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El cortejo de un marqués (parte I)

¡Felices Pascuas! Me alegra saber que tienen ganas de leer más de estos dos, no es largo el cap pero es que son dos partes xD

Capítulo X: El cortejo de un marqués (parte I)

Para el siguiente fin de semana no había nadie en todo Londres que no hablara de ellos, Aime estaba aterrada con toda esa repentina atención, el marqués indiferente, su madre extasiada y su padre solo se pronunciaba con bufidos que podían ser de acuerdo o de desacuerdo, según cómo se levantara. Ella ni siquiera se había imaginado el alcance que tendría la noticia del pedido de cortejo formal del marqués, Aime incluso había escuchado rumores sobre apuestas en los clubes de caballeros acerca del momento en que él se le declararía. Las columnas de cotilleos estaban al pendiente de cualquier rastro de información que pudieran captar de ellos, afanosos por intentar adivinar el modo en que Aime había capturado al escurridizo y poco dado a los asuntos sociales, marqués de Granby.

Ella no tenía idea de porqué la había escogido, pero no le gustaban en lo absoluto las teorías que se estaban barajando en los salones de baile. Al parecer todo el mundo acordaba en que ella era simpática y bien educada, pero nadie había ocultado el hecho de que la consideraban poco adecuada para detentar el título de marquesa. Aun cuando era el título de un marqués venido a menos como Granby.

—Señorita Peyton... —Aime parpadeó, llevando su mirada hacia el hombre que la observaba con suma atención; al parecer había elegido su momentáneo estupor para comenzar una de sus entrañables y poco frecuentes conversaciones—. ¿Se encuentra bien?

Asintió en silencio, aceptando el brazo que le ofrecía para guiarla por las escalinatas. Una vez más ellos se dejaban ver en público juntos, una vez más la opción del marqués había sido el teatro. A él realmente debían de gustarles las obras teatrales, porque no encontraba sentido a esa insistencia suya cuando el catalogo se presentaba tan poco atractivo. Esa continua exposición estaba comenzando a agotarla, hasta la fecha había estado convencida que Granby odiaba cualquier evento social y sin embargo, había pasado cada día de la semana invitándola a acompañarlo a algún sitio nuevo, fiesta, presentación, té. Y la lista continuaba y continuaba. De momento solo había tenido pequeños atisbos de su personalidad, él se mantenía formal y silencioso la mayor parte del tiempo, frío y distante con casi todo el mundo y extrañamente sarcástico cuando la oportunidad se le presentaba. Era tan difícil de leer como un libro escrito en griego antiguo y la continua necesidad de fingir para no ponerse en evidencia estaba tomando toda su energía. Sus padres incluso estaban ponderando el visitar un médico por su catarro que parecía surgir solo cuando el marqués estaba cerca.

Soltó un suspiro, obligándose a acompasar su paso con el de él mientras en su fuero interno comenzaba a listar los diferentes temas que podían hablar; algo que claramente no involucrara su ropa interior, chocolates, máscaras o cualquier cosa que pudiera devenir en un desastre. Finalmente comenzaba a acostumbrarse a estar a su alrededor—no que eso significara que le cayera bien—, pero lo que menos necesitaba era recordarle la promesa de buscar a su otra ella que había dejado caer en el carruaje varios días atrás. Lo mejor era que tanto él como ella se olvidaran de todo el asunto de la mujer enmascarada, Aime estaba decidida a enfrentar a ese hombre solo con su verdadero yo. Por el momento eso era todo lo que importaba, más adelante se daría el placer de enloquecer por lo que todo esto supondría para su futuro... más adelante.

Repentinamente él hizo un alto observando algo a la distancia y sin poder evitarlo ella siguió la dirección de su mirada con interés, sintiendo como su piel se enfriaba ante la visión frente a ellos. Justo junto a la entrada del palco privado del marqués estaba un lacayo, estoico y formal en su levita color violeta, aguardando para descorrer las pesadas cortinas. No solo era un lacayo, era el lacayo. Y por el modo en que éste se reverenció para ellos cuando se acercaron más, claramente los recordaba y a su pequeña pantomima de la última vez.

—Milord, señorita —saludó, cediéndoles el paso.

Ella le lanzó una tímida sonrisa, esperando que leyera en sus ojos la situación y no se atreviera a abrir la boca. El joven asintió de forma muy sutil, deslizando su atención hacia sus padres que se acercaban por detrás.

Aime soltó el aliento que apenas notó que estaba conteniendo y el marqués la observó de soslayo.

—¿Todo en orden? —Agitó la cabeza en una respuesta ambigua, para luego sentir cómo Granby se inclinaba un tanto para alcanzar su oído—. ¿Es el corsé? —cuestionó en un susurro, apartándose en el momento justo en que sus padres entraban.

Aime jadeó, lanzándole una mirada de completa incredulidad. ¿Cómo se le ocurría traer de vuelta esa conversación? Bueno, ella no le daría el placer de una respuesta, por supuesto que no.

El marqués enarcó una ceja en su dirección, divertido, pero Aime se limitó a clavar la vista en el palco de enfrente como si él no hubiera hablado en lo absoluto. Entonces sintió el calor de su mano posándose en su espalda media y con un sutil empujoncito, la guió hacia su silla en silencio. Ella aguardó hasta que él estuvo acomodado en su lugar para echarle una fugaz mirada, Granby esbozó una tenue sonrisa y volvió a inclinarse en su dirección.

—Entonces no es el corsé —dijo en tono de burla, irguiéndose al instante con total inocencia.

Aime bufó como única muestra de indignación y se afirmó en su asiento, tratando de poner la mayor distancia entre ellos. ¿Y qué si no llevaba corsé? Estaba harta de volver toda magullada a su casa solo porque al marqués se le ocurría arrastrarla a cada evento que cruzaba por su cabeza. Sus costillas tenían un límite y él lo había pasado al tocarla de ese modo.

—No sé lo diga a mi madre —musitó al momento en que las luces fueron atenuadas y el telón se descorrió para dar inicio a la obra. Aime no pudo estar del todo segura, pero casi creyó oír una pequeña risa escapando de sus labios.

—Soy una tumba.

***

Tal y como había predicho, hasta el momento del corte la obra no había logrado captar su atención y lo único que deseaba era regresar a su casa, poder descansar un minuto de la presión que suponía estar constantemente bajo el escrutinio de la sociedad. Aun cuando nadie tenía a Granby como santo de su devoción, parecía imposible que la gente pasara por alto la noticia de que hubiese decidido cortejar a alguien.

Cuando ella vio al grupo de chismosas matronas apiñarse en la entrada del palco, supo que debía escapar de allí. No se veía capaz de aceptar cumplidos o falsos consejos que solo buscaban herir su orgullo propio.

—Necesito refrescarme —le informó a su madre, que parecía estar en su salsa liderando todos los frentes.

—No muy lejos —indicó ésta, para luego volverse a saludar a una mujer cuyo vestido parecía emular el plumaje de las cacatúas.

Aime sacudió la cabeza, conmocionada, topándose sorpresivamente con los ojos celestes del marqués escrutándola desde el otro extremo del palco. Esbozó una pequeña sonrisa en reconocimiento, pero él no le correspondió y frente a la incomodidad de verse desdeñada de ese modo, se dio la vuelta escapando por el camino que las mujeres abrieron para ella. No acababa de llegar al pasillo cuando el lacayo salió a su encuentro, llamándola con discreción.

—Mi señora —dijo, haciendo entrega de una nota pulcramente doblada. Aime, parpadeó, sin atinar a tomar el papel.

—¿Cómo...? —inquirió, confusa.

—Él me lo ha pedido, poco después de que llegaran. —¿Tal vez en ese breve momento en que él se había excusado para hablar con un amigo? Ella no le había puesto atención, la verdad fuera dicha.

El lacayo insistió una vez más y ella finalmente tomó la condenada nota. Era breve:

Necesito verla, ponga sus

condiciones.

G.

Aime ahogó un gemido de frustración contra su palma, ¿cómo tenía la desfachatez de escribirle mientras estaba con ella? ¿Es que acaso no tenía un ápice de decencia? ¿Ese era el hombre que podía convertirse en su esposo? ¿Alguien que coqueteaba con cualquier mujer al azar mientras paseaba con otra? ¡¿Mientras paseaba con ella?!

¡Aime, basta!

No podía ser cierto, ¿acaso estaba celosa de sí misma? No, se respondió al instante. No eran celos, era una cuestión de respeto y principios; de esos que el marqués de Granby al parecer no tenía conocimiento.

Aime le enseñaría, por supuesto que lo haría.

Mi querido señor, no tengo especial interés en ser la segunda opción de entretenimiento de nadie. Lo siento, tengo planes.

M.

Y para su total consternación, tuvo una respuesta justo cuando estaban por acomodarse para la segunda parte.

Me parece justo.

Mañana estaré en la fiesta Hogue, la esperaré en la pérgola del jardín a las diez en punto.

G.

—¿Qué? —chilló, recordando súbitamente donde se encontraba. Tanto su padre como el marqués le enviaron una interrogante mirada, pero ella se las ingenió para desentenderse del asunto con un ademan.

¿Él quería verla en la fiesta Hogue? ¿Cómo se le ocurría? Ella iba a acompañarlo a dicho evento, no podía partirse a la mitad. Y definitivamente no podía personificar a su otra ella sin levantar sospechas, aquella fiesta no era de disfraces.

La silla de Granby crujió levemente, mientras éste se inclinaba en su dirección.

—¿Disfruta del espectáculo? —musitó, enfrentando sus ojos de un modo que se le hizo de lo más intimidante. Aime asintió, prefiriendo enfocar la mirada en el escenario y él lentamente se volvió a acomodar—. Y se pondrá mejor... —añadió en un tono tan bajo que ella bien pudo haberlo imaginado.

Lo miró por el rabillo del ojo con curiosidad, pero Granby nuevamente estaba enfocado en la representación, ajeno a ella.  

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¿Ideas? ¿Les va gustando de momento?

¿Quieren la segunda parte para el martes? ¿Les parece bien? Creo que se vienen cosas interesantes ;)

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