In...compatibles
Ya sé, ya sé... tardé un poco. Tuve unos días algo complicados, así que perdón u_u
Les dejo un cap largo a modo de disculpa o castigo... depende de cómo lo vean XD Vamos a meter algunas cosillas esta vez ;)
Capítulo XVI: In...compatibles
Dos semanas antes de la boda
A las afueras de Leicestershire.
La recientemente estrenada y joven señora Meadow, intentaba mantener una postura firme ante el incesante y a la vez sedante bamboleo del carruaje. Su marido, el señor Meadow, hacía unos quince minutos que había perdido la batalla contra el sueño y se encontraba repantingado frente a ella, en una pose muy poco caballerosa. Pero Agnes podía perdonarle aquella indiscreción, siendo las tantas de la madrugada, el regreso a casa en medio de un camino oscuro parecía invitar a dar una cabezadita. Y un hombre de la constitución de su esposo, rara vez se negaba a la seducción de un necesario descanso.
La dama bostezó con cierta resignación, comenzando a sentir cómo el peso del sueño bajaba sus párpados con lentitud y fue en el segundo en que su cabeza encontró un sitio adecuado contra las cortinillas de brocado, cuando un estridente sonido la devolvió abruptamente a la vigilia. Agnes parpadeó un par de veces intentando situarse en el espacio, mientras su esposo dando un respingo la observó con ojos sorprendidos y preocupados. En ese instante ambos notaron cómo el carruaje comenzaba a disminuir la velocidad hasta detenerse por completo; su esposo se incorporó en su asiento y presto, comenzó a golpear la ventanilla de comunicación.
—Señor Jones, ¿qué ocurre? —inquirió éste hacia el cochero.
—Hay tres jinetes unos metros más adelante, señor Meadow. Están cubriendo el camino —respondió en susurros el hombre desde el pescante.
Agnes acercó el rostro a la ventana, intentando adivinar algo en la bruma de la noche, pero los jinetes al parecer estaban por fuera de su rango de visión.
—¿Qué hacemos?
Su marido la ignoró, tirando del nudo de su pañuelo con dedos torpes y ansiosos.
—Señor Jones, ¿están armados?
—Uno de ellos disparó al aire. —Los caballos comenzaron a protestar con relinchos ansiosos, mientras esperaban una decisión por parte de sus ocupantes—. Se acercan... —añadió el cochero con voz tensa.
Finalmente su marido le dirigió una mirada de soslayo, al parecer recordando que ella estaba allí también.
—Esconde todo lo que tengas debajo del asiento.
Agnes se apresuró a cumplir con su pedido, tomando su monedero y el de su esposo, el reloj de bolsillo, el collar que llevaba esa noche como adorno, su broche y tanta cosa de valor fue capaz de recordar, y las escondió todas con premura dentro de la trampilla bajo su asiento. Al segundo en que acababa de reacomodar la falda de su vestido para ocultar la trampilla, la puerta de su izquierda se abrió de sopetón. Agnes dio un brinco de sorpresa, observando al hombre que llevaba la mitad de rostro cubierta por un pañuelo negro, apostado en el escalón de su carruaje.
—Señor, señora —dijo éste con un marcado acento cockney—. Disculpen la molestia a estas deshoras, pero agradecería que pusieran todas sus pertenencias en este saco. —El bandolero arrojó el susodicho sobre el regazo de su marido, mientras movía desinteresadamente una pistola frente a su rostro—. Ahora.
—No tenemos nada —masculló el señor Meadow, clavando una determinada mirada en el ladrón.
—¡Oh, señor! —exclamó el aludido, soltando una tétrica risilla entre dientes—. Tengo poca tolerancia a las mentiras, ¿verdad Brand?
La otra puerta se abrió ante esas palabras, haciendo que Agnes casi cayera fuera del carruaje. En su desespero por mantenerse alejada del primer bandolero, se había apretado a consciencia en el otro extremo y ahora tenía a un enorme hombre de ojos oscuros a sus espaldas.
