Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

La importancia de la verdad


Sí, sí, sé que pasó bastante tiempo. Tuve muchas complicaciones esta vez y realmente no podía escribir este cap a las apuradas, porque merecía que le diera su tiempo. Así que sin más demoras, les dejo el cap más largo que tiene esta historia hasta el momento. Espero sea de su agrado y gracias por pasar ^_^

Capítulo XXII: La importancia de la verdad

Aime recordaba poco de lo que había pasado luego de aquel encuentro con su esposo en la cocina; se recordaba a sí misma subiendo las escaleras tomada de su brazo mientras él le comentaba arbitrariamente detalles sobre los retratos que decoraban las paredes, se recordaba asintiendo sin encontrar la fuerza de voluntad para volver el rostro y mirarlo. También se recordaba llegando a la puerta de su habitación, sintiendo el leve beso que él le depositó en el dorso de la mano a modo de despedida y luego lo recordaba caminando por el pasillo hasta su propio cuarto. No había nada más en su memoria.

Había decidido saltarse la cena, sin tener idea de qué ocurriría si todos los comensales decidían presentarse. Optó por no arriesgarse, lo que menos quería esa velada era estresarse pensando en cómo lidiar con la marquesa viuda o con Valen, para el caso. Owen le había dicho que su madre se marcharía en la mañana con destino a Deal, directo a recoger a Leinie para regresar a Escocia. Eso había motivado que él saliera poco antes de que cayera la noche, para intentar interceptar el último carruaje que saldría con la correspondencia. Owen había dedicado su tarde a escribir cartas, aunque ella no estuvo segura para quién, y luego se había marchado para entregarlas él mismo a la diligencia. Frente a eso, Aime no vio la necesidad de bajar sabiendo que él no se encontraba allí para hacer de mediador entre las partes.

Más tarde esa noche, supo que tanto Valen como la marquesa habían optado por tomar sus respectivas cenas en sus habitaciones. Y de ese modo, al menos, uno de sus problemas consiguió resolverse sin pasar a mayores.

Desgraciadamente, Aime tuvo que reconocer que ese era el problema que menos la preocupaba. Porque ella sabía —oh, Dios del cielo— ella sabía que su noche no había hecho más que comenzar y que pasara lo que pasara, ya nada sería lo mismo después de esa velada.

Suspiró, enredando las manos en su cabello castaño y le echó una ceñuda mirada a su reflejo. Su doncella se había esmerado en aquella ocasión, escogiendo uno de los camisones más bonitos que habían confeccionado para su ajuar. Era blanco, prístino y delicado, con un simple ribete azul en el cuello y las mangas para dar un ligero toque de color; era un supuesto reflejo de la condición pura e inmaculada de la novia. Pero ella no se sentía así en lo absoluto, definitivamente no había nada prístino o delicado en la obstinada mirada que le devolvía el espejo y por alguna razón, sus manchas parecían resaltar de forma exorbitante en ese color.

Dioses, el blanco le sentaba horrible.

Gruñó contra sus palmas. Hacía más de quince minutos que Owen había regresado de su travesía de captura del correo y había hecho más que evidente su presencia en la habitación de junto. Le estaba dando la posibilidad de tomar la iniciativa y presentarse allí por voluntad propia, pero su voluntad parecía haberse escurrido de su cuerpo tras el baño que se había dado horas antes. ¿Y si no iba? ¿Se presentaría él en su cuarto? ¿Intentaría seducirla con otro beso como el que le había dado en la cocina?

Tocó sus labios con la punta de sus dedos por pura inercia, reviviendo la sensación de sus sabores mezclándose con los suyos. Owen había sabido... excitante al contacto, tan distinto a lo que ella habría esperado de un beso apasionado. No que le hubiese dedicado mucho tiempo a pensar en besos apasionados, pero había sido un grato hallazgo notar que en realidad lo había disfrutado y mucho. Quizás ocurría lo mismo con el resto del acto, ¿no?

Asintió hacia su reflejo firmemente y sin darse tiempo para echarse para atrás, se puso de pie en un brinco y comenzó a dirigirse hacia la puerta de comunicación evocando aquella resolución de carácter que siempre la había definido. Al último segundo se regresó para tomar su bata y cubrir aquel poco favorecedor camisón a conciencia. Si iba a hacer eso, al menos intentaría estar lo más cómoda y tapada posible. Tenía carácter, claro, pero también sentido del gusto.

Listo.

—Es hora... —se dijo a sí misma, dándose ánimos para ayudarse a cruzar aquella última barrera que separaba su inocencia de su adultez, simbólicamente hablando. Era una mujer casada, esta era una de sus obligaciones y Aime no iba a fallar en ello.

Soy una mujer casada.

Estiró la mano para dar unos suaves golpecitos a la madera.

Es uno de mis deberes.

—Adelante —murmuró la familiar voz de Owen desde el otro lado. Aime cuadró los hombros.

No voy a fallar en ello.

Y entonces entró en sus dominios.

A la luz de unas cuantas velas estratégicamente ubicadas en el cuarto, Owen no dio muestras de reacción alguna en su rostro cuando la vio entrar. En todo caso, le pareció demasiado tranquilo y cómodo en contraste con el torbellino de emociones que ella estaba atravesando. Pero claro, él era hombre, él tenía quizás años de experiencia en el asunto.

Se apretó el nudo de la bata en un acto reflejo, a la cual él respondió con una muy sutil sonrisa.

