar la inocente sonrisa de sus labios, se inclinó en una rápida reverencia y salió del estudio. Owen parpadeó, ¿acababa de insinuarle que había tirado a su madre por las escaleras?

Aquello solo logró reafirmar su decisión anterior, iba a tener que lidiar con Valen de alguna forma y no podía esperar que nadie más lo hiciera por él. Una vez más sería su obligación enmendar los pecados del viejo marqués y dudaba que un matrimonio arreglado fuera a hacer el truco.

***

Aime se puso alerta cuando reconoció el sutil gesto que le envió Casimir desde el otro lado de la sala; frente a ella la marquesa leía la correspondencia completamente ajena a la tormenta que se cernía sobre ellos y ella estaba más que decidida a mantener a la mujer en la ignorancia el tiempo que fuese necesario. Excusándose con un murmullo que apenas fue tenido en cuenta por su interlocutora, Aime dejó la labor en la que llevaba media hora fingiendo trabajar y se dirigió con los pies en voladas hacia el pasillo.

El mayordomo le hizo una reverencia.

—El marqués acaba de subir a sus habitaciones —le informó con aplomo. Ella le sonrió en agradecimiento, para luego cerrar la puerta de la antesala que ocupaba la marquesa y casi correr a su propio salón privado.

Una vez que estuvo en el salón que servía de unión y área común entre los cuartos de los marqueses, Aime se volvió hacia la puerta que comunicaba con la habitación de Owen y su corazón dio un pequeño brinco de anticipación. Deseaba tanto saber qué había ocurrido con Valen, pero al mismo tiempo eso supondría tener que auto invitarse al cuarto de su esposo y ella no estaba muy segura qué mensaje daría dicha acción.

Masticó su labio inferior con indecisión. Su boda se había celebrado hacía una semana, ella todavía no sentía que conociera tanto a su marido como para aceptar sus atenciones en el lecho. Pero aquello iba a tener que ocurrir tarde o temprano; según le había dicho su madre, era normal que los hombres quisieran consumar el matrimonio ni bien ponían la firma en el acta. Aun así ellos habían acordado esperar, ¿pero cuánto tiempo sería lo indicado?

Sacudió su cabeza para limpiar aquellos tontos pensamientos, estaban a plena luz del día y él no le saltaría encima, mucho menos a la vista de los problemas que se avecinaban. Por Dios del cielo, si ella hasta le había tenido que rogar un beso, estaba claro que él no tenía ningún apuro en ese aspecto.

Se armó de valor acercándose hasta la puerta de comunicación con la mano alzada para llamar, pero justo antes de que su puño rozara la madera un fuerte golpe del otro lado la sobresaltó. Aime frunció el ceño, confusa, cuando un nuevo sonido de impacto le llegó como un eco desde la otra habitación. Tiró del pomo con premura, casi esperando que la puerta estuviese bloqueada. No lo estaba. Y al mismo instante escaneó con los ojos en rendijas la habitación que estaba casi en penumbras, encontrándose con Owen de espalda a la puerta parado junto a la ventana.

Aime abrió la boca para llamarlo en el momento exacto en que él cerraba su mano e impactaba fuertemente con su puño en el marco de madera, haciendo rechinar los goznes en protesta.

—¿Owen? —musitó, dando unos tímidos pasos hacia el interior del cuarto. Él no le prestó atención, volviendo a soltarle otro fuerte golpe a la madera. Aime presionó los dientes—. Owen... —Como toda respuesta, Owen le propinó otro puñetazo al marco, esta vez logrando que se astillara—. Owen, detente.

Él estaba a punto de descargar un cuarto golpe a la madera, cuando ella se adelantó y lo tomó por el antebrazo, frustrando apenas su movimiento. Su esposo volvió el rostro rápidamente, mirándola por entre las pestañas como si recién reparara en su presencia. Le sonrió, pero ella solo fue capaz de ver la angustia que cubría sus bonitos ojos.

—No fue mi intención molestarte con el ruido, procuraré ser más silencioso —le informó, girando la muñeca para conseguir liberarse de su amarre.

Aime dejó caer su mano, sin dejar de escrutarlo en profundidad. Se veía tan afligido y confuso, que ella no estuvo del todo segura cómo abordar la situación.

—¿Qué ocurrió? —pidió saber, siendo consciente de que aquello no era del todo su asunto. En su contrato matrimonial no había ninguna clausula que hablara de qué hacer frente a la aparición de un nuevo hermano bastardo y ella se sentía un poco en ascuas.

—No ha ocurrido nada, vuelve a tu cuarto.

Aime frunció el ceño, al tiempo que él se pegaba la vuelta y se dirigía hacia la puerta de comunicación para invitarla a marcharse. La misma sensación que tuvo en el estudio cuando le pidió que lo dejara a solas con Valen, volvió a revolver sus entrañas. La frustración comenzó a construirse en su pecho y a diferencia de la vez anterior, ella no fue capaz de simplemente callarlo.

—¿Realmente solo esperas que me quede en paz después de todo lo que ha pasado? —Owen se detuvo a mitad de un paso, para darle una mirada interrogante—. He hablado con Valen...