—Verdad —gruñó Brand muy cerca de su oído. Agnes se arrastró hacia el centro del carruaje, mirando alternativamente entre un hombre y otro. Ambos llevaban el rostro cubierto tanto por sus pañuelos como por los gorros que llevaban calados hasta las orejas, pero sus ojos eran suficientes para inspirarle pesadillas por el resto de su vida—. ¿Qué tenemos aquí?
—Un elefante y su mujer, al parecer —señaló el primero, riendo a carcajadas su propia observación.
Agnes frunció el ceño, escuchando como su marido soltaba un bufido molesto por el insulto. Ella era consciente de que el señor Meadow no era el hombre más apuesto del condado, incluso era notoriamente mayor que ella, pero había sido un hombre paciente y amable desde sus recientes nupcias, por lo que no permitiría que lo menospreciaran sin más.
—Le he dicho que no tenemos nada —repitió una vez más su esposo. En ese instante Brand dio un sorpresivo brinco, ingresando al apretado interior del carruaje con ellos y sin mediar palabras de advertencia, le propinó un fuerte golpe con su pistola al costado de la cabeza a su esposo.
Agnes soltó un chillido por la sorpresa de aquel acto tan vil y fue incapaz de ocultar un sollozo detrás de su mano. El pobre señor Meadow se desmadejó contra el respaldo de su asiento, empalideciendo a tal punto que Agnes temió por su vida.
—Por favor, no lo lastimen —pidió con voz ahogada. El bandido llamado Brand se volvió para darle una mirada fría y molesta.
—¿Es que llora por este elefante? Usted está mal, señora. —Observó a su compañero, sin inmutarse por lo que acababa de hacerle a otro ser humano—. Busca debajo de los asientos.
Agnes intentó hacerse tan pequeña como le fue posible, mientras seguía con su mirada las acciones de aquellos hombres horribles. Su marido apenas se quejaba tras cada respiración que tomaba, atontado por el golpe que acababa de recibir, incapaz de defenderse o defenderla llegado el caso.
—¡Botín! —exclamó el que rebuscaba bajo los asientos, metiendo su rápida mano por debajo de su falda y rozando el interior de su pierna. Agnes sacudió los pies con renuencia, propinándole un golpe con la punta de su zapato pero éste solo rió tomando su resistencia como una especie de reto.
—¡Suélteme! —le gritó al sentir la fuerza de su amarre. Como toda respuesta el hombre comenzó a subir la mano por su pantorrilla, mostrándole una sonrisa burlona y a la vez tétrica. Agnes pateó con ahínco, empujando decididamente al bandolero pero sin conseguir que éste aflojara la fuerza con que sostenía su tobillo. Entonces él le tomó la otra pierna y la obligó a separar los muslos con el empuje de su cuerpo, logrando que su corazón se detuviera y las lágrimas comenzaran a rodar por sus mejillas con impotencia—. ¡No, déjeme! ¡Suélteme!
Agnes miró al hombre de nombre Brand esperando que hiciera o dijera algo, pero éste se limitó a devolverle el escrutinio con un brillo de diversión y perverso deseo en su mirada. La mujer forcejeó con el bandolero, cuando se empujó a sí mismo hacia su cuerpo y bajándose el pañuelo, se dispuso a besar su cuello con labios fríos.
—Te trataré mejor de lo que este cerdo... —le susurró junto al oído.
Agnes simplemente lloraba, sintiendo como el peso de aquel hombre la inhabilitaba por completo.
—No... —su voz fue pequeña—. Déjeme, por favor...
—¡Eh! —Ella contuvo el aliento, al notar que una tercera persona se acercaba a la puerta del carruaje—. ¿Qué diablos haces?
—No fastidies —respondió el bandolero que la aprisionaba contra el asiento, girando el rostro para enfrentar al otro—. Me divierto un poco.
—Déjala en paz —dijo el recién llegado, sin elevar el tono pero siendo bastante contundente en su orden.
El ladrón que la sostenía masculló una maldición, apartándose solo un resquicio de su cuerpo.
