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Claridad

¡Cómo trabajan en equipo cuando se trata de presionar a Tammy! Pero bueno... me alegro que no solo alcanzaran la meta sino que la pasaron. Bien, bien :D

En fin, cumpliendo mi palabra. Capítulo!

Capítulo XXV: Claridad

Ella tenía que decírselo a Owen. Su esposo necesitaba saber que el hombre a quien le habían entregado su confianza invitándolo a su casa, era un mentiroso. Claro que Aime no sabía con exactitud el alcance de su mentira, pero estaba aliado con los hombres de la posada y claramente no estaban improvisando las cosas. Ellos querían robarles, ¡él incluso ya le había robado un collar! Dios sabría qué otra cosa pequeña había conseguido burlarles debajo de las narices.

Soltó un bufido, mordiéndose el labio inferior en una reprimenda personal. ¿Cómo había fallado así su juicio? Solía leer bastante bien a las personas, normalmente olfateaba una mentira a millas de distancia y Valen la había engañado sin la menor de las dificultades. Quizás su poca experiencia de mundo le había jugado en contra, estaba acostumbrada a tratar con las mismas personas desde que era una niña y había creído, ingenuamente, que todo el mundo respondía positivamente a un trato amable y bien intencionado.

¡Qué tonta había sido! Pero no podía dejar que aquello se repitiera, no lo permitiría.

Hizo un alto en su pequeño paseo por la habitación, echando una intrigada mirada hacia el tocador donde guardaba sus joyas. Había declinado la propuesta de su esposo de guardarlas en la bóveda que tenían en su estudio, pensando que era una exageración cuando no poseía mucho de nada. La mayoría de las cosas que había traído consigo eran poco más que adornillos bonitos, solo el regalo de Owen tenía un verdadero valor y ella hasta había evitado lucirlos por temor a perderlos en un descuido. Vaya boba que era, se sentía enferma por su propia falta de sensatez.

Tomó una profunda bocanada de aire y fue a rescatar su caja de madera tallada del estante intermedio donde siempre estaba a la vista, y tras colocarla sobre el paño donde tenía su peine y neceser, la abrió con expectación. Vio los aretes, broches, gargantillas, pulseras, anillos y collares dispuestos casi del mismo modo en que los había visto la última vez, sin embargo...

—Bastardo —se escuchó susurrar al desmontar la parte superior y notar que el broche que su abuela le había heredado, faltaba.

No podía ser demasiado valioso, al menos no pensando en los fines que aquellos hombres tenían. Y quizás, ese era el motivo por el que habían pasado hambre la semana anterior. Valen se había llevado algo pequeño y sin valor económico, pero la siguiente vez fue a lo seguro y tomó el collar de la colección de la familia de Owen.

Aime presionó las manos en fuertes puños, tratando de controlar su respiración mientras se recitaba en la mente los edictos de una dama bien enseñada que la señorita Morland había descripto con tanto esmero en sus libros:

1— Una dama no maldice.

Mordió la esquina de su labio y respiró profundo.

2— Una dama no demuestra su enfado abiertamente.

Pensó en el broche de su difunta abuela y tuvo que contenerse de golpear algo.

3— Una dama no arma un escándalo y siempre procede con prudencia.

Y a pesar de que su cuerpo quería actuar con la imprudencia propia de su carácter, por una vez decidió no precipitarse. Cabía la posibilidad, aunque ella lo dudaba seriamente, que Valen en realidad fuese hermano de Owen y en dicho caso, era familia. Familia que merecía ser colgada del árbol más cercano, pero familia al fin.

El repentino chirrido de la puerta al abrirse la hizo brincar en su lugar y automáticamente se volvió hacia el recién llegado. Su esposo le envió una tímida sonrisa en disculpa por el sobresalto y de algún modo inexplicable, los labios de Aime se curvaron sonriéndole de regreso. El enfado de segundos antes parecía haberse diluido de su cuerpo y ella no pensaba cuestionar los motivos de aquel extraño suceso. Todo lo concerniente a ese hombre la confundía, en ocasiones parecía deseoso de tenerla cerca pero entonces se desaparecía por un día completo y ni siquiera se molestaba en dirigirle la palabra. No que fuera grosero, ni tampoco que ella esperase que cada segundo lo pasaran juntos pero... el pero siempre quedaba pendiendo de sus pensamientos, sin que ella supiera cómo satisfacer su confusión. Y cada día que pasaba ésta parecía aumentar más y más.

—¿Qué tal la reunión? —le preguntó, al ver que Owen se disponía a quitarse la parte superior de sus ropas como hacía siempre al finalizar una jornada.

Aime sabía que luego de eso se pondría su batín de seda negro, se dejaría los pantalones pero se quitaría las botas y en esas pintas iría hasta el balcón a tomarse dos dedos de whisky, porque un escocés que se precie de serlo no va a la cama con el estómago sin caldear. Eso le había explicado él la segunda noche que le pidió que durmiera en su cuarto y desde entonces, cumplía con su rutina sin alterar ningún paso.

¿La cambiaría al recibir la noticia sobre Valen?

—Bastian piensa que debo ponerlo en un barco a las Américas —murmuró, tirando la camisa sobre la pila de ropa que su ayuda de cámara recogería en la mañana.

Owen no se caracterizaba por ser ordenado, siempre dejaba las cosas desparramadas a su paso sabiendo que algún lacayo o doncella se encargaría de arreglar su estropicio. Algo a lo que Aime todavía no se acostumbraba del todo, en su casa tenían solo un puñado de sirvientes y no eran exactamente muy complacientes cuando se trataban de tareas que escapaban de sus obligaciones cotidianas.

—¿Y tú qué crees?

Él hizo una pausa en el proceso de ponerse el batín para darle una mirada de soslayo.

—No sé si es lo que quiero o lo que debo...

—¿Cuál es la diferencia?

Tras cerrarse el batín con un firme nudo, Owen se volvió por completo hacia ella.

—Quiero que él no sea mi responsabilidad, pero no puedo ignorar mi deber si resulta que es mi hermano.

—¿Por qué no?

Su esposo parpadeó, mirando por un segundo algún punto en el suelo y luego de dejar ir un pequeño suspiro, elevó sus ojos celestes hacia los de ella.

—Porque las cosas podrían haber sido al revés. —Aime frunció el ceño sin entenderlo, al tiempo que Owen se giraba hacia la cómoda donde tenía su decantador y su infaltable vaso—. Supongamos que yo fuera el ilegítimo, supongamos que Darien hubiese escogido a su madre o a la madre de Bastian para convertirla en marquesa, entonces... —La observó por sobre el hombro sin dejar de trabajar en su bebida—. Todos deberíamos tener el mismo derecho, todos deberíamos haber tenido el mismo trato... —volvió a soltar un sonoro suspiro—. Y no me parece justo.

—Owen... —Aime se acercó a él y sin estar del todo segura, colocó una de sus manos sobre su hombro derecho. Aun cuando la intimidad entre ellos había crecido exponencialmente desde su primer encuentro en el lecho, ella conservaba cierta reserva a la hora de acercársele. Pero suponía que la naturalidad en dichos actos llegaría con el tiempo y la costumbre.

—Bastian no lo entiende —continuó él, mirando fijamente el vaso que sostenía en su mano derecha—. Pero supongo que yo tampoco lo hago.

—¿Y qué pasaría si...? —Se silenció cuando sus atentos ojos claros se movieron del vaso a su rostro, logrando que un inexplicable sonrojo trepara por sus mejillas. Aime carraspeó súbitamente incomoda y él le lanzó una media sonrisa, divertido por su bochorno.

—¿Qué pasaría si...? —la apremió con voz suave.

Ella parpadeó, bajando la mirada hacia el vaso que aún mediaba entre los dos como un punto seguro y libre de la vergüenza que le producía saber que él estaba a medio vestir, a menos de metro y medio de la cama donde pasaban todas las noches juntos.

—¿Algún día esto se sentirá normal? —le lanzó de buenas a primeras, harta de que su mente no consiguiera enfocarse en lo que debería.

Necesitaba informarle lo que había descubierto sobre Valen y sin embargo, allí estaba, pensando como una tonta qué haría si él estiraba una mano, le alzaba el rostro con su índice y la apremiaba a besarlo solo insinuándole sus labios hasta que ella capitulaba.

—¿Qué cosa, querida?

—No te hagas el tonto conmigo, Owen Hodges —le acusó, sacudiendo un dedo frente a sus narices.

—Dime qué estás sintiendo y entonces quizás pueda ayudarte —respondió con una paciencia que a ella se le antojó reconfortante.

Aime resopló con cierto fastidio. No se le daba bien hablar de cosas muy personales o íntimas, pero este era su esposo y si no podía hablar cosas íntimas con él, ¿entonces con quién?

—Antes... —agitó una mano, inquieta—, antes no resultaba tan difícil estar contigo... pero ahora...

Owen frunció levemente el ceño, confuso.

—¿Te resulta difícil estar conmigo?

—Sí. —Sus ojos se abrieron con sorpresa y Aime casi pudo asegurar que con un leve rastro de angustia—. Quiero decir... —se apresuró a agregar—, no es que no quiera estar a tu lado. Solo que es difícil.

—¿Hice algo que te molestara?

—¡No! —aseveró sin titubear, esperando que él no malinterpretara sus palabras y se sintiera ofendido por ello—. No, no hiciste nada para molestarme. —Mordió su labio ansiosamente—. No sé cómo explicarlo, yo... supongo que es una tontería... supongo que es algo pasajero —dijo al cabo de un momento sin hallar las palabras adecuadas.

Y a pesar de que ella intentó tranquilizar a ambos con una sonrisa, Owen solo permaneció mirándola con gesto contrariado.

—No es una tontería —musitó él tras un segundo de consideración—. Dime lo que te está molestando y llegaremos a una solución juntos, pero necesito saber qué está mal.

—No lo sé —respondió con completa honestidad—. Yo quiero verte y pasar tiempo contigo, pero... cuando entras en la habitación es como si... —Tomó una pequeña inhalación—. Es como si el aire fuera más pesado, más difícil de respirar y entonces solo quiero salir corriendo. Pero al mismo tiempo quiero que te acerques a mí... —Sacudió la cabeza, sintiéndose profundamente avergonzada—. ¿Tiene eso algún sentido?

Para completa frustración suya, Owen le sonrió hasta con cierto alivio en su semblante.

—Aime...

—Siento que no piso en terreno firme y nunca antes había tenido este tipo de sensación.

—Aime...

—Pensaba que las cosas serían más fáciles una vez que estuviéramos casados, pero...

—Aime. —Owen posó una de sus manos sobre su mejilla, causándole un breve sobresalto—. No tienes de qué preocuparte.

—¿Qué no? —le urgió con evidente desconfianza—. Quiero no estar al pendiente de ti, pero incluso cuando no estás cerca me encuentro pensando en hacer cosas que te beneficien aun si no las notas. Es...

Owen presionó su pulgar sobre sus labios, obligándola a callar.

—Es completamente normal —agregó sin dejar de sonreírle con dulzura. Era tan increíblemente guapo cuando sonreía, como si su rostro se iluminase para dejar ver todos sus bellos rasgos.

Sacudió la cabeza apartando esos pensamientos.

—Hum... —bufó contra su pulgar, ganándose una risilla por su parte.

—Aime creo que lo que te pasa es que... —hizo una pausa, sin dejar de escrutarla fijamente—. Te sientes atraída por mí.

Pasaron dos latidos de corazón hasta que esas palabras calaron en su mente. ¿Atraída por él? Bueno, por supuesto que le gustaba. Es decir, era su esposo y era un caballero que destacaba sin ningún esfuerzo. Pero algo le decía que él no se estaba refiriendo al tipo de atracción producto de la admiración de la natural belleza, no, esto debía de ser distinto.

Lo tomó por la muñeca, apartando su mano de su boca.

—¿A qué te refieres exactamente?

—Bueno... a veces los hombres y las mujeres sienten una conexión fuerte al estar juntos. No hay una explicación exacta, pero se atraen y quieren estar cerca el uno del otro.

—¿Aun cuando eso supone interrumpir las actividades diarias?

Owen sonrió.

—Aun entonces, solo quieren extinguir el deseo de verse y sentirse... —Su mano volvió a reposar en su mejilla, dándole a Aime una sensación de familiaridad instantánea. No lo comprendía, claro que no, pero el simple roce de su mano la extasiaba y entonces nada más importaba.

Quizás, ella tenía una atracción por Owen. Una atracción de las que exigían a los dos estar juntos y en el caso de no poder hacerlo, tener al otro en los pensamientos. ¡Dioses! Qué agotador sonaba aquello.

—¿Y algunas vez se pasa?

Él se encogió ligeramente de hombros.

—Con el tiempo lo asimilas como parte de ti, te acostumbras.

—¿En serio? —Su esposo asintió sin vacilar, Aime lo miró con suspicacia—. ¿Lo sabes por experiencia?

La sonrisa ladeada volvió a tocar sus labios.

—Lo hago —murmuró, inclinándose lo suficiente como para que sus narices se rozaran muy levemente.

Ella soltó el aire que mantenía en los pulmones, sintiendo cómo cada respiración se tornaba más y más difícil de completar. Allí estaba la sensación de sofoco a la cual dudaba seriamente que pudiera acostumbrarse alguna vez.

—Entonces ya te... sentiste atraído por una mujer.

—Sí.

Ella tragó con fuerza.

—¿Y fue correspondido?

—Hasta hace cinco minutos pensaba que no. —Aime jadeó, elevando sus ojos tímidamente hacia los masculinos—. ¿Qué?

—¿Quién...?

Owen reposó su frente contra la de ella, soplando el tibio aire de su respiración contra sus labios entreabiertos.

—Me siento profundamente atraído por ti —confesó, al tiempo que cerraba las manos alrededor de su cintura y tiraba de ella resueltamente hacia su cuerpo.

Aime abrió la boca sin siquiera vacilar, recibiendo el beso que sabía la aturdiría y al mismo tiempo la dejaría anhelando más de él. Hundió una mano en su cabello, obligándolo a equipararse a su altura y con un gruñido de protesta o acuerdo, él la empujó contra la pared despegando sus pies del piso hasta que sus caderas chocaron en el punto justo. En algún lugar de su mente, ella creyó oír el sonido de los cristales del vaso golpeando el suelo, pero lo desestimo al instante. ¿Importaba el vaso roto acaso? ¿O que estuvieran de pie junto a una ventana abierta? ¿Importaba que él le subiera el camisón hasta la cintura como si fuese una cortesana? ¿O que la apremiara con duros movimientos de sus caderas?

No, pues en el momento en que lo recibió en su cuerpo, cualquier posibilidad de pensamiento estaba muy lejos de su mente. Y esa noche Aime se fue a la cama olvidando siquiera lo que había visto en el pueblo durante la tarde. Al menos hasta que amaneciera y se diera cuenta que el mundo continuaba su curso, estuviera ella o no atraída por su esposo.

***

—Lord Hastings, presumo.

El hombre en cuestión le devolvió una seca inclinación de cabeza, al tiempo que ingresaba en el comedor y despachaba a los lacayos que aguardaban junto a la puerta. Valen lo siguió atentamente con la mirada, hasta que el conde se detuvo junto al aparador repleto de la comida destinada para el desayuno y se volvió hacia él. Era más rubio que el marqués notó casi al instante, unos pocos centímetros más bajo pero tenía la escalofriante misma mirada de ojos celestes y un corte de cara que los hacía parecer gemelos.

—¿Sabe que no debe dirigirse a un hombre de mayor rango que usted si no le habla antes? —Abrió la boca para responder a esa provocación, pero el conde lo acalló con el mismo ademan que la marquesa había usado antes. El ademan de los ricos—. ¿Sabe que no debería estar ocupando un lugar en esta mesa? —Valen enarcó las cejas—. La servidumbre hace sus comidas en la cocina y puesto que usted ni llega a ese nivel, supongo que bien podría ir a las caballerizas o las porquerizas.

—Milord...

—Usted no pertenece aquí —lo interrumpió el conde con desdén—. Y no me importa qué tanto se parezca a mi padre, nada en este mundo hará que forme parte de esta familia. Así que si tiene algo con usted, le aconsejo que lo junte y se largue antes de que mi verdadero hermano baje a desayunar.

—¿Milord...?

—Tenga buen día, señor Valente. —Haciendo una rígida reverencia, lord Hastings comenzó a dirigirse hacia la salida sin dejarlo esgrimir defensa. A escasos pasos de la puerta, se detuvo para dirigirle unas últimas palabras—. Si sabe lo que le conviene, Valente, no se retrasará ni un segundo más.

—¿Retrasarse en qué? —inquirió una familiar voz desde el quicio divisorio. Hastings se volvió para observar al marqués con altivez, pero no se desdijo ni tampoco ofreció una explicación—. ¿Qué está ocurriendo? —insistió Owen, posando sus ojos brevemente en él.

Valen decidió, por el bien de su integridad física, no intervenir en esa querella. Ambos hombres eran notoriamente más fuertes que él, tenían como un buen número de comidas de ventaja. Y a decir verdad, no le gustaba disparar si es que debiesen llegar a ese punto.

—Él se marcha —sintetizó el conde.

—¿Con orden de quién?

—Mía, Owen —replicó el otro al instante—. No seas obtuso, no hay ninguna forma de que su presencia en esta casa te beneficie a ti o cualquiera de nosotros.

—Esa es mi decisión, Bastian.

Valen parpadeó de uno a otro en silencio.

—¡Es una decisión estúpida!

—¡Es mi casa! ¡Es asunto mío!

—¡Pienso convertirlo en asunto mío! Sobre todo cuando no piensas con claridad. —Lord Hastings clavó su índice en el pecho del marqués, pero esto no consiguió alterar la determinación del hombre—. ¡Soy el mayor!

—¡Pues yo soy el heredero!

—¿Señores? —musitó Valen, conciliador.

—¡Tú cállate! —le escupió el conde.

—¡No lo mandes a callar! —exclamó el marqués, para luego mirarlo con fastidio—. Pero de todos modos cállate, ni siquiera me agradas.

—¿Entonces por qué quieres tenerlo aquí? —le recriminó Hastings alzando las manos en desconcierto.

—¡Porque no somos el tipo de familia que huye de las dificultades! —espetó el marqués, posando su atención en uno y otro respectivamente—. No importa qué tanto caemos, nos levantamos —le recordó al conde, el cual hizo una mueca de molestia pero no discutió. Entonces los ojos de Granby fueron hacia él—. Y no importa de dónde vengas, en mi familia... no abandonamos. —Regresó a Hastings—. A nadie.

El conde masculló algo ininteligible mientras sacudía la cabeza en una continua negación, pero al cabo de un minuto de silencio los tres se encontraron con la mirada en lo que parecía el esbozo de una endeble tregua.

—Maldito seas, Owen —susurró lord Hastings, para luego volverse hacia él y tenderle la mano—. Bastian Marset, conde de Hastings. —Valen dudó un largo segundo, antes de corresponderle el saludo—. ¿Cuál es tu nombre?

Él vaciló. Nunca usaba su nombre, tenía demasiados recuerdos amargos relacionados a él. Y aun así, cuando el conde le sostuvo la mirada con esos ojos tan semejantes a los suyos, se encontró respondiendo a su pregunta con total honestidad.

—Rhys Valente, pero puede decirme Valen. 

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Antes que nada, realmente espero que les haya gustado el cap. Esto lentamente comienza a caminar a su final, así que disfruten de la calma jaja 

Y bueno, no hago dedicatoria porque hoy es el día del maestro acá y todos los que nos dedicamos a la docencia estamos libres. Así que me estoy yendo, es más ya estoy llegando tarde pero no me quería ir sin dejarles el cap. 

Díganme qué les pareció. Saludos!! 

pd: Aunque no es dedicatoria, le quiero desear un feliz cumpleaños tarde a jessnathy a jorgelinapearcejp y a Leslye_10 que estuvieron este mes de fiesta. Saludos para ustedes, bellas :D 

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