—Él no es tu problema —la interrumpió con voz irritada.

—¡Es mi problema si es tu problema! —le espetó de regreso, avanzando hasta quedar frente a frente con él—. Dijiste que somos individuos, pero que al mismo tiempo estamos vinculados. —Hizo una pequeña pausa—. Dijiste que ahora éramos familia.

—Aime... —comenzó a protestar, pero ella lo detuvo estirando una mano para tomar la de él con suavidad.

Owen bajó la mirada ante el delicado contacto de la seda de sus guantes, guardando silencio mientras ella trazaba con las yemas los pequeños cortes que se había hecho en los nudillos.

—Se necesita más de una persona para ser una familia, Owen. —Lo miró a los ojos, sin dejar de sostenerlo—. No me casé contigo esperando que eso no produjera cambios en mi vida —le dijo, haciendo eco de sus palabras de una semana atrás.

Él le sonrió claramente muy a su pesar, pero ella sintió como el peso en su pecho se aligeraba un tanto tras ese gesto.

—Las cosas no harán más que complicarse —le confió con un suspiro.

—Encontraremos una solución.

—Si él dice la verdad, Aime, no podré darle la espalda.

—No esperaría que lo hicieras. —Al menos podía decir eso de él, Owen no era el tipo de hombre que dejara a su familia en la estacada. Aun cuando ese miembro de la familia fuese un bastardo.

—Hay una gran posibilidad de que sea cierto —murmuró tras un breve instante de silencio. Aime enarcó las cejas sin comprenderlo del todo, Owen volvió a suspirar al tiempo que atrapaba sus dedos dentro de su palma—. Hace unos años que sé que mi padre tenía otro hijo, solo que no fui capaz de encontrarlo y supuse, algo ingenuamente, que el crío había muerto o que había sido llevado con alguna buena familia.

—¿Lo sabías? —Él asintió, bajando la mirada con reserva—. Pero no se lo dijiste a tu madre, ¿no?

—Nadie lo sabe. —Se liberó de su amarre tras un sutil apretón, para luego pasarse bruscamente las manos por el cabello—. Maldita sea —masculló contra sus palmas—. Hice todo esto con el único propósito de salvar las apariencias y ahora...

—¿A qué te refieres con todo esto? —inquirió, incapaz de no sentirse interpelada—. ¿Hablas de nuestro matrimonio?

Él chasqueó la lengua, observándola ceñudo.

—No me mires como si te hubiese engañado, Aime, entraste en este trato consciente de tu papel.

Asintió, pues lo que decía era cierto y sin embargo... sin embargo olvidar ese detalle parecía tan simple como equivocado. Después de todo, ella era la que aportaba la buena reputación de su familia. Nada más.

—Tienes razón —se escuchó decir con voz monocorde—. Y lamento que mis credenciales no sean suficientes para atenuar este escándalo. —Le sonrió, ofreciéndole una corta reverencia—. Por favor, llámame si necesitas algo.

Haciendo un gran esfuerzo por recordarse su lugar en ese matrimonio, Aime lo rodeó y se dirigió con paso calmo hacia la puerta de comunicación. Le había expresado su apoyo como cabía esperarse en una esposa, no había nada más que decir o hacer allí.

—Aime. —Se detuvo para darle su atención pero Owen se mantuvo de espaldas a ella, ensimismado—. No sé qué tengo hacer... —La observó por sobre el hombro—. No sé cómo lidiar con esto, no sé cómo decirle a mi madre que tenía razón.

—¿En qué?

Una sonrisa dolida tiró de la comisura de sus labios.

—En que todos los hombres de esta familia somos una basura.

Ella frunció el ceño al oírlo, sacudiendo la cabeza sin siquiera dudarlo.

—Tú no eres una basura, Owen...

—Le he mentido todos estos años y planeaba seguir haciéndolo —confesó, desviando la mirada al suelo en gesto avergonzado—. Te he forzado a entrar en una familia que se cae a pedazos y aunque me quiero sentir culpable por ello... —la observó, resuelto—, no lo hago.

—Owen... —Dio un paso con la intención de acercarse a él, pero su esposo se dirigió a la salida antes de que pudiera alcanzarlo—. Owen...

Él se detuvo junto a la puerta, sin mirarla.

—Te daré hasta la medianoche, si quieres anular el matrimonio ponlo por escrito y me encargaré de todo. —Entonces sus ojos celestes la buscaron—. Pero si quieres seguir con esto adelante, búscame aquí.

—¿De qué estás hablando? —instó en un susurro, completamente estupefacta.

Owen esbozó una leve sonrisa.

—No voy a obligarte a capear este temporal conmigo, no hay necesidad de que cargues con los errores de mi padre.  

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Bueno, amigos, hoy les debo la dedicatoria pero es que ando a las corridas y no me dio tiempo de sacar a los chicos del sota... digo, de traerlos para acá :)

Espero que les haya gustado el cap, por supuesto y espero saber qué ideas andan dando vueltas por allá. 

¿Qué debería hacer Aime? 

¿Qué debería hacer Owen con Valen? ¿Lo matamos? xDD

Un saludo para todos y como siempre, gracias por darse un rato para pasar por acá ^_^

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