—Estoy aquí —le dijo, esperando que tomara la posta desde allí.

Owen asintió.

—Puedo verlo. —Aime se agitó incómodamente sobre sus pies, demasiado nerviosa como para enfrascarse en una conversación trivial con él. Antes le había parecido tan sencillo hablarle, sacarlo de sus casillas y contrariarlo, ¿cómo un beso había cambiado eso tan radicalmente?—. ¿Aime?

Se puso firme como cuando en la escuela de señoritas, alguna tutora le llamaba la atención.

—¿Si?

—Ven aquí.

Su corazón alteó en su pecho con la misma intensidad que un pequeño colibrí, al tiempo que le daba la orden a sus pies de avanzar con cautela: un paso y otro, un paso y otro. Elevó el rostro para mirarlo en cuanto hubo poco menos de medio metro de distancia entre ellos y al estar bajo su intenso escrutinio, sintió la súbita necesidad de salir corriendo. Afortunadamente sus pies estaban lo bastante pesados como para no colaborar con ella en esa idea.

—¿Pudiste entregar las cartas? —inquirió con una falsa sonrisa de calma. Owen asintió—. ¡Estupendo! —prorrumpió con una voz tan chillona que hasta ella misma se sorprendió.

—Aime... —En cuanto él estiró una mano hacia ella, su cuerpo se puso en completa tensión—. No tienes por qué tener miedo.

¿Lo decía en serio? Ella no era tan estúpida.

—No es miedo —replicó al instante, sin poder disimular el temblor delator en su timbre—. Estos son temblores propios de la absoluta confianza.

El esbozo de una sonrisa tiró de la comisura de sus labios al oírla.

—Me alegro ver que el miedo no ha socavado tu bello sentido de la ironía.

Aime hizo una mueca. No quería sonar arrogante o hacer de cuenta que aquello no era importante para ella, pero tampoco sabía cómo verbalizar correctamente sus temores. Era nueva en ese asunto, todo lo que conocía lo había escuchado apenas una semana atrás o leído en libros de cuestionable fiabilidad.

—No intentes engañarme —susurró, bajando la mirada al piso con pena.

—No intento engañarte. —Su índice fue a parar bajo su barbilla, instándola con un sutil movimiento a que elevara la mirada.

—Mi madre me dijo lo que pasa en estas situaciones, Owen. —Se frotó un brazo nerviosamente, antes de enfrentarlo con un testarudo ceño—. No se supone que vaya a ser algo agradable y...

—Y lo estás pensando más de la cuenta —la interrumpió, esbozando una pequeña sonrisa. En esa ocasión, cuando él estiró una mano para arrastrarla a lo largo de su brazo ella aceptó la caricia con tímida reserva—. Puede ser muy agradable... —prometió, al tiempo que cerraba su mano justo por encima de su codo y tiraba de su cuerpo hasta que sus pechos casi rozaron el tórax masculino. Aime aspiró un cierto aroma a cuero, el jabón que usaba para afeitarse y algo más propio de Owen, algo que la hacía pensar en campos y aire libre—. Puede ser algo que disfrutes mucho... —agregó, mientras que con su pulgar apartaba la cortina de cabello que reposaba sobre su hombro, para luego dejar un ligero beso en aquel diminuto punto de piel expuesta. Aime tembló sin apenas darse cuenta—. Puede ser algo que disfrutemos mucho.

Parpadeó, obnubilada, viendo como Owen se inclinaba una vez más para besar aquella unión entre su hombro y cuello, y entonces, sintió como su bata comenzaba a resbalarse de su cuerpo al tiempo que él enganchaba con dos de sus dedos la pesada tela y la abría lo suficiente como para exponer el frente de su camisón.

Owen se irguió para darle una breve mirada de ojos entornados.

—Es bonito —sentenció con voz pausada, terminando de vencer la pobre resistencia de la bata para dejarla hecha un montoncito a sus pies.

Su errante mano comenzó a juguetear a lo largo de su brazo, subiendo y bajando una caricia ininterrumpida por el espacio de piel libre entre su manga y su guante de satén. Aime se limitó a dejarse hacer, demasiado estupefacta e inexperta como para saber qué se esperaba de ella en esa situación. Cuando los dedos de Owen comenzaron a tirar de la pequeña hilera de botones que cerraba su guante, Aime echó la mano para atrás e intentó esbozar una sonrisa en disculpa.

—Necesitaré esos —le indicó él, señalándole con el índice a los susodichos. Ella negó, manteniendo su sonrisa tensa pero cordial—. ¿Por qué no?

—Como bien sabes, estoy algo informada sobre el acto físico que debemos compartir —le espetó evocando una confianza que no sentía en lo absoluto—. Y en dicho acto no encontré ni un solo indicio de que sea necesario desnudar mis manos.

—Aime... —le dijo él con un tonito de reprimenda difícil de pasar por alto, ella se envaró picada por sus modos—. No esperas conservarlos para siempre, ¿o sí?

—No veo por qué no —replicó, resuelta.

—¿Por qué no? —Le arrojó de regreso elevando las cejas en claro gesto de estupefacción—. Quiero sentir tu piel contra la mía —explicó sin más, haciendo que ella necesitara tomar una bocanada de aire al oírlo—. Quiero ver a mi esposa, Aime, no a sus guantes.

Ella sacudió la cabeza sin dejar que sus palabras socavaran su determinación. No estaba intentando ser difícil a posta, solo estaba evitándole la incómoda situación de contemplar sus manos y verse en la caballerosa obligación de decir alguna mentira que no la hiciera sentir tan mal.

