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El valor de la palabra

Buenas, no sé si estarán con ganas de leer más... pero ya que tengo más lo dejo. Meh...

Capítulo IX: El valor de la palabra

A Aime le dolía el cuerpo por el esfuerzo que suponía mantener su postura calma e indiferente, mientras el hombre que la había besado dos noches atrás caminaba en silencio a su lado. De acuerdo, no había sido un beso tan memorable e incluso ella se atrevería a ponerlo ligeramente por encima del que había recibido durante el juego de la gallina ciega, pero había sido un beso al fin y al cabo. Un beso clandestino.

Un beso con un marqués que no tenía ni idea de que en ese instante, caminaba junto a la misma mujer que lo había abofeteado y puesto en su lugar con una retahíla de palabras que había tomado prestadas de un libro. En aquel momento de incertidumbre, justo cuando comprendió que él en realidad la estaba besando, su instinto reaccionó antes que su cerebro y no pudo más que responder tal y como le habían enseñado. Una dama bien portada no se deja besar azarosamente por cualquier individuo, así que la bofetada le había parecido la respuesta más adecuada para dar.

Entonces, claro, cayó en cuenta de la situación. Una mujer sola citando a un hombre en una taberna, subiéndose a su carruaje y cayendo voluntariamente en un juego de sutil coqueteo con comida; en ese escenario el beso no sería algo tan inesperado. ¡Pero lo había sido para ella!

Fue en ese instante en que recordó una de esas novelas góticas que había encontrado en la parte más recóndita de su biblioteca, recordó cómo la protagonista hacía para evitar el ser abordada por un achispado caballero en un carruaje y no sonar ofensiva: ¿acaso no cree que valgo más como para ser seducida en un carruaje?

Para total sorpresa de Aime, aquella absurda línea había funcionado con el marqués, no solo había apaciguado su enfado sino que pareció tomar aquello como un desafío personal. ¡Era increíble! Pero llegado ese punto de su vida, ella no estaba dispuesta a cuestionar la eficacia de una novela gótica. La había sacado de ese apuro e incluso la había hecho lucir como alguien que sabía de lo que estaba hablando.

Aquel habría sido el pináculo de su farsa, de no ser porque dos días después el marqués en persona se había aparecido en el hotel para visitarla. Y en ese momento mantener las apariencias se le hacía de lo más complicado, no podía dejar de pensar en el beso y lo amistoso y abierto que se había mostrado él con su otro yo. Algo que claramente el marqués no parecía dispuesto a reproducir con su verdadera yo. Llevaban una media hora juntos, habían compartido un aburrido té en presencia de sus padres y luego él había sugerido pasear por el jardín.

Y allí estaban, paseando en un jardín que si bien era lujoso, no parecía dotado de la belleza suficiente como para inspirar al hombre a decirle nada. El marqués no hablaba con ella, al menos no con esta versión de ella y eso era frustrante. Porque estaba surgiendo en su pecho el odioso impulso de decirle que eran las mismas personas, que él le había permitido llamarlo por su nombre y no solo eso, que él parecía estar atraído por ella. Pero no podía hacerlo, no se imaginaba yendo por esa conversación y mucho menos podía llegar a imaginar cuál sería su reacción. ¿La acusaría con sus padres? ¿Hablaría sobre su reprobable conducta con el resto de la sociedad? ¿Guardaría el secreto o le quitaría literalmente la máscara frente a todos?

Era demasiado arriesgado y no se fiaba de él a ese punto. El marqués no parecía el tipo de persona que se tomaba bien ser objeto de burlas o engaños, probablemente no se mostraría demasiado clemente con ninguna de sus dos versiones.

Suspiró, logrando que el hombre en cuestión se girara para observarla de soslayo. Eso era lo máximo que la miraba, así que Aime suponía que encontraba su rostro molesto o grotesco, al punto en que era incapaz de sostenerle la mirada. La mayoría de las personas pensaban que ella no notaba esas sutilezas, querían ser amables y no ver de forma directa sus marcas, pero solo la hacían sentir más consciente de ellas de ese modo.

—¿Está bien? —inquirió, solícito. Ella asintió, pasando saliva con urgencia para forzar su voz a salir.

—Sí... —dijo, carraspeando en exceso. Eso de tener que fingir un tono que no era el suyo realmente comenzaba a lastimarle la garganta, por lo que había tomado con gusto la iniciativa del marqués de guardar silencio—. Es el corsé —añadió, pensando en voz alta.

El hombre hizo un alto en su avance, soltando su brazo para darle una mirada curiosa. Aime parpadeó, tomándose un buen par de segundos para caer en cuenta de que acababa de mencionar una prenda íntima frente a un hombre que apenas conocía. ¡Estupendo! Gracias al cielo su madre no estaba cerca como para abochornarse con ella y la adorable Bea mantenía una distancia prudente como carabina, o de lo contrario no se habría salvado del regañado.

—Lo siento —susurró, bajando la mirada con cautela.

—¿Qué está mal?

Aime hizo una mueca, no sería exactamente una falta si él se lo preguntaba ¿cierto?

—Está un tanto ajustado. —Ella no acostumbraba a usarlos, la verdad fuera dicha. Solo cuando tenía que atravesar un asunto social importante, su madre le recordaba amablemente que se pusiera el corsé. Después de todo, su figura se veía igual con o sin la prenda, y ella en verdad tenía costillas muy sensibles—. Pero no pasa nada... —aseguró, tratando de retomar el paso. Él no se movió.

—No sea amable, no quiero que esté incomoda.

—¿Sugiere que me lo quite? —El marqués subió en un arco perfecto una de sus cejas rubias, para luego parpadear su mirada hacia el frente como si en esa ocasión él fuera el abochornado—. Lo siento.

El hombre negó de forma apenas perceptible. Aime compuso su expresión y decidió dejar de hablar por el bien de ambos. ¿Cómo era posible que la conversación fuera tan fácil cuando estaba con su máscara? ¿Acaso ese sería el único modo en que conseguiría acercarse a los hombres?

—Quizá deba subir a cambiarse —sugirió tras un breve silencio.

—No —se apresuró a responder—. Mi madre me encerraría en una torre y echaría la llave a una fosa, si se entera que estuve en presencia de un marqués sin corsé.

Eso había sonado mucho mejor en su cabeza y por el modo en que él volvió el rostro para observarla, supo que nada de lo que ella había querido decir fue interpretado correctamente por el hombre.

—Asumo que se refiere a... antes del matrimonio —murmuró él a lo cual Aime solo pudo sonrojarse violentamente. ¿No estaría pensando que ella...? Oh, Dios del cielo.

—No estoy diciendo que tenga algún interés en estar sin corsé frente a un marqués —intentó explicarse con muy poca elocuencia.

—¿Frente a un conde? —ofreció él, claramente tomándole el pelo.

—Frente a nadie.

—Que tajante.

—¿Podemos solo dejar esta conversación?

—Fue usted la que inició el tema.

—Y soy la que le pone punto final —masculló con las mejillas tan rojas que eso solo lograba acrecentar su azoramiento.

—Lo lamento —dijo el hombre, haciendo una pausa frente a un rosal cuyas flores estaban recién en sus primeros brotes—. Mis habilidades sociales dejan mucho que desear, no estoy muy acostumbrado a la compañía...

Aime aguardó esperando a que añadiera algo más, como falta de costumbre a la compañía femenina, pero él simplemente dejó la frase allí. No estaba acostumbrado a la compañía, punto.

—Bueno... tampoco estoy muy acostumbrada a la compañía, fui criada en el campo y la gente no se peleaba precisamente por tener mi amistad. —Eso era lo más sincero que podía decirle, si bien había tenido amigas la compañía masculina era un completo misterio para ella. Y probablemente ese era el principal motivo por el cual hacia aguas durante la temporada.

—Entonces estamos los dos advertidos.

Aime asintió, sintiéndose ligeramente menos violenta en su presencia. Todavía no podía decir que estuviese cómoda, pero se sorprendió pensando que quizás en el futuro... ¿Futuro? ¿Qué futuro? Ella no podía seguir con ese ritmo por mucho más tiempo, no podía socializar con el marqués como Aime de día y de noche ser su majestad. ¿Qué estaba pasando con ella?

—Milord, ¿puedo hacerle una pregunta?

Speir... —musitó él con naturalidad, para luego sacudir la cabeza al instante—. Disculpe, sí, puede.

—¿Qué fue lo que dijo? —instó, repentinamente curiosa. En el carruaje y todas las veces anteriores él había hablado un inglés impecable, pero estaba claro que ese no era su acento en realidad. Al parecer no solo ella estaba forzando su voz esa tarde.

—Pregunta —tradujo con un encogimiento de sus amplios hombros.

—¿Qué lenguaje es ese?

—Dórico.

—Pensé que en Escocia se hablaba gaélico.

Él le envió una sonrisa sarcástica.

—El gaélico es más propios de las Highlands —explicó con voz monocorde—. Yo soy del noroeste de Escocia.

—Entiendo.

—¿Cuál era su pregunta?

—He escuchado de su situación —comenzó a decir, tratando de medir alguna reacción en su rostro escocés que se abrazaba por el bien de la diplomacia. No hubo nada—. No es un secreto para nadie.

El marqués asintió con calma, todavía fijando sus ojos celestes en el rosal.

—Eso no es una pregunta.

Ella dio un respingo, no sabiendo si molestarse o reír por esa observación tan poco civilizada.

—Lo sé —medio gruñó por lo bajo. Pero entonces decidió patear eso del camino y enfocarse en lo que en verdad quería saber, ¿había una posibilidad de que estas visitas se siguieran repitiendo? ¿Acaso él tenía intenciones de cortejarla? Una invitación al teatro no era una gran alarma, pero para esa hora al siguiente día todo el que era alguien sabría que el marqués la había visitado en su hotel y eso no iba a pasar desapercibido—. ¿Usted quiere que seamos amigos?

No podía preguntarle abiertamente si él deseaba cortejarla, pero aquello era lo más cercano que podía formular y claramente el hombre lo comprendió.

—Creo que deberíamos plantear la posibilidad de conocernos.

—¿Por qué? —Él abandonó su estudio del rosal para atravesarla con una mirada de incredulidad, al parecer no estaba acostumbrado a que le pidieran los motivos por lo que hacía algo.

Aime arqueó ambas cejas en espera de su respuesta y él, tras un largo segundo de silencio, sacudió la cabeza para enfocarse en algún punto por encima de su cabeza.

—Como usted ya señaló, tengo la intención de encontrar esposa antes de que termine esta temporada —explicó tensando la mandíbula con cada palabra. Bueno, eso era una declaración de intenciones que no dejaba lugar a la mala interpretación.

—¿Por qué yo?

—Es tan adecuada como cualquier otra —susurró de forma ausente, frunciendo el ceño de un modo que ella no supo comprender.

—Vaya... —No había esperado una demostración de romanticismo, pero eso había sido algo crudo. Sobre todo viniendo del hombre que la consideraba una patética criatura.

Él suspiró.

—Asumo que usted no quiere que la engalane con falsas confesiones de amor, ¿o sí? —Aime no respondió, pues aun si él hiciera tal cosa ella sabría que no eran reales—. Es usted práctica, señorita Peyton, también lo soy yo. Puede que no sea un gran orador, pero soy responsable, justo y educado. Y puede tener por seguro que cualquier arreglo entre nosotros será discutido y convenido por ambos, firmado si es necesario. Creo que eso, es mucho más importante que una simple promesa formulada al aire.

Ella no necesitó oír más para entender lo que él le estaba proponiendo y en contra de su mejor juicio, Aime supo que no podía desechar aquella posibilidad sin más. Por supuesto que él no iba a mentirle o a dibujarle un panorama romántico, él no iba a seducirla en carruajes o fingiría estar en una tierra lejana dentro de un diminuto balcón, él no iba a hacer nada de lo esperado para un cortejo. No con ella al menos. Porque Aime Peyton era práctica, consciente de su realidad y desgraciadamente, no podía esperar una mejor propuesta que esa.

—Me ha dado algo en qué pensar, milord —se las ingenió para decir entre su apretada garganta. ¿Realmente qué quería? ¿Amor? ¿Confesiones cursis? ¿Escapadas a medianoche? ¿Más besos robados? Eso no era para alguien como ella, no al menos que ocultara todo lo que en realidad era.

—¿Puedo visitarla de nuevo? —Y allí estaba la pregunta expresa, podía negarse y con eso acabaría con cualquier avance por parte del marqués. Se despedirían, probablemente él encontraría con rapidez un remplazo para ella y Aime se volvería a Ripon con las manos vacías. Porque era claro que ningún hombre le prestaría atención si ella rechazaba las atenciones del marqués.

Tomó una bocanada de aire. Esto no significaba que estaba aceptando casarse con él, solo estarían pasando más tiempo juntos y de allí verían hacia dónde avanzaban.

—Me encantaría, milord. —Aun así esas palabras se sintieron como si ella misma acabara de cerrarse el cepo.

El hombre inclinó la cabeza en una tensa reverencia y ella esbozó una sonrisa tirante, antes de responderle del mismo modo. Un paseo por un jardín, unas palabras rápidas y una formal reverencia, eso era lo que ella valía para el género masculino. Para el marqués de Granby.

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¿Opiniones? 

¿Seguimos con otro para este finde o se van de vacaciones de Pascuas? 

Nos leemos, gente, no coman mucho chocolate ^^

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