—¡Vamos! —insistió, esbozando una sonrisa—. Te la compartiré luego.
Agnes vio como el otro hombre fruncía el ceño y aunque no era capaz de verle el rostro tras el pañuelo, pudo imaginarse que lo que menos quería era sonreír a su compañero de regreso. Los ojos de aquel sujeto la observaron un breve instante, antes de volver a centrarse en el otro hombre.
—Déjala en paz —volvió a repetir con voz afilada—. Vinimos a buscar dinero, si tan necesitado estás de una mujer ve y paga por una. No me hagas subir allí... déjala en paz.
Ella estaba fuertemente convencida que no le haría caso, después de todo eran ladrones. ¿Qué código de ética podían manejar un grupo de bandoleros? Pero contrario a lo que ella imaginaba, un segundo después de que aquel hombre diera su orden, el otro se bajó de ella y se empujó por la otra puerta del carruaje, brincando a la oscuridad de mala gana.
El tercero miró a Brand.
—¿Encontraste algo? —le espetó sin inmutarse.
Brand se encogió de hombros.
—Hay un compartimiento debajo del asiento de ella, ¿puedo acercarme o me harás saltar fuera también?
—Vete a la mierda, Brand. Toma lo que encuentres y vámonos.
El aludido asintió, arrodillándose frente a ella para abrir la puerta trampilla que había bajo su falda. No le tomó ni dos minutos hacerse de todas sus pertenencias, cargándolas en el saco que todavía descansaba sobre el regazo de su esposo.
—¿Es todo? —preguntó el tercer bandolero desde la puerta. Ella lo miró frunciendo el ceño con rabia, a lo cual él respondió metiendo la cabeza en el carruaje para mirarla con burla—. ¿Está enfadada, mi señora?
—Usted es un vulgar ratero, no se atreva a dirigirme la palabra —le lanzó, digna, mientras se cruzaba de brazos en evidente rechazo.
Los ojos del hombre destellaron con humor y Agnes se sorprendió a sí misma incapaz de liberarse de esa mirada tan clara y profunda. Era como si la oscuridad potenciara el color celeste hasta hacerlos lucir irreales.
—El anillo de la dama. —Ambos parpadearon lejos ante esas palabras y en contra de su mejor juicio, Agnes sintió que sus mejillas se calentaban. Brand carraspeó—. La mujer tiene su anillo aún.
Agnes bajó la mirada hacia su mano al mismo tiempo que el otro hombre y entonces, rápidamente, volvieron a observarse en un detenido silencio. Ella elevó la barbilla en un velado reto y el ceño del hombre volvió a oscurecer sus ojos. Si quería su anillo, debería sacarlo de su cadáver.
—No se lo daré —masculló, determinada.
Él bufó, haciéndole un gesto a Brand que sin decir nada usó la otra puerta para bajar del carruaje. Finalmente fueron solo ellos dos, y su esposo inconsciente, bajo la precaria luz que la bujía les proporcionaba desde su soporte.
—Mi señora...
—Es mi anillo y me rehúso a dárselo.
Él estiró una mano tan rápido que Agnes no tuvo oportunidad de apartarse y de un momento a otro, se encontró con sus dedos fuertemente aprisionados dentro de la gran palma masculina. Ella tembló sin apenas darse cuenta, mientras él tiraba de su mano hasta sus labios y le dejaba un ligero beso sobre el dorso.
—Puede quedarse el anillo —dijo el bandolero de ojos celestes, dejando ir su mano sin hacer aspavientos. Entonces dirigió una rápida mirada de soslayo hacia su esposo que permanecía ajeno a todo lo que pasaba—. Lamento eso.
—Se recuperará —le espetó desestimando sus palabras, él rió por lo bajo.
—Me disculpo porque eso sea su marido, señora.
Y tras inclinar la cabeza en una breve reverencia, se apartó de la puerta y la cerró de un certero golpe. Agnes fue rápidamente hacia la ventana, viendo el momento exacto en que el esbelto bandolero se montaba de un limpio brinco a su caballo y le dirigía una rápida mirada por sobre el hombro. Ella pensó en apartarse, se dijo a sí misma que debía apartarse, pero no lo hizo y pudo ver cómo él le obsequiaba un guiño, antes de partir hacia la oscuridad.
Agnes suspiró sin poder evitarlo. Nunca antes ella había visto un bandolero como él y le dolía pensar que quizás nunca fuera a ver esos ojos celestes otra vez.
***
Dos semanas después...
Castillo de Belvoir, Leicestershire.
Aun cuando todo parecía indicar que esa era la mañana del día de su boda, Aime había tenido bastante éxito en hacer de cuenta que solo era otro día más para ella. Al menos lo había estado teniendo, hasta ese preciso momento; cuando se encontró de pie en el pequeño despacho del párroco, con los ojos de su madre acuosos por el esfuerzo de contener el llanto mientras la contemplaba en su vestido de novia.
Aime tomó una bocanada de aire y la dejó ir con lentitud, tratando de bloquear los recuerdos que le despertaban ver a su progenitora tan alegre y campante por su inminente casamiento.
—Estás preciosa —sentenció, tomándole una de las manos con su eterno y paciente cariño—. Dejarás a todo el mundo sin aliento. —Por supuesto, pensó ella con ironía, justo después de que recuperara el suyo.
Volvió a suspirar, sintiendo como los nervios le atenazaban las entrañas y apretaban su estómago en cientos de nudos. ¿Cómo había dejado que todo aquello avanzara hasta ese punto? En poco menos de minutos ella sería esposa del marqués y todavía peor, esa misma noche él... ¡Aime no estaba lista para eso!
Se retorció las manos, mirando a su madre por entre las pestañas con reserva y arrobo. La velada anterior ellas finalmente había tenido la conversación que toda joven recibe en la víspera de su boda y ella no podía decir que aquello hubiese contribuido en nada a hacer la experiencia más placentera. Saber lo que se esperaba que hiciera solo la había llenado de temores e incertidumbres; hasta el momento la ignorancia había sido su aliada y entonces Aime lo supo todo, cada detalle grotesco de lo que el marqués haría con ella. Aun cuando su madre había hecho lo posible por ser lo más diplomática en su explicación, lo único que había conseguido era ponerla más y más intranquila. Si su noche de bodas resultaba ser un fiasco, ¿eso determinaría el futuro de su matrimonio?
—Tendríamos que salir, cariño, tu padre está fuera. —Ella intentó forzar a sus pies a moverse, pero éstos parecían clavados al piso. Salir de ese despacho sería casi igual que brincar directo a la cama del marqués—. ¿Aime?
Retrocedió por inercia. Ella no estaba lista para eso, no señor.
—Mamá —susurró con voz queda—. ¿Podrías llamar a Owen?
—¿Ahora? —inquirió su madre sin ocultar su sorpresa. Por supuesto que no era el mejor momento para solicitar una audiencia con su prometido, pero ella necesitaba poner algunas cosas claras con el hombre urgentemente.
—Por favor.
—Aime... —comenzó a protestar, pero ella se adelantó para atrapar su mano en un estrecho apretón.
—Por favor.
Quizás su madre fue capaz de ver la desesperación en sus ojos, quizás la desesperación era fácilmente palpable en su timbre, pero fuera como fuese ella accedió con un sutil asentimiento. Luego de liberarse de su mano, su madre salió de la oficinilla dejándola con el fantasma de las dudas rondando su cabeza. ¿Y si Owen se negaba a renegociar su acuerdo? ¿Podía alegar la desinformación como un motivo de su rápida y poco inteligente aceptación?
La puerta se abrió antes de que ella pudiera darle rienda suelta a su divague. Owen, envestido en un formal traje escocés, la miró con sus profundos ojos celestes un corto instante antes de adentrarse a la habitación.
—No es negro —musitó al cabo de un breve silencio. Aime bajó la vista por inercia hacia su vestido de suave color turquesa, ella había querido algo significativo y aquello había sido lo más cercano al tono de la mirada que la enfrentaba—. ¿Aime?
—Pasa. —Lo invitó, moviéndose hasta el único sofá que llenaba casi por completo el espacio. Owen no dijo nada, mientras la veía acomodarse para luego ocupar el lugar libre a su diestra—. Necesito que hablemos.
—¿Ahora?
—Ahora —sentenció con aplomo.
—Hay gente esperando por nosotros.
—Mucha gente según tu lista de invitados. —Owen enarcó una ceja hacia ella, pero Aime decidió pasar por alto ese gesto—. En fin, quiero... discutir algunos detalles de nuestro arreglo.
—¿Ahora? —volvió a repetir y en ese momento la impaciencia fue fácilmente detectable en su tono.
—Ahora —replicó ella, poniendo firme la espalda.
—Aime, ¿no podemos hablar luego?
—No, porque luego no tendría sentido. Necesito dejar en claro algunos puntos y tiene que ser...
—Ahora —la interrumpió él, rodando los ojos. Ella le frunció el ceño—. Bien, bien, habla entonces...
Tomó una bocanada de aire, tratando de convencerse a sí misma que esto no debía de avergonzarla. Sería su esposo, ¿cierto? Los esposos debían de tener conversaciones sobre la intimidad de la pareja, ¿verdad?
—Necesito que me aclares algunos puntos.
—¿Algunos puntos sobre qué?
Ella se mordió el labio, cuadrando los hombros con determinación. ¡No iba a casarse hasta estar segura de ello! Ánimo, Aime.
—Mi madre me habló de... —Lo miró esperando que él comprendiera a lo que se refería sin necesidad de acabar la frase, pero Owen se limitó a devolverle una mirada desconcertada—. Ya sabes... eso.
—¿Eso qué?
Ella bufó. ¿Eso qué? ¿Realmente era caballero este hombre?
—Eso que... —Owen negó al parecer sin comprender a dónde intentaba llegar, Aime rezongó para sus adentros—. Eso que... hacen las parejas...
—¿Qué cosa? —la apremió mirándola sin pestañear.
—¡Oh sabes bien de lo que hablo! —le espetó con rabia, al tiempo que el hombre comenzaba a reír por su explosión—. Eres odioso —masculló entre dientes, volviendo su acalorado rostro hacia el frente. Aun cuando se burlara de ella, Aime no iba a dejar el tema sin más. Necesitaba garantías y las obtendría antes de dar el sí. Carraspeó—. Mi madre me ha dicho que es posible que la mujer disfrute del acto, pero que no es así siempre y que eso depende de qué tan compatible sea la pareja. —Se giró para clavar su mirada en él, Owen volvía a estar serio—. Si no somos compatibles es posible que acabemos en un infierno de matrimonio y si bien he estado de acuerdo en renunciar a muchas cosas, en realidad... —Cogió aire con fuerza—. En realidad, no quiero fallar en mis deberes como esposa.
Listo, lo había dicho.
Él parpadeó, Aime aguardó por lo que se sintió una hora hasta que el hombre se dignó a reaccionar.
—No vas a fallar —dijo con tal seguridad que ella estuvo a punto de gritarle. ¿Cómo podía saberlo?
—Sé que el hombre es más fácil de complacer que la mujer...
—Aime...
—Pero no quiero tener un mal momento siempre que sientas necesidades y me pidas compartir tu cama... —continuó sin reparar en su interrupción.
—Aime...
—Y en verdad que todo este asunto me parece demasiado prematuro, apenas te conozco. Siquiera nos llamamos por nuestros nombres y entonces, de la nada, debo aceptar tus atenciones en el lecho...
—¡De acuerdo, para! —Ella se silenció al segundo en que él la cogió con firmeza por las manos. Se miraron—. Estás siendo paranoica.
—¡No me llames paranoica!
—Tranquilízate.
—Estoy tranquila —mintió.
—Aime —musitó él con una sonrisa amable—. No le des tantas vueltas al asunto, si no estás lista para eso... podemos esperar...
—¿En serio? —Ella fue incapaz de ocultar su entusiasmo ante aquella idea—. ¿Podemos esperar un tiempo? ¿Cómo un año o algo así?
—Tampoco exageremos —la cortó, sacudiendo la cabeza—. Mira, no sé qué fue lo que te dijo tu madre ni qué tanto entendiste de ello. Pero no te tienes que preocupar por ello...
—¿Y qué tal si no somos compatibles? —lo interrumpió, impaciente.
—Bueno eso no es algo que podamos comprobar ahora —respondió encogiéndose de hombros.
Ella alzó un índice frente a sus narices, marcando su error.
—En eso te equivocas.
—¿Lo hago? —inquirió confuso.
—Hay un modo, me lo dijo mi madre.
—Supongo que también tendría que haber ido a esa charla —susurró rascándose la barbilla—. Al parecer no puse suficiente atención en esa clase.
—¡Calla! —lo silencio, tratando de no ser tan tonta como para reír en un momento tan serio—. No bromees con esto.
—Bueno, ¿es que vas a explicarme cuál es la forma o no?
Ella cruzó las manos sobre su regazo, adquiriendo una postura de lo más formal y correcta.
—Mi madre dijo que una pareja sabe si es o no compatible cuando...
—¿Cuándo?
—Se besan —completó, dándole una mirada de ojos límpidos e inocentes. Owen frunció el ceño, colocando la cabeza de lado en un gesto que parecía ser su favorito a la hora de pensar algo con detenimiento—. Y nosotros... —continuó ella con menos seguridad, al ver que él no respondía—. Bueno, nosotros nunca... y lo del carruaje no cuenta porque fue apenas un roce. Yo creo que nosotros deberíamos... —Gesticuló con su mano, pero aun así continuó sin suscitar una respuesta de su interlocutor—. Al menos una vez para...
—No lo creo.
Sus palabras fueron como un corte limpio a través de la confianza de Aime, la cual lo observó con ojos amplios y desconcertados.
—¿No? —Se escuchó decir con voz pequeña. Owen negó sin vacilar—. ¿Por qué no?
—No lo creo necesario. —Y tras decir aquello estiró diligentemente su chaqueta y se puso de pie, al parecer dando por zanjada la discusión—. Ahora que ya discutimos eso, ¿estás lista?
Aime no lo podía creer, estaba estupefacta y quizás por eso se puso de pie lentamente, sin apartar sus ojos de los de él. Owen asintió como respondiéndose a sí mismo y comenzó a deslizarse hacia la puerta con largas zancadas, Aime por su parte se quedó helada.
—¿Por qué no lo crees necesario? —Él se detuvo abruptamente, dándole una mirada por sobre el hombro—. ¿Y si no somos compatibles? —Owen se giró—. ¿Y si somos incapaces de compartir la cama? ¿Cómo tendremos herederos? —El hombre fue a responder, pero ella acababa de encontrar el valor que sus palabras habían sacudido de su eje y no estaba dispuesta a perder ese impulso—. Si no eres capaz de besarme, cómo serás capaz de tocarme o... lo que sea. No me importa si no te caigo bien la mitad de las veces, ni tampoco si no tenemos ideas similares sobre lo que un matrimonio significa... pero si ni siquiera te parezco remotamente atractiva, ¿entonces para qué?
—¿Para qué, qué?
—¿Para qué insistes en casarte conmigo? —chilló, dando unos pasos hasta detenerse frente a él—. ¿Para qué sigues con esto adelante? ¿No piensas que esto es llevar un castigo al extremo? ¿O es que tu plan es hacerme sentir despreciada por el resto de mi vida, solo porque tuve la osadía de engañarte?
—No sé de qué hablas.
—¡No te hagas el estúpido conmigo, Owen Hodges! —protestó, pateando el suelo con fuerza—. Sé que eso hirió tu orgullo, pero no voy a... —Hizo una pausa al sentir la presión del enfado tomando sus cuerdas vocales y finalmente, la claridad llegó a su mente. Aime supo lo que tenía que hacer y para su sorpresa, encontró un gran alivio al expresarlo—. Si quieres acusarme con mis padres, entonces adelante.
—¿Qué?
Aime pasó por su lado, determinada a poner un punto final a esa charada. Por un segundo, realmente por un mísero segundo, ella había llegado a creer las tontas teorías de Milie. Por un momento había sentido que ellos podían entenderse y quizás en realidad tener un bonito matrimonio, ser amigos o quizás algo más. Pero era evidente que Owen tenía otros objetivos para esa unión, no había dejado atrás su deseo de castigarla por la mentira de la enmascarada y probablemente nunca lo haría. Él solo le daría su apellido y un lugar en su casa, pero estaba claro que no iba a darle su confianza.
—No voy a casarme con un hombre que me desprecia —sentenció, alzando la barbilla con arrojo—. Si quieres decirles a todos sobre mi secreto, este es el mejor momento... tengo entendido que toda la sociedad inglesa está puertas afuera.
—Aime. —Ella fue a tomar el picaporte, pero la mano de Owen se lo impidió justo al último segundo—. Yo no te desprecio... —musitó a sus espaldas.
Ella se volvió dentro del precario espacio que había entre la puerta y el cuerpo de Owen, y le devolvió un fiero escrutinio.
—Entonces, ¿por qué eras tan diferente con ella?
—¿Ella? —preguntó sin comprender.
—Ella, mi otra yo... la enmascarada... —explicó con poco cuidado—. Tú eras diferente cuando estabas con ella, incluso la besaste a ella y apenas si la habías visto dos veces.
—¿Realmente estamos yendo allí ahora? —le recriminó con asombro. Como toda respuesta, Aime se cruzó de brazos tozudamente—. No hay una "otra" ella, Aime.
Bufó.
—¿Si no hay otra ella entonces por qué todo era tan diferente?
—Porque... —Se pasó una mano por el cabello, alborotando los mechones rubios con el descuidado gesto—. Porque un hombre se comporta diferente con una mujer que no es una dama.
—¡Pero pensabas que era una dama!
Él suspiró con pesadez.
—Pensaba que eras una mujer que buscaba divertirse... no lo sé.
—¿Eso qué significa? ¿Una dama no tiene derecho a divertirse?
—No estás entendiendo. —Ella lo fulminó con una molesta mirada, él esbozó una breve sonrisa—. En aquel entonces pensaba que eras alguna joven viuda aburrida que buscaba distracción. Las mujeres que ya han estado casadas, a veces suelen ir en busca de caballeros con quien pasar un buen rato... nada más.
—¿Y las mujeres te buscan a menudo?
Él la observó con cierto toque de suspicacia.
—¿Por qué preguntas?
Aime sonrió, inocente.
—Ningún motivo particular.
Owen asintió, al parecer decidiendo creer esa mentira y sin darle tiempo a reaccionar, la tomó por la barbilla obligando a sus ojos a encontrarlo.
—Yo no te desprecio, ¿de acuerdo? —le espetó con letal seriedad—. Estoy tratando de comportarme como un caballero contigo, estoy intentando ser respetuoso.
Ella pasó saliva lentamente.
—De todos modos... —Se encogió de hombros con fingida indiferencia—. Ya sabes... nos casaremos y eso...
—¿Así que sí nos vamos a casar?
Aime soltó un teatral suspiro.
—Bueno... no es como si alguien más fuera a pedírmelo, ¿no?
—Que magnánima de tu parte. —Él liberó su barbilla en ese momento y Aime no pudo reprimir la ligera sensación de pérdida que eso supuso. Al parecer él la respetaba lo suficiente como para no besarla hasta que fueran marido y mujer, eso era bueno... ¿cierto?—. ¿Hay algo más que te gustase discutir antes de proseguir? —Ella intentó esbozar una sonrisa, a lo cual Owen frunció el ceño con desconfianza—. ¿Qué pasa?
—¿Y si realmente no somos compatibles?
Él volvió a suspirar con fuerza, avanzando el único paso que los separaba y obligándola con ello a aplastarse contra la puerta. Aime lo observó con ojos como platos, al tiempo que Owen colocaba pesadamente una mano sobre la madera, a escasos centímetros de su cuello.
—Deja de preocuparte por ello —masculló con voz tensa, para luego rozar con su índice un pequeño punto bajo su oreja. Ella dio un respingo sin poder evitarlo—. Aime Peyton te prometo que no voy a descansar o dormir siquiera, hasta que logre que tú estés completamente satisfecha con mis atenciones de esposo. —Aime abrió la boca con la intención de responder, pero no es como si existiera un código de etiqueta para proceder en dichas conversaciones ¿o sí?—. Y ahora ya cierra tu condenada boca, para que yo pueda seguir siendo un caballero contigo.
Ella sonrió, tomando nota de ese detalle.
—Bueno qué pena... —Él enarcó una ceja como interrogante—. Pensé que me estaba por casar con un escocés bruto y salvaje, no con un caballero.
Owen soltó una fuerte carcajada, justo antes de tomarla por la barbilla y jalar de ella decididamente, hasta que sus labios se estrellaron en un inesperado beso. Aime jadeó por la sorpresa que aquello supuso, al tiempo que el hombre suavizaba el contacto de su boca y el beso se convertía en un roce tierno y considerado. El momentáneo estupor pasó al segundo en que Owen presionó con su pulgar su mentón, invitándola con ese gesto a abrirse para él y a partir de eso, Aime perdió el sentido de la ubicación. Su lengua la acarició por dentro, enviándole un escalofrío a lo largo de su espina y casi como si sus manos fueran ajenas a su cuerpo, las sintió subir hasta los hombros masculinos, cerrándose en torno a su cuello en clara rendición. Owen gruñó en aprobación, tomándola por la cintura para jalarla más cerca de su duro cuerpo. El beso se volvió vertiginoso y Aime se descubrió queriendo más.
Lo mordió sin apenas darse cuenta, hundiendo una mano en su cabello para obligarlo a acoplarse a su altura y él no la decepcionó, elevándola hasta la punta de sus pies para aplastar su pecho contra la fuerza de sus músculos. Ella gimió algo ininteligible, empujándose a sí misma contra el cuerpo de Owen y entonces, sin previo aviso él se liberó de sus labios. Sus ojos celestes la miraron con una extraña mezcla de asombro, admiración y deseo. Quizás reflejando lo mismo que ella misma estaba sintiendo.
—Yo... —balbuceó él, desenredando su mano de su cabello y dando un vacilante paso hacia atrás.
Aime se sonrojó hasta la médula al verlo con detenimiento, ¡parecía que alguien lo había atacado! Su cabello estaba revuelto hasta en la más mínima hebra, su boca de un fuerte color rojo, su chaqueta arrugada y por algún motivo, su pañuelo colgaba abierto en los extremos de su pulcra camisa blanca. ¡Y ella no podía precisar en qué momento había ocurrido todo eso!
—Lo siento. —No supo qué otra cosa decir. El hombre quería respetarla como a una dama y a la primera oportunidad de demostrar su buena educación, ella se lanzó sobre él como si fuera la última galleta de la bandeja—. Mi comportamiento...
—Shuu... —la silenció, presionando sus labios con el pulgar—. Lo único que quiero escuchar de ti es una cosa —le espetó con seriedad.
—¿Qué? —instó con reserva.
Owen presionó los ojos.
—¿Cómo se supone que haremos para que la crema y nata de la sociedad no descubra que no llevas corsé?
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Bueno, fue un capítulo largo y son casi las tres de la mañana, así que disculpen pero sin dedicatoria hoy.
No me quería ir a dormir sin dejar un cap nuevo. Espero que les haya gustado, si hay alguna teoría dando vueltas por ahí, me encantaría escucharla.
Supongo que nos vemos en la boda :D Buenas noches!
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