—Owen, créeme, no es algo que quieras ver.

—Discrepo —masculló, cruzándose de brazos para hacer aún más evidente su enfado. Aime suspiró.

—Mis manos son la parte más horrible de mi cuerpo, ¿entiendes eso? —Sintió como sus mejillas se encendía por la pena al tener que confesar tal cosa en su noche de bodas. Estaba tan acostumbrada a la protección de los guantes, que estaba casi segura que solo sus padres y su doncella habían visto sus manos en los últimos cinco años—. Necesito conservarlos.

—Dudo que haya nada horrible en ti, no digas ridiculeces.

Ella abrió la boca para replicar con otro tímido pedido de piedad, pero no pudo evitar que su mente se congelara un largo instante al tiempo que las palabras de él cobraban sentido. Entonces sintió como sus labios se curvaban en una sonrisita triste, mientras elevaba sus ojos hasta los masculinos que la esperaban pacientemente.

—Escucha, no es necesario que me quite los guantes. Lo sabes tan bien como yo... —Echando un rápido vistazo sobre su hombro, vislumbró la silueta de la cama a sus espaldas y lentamente caminó hacia allí para tomar asiento en el filo del colchón. Owen permaneció de pie, observándola con cierto aire de recelo en sus ojos claros—. Ya accedí a hacer esto, así que no tienes que perder tu tiempo diciéndome... —tragó el nudo que repentinamente presionó su garganta—, mentiras. Sé muy bien lo que piensas de mí y... —Él hizo amago de hablar, pero ella lo detuvo con un ademan—. Y estamos aquí, así que por favor solo procede.

Colocó sus manos enguantadas una a cada lado de sus caderas y aguardó con el corazón retumbando en sus oídos a que él hiciera su parte en aquella velada. Owen soltó un cansino suspiro, dando tres largos y certeros pasos que lo situaron justo frente a sus rodillas recatadamente juntas. Aime se vio en la obligación de alzar la cabeza para conseguir acceso a sus ojos, pero estos estaban casi completamente oscuros en aquella particular posición.

—Mentiras... —lo oyó susurrar, aunque la palabra fue apenas inteligible tras la mano que se pasó por la boca en un gesto de frustración—. Mentiras... —volvió a repetir, en esa ocasión con mayor énfasis. Aime mantuvo su barbilla en lo alto, sin mostrar signos de arrepentirse de sus palabras—. Sabes lo que pienso de ti... —Ella asintió, aunque estaba claro que él no se lo estaba preguntando. Owen soltó una breve risa entre dientes—. ¿Y qué pienso de ti?

—No me hagas repetirlo.

En esa ocasión Aime no fue capaz de perderse el profundo ceño de su esposo, pues él la tomó por los brazos y la incorporó de un firme jalón como si de una muñeca de trapo se tratara.

—¿Vamos a empezar con esto de nuevo? —le espetó con voz tajante.

—¿Con qué?

—¿Vas a empezar a ver dónde puedes pincharme otra vez, Aime? Pensé que ya habíamos superado esa etapa.

Ella se sacudió de sus manos, molesta. Lo único que estaba intentando era evitarles el bochorno a ambos, cómo se atrevía a acusarla de estar provocándolo.

—Yo no estoy buscando nada —contrarrestó, sin dejarse amilanar por la velada amenaza en su semblante—. Estoy aquí con el propósito de cumplir con mis deberes de esposa, solo te pido que en el proceso no digas cosas que no piensas en verdad. —Él frunció el ceño, confuso, pero Aime no le dio tiempo a interrumpirla—. Ya te dije que sé lo que crees de mí y está bien —lo calmó con una breve sonrisa—. Admito que al principio me molestó, pero hace tiempo que decidí perdonarte por ello. Así que déjalo ser...

—¿De qué diablos estás hablando? —la cortó con un extraño arrastre y cadencia en su timbre. Por un segundo, Owen sonó como el escocés que en verdad era y no como el correcto inglés que pretendía ser todo el tiempo—. Primp quine [1]... —musitó con los ojos entrecerrados, como si le estuviera lanzando un encantamiento. Y no uno muy bonito.

Aime bufó, cruzándose de brazos.

—¡No murmures cosas que no entiendo! —le espetó con arrojo.

Owen le devolvió el bufido.

—Entonces deja de decir tonterías, tú no tienes idea de lo que pienso de ti y...

—¡Crees que soy una criatura fea y patética! —lo cortó, justo cuando él parecía listo para lanzarse en una larga disertación sobre su equivocación. Owen se detuvo al instante, abriendo los ojos de par en par con evidente sorpresa. Aime se obligó a tomar una lenta inspiración por la nariz—. Y ya te dije que no importa.

—¿No importa? —masculló con tono velado, mirándola como si no estuviera seguro de que fuera ella—. ¿Fea y patética? —gruñó entonces, al parecer cayendo en cuenta de las palabras que habían sido arrojadas al aire—. ¿De dónde has sacado eso? —Aime agitó una mano sin ganas de entrar en esa conversación en ese momento en particular—. ¿De dónde? —insistió él con un rugido de advertencia.

—De ti, milord. Exactamente de allí.

—Yo nunca... —comenzó a protestar él, pero ella lo detuvo colocando una mano sobre su boca.

—No —le pidió sin quitar la mano con que sellaba sus labios—. No digas algo que va a ser otra mentira.

—Aime... —murmuró contra su palma con cierta urgencia en su timbre.

Ella intentó, oh dios, si no intentó que su sonrisa fuese inafectada y sincera. Pero no lo logró del todo, no cuando el recuerdo de aquella noche todavía le escocía en el pecho.

—Se lo dijiste a tu madre el día que nos conocimos, justo después de nuestro primer baile —le recordó, al tiempo que retiraba lentamente la mano con que lo silenciaba. Owen parpadeó, claramente forzando su mente hacia ese momento en particular—. Le dijiste que habías bailado con la criatura más fea y patética que viste en el salón... —suspiró sin poder creer que estuviese repitiéndolo—, y que si eso no te ganaba la simpatía de la sociedad nada lo haría.

Su esposo permaneció tanto tiempo quieto después de oírla, que ella comenzó a ponderar el marcharse de regreso a su cuarto. La velada simplemente había dado un vuelco que ninguno de los dos había esperado, Aime creía haber superado aquel primer rechazo, pero el tiempo solo había atenuado el recuerdo. El dolor y el enfado por ello, todavía seguía vivo bajo su piel. Había sido algo ingenua al pensar que podría escuchar algún halago proviniendo de sus labios y creerlo; como si algún cumplido por su parte pudiera ser real ahora que se conocían mejor.

—Aime... —Owen se aclaró la garganta con fuerza, pero no fue capaz de decir nada más.

—Te dije que está bien, te he perdonado por ello. —Él sacudió la cabeza en una negación, pero ella continuó hablando haciendo caso omiso del gesto—. No voy a basar este matrimonio en algo que dijiste cuando no me conocías, yo...

—Calla. —Extrañamente ella obedeció sin pensarlo, Owen carraspeó una vez más—. Aquello que dije... —hizo una mueca, como si le costara congraciarse con su propia aseveración.

—No tiene importancia —lo intentó calmar.

—¡Claro que tiene importancia! —replicó, abrasándola con la intensidad de su mirada celeste—. Importa si no vas a creer nada de lo que diga sobre ti. —Ella fue a responder, pero él la detuvo en seco—. Aime aquello... —Se pasó una mano por el cabello rubio, frustrado—. Joder, no sé en qué estaba pensando, ni siquiera recuerdo haberlo dicho...

—Pero lo hiciste...

—Lo sé, no estoy diciendo que estés mintiendo —se apresuró a decir—. Lo que digo es que no tengo un registro mental del momento, simplemente estaba molesto con mi madre y buscaba decirle algo que la incomodara.

—¿E insultarme a mí fue la mejor manera? —inquirió con voz pequeña, herida.

Owen soltó un suspiro atrapado en un gesto de dolor.

—No, fue una estupidez —confesó, dando un tentativo paso hacia ella—. No tendría que haber dicho eso sobre ti, no es lo que pienso de ti... —Aime solo se limitó a mirarlo en silencio, algo que pareció incomodar aún más al marqués—. ¡Maldición! Escúchame. —Sus pesadas manos cayeron sobre sus hombros, forzándola a enfrentarlo—. No creo que seas fea o patética, realmente no creo eso... ¿entiendes?

—Owen, te he dicho que no importa...

—¡Importa! —gruñó, comiéndose el resto de su réplica—. Tú no eres... eres... —las palabras se atoraron en su garganta sin terminar de ser un frase y ella le sonrió con calma, posando una mano en su mejilla para encontrar sus ojos.

—No dijiste nada que no supiera antes, Owen Hodges. —Él comenzó a sacudir la cabeza, negándose a escucharla—. Sé lo que la gente piensa al verme, sé que soy una curiosidad, sé que soy diferente... y que no hay nada atractivo en las manchas que cubren mi cuerpo. Pero como te dije antes, no me importa... —rió ante la conciencia de ello—. No puedo ir supervisando los pensamientos de cada persona, ni tampoco enfadarme con aquellos que verbalizan su parecer. No puedo... sería terriblemente agotador.

—No hay nada feo en ti —susurró él al cabo de un largo segundo de silencio.

—Te agradezco el cumplido —respondió con una ligera inclinación de su cabeza. Owen negó vehementemente.

—No es un cumplido, es una declaración de hecho. —Aime rodó los ojos, a lo cual él presionó sus manos con un poquito más de intensidad sobre sus hombros—. ¿No me crees?

—¿Importa? —instó, observándolo brevemente por entre las pestañas. Owen frunció el ceño en gesto de profundo análisis—. Para los fines de este matrimonio, ¿realmente importa si me encuentras atractiva o si yo te encuentro atractivo? Solo soy el medio para ganarte la simpatía de la sociedad... —Se encogió de hombros—. No pretendo ocupar un lugar más allá de ese, Owen.

Su esposo asintió con lentitud, dándose un tiempo para registrar cada cosa que había sido dicha en ese corto intercambio.

—No quiero que pienses que cada cosa que sale de mi boca es una mentira.

—Entonces no me mientas y estaremos en paz.

Él arrastró una de sus manos hacia la base de su cuello, al parecer ensimismado más en ese movimiento que en lo que ella le decía.

—Entonces... —Inclinó un tanto la cabeza, de modo que sus narices casi llegaron a rozarse—. Me limitaré a decir cada cosa que cruce por mi mente, sea bueno o malo y todo será la verdad, ¿bien?

—Suena como... —hizo una pausa, al segundo en que él colocó la cabeza de lado en un gesto que dejó sus labios terriblemente cerca—. Sí... bien...

—Entonces... —continuó, echando un pequeño suspiro junto a su boca antes de trasladarse hacia su frente, justo encima del arco de su ceja—. Déjame decirte que encuentro sumamente atractivo el modo en que arqueas las cejas cuando te enfadas...

—Yo no... —Owen le plantó un desprevenido beso sobre la ceja, en el mismo lugar donde nacía la marca que dibujaba un semicírculo alrededor de sus ojos. Jadeó por la sorpresa.

—También... —dijo él, al parecer sin registrar su confusión—. Admito que amo, realmente amo el modo en que tus pestañas enmarcan esos ojos de color esmeralda. —Le sopló juguetonamente el ojo, haciendo que bajara los parpados en un reflejo y entonces le depositó un tibio beso en ese punto.

Aime abrió la boca, estupefacta, a lo cual Owen solo esbozó una tierna sonrisa que ocultaba más de un significado. Perdón, ¿quizás?

Él se apartó lo suficiente como para tomar una de sus manos y estrecharla entre las suyas, mucho más grandes y fuertes. Entonces sus dedos entraron en contacto con los diminutos botones de su guante y al instante, sus ojos buscaron los de ella en un pedido tácito de permiso. Aime masticó su labio inferior nerviosamente, para luego asentir demasiado aturdida como para intentar verbalizar algo.

—Pienso que... —dijo, mientras tiraba uno a uno de cada botón, sin apartar sus ojos de los de ella—. Una de las cosas que más les gusta a los hombres, es sentir la caricia de unas manos femeninas.

—¿En serio? —se escuchó decir con voz trémula, al tiempo que sentía como la seda acariciaba su antebrazo, su palma y luego, lenta, muy lentamente se desprendía de sus dedos.

Owen respondió con un enfático asentimiento, para luego llevarse su mano a la cara y presionar su afeitada mejilla contra su palma. Aime dio un ligero respingo al ver el contraste de su piel rozando la de él, las marcas hacían extravagantes dibujos sobre sus dedos y el dorso, trazando un camino ascendente por su antebrazo. Pero Owen no parecía reparar en ello, dado que mantenía los ojos cerrados, como si realmente disfrutara del etéreo contacto. Finalmente procedió del mismo modo con el otro guante, pidiéndole que no dejara de tocarlo mientras él se ocupaba de ello.

Una vez que ambos guantes estuvieron fuera del camino, Owen hizo que lo sostuviera del rostro y lo mirara, enfrentado la intensidad de su escrutinio.

—Tus manos son suaves —le informó, luciendo algo sorprendido por ese hecho—. Pero necesito saber algo.

—¿Qué cosa?

Él se irguió un tanto, repentinamente serio.

—¿Te causa algún dolor? —Aime frunció el ceño, sin comprenderlo—. Las... ¿sientes algún dolor en tu piel? ¿Es más sensible?

—Oh... —sonrió al caer en cuenta de la naturaleza de su pregunta y una extraña sensación de calor cubrió su pecho, al ser consciente de su preocupación—. No, no siento ninguna diferencia. Solo es la apariencia... —Antes de que él pudiera decir nada, Aime añadió—: Tampoco se contagia.

—¿Cómo? —balbuceó, confuso.

Ella pasó saliva con fuerza, súbitamente incomoda. Durante su niñez había tenido que lidiar muchas veces con la malicia de otros niños que aseguraban que ella era contagiosa, eso había conseguido que siempre buscara tapar las marcas de sus manos. Después de todo, era lo que más comúnmente entraba en contacto con otras personas.

—Digo que puedes tocarlas, no son contagiosas. Mis padres siempre me tocaban el rostro y las manos, y ya ves... ellos no tienen nada.

—Mm... —murmuró en tono enigmático—. La opción de no tocarte ni siquiera había cruzado mi mente.

—Owen... —protestó con recato, sintiendo sus mejillas calentarse por el bochorno.

Él le obsequió una amplia sonrisa cargada de picardía, pareciéndose curiosamente mucho a su hermano Bastian al hacer ese gesto. Aime no pudo evitar deslizar su índice hacia la comisura izquierda de su labio, donde se marcaba un pequeño hoyuelo como único testigo de sus pocas frecuentes sonrisas. Era tan apuesto, pensó en ese instante, siendo absolutamente consciente del hombre que la enfrentaba. Por supuesto que su belleza no era nada nuevo para Aime, Owen había sido apuesto desde la primera vez que se habían visto y continuaba siéndolo; solo que en aquella ocasión un extraño sentido del orgullo la invadió sin previo aviso. No solo era un hombre apuesto más, por esa noche y varias más en el futuro, Owen Hodges sería su hombre apuesto.

—Eres guapo —le confesó ella en un exabrupto, apenas reparando en ello.

Owen parpadeó, tomado con la guardia baja. Y sin saber cómo responder adecuadamente a un cumplido tan inofensivo como sincero, se inclinó para tomar sus labios en un lánguido y arrebatador beso. Él no era bueno con las palabras, nunca había sabido seducir mujeres por medio de ellas y no iba a intentar implementarlas con alguien que desconfiaba de cualquier cosa que saliera de su boca. Por eso decidió seducir a su esposa con sus labios, con sus manos y toda parte de su cuerpo que fuera capaz de encantarla.

—Dios, Aime... —gruñó, estrujándola contra su pecho al sentir como su tímida lengua trazaba sus labios con suaves caricias invitadoras.

Owen bajó las manos por la espalda femenina, sintiendo que no podían estar lo bastante cerca como para saborearla a conciencia. Encontró la curvatura de su trasero y fue incapaz de no cerrar posesivamente sus dedos sobre aquel turgente culito suyo. La deseaba, maldita sea, la llevaba deseando demasiado tiempo como para intentar disimularlo. Sabía que tenía que disculparse por el comentario odioso que había hecho sobre ella, sabía que no tenía que presionarla a aceptarlo esa noche, pues tenía todo el derecho de mandarlo al diablo. Había sido un imbécil.

Pero no podía dejar de besarla, de masajear su trasero con anhelo de poder tocar su piel y hacerle saber exactamente lo que pensaba de ella. Con una suave maldición, se obligó a romper el beso y sin demoras comenzó a explorar la columna de su delicado cuello. Aime gimoteó algo ininteligible, al tiempo que hundía una de sus manos en su cabello y lo anclaba en su lugar mientras se estremecía ante la nueva sensación. Owen le dio un segundo para que se relajara y ella lentamente abrió su mano para liberarlo, entonces él se atrevió a tirar un tanto del frente de su camisón, dejando al descubierto la cumbre de sus pequeños pechos. Notó, con algo de curiosidad, que allí también tenía marcas más claras que su piel que parecían perderse por la uve de su escote. Y no pudo evitar preguntarse dónde más las tendría, qué tanto de su cuerpo estaría trazado por ese particular mapa.

Dando un breve paso hacia atrás y tras presionarle un fuerte beso en los labios, Owen desprendió los cinco botones que cerraban de un modo recatado el vaporoso camisón. Y en cuanto los pechos asomaron por debajo de la tela a medio abrir, él tomó una profunda inhalación para luego inclinarse y arrastrar su nariz a lo largo de su nuevo hallazgo. Olía a rosas, mujer y algo muy similar a la gloria, pensó en su fuero interno.

Ella tembló de pies a cabeza, pero no hizo amago de apartarlo o cubrirse, lo cual en su experiencia contaba como un gran comienzo. Le dejó un reguero de besos a lo largo del cuello, tomándose su tiempo para explorar los firmes senos que lo acariciaban con cada respiración profunda que ella daba.

Owen avanzó a tientas, pasando sus manos a lo largo de su talle sin dejar de besar y mordisquear la cima de sus pechos. Finalmente se decidió a atrapar un tanto de la tela que cubría sus piernas, tirando del material con calculada pericia hasta que consiguió meter una de sus manos por debajo del dobladillo. Aime jadeó en cuanto su palma rozó uno de sus muslos desnudos y clavó sus dedos en sus hombros como si estuviera lista para apartarlo. No lo hizo.

Él elevó la mirada tentativamente hacia su rostro, pero encontró sus ojos cerrados con fuerza, su cabeza echada ligeramente hacia atrás y un gesto de suma concentración tirando de sus labios. Sonrió al verla de ese modo, incorporándose un tanto para tomar una vez más su boca en un profundo beso. Ella abandonó momentáneamente su rígida pose, colocando sus manos sobre su pecho para propinarle la más suave de las caricias.

—Aime... —la llamó, haciendo que abriera los ojos para observarlo. Owen jaló del camisón y tímidamente ella alzó los brazos, comprendiendo su pedido sin problemas.

La prenda cayó a sus pies sin más dilataciones y ante la absoluta desnudez de su mujer, no fue capaz de detener por un segundo más el impulso de recostarla en su cama. La besó con insistencia, palpando su temor en cada temblor que sacudía su pequeño cuerpo y lentamente, fue empujándola hasta el filo del colchón donde la instó a sentarse. Aime lo observó con los ojos verdes completamente dilatados, mientras Owen se detenía frente a ella y tiraba de su camisa de batista por encima de la cabeza para permitirle que también lo viera. Notó como se humedecía los labios con la lengua e instintivamente su cuerpo reaccionó ante esa pequeña muestra de deseo. Colocó una mano en su hombro, ayudándola a recostarse en la cama y entonces, finalmente, él pudo contemplarla en toda su bella desnudez.

—Dios... —se escuchó decir, aunque bien pudo a ver dicho una maldición o quién sabe—. Es más de lo que esperaba.

Aime se sonrojó deliciosamente, bajando la mirada con virginal timidez.

—Lo siento... —susurró entre dientes—. Sé que impresiona un... —Owen la silenció presionando dos dedos contra sus labios. Ella lo miró, atónita.

—Eres impresionante. —Y no lo decía solo porque intentara calmar su ansiedad, ella en realidad era un bocado de mujer: tenía unos pequeños y firmes pechos, una cintura que podría rodear con un brazo, caderas perfectamente proporcionadas y unas largas piernas que no se cansaría de recorrer con los labios—. Diablos... sospechaba que eras hermosa, pero no esperaba que fueras perfecta. —Ya había sentido su cuerpo sin el corsé en el pasado y con eso había tenido bastante material para hacer ese camino varias veces con su imaginación, pero sin duda no le había hecho justicia. Dioses, Aime podía ser una modelo perfecta para emular alguna de esas famosas estatuas griegas.

—¿En qué piensas? —le preguntó, sacándolo abruptamente de su encanto.

—Pienso que... —vaciló, forzando su mirada hacia sus ojos—, pienso que soy un bastardo muy afortunado.

—Owen sé sincero —pidió con una mueca de malestar en sus bonitos labios. Él suspiró con pesadez. Le tomaría tiempo, claro, pero ella jodidamente se iba a enterar que era una mujer absolutamente hermosa.

—Aime estoy siendo sincero.

—¿Y las marcas? ¿Te molestan?

Él ni siquiera había reparado en las susodichas, es decir, sí que las veía, claro. Marcaban algunos patrones en la parte superior de sus pechos y luego bajaban por su esternón, dibujando formas por el costado derecho de su cuerpo y salpicando algunos puntos blancos alrededor de su ombligo. Pudo verlas también en sus rodillas, haciendo el mismo tipo de dibujo que se diluía por sus pantorrillas pero no llegaban a tocar su pie. Ella tenía su cuerpo coloreado en dos tonos, uno ligeramente más oscuro que el otro pero igualmente elegante. Y por más que miró y continuó mirando, no pudo encontrar nada en esa mujer que pudiera desagradarle. El detalle de su piel, si es que en realidad podía contarse como un defecto, palidecía por completo ante la contemplación de un cuerpo hecho a la medida y demanda de cualquier hombre.

—Lo único que veo es que tu cuerpo se encargó de dejarme un camino para seguir con mis labios —diciéndole eso, se inclinó sobre ella colocando ambas manos a los lados de su cabeza—, y soy muy diligente en mi tarea.

Una titubeando sonrisa hizo amago de aparecer en sus labios y Owen presto se encargó de devorarla con su usual y demandante apetito. Aime gimió contra su boca tentadoramente, enlazando sus manos alrededor de su cuello con lo que él tuvo que afirmarse mejor para no caer sobre ella. La besó profundamente, adorando cada esquina de su húmeda boca y ella le correspondió cada una de sus atenciones, demostrando que su inexperiencia no iba a empujarla a una posición de completa pasividad. Sin soltar sus labios, Owen deslizó su mano a lo largo de su abdomen marcando una caricia ascendente que terminó rozando con suavidad los delicados pezones. Aime se sacudió bajo su cuerpo, mostrándose receptiva y anhelante. Owen depositó varios besos en su rostro, robándole una risilla por lo bajo y entonces, sin dejar de escrutarla, se atrevió a descender hasta golpear con su respiración la cima de sus senos. Aime no apartó la mirada de sus ojos mientras él se llevaba uno de sus duros pezones a la boca y lentamente lo lamía, jalando de él con suavidad y pericia.

Ella se sacudió como respuesta instintiva, empujando sus caderas contra las de él en un pedido tan elemental como antiguo. Y Owen continuó dispensándole su atención a sus pechos, besando uno y otro, tratando de ignorar el modo en que sus pantalones se volvían cada vez más pequeños entorno a su erección. Quería hacerlo placentero para ella, al menos lo más que pudiera.

Aime gimió y lo tomó del cabello con una mano, al tiempo que clavaba su talón en la parte trasera de su muslo y lo empujaba hacia adelante. Owen sonrió, tenso, bajando lo suficiente como para que el frente de su bragueta rozara apenas los suaves pliegues de su sexo. Entonces ella le reclamó un beso, tirando de él incluso más cerca y Owen no pudo evitar en esa ocasión perder un tanto el equilibrio. Aguantó su peso en uno de sus brazos doblados y luego le dio lo que ella reclamaba, empujó con sus caderas hacia adelante, dejándola sentirlo contra ella. Aime no pareció advertir lo que el ondulante movimiento de su cuerpo producía en él, o si lo advirtió aquello parecía traerla sin cuidados pues continuó frotándose contra su erección sin la menor de las consideraciones.

Owen gruñó, liberándose de sus labios. Y colocando sus codos uno a cada lado de su cabeza, hundió el rostro en su pecho y comenzó a succionar y morder la delicada piel femenina, mientras se empujaba una y otra vez contra la húmeda entrada de su cuerpo. Aime se agitó violentamente, abriendo sus piernas para darle un acceso completo y él continuó empujando, imitando los movimientos copulativos que tanto deseaba hacer sin la ropa puesta. Ella gimió algo entre dientes, apresándolo con sus brazos hasta que su cuerpo se tensó como la cuerda de un arco y entonces, un grito liberador salió de sus labios en un gutural ronroneo.

Owen se quedó quieto mientras ella lo abrazaba con fuerza, claramente aturdida por la experiencia de su primer orgasmo. Alzó el rostro luego de un par de minutos y notó que lo miraba con los ojos nublados y una satisfecha sonrisa en sus sonrosados labios. Él le sonrió de regreso.

—Eso... —comenzó a decir ella con voz suave—. Eso fue...

—¿Agradable? —ofreció solícito.

—Me gustó —confesó entonces con una sonrisa querúbica. Owen hizo una pequeña mueca, sabiendo que había una gran posibilidad de que ella no disfrutara de todo el acto una vez que acabaran. Al menos no esa primera vez—. Owen... —La miró, atento—. Sé que no es todo, no tienes que parar.

—Puede que no vaya a poder cumplir mi promesa de dejarte completamente satisfecha.

—Ya estoy satisfecha —lo calmó, estirando una mano para posarla en su mejilla. Y casi como si necesitara probarse algo a sí misma, Aime espió entre los cuerpos de ambos y con algo de reserva, estiró su otra mano hacia abajo rozando con sus nudillos los músculos de su vientre.

Owen tensó el abdomen sin apenas darse cuenta y ella lo observó, contrariada.

—Está bien, galshik, puedes tocar lo que quieras.

Ella le sonrió, tímida, para luego arrastrar su mano hasta alcanzar el borde de su pantalón. Owen contuvo el aliento, atrapando entre sus dedos algunas hebras de cabello castaño que reposaban descuidadamente junto a su mano y entonces inclinó la cabeza, hundiendo la nariz en el hueco detrás de su oreja.

—¿Qué significa "galshik"?

—Dulce... —murmuró sintiendo su voz ronca y forzada. Ella tiró de uno de los botones que cerraba la pretina de su pantalón—. Mo galshik bhean —soltó en un gruñido, dejando un abrasador beso en aquel tibio y reducido punto.

—¿Mm?

—Mi dulce... —Aime alcanzó su ropa interior, Owen tragó con fuerza—. Mi dulce esposa —terminó de decir, carraspeando fuerte para aclarar su garganta—. Aime... —Emergió de su escondite, deteniéndola justo cuando ella conseguía liberar su erección de los confines apretados de su ropa—. Galshik, te prometo que te dejaré explorarme cuanto quieras... —Apartó su mano de aquella zona y le propinó el más duro de los besos—. Pero no creo que ahora pueda soportarlo mucho más.

—Entiendo —susurró en respuesta, claramente sin entender pero siendo lo bastante amable como para confiar en él—. ¿Qué tengo que hacer?

Owen agradeció internamente a quien fuera que había movido los hilos del destino para dejarlo conocer a esa mujer y, sin fiarse por completo de su voz, dejó caer su frente contra la de ella perdido en la profundidad de sus inocentes ojos verdes.

—Bésame, cariño.

Aime ni siquiera vaciló ante su pedido, tomándolo por la nuca lo atrajo hasta sus labios y lo besó con abandono, mordisqueándolo y succionando su lengua, arrastrándolo hasta una posición en que sus cuerpos quedaron perfectamente alineados. Owen acarició los pliegues de su entrepierna tiernamente, tentándola y preparándola para él con sus dedos durante varios minutos. Y cuando ya no pudo soportar más aquella dulce tortura, se guió a sí mismo hacia su húmeda entrada, presionando lentamente contra la virginal resistencia.

Aime soltó sus labios con un gemido de protesta al sentir la invasión y lo miró con sus ojos rebozando de lágrimas apenas contenidas; él presionó la boca en un rictus y terminó de penetrarla con una firme embestida, deseando acabar con aquella dura prueba lo antes posible. Nunca antes había compartido el lecho con una mujer virgen y ciertamente no quería hacer que la primera experiencia de ella fuese algo que la hiciera recelar de ello en el futuro.

—¿Estás bien? —le preguntó, su esposa asintió sin abrir los ojos. Owen le echó freno al deseo que quemaba en sus entrañas y colocó una mano contra su mejilla, esperando a que lo mirara—. Aime, dime.

—Estoy bien... —dijo soltando el aire de golpe. Finalmente lo observó por entre las pestañas—. Es... —se movió bajo él, logrando que Owen soltara un quejido por lo bajo—. Duele un poco, no lo voy a negar pero... —su voz era tensa y rápida, pero al menos no lloraba—. Estoy bien.

—Aime...

—En serio, Owen —lo cortó, sonando mucho más firme que antes—. Es incomodo, pero tampoco es un dolor tan insoportable. En realidad esperaba algo mucho más escabroso, me hablaron tanto de este momento que en mi mente me había preparado para un sufrimiento colosal...

Él no la dejó terminar de hablar, riendo por las ocurrencias de esa mujercita del demonio le cubrió los labios con un arrebatador beso y colando una mano entre sus cuerpos la masajeó con delicadeza, invitándola a acompañarlo en su goce una vez más. Owen se movió con lentitud adelante hacia atrás, dándole tiempo para que se adaptara a su cuerpo sin dejar de acariciarla con los dedos y entonces, el más dulce de los sonidos llegó a sus oídos: Aime gimió para él, Aime gimió con él, Aime cerró las piernas alrededor de sus caderas y le permitió embestirla como él lo deseaba.

A partir de entonces Owen perdió el sentido del tiempo y solo fue capaz de sentir el ondulante movimiento de sus caderas golpeando contra las de ella, mientras la acelerada respiración de ambos llenaba el reinante silencio de la noche y la cama tocaba una cacofonía de chirridos como telón de fondo. Owen sintió el sudor corriendo por su mejilla, sintió la tensión acumulándose en su vientre y tras un susurrado intercambio de nombres, se dejó arrastrar por la fuerza de su liberación.

Lo último que recordaba antes de ser caer en el sopor de su sueño, fue la sensación de los brazos de Aime sosteniéndolo tiernamente contra su pecho. Y por extraño que sonara, su obnubilada y satisfecha mente le arrojó un rápido e inusual pensamiento entonces: estoy en casa.


[1] Mujercita arrogante

_____________________________________________

Bueno, me van a disculpar pero esta vez no hago dedicatoria porque tengo muuuucho sueño. Van a ser las dos de la mañana acá y todavía no me duché, hace frío y no tengo ganas jajaja

En fin, ¿qué les pareció? Tanto que me pedían que concreten, ¿les gustó el momento entre estos dos? 

Realmente espero que sí, estas escenas en particular siempre me cuestan un poquito y por eso tiendo a ponerle más tiempo a estos caps xD Bueno ya dejo de hablar, un saludos para todos, gracias por darme algo de su tiempo y... ¡amor eterno a las tortugas! 

Cambio y fuera :D 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro