El cortejo de un marqués (parte II)
Para que no digan que no cumplo ;)
Gracias a todos los que se pasaron a recordarme que eran martes, detallazo xDD
Así que nada, ahí va la segunda parte del cap.
Capítulo XI: El cortejo de un marqués (parte II)
—Repasemos el plan una vez más.
Aime asintió con firmeza desde su cama, mientras Milie jugueteaba con los frascos de perfumes que tenía alineados en su tocador como si no pudiera estarse quieta. La comprendía por completo. Esa mañana la ansiedad la había despertado temprano con dos decisiones firmes en su cabeza; la primera consistía en mandar dos notas ni bien fuese socialmente aceptable y la segunda... bueno, la segunda era comenzar a hacer lo correcto a partir de ese instante. En ningún momento había planeado que la situación se le fuera de las manos de ese modo, pero eso no era excusa para intentar resarcir sus errores.
—¿El marqués respondió? —le preguntó su amiga, observándola a través del reflejo del espejo.
—Sí, dijo que lamentaba mucho que me sintiera mal y que sus pensamientos estarían en mi recuperación. —Ambas rodaron los ojos ante la elección de palabras tan triviales del marqués, si no conociera su letra habría apostado que la nota la había redactado su secretario. Pero a ella no podían importarles menos esos nimios detalles, la idea era poder desentenderse de él esa noche y evitar tener que asistir al baile como Aime. La siguiente fase del plan era la compleja y a donde estaba dirigiendo todas sus plegarias desde la noche anterior.
Milie se giró con uno de sus perfumes en la mano y la miró con una nota de duda en sus ojos.
—¿Realmente quieres hacer esto? —Esa era probablemente la quinta vez que se lo preguntaba.
Era peligroso, ella estaba muy consciente de ello pero tenía que darle fin al asunto de la enmascarada de una buena vez. Su corazón no soportaría ese ritmo por más tiempo, ella necesitaba sacar a Granby de su vida. De sus dos vidas. Y tenía que empezar por algún sitio.
—Necesito cortar con ello, Milie.
—Claro... pero, ¿piensas que encontrarte por tercera vez con él es lo más sensato? ¿Y si te descubre?
—Ese fue un factor que siempre estuvo presente.
Milie cabeceó en un vago asentimiento.
—Por supuesto, pero la primera y la segunda vez casi podían pasar por un error de cálculos... si te descubre esta vez, se va a molestar contigo. —La joven parpadeó, inclinándose un tanto hacia ella en actitud de confidencia—. Quiero decir, realmente a molestarse contigo.
Chasqueó la lengua ante su dramatismo.
—Solo le diré que no podemos seguir viéndonos, considerando que él está casi comprometido y todo eso...
—Casi comprometido contigo —señaló su amiga con una media sonrisa burlona.
—Ese será un problema que trataré después —masculló, desestimando sus palabras con un ademan nervioso. De todos modos, llegado el momento, ella sabía muy bien lo que haría; lo rechazaría. Aun cuando eso supondría pegarse el título de melindrosa en la espalda, ella no se veía capaz de seguir más lejos con ninguna de las dos farsas—. Entonces, ¿el plan?
—Oh, sí. —Milie desabotonó uno de sus guantes color marfil, sacando una hoja perfectamente escondida en el interior—. Hay una entrada trasera al jardín de la casa Hogue, tendrás que bordear un viejo invernadero para llegar a la pérgola donde debería estar tu marqués.
—No es mi marqués... —remarcó sin darse cuenta, aunque Milie parecía más interesada en mostrarle el camino en el detallado dibujo que había hecho del jardín que en esos tecnicismos—. ¿Has estado en la casa Hogue antes? —instó sin poder dejar de admirar la precisión de su mapa.
—No —respondió ella desinteresadamente, Aime la miró con los ojos entornados.
—¿Cómo sabes todo esto entonces?
—Le pagué a un lacayo por la información.
Ella parpadeó, incapaz de ocultar su asombro ante la naturalidad de sus palabras.
—¿Sueles hacer esto muy seguido?
Milie le envió una sonrisa que ocultaba más de una travesura de esa maquinante cabecilla suya y Aime no pudo más que agradecer tenerla de su lado.
—Cuando es necesario —explicó encogiéndose de hombros—. Entonces, te enviaré un carruaje para que te recoja quince minutos antes de las diez, te va a dejar en un callejón que da a la parte trasera de la casa... ya me aseguré que la puerta del jardín esté abierta para ti...
—¿Pagándole más dinero al lacayo?
Milie rió entre dientes.
—No hagas preguntas cuyas respuestas no quieres saber. —Aime hizo un gesto de candado sobre sus labios y la miró con seriedad—. Solo limítate a seguir el mapa, vas a la pérgola, terminas con él y luego sales por la misma puerta. El problema aquí es que tendrás que caminar hasta la calle principal para conseguir un carruaje con el que regresar, así que tu interacción con él tendrá que ser rápida. No puedes arriesgarte a ser vista por los demás invitados, ¿bien?
—Lo tengo —dijo con un firme asentimiento.
—Yo estaré dentro cubriendo que nadie los interrumpa.
—Eres lo máximo —prorrumpió con honestidad.
Milie sonrió con cierta timidez hacia el cumplido.
—Aceptaré eso cuando estés de regreso y libre de una de tus personalidades. —Aime le estrechó una mano con afecto, tratando de transmitirle todo su agradecimiento y comprensión en dicho gesto. Unas horas antes, cuando le contaba toda su historia, una parte de ella esperaba que la llamara loca y se marchara con un portazo, pero Milie solo la había escuchado con suma atención y le había prometido que hallarían una solución juntas. Costara lo que costara.
—Me alegro mucho de que seas mi amiga. —Ella no podía llegar a decirle con palabras lo mucho que había necesitado compartir aquel peso con alguien, pero sabía que estaría para ella sin importar qué.
—Eres la primera.
***
Cinco minutos antes de las diez de la noche, Aime descubría con completa alegría que su amiga no solo era buena dibujando mapas sino que también sobornando lacayos. Había encontrado el portón trasero abierto, tal y como Milie había prometido, y luego de seguir a conciencia el mapa del jardín se descubrió de pie frente a los dos pequeños escalones de la pérgola.
Tomó una profunda inhalación, asegurándose de que su máscara estuviese correctamente ubicada sobre su rostro y entonces asentó su pie en el primer escalón. Allí iba. Al instante en que terminó de entrar, la silueta de un cuerpo masculino se dibujó a contraluz en el otro lado de la estructura de madera y algo desconocido se apretó en el interior de su estómago, haciéndola sentir a la vez emocionada y nerviosa.
—Majestad —saludó el hombre, inclinándose en una profunda e innecesaria flexión. Después de todo, él era el de mayor rango allí—. Me alegro que haya podido venir.
Aime lo observó sin poder evitarlo, pasando rápida revista de su atuendo y notando que el azul de su levita solo parecía resaltar el color claro de sus ojos, como si la oscuridad que los rodeaba no fuera suficiente para apagarlos. Era tan desconcertante, podía sentir esa mirada clavada en su persona y nada bueno parecía provenir de ella, aun así no se atrevió a apartar la vista. Suspiró con lentitud, obligándose a mantener la mente en su objetivo, ella estaba allí para terminar con todo ese absurdo juego y no para admirar lo bien que podía verse en trajes oscuros. ¡Enfócate!
Cuadró los hombros para infundirse coraje y avanzó unos pasos, bordeando la forma circular de la pérgola con calma, casi pretendiendo que él no seguía cada uno de sus movimientos con letal atención.
—¿Puedo darle mi enhorabuena, milord? —inquirió mirándolo por el rabillo del ojo. Granby solo sonrió de medio lado, dejando que su peso descansara contra uno de los postes que sostenían la estructura.
—Puede darme todo lo que quiera, majestad.
Aime abandonó su pose de indiferencia, decidiendo enfrentar su mirada con aplomo.
—¿Cómo se supone que tengo que tomar eso?
—Como lo que es —ofreció encogiéndose de hombros sin más.
Ella asintió despacio, cruzándose de brazos bastante consciente del modo en que él estudiaba su figura apenas iluminada por la luna. Aquella noche había optado por un vestido mucho más elegante que la última vez y al mismo tiempo se había regañado por alrededor de media hora por intentar impresionarlo. De todos modos no se cambió de vestido.
—Ya le dije que no me gusta ser la segunda opción de nadie.
Granby chasqueó la lengua como si la encontrara graciosa o ridícula por decir tal cosa, ella le frunció el ceño a pesar de que la máscara no se lo dejaría ver.
—No sería la segunda opción jamás, majestad.
—Seguramente su futura esposa no agradecerá tal comentario —masculló sin poder ocultar su malestar.
¿Es que tenía que ser tan descarado? Si había alguna parte de ella que aún consideraba aceptarlo, esa parte acababa de abandonarla por completo. Ella jamás aceptaría a un hombre que no podía comprometerse lo suficiente como para serle fiel; podía hacer caso omiso del amor, la pasión e incluso la amistad, pero no el respeto que supone la promesa de fidelidad.
—Ella no tendrá motivos para quejarse.
—Lo dudo.
Él abandonó sorpresivamente su desinteresada pose para avanzar en su dirección y hacerla que retrocediera por mero instinto.
—Dejemos de hablar de supuestos, no estoy casado aún.
—Pero casi está comprometido, milord —le espetó, tratando de aplacar la frustración en su voz. Él colocó la cabeza de lado, observándola a los ojos.
—¿Y qué? —le arrojó claramente molesto de que ella siquiera lo mencionara. Aime bufó.
¿Y qué? ¡Cochino escocés libertino!
—Pienso que deberíamos terminar estos encuentros ahora, antes de hacer daño a nadie. —Ella tuvo que reprimir el impulso de palmearse la espalda al demostrar tal control en sus palabras.
Granby asintió repetidas veces, casi como si no la estuviera escuchando en lo absoluto y entonces, volvió a dar otro paso. Aime no se movió.
—¿Eso piensa?
—Sí —aseveró, alzando el mentón para equiparar sus miradas—. Sí, creo que usted debe enfocarse en su futura... —hizo una pausa incapaz de denominarse así en voz alta, incluso aunque era de forma indirecta.
—¿En mi futura esposa? —ofreció con calma. Aime movió la cabeza en silencioso acuerdo, dando un ligero respingo cuando él extendió una mano para ahuecarla en el filo de su barbilla. Pasó saliva con dificultad, mientras el hombre tiraba de su rostro hacia arriba hasta que esos ojos celestes fríos la encontraron—. Majestad, usted no debe preocuparse por esos temas... esa mujer no me importa en lo más mínimo. —Aime contuvo el aliento—. Será una unión de conveniencia... desgraciadamente necesito una esposa y ella encaja en el perfil, no siento ni interés, ni afecto, ni siquiera el más mínimo grado de simpatía... —Arrastró su pulgar por su cuello, pero bajo la caricia la piel de Aime estaba helada como el resto de su cuerpo—. Y le aseguro que nunca lo sentiré.
Ella jadeó sin poder evitarlo, sintiendo un ramalazo de indignación y dolor bajando a toda marcha por su espina. No lo entendía. Ni siquiera se había hecho ilusiones respecto a Granby, ni una sola vez pensó que ella podía agradarle o gustarle, pero oírlo de sus labios era mucho más difícil de aceptar de lo que habría imaginado. ¿Por qué le dolía tanto?
—Yo... —comenzó a decir, obligándose a continuar respirando.
—¿Majestad? —Él inclinó un tanto la cabeza, equiparando sus miradas pero ella no fue capaz de sostenérsela y retrocedió con algo de torpeza. Granby dejó caer su mano, sin dejar de escrutarla—. ¿Ocurre algo?
—Tengo que... —Miró sobre su hombro esperando que algo o alguien saliera en su rescate, una idea, una palabra, algo. Soltó el aire que estaba conteniendo—. Tengo que volver...
—Oh, no, no vas a volver a escaparte de mí. —Aime abrió la boca con toda la intención de mandarlo al diablo, cuando el marqués comió sus distancias en una sola zancada y la rodeó por la cintura con un abrazo de hierro. Ella reaccionó colocando las manos en sus hombros para apartarlo, pero él solo la estrechó más cerca hasta que su boca quedó pendiendo sobre su oído y su aliento golpeó su piel—. Entonces... —susurró con los labios apenas despegados—. Al parecer sí odias los corsés.
Ella se petrificó mientras Granby retrocedía lo suficiente como para que se miraran y lentamente el entendimiento la avasallara. Su corazón comenzó a latir con fuerza, al tiempo que la mano del marqués estrujaba la tela de su vestido donde se podía adivinar con facilidad la ausencia del corsé.
—Mil...ord...
—Se ha acabado esto, señorita Peyton —musitó, apartándola de él con un claro gesto de desprecio—. Espero que se haya divertido.
—No es lo que pi...
—¡No se atreva! —exclamó con voz de ultratumba, haciendo que ella diera un fuerte respingo—. No se atreva, maldita sea, a soltarme otra mentira. —Le apuntó con su índice de forma acusatoria—. ¿Acaso no ha pensado en lo que esto podía hacerle a su reputación? ¡Mujer estúpida!
El insulto logró sacarla momentáneamente de su estupor y no fue capaz de guardar silencio por más tiempo.
—¡Es mi reputación! ¡Mi reputación no es su problema!
Él soltó un bufido cargado de hostilidad.
—Su reputación es lo único que me interesa de usted —admitió, fijándola en su lugar con una mirada de hielo—. Y este juego se ha acabado.
—Por supuesto que se ha acabado —le lanzó reaccionando a sus maliciosas palabras—. En lo que a mí respecta, usted y yo no tendremos más nada que ver.
Para completo desconcierto suyo, Granby comenzó a reír. Aime sacudió la cabeza sin comprenderlo, al parecer el marqués había perdido el último retazo de cordura que le quedaba.
—En eso se equivoca —apuntaló entonces, dándole una mirada de arriba abajo que la hizo sentir como un objeto de muy poco valor—. Como le dije antes desgraciadamente necesito una esposa...
—¡No! —lo cortó sin atreverse a escuchar el final de esa locura.
—¿No? —Él volvió a avanzar, haciendo que ella retrocediera hasta que su cuerpo estuvo pegado contra una de las vigas de madera de la pérgola—. ¿Ha dicho que no?
Aime presionó la mandíbula, alzando el rostro con toda la entereza que fue capaz de conjurar. Él no iba a intimidarla, ella ya no era una niña maldita sea.
—He dicho que no —repitió con ahínco.
Granby se inclinó tan cerca de ella que Aime hasta fue capaz de sentir la pesadez de su respiración tras cada aliento, haciéndola imposiblemente consciente del tamaño de su cuerpo avasallando su determinación.
—Me pregunto... —comenzó a decir él, al tiempo que colaba su dedo índice por debajo de su máscara y lentamente la arrastraba hacia arriba—. ¿Qué pensará la sociedad de este lindo jueguecito suyo? ¿Será costumbre de la señorita Peyton? —Él terminó de descubrir su rostro por completo, tirando de las cintas de la máscara hasta que ésta quedó pendiendo de sus dedos. La observó por espacio de varios segundos, para luego meterla dentro de su chaqueta—. ¿Cuántos hombres ha engañado de este modo? —inquirió sin darle tiempo a responder—. Pobre de sus padres... ellos pensaban que habían educado a una dama y sin embargo, la señorita Peyton hace de la seducción de caballeros un deporte.
—¡Eso es no es cierto! —protestó, enfadada con la mera insinuación.
—¿No lo es? —Granby se golpeó el labio inferior con dos dedos—. Hm... ¿a quién cree que van a escuchar, señorita Peyton? ¿Quién de los dos tiene negocios con los periódicos de Londres? —Ella palideció, él sonrió de forma macabra—. ¿Qué tanto me pagarán por esta historia?
—No se atreva... —El marqués la silenció apretando esos mismos dos dedos contra su boca.
—Me atreveré, al menos que... claro, usted simplemente abandone el ridículo berrinche y acepte mi propuesta. —Ella abrió los ojos como platos sin poder ocultar su sorpresa, ¿por qué quería casarse con ella aún? ¿Acaso realmente estaba loco?—. ¿Qué dice? —preguntó finalmente apartando sus dedos.
—Usted está demente —le espetó sin apartar sus ojos de los suyos.
—Viniendo de la mujer que tiene dos personalidades, realmente no me lo tomaré muy en serio.
—Milord —dijo, esperando que alguna parte de él todavía siguiera funcionando con coherencia. Después de todo, antes le había parecido medianamente normal—. Está molesto, lo entiendo...
—Oh, no, no lo entiende.
Aime pasó por alto su interrupción.
—Lo que hice estuvo mal, no debí mentirle o engañarlo y por eso me disculpo. —Él se limitó a observarla con el ceño fruncido, Aime cogió una necesaria bocanada de aire—. Pero castigarnos a ambos con un matrimonio que ninguno desea, no es la respuesta.
Él asintió.
—No estoy de acuerdo —masculló entonces, siendo un total y completo obtuso.
Aime gimió llena de frustración, cerrando sus puños por instinto.
—¡No sea ridículo! —exclamó perdiendo la paciencia—. Sería un completo desastre, ¿acaso no se da cuenta? —Granby solo parpadeó—. ¡No lo entiendo! ¿Por qué quiere casarse conmigo?
Finalmente él perdió aquella extraña máscara de frialdad y un velo de oscuridad cubrió sus ojos celestes.
—Porque es usted tan calculadora como yo —musitó con tono gélido—, sé que si nos casamos ninguno de los dos va a esperar nunca nada del otro.
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Creo que muchos se habían dado cuenta que él ya se había dado cuenta, ¿pero cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué?
Eso lo sabremos en el transcurso de la historia. A partir de ahora, las cosas se van a tomar otro ritmo. Así que espero que estén disfrutando de la historia.
Y como es el día del libro, voy a dejarles esta belleza porque hoy mi bebé Dimo estuvo en la feria de Sant Jordi de forma exclusiva.
Oficialmente sale a la venta el 30 de abril, pero la editorial ya lo tuvo expuesto en su puesto y se veía así de bello. (carita con corazones) jajaja
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