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Cita clandestina

¡Hola! Con todo esto de Dimo apunto de salir a la venta, estuve un poco ocupada. Pero les dejo un cap más largo a modo de compensar xD

Capítulo VIII: Cita clandestina

Le sorprendió lo simple que resultó salir del hotel y subirse a un carruaje de alquiler sin que nadie se volteara a darle una segunda mirada; la gente solía ver lo que quería ver, el marqués era un claro ejemplo de eso. Y ella en su simple vestido marrón y la capucha de la capa bien calada sobre su cabeza, aparentaba lo que quería aparentar. No parecía más que una criada saliendo a por un recado o una empleada regresando tarde a su casa, y ese súbito anonimato ayudó a que sus nervios se apaciguaran un poco.

Su disfraz funcionaba.

Pero cuando el cochero comenzó a disminuir la velocidad al acercarse a "La Rosa y la Corona", la confianza que había ido ganando en su paseo se esfumó por completo. Había sido estúpida al pensar que la parte difícil sería salir del hotel, con una sola mirada a través de las cortinillas de la ventana ella supo que el problema estaba puertas afuera. "La Rosa y la Corona" era un lugar muy conocido, una de las tabernas más transitadas de St. James y un viernes por la noche parecía congregar a varias personas deseosas de una cita clandestina.

—¿Señorita? —Aime dio un respingo al oír la voz del cochero—. Aquí quería venir, ¿no es así?

—Eh... sí... —dudó, volviendo a echar un vistazo por la ventana.

—Bueno —dijo él sin ánimos de ocultar su impaciencia—. ¿Va a bajar o no?

Ella asintió, vacilante, para luego empujar la puerta y dejar que el aire cargado de fuertes olores la golpeara de lleno. Ya estaba allí, se dijo para sus adentros, lo mejor era terminar con ello cuanto antes. Se apretó la capa a conciencia y se bajó del carruaje con un brinco, procurando mantener la vista en el suelo. Se mantuvo cerca del bordillo, al tiempo que echaba furtivas miradas a todos los carruajes que estaban parados en los alrededores y caía en cuenta que no sabía cómo era el escudo del marqués. ¡Oh que brillante, Aime! Mordió el interior de su mejilla, conteniéndose de soltar un alarido de protesta.

¿Cómo no se había detenido en ese enorme detalle? ¿Cómo esperaba ella reconocer a un cochero que ni siquiera había mirado previamente?

Brillante, brillante, brillante... Tanta energía puesta en su disfraz en balde, tanta buena voluntad de hacer lo correcto desperdiciada.

—Disculpe... —Alguien la movió con cierta brusquedad fuera del camino, pasando como una exhalación hacia uno de los carruajes que acababa de detenerse en el bordillo y logrando con ello que perdiera un tanto el equilibrio.

—Oiga... —comenzó a protestar, al mismo segundo que una mano se asentaba en la parte baja de su espalda como un inesperado apoyo. Aime giró el rostro para mostrar su agradecimiento, cuando aquella mano se cerró posesivamente entorno a su cintura y la obligó a acoplarse al cuerpo duro de un desconocido.

—¿Tomamos unas copas? —le susurró una aguardentosa voz al oído, haciendo que se estremeciera por todos los motivos equivocados.

—No, gracias —espetó, empujando el brazo con que la retenía.

—No seas así —insistió el hombre, arrastrándola consigo unos pasos más cerca de la entrada de la taberna—. Vamos, solo una copa o dos.

Aime plantó los pies con firmeza mostrando toda su reticencia a acompañarlo, pero a él no pareció importarle eso pues continuó tirando de ella con más fuerza de la que podía manejar cualquier dama. Sintió como la tomaba de la muñeca y comenzaba a presionar hasta que conseguir sacarle un alarido de dolor, entonces le sonrió con burla y volvió a arrastrarla hacia adelante, aprovechándose de su momentáneo aturdimiento. Ella echó una fugaz mirada en rededor esperando poder asirse de alguien, pero no le tomó mucho darse cuenta que nadie les ponía atención. Cada persona allí parecía tener sus propios asuntos y no se veían dispuestos a abandonarlos por ella. Siendo repentinamente consciente del peligro que la rodeaba, Aime hincó su codo en el costado del hombre hasta que éste protestó y se detuvo para enviarle una enfadada mirada. Como si él tuviera todo el derecho de enfadarse con ella.

Sacudió esa idea fuera de su cabeza y se apresuró a sacar provecho de la ventaja ganada, alzó el rostro para obligarlo a observarla a los ojos y entonces, le propinó un fuerte puntapié en la espinilla. El hombre gruñó una maldición echándose hacia atrás por la sorpresa del golpe y al segundo en que estuvo libre de su amarre, Aime corrió por entre la línea de carruajes y nerviosos caballos, esperando que él no quisiera seguirla para devolverle la cortesía.

Una vez que pudo esconderse detrás del amplio tronco de un árbol, soltó un necesario suspiro al tiempo que escuchaba a su corazón golpeando violentamente contra sus costillas. Eso había estado cerca, pensó mientras movía la cabeza de un lado a otro en busca de un carruaje de alquiler con el cual regresarse de un tirón al hotel. Era tan difícil decir cuál estaba ocupado y cuál no, sobre todo con la amenaza de aquel extraño cerniéndose a sus espaldas. Se sentía incapaz de dejar de observar una y otra vez por sobre su hombro; aguardando que él le saltara desde la sombras.

¡Dios del cielo! ¡Qué idea más estúpida había tenido! Salir en medio de la noche directo a un sitio lleno de personas ebrias, era lo último que una señorita de su clase haría jamás. ¿En qué estaba pensando? Al diablo el marqués y su orgullo herido, ella tenía problemas más grandes: como intentar sobrevivir los próximos diez minutos.

Divisó a un cochero deteniendo su marcha al otro lado de la calle y se lanzó hacia él sin dudarlo un segundo, olvidándose momentáneamente de la necesidad de permanecer oculta. Se alzó un tanto las faldas y echó a correr calle abajo, abandonando la seguridad del árbol. No acababa de avanzar unos pocos metros cuando nuevamente fue tomada por la cintura y arrojada hacia atrás, casi causando que se cayera.

—¡No! —exclamó, a la vez que clavaba sus dedos en el brazo que la rodeaba—. ¡Suélteme bruto!

Estaba lista para comenzar a repartir patadas, cuando sintió un cálido aliento junto su cuello y lentamente la presión del abrazo cedía.

—Tranquila, majestad... —Él la giró con suavidad para que se enfrentaran—. Soy yo.

Ella no supo si fue por el temor de lo que podría haber pasado, la calma de su voz o el simple hecho de ver un rostro familiar entre tantos extraños, pero no fue capaz de rechazarlo cuando él la atrajo hacia sus brazos.

***

Owen no pudo ocultar su sorpresa cuando ella se aferró a él con un abrazo titánico. No podía siquiera comenzar a preguntarse qué la había alterado a ese punto, ya que solo pensar en averiguarlo lo ponía de un humor colérico.

—¿Qué ocurrió? —masculló contra su mejor juicio entre dientes. Si alguien había querido lastimarla...

Sacudió la cabeza al instante, molesto con sus pensamientos posesivos sobre una mujer que apenas conocía. Sobre una mujer que en realidad ni siquiera conocía.

Ella negó, apartándose lo suficiente como para alzar la mirada con cierta timidez. En esa ocasión su máscara era de encaje blanco con apliques dorados, cubría una buena parte de su rostro dejando solo un voluptuoso labio inferior y la barbilla al descubierto, aun así sus ojos resaltaban de un color verde oscuro bajo las luces de la calle. Algo que la vez anterior él no había podido precisar.

—¿Majestad? —insistió, esperando una respuesta por su parte. La joven sacudió la cabeza una vez más, echando una evidente mirada de anhelo hacia los carruajes que se apiñaban al final de la calle. ¿Planeaba dejarlo otra vez? Ella parecía querer hacer oficio de tal cosa—. Mi carruaje está allí —apuntó con una breve sonrisa.

Ella asintió y sin dudarlo o preguntarle, se dirigió hacia su coche con paso majestuoso. Incluso llevando un sencillo vestido y una capa que había visto mejores tiempos, ella tenía el andar propio de una dama de la nobleza. ¿Sería ese el motivo de la máscara? Él sabía de muchas damas que buscaban aventuras fuera del lecho matrimonial y se disfrazaban para cuidar las apariencias. Quizás era una joven que había hecho un mal matrimonio o quizás era una viuda reciente, ¿quién podría saberlo? A él no le importaba mucho de todos modos, siempre y cuando ella no se volviera a escapar de sus manos.

La mujer dio un respingo cuando el cochero brincó de su pescante para abrirles la puerta, pero tras una pequeña inhalación ella se recompuso y aceptó la mano que éste le ofrecía como ayuda. Owen la observó en silencio mientras ella decidía el mejor lugar donde sentarse, la observó cuando sus ojos claramente encontraron la antigua máscara negra allí esperándola y la siguió observando una vez que ambos estuvieron acomodados uno frente al otro.

—¿A dónde? —le preguntó, dejándole que ella dictara el curso de esa aventura.

—¿Mm?

—Esta es su aventura, majestad, yo solo soy un fiel sirviente que la acompaña.

Sus ojos se estrecharon bajo los arcos dorados de la máscara y Owen sintió la tentación de estirarse hasta su lado y arrebatarle aquel maldito objeto. Quería verla, quería poder leer alguna emoción en su rostro, quería saber qué tan lejos estaba dispuesta a llevarlo.

—Oh... —susurró con una voz pequeña—. No sé...

Él enarcó una ceja suspicazmente. ¿Estaba jugando el papel de la inocente? Muy bien, él podía ser gustosamente su guía a la perdición.

—¿Y si empezamos dando unas vueltas alrededor del parque? —Ella asintió en acuerdo y él se apresuró a darle las indicaciones al cochero que no tardó en ponerlos en movimiento.

—Milord...

—Owen —la corrigió amablemente.

—¿Hm?

—Owen es mi nombre, puede llamarme así. —A excepción de Bastian y muy ocasionalmente Ihan, nadie le llamaba por su nombre cuando estaba en Inglaterra. Él comenzaba a temer que entre tanta formalidad terminaría olvidándose cómo se llamaba.

—O... Owen... —probó ella, esbozando una fugaz sonrisa. O al menos eso fue lo que él creyó ver tras la máscara y dentro de la oscuridad reinante del carruaje—. Entonces... supongo que puedes llamarme "mi reina" o "mi señora", ya que vamos a estar en confianza.

Él rio entre dientes, inclinando la cabeza en reconocimiento de su astucia.

—Me siento honrado por tal magnánimo gesto, mi reina. —Ella emitió un incompresible sonido en respuesta, para luego mirar disimuladamente por la apertura de las cortinillas—. ¿No estará pensando en dejarme de nuevo o sí?

Sus ojos volaron rápidamente hacia él y Owen se sorprendió al notar que había adivinado el curso de sus pensamientos. ¿Qué estaba mal con ella? La cita había sido su idea, ¿no?

—Yo no...

—Tranquila —la calmó, sacudiendo una mano de forma vaga. No quería admitirlo, pero estaba encontrando cierto gusto satisfactorio al desafío que le planteaba esta mujer escurridiza—. No le guardo rencor. Sufrí un poco los primeros días... claro, pero luego...

—¿Usted sufrió? —le espetó ella, incrédula. Owen se irguió asintiendo efusivamente.

—Le sorprendería —respondió, acercándose lo suficiente como para que su rodilla tocara la falda de su vestido de forma "accidental". Ella parpadeó en dirección de su pierna y luego de regreso a sus ojos, consciente de sus movimientos—. Soy muy frágil y tímido, la verdad es que me atormenta mucho la posibilidad de caerles mal a las personas.

Ella colocó la cabeza de lado en un gesto que le pareció extrañamente adorable, nada que hubiese esperado de una mujer que lo citaba frente a una taberna a medianoche.

—¿Frágil y tímido?

—¿No me cree?

Una sonrisa burlona curvó los labios femeninos.

—Milord...

—Owen.

—Por supuesto, Owen... dudo que usted siquiera conozca el significado de dichas palabras.

—Me hace daño —musitó, bajando la mirada con fingida desazón—. Pensé mucho en la conversación que tuvimos en el balcón, volví una y otra vez sobre mis palabras para ver en qué parte la había ofendido y...

—No me ofendió —lo interrumpió con aplomo, para luego alzar el rostro en una actitud muy aristocrática. Eso solo reforzó la teoría de Owen de que ella era una mujer de clase alta, aburrida de su vida ordenada y tranquila—. Solo tenía algo que hacer —agregó con tono inafectado. Como si dejarlo plantado y aguardándola como un estúpido en el balcón fuese algo de lo más cotidiano para ella.

Repentinamente la idea de que ella lo hiciera a menudo con otros hombres tocó su mente y eso lo molestó más de lo que estuviese dispuesto a admitir.

—¿Y no pudo informármelo? —increpó sin poder ocultar su malestar.

Ella miró un instante hacia la ventana, absorta en algún pensamiento privado.

—Ese lugar no era adecuado —dijo al cabo de un largo segundo de silencio.

Owen solo pudo comprenderlo de un modo, lo cual no ayudó en nada a menguar su fastidio.

—¿Allí estaba su marido? —La mujer no negó ni afirmó la acusación, simplemente lo enfrentó con esos ojos verdes oscuros, resueltos y llenos de misterios—. De acuerdo... supongo que no importa.

—No, no importa —masculló ella en acuerdo, cruzándose de brazos en claro rechazo.

Owen suspiró con pesadez. Maldita fuera, ¿cómo había conseguido volver las tornas en su favor? Él había sido plantado, él tenía derecho a estar ofendido.

Por espacio de varios minutos lo único que compartieron fue el sonido del golpeteo regular de los cascos de los caballos por el camino y el perezoso chirrido del tiro del carruaje. Era evidente que ella se había molestado por sus insistentes preguntas y él se había molestado por sus evasivas, aunque en realidad no tenía razón de ser. ¿Importaba si estaba casada? ¿Importaba si estaba buscando algo de diversión clandestina?

Por supuesto que no, se respondió a sí mismo. Ella había captado su atención, por algún motivo él había captado la suya. No había nada más profundo en eso, solo era una simple, mundana y pasajera atracción. Y él debía dejar de pensar tanto en ello y sacar provecho de la situación de una buena vez.

—¿Majestad? —murmuró llamando su atención al instante—. Lamento si mis preguntas la han incomodado, ¿puedo mostrarle que no me mueven malas intenciones? —La respuesta de ella fue un rápido encogimiento de hombros. Owen disimuló una sonrisa, al tiempo que metía la mano dentro del bolsillo interno de su chaqueta y sacaba una cajita blanca del tamaño de su palma—. Aquella noche no tuve oportunidad de endulzar su paladar... —dijo, recordándole su mala experiencia con el whisky. Abrió la cajita, revelando tres bombones de chocolates dispuestos con elegancia sobre un pañuelo de seda y se los enseñó—. Quizá hoy pueda enmendar ese error.

Los ojos femeninos se deslizaron hacia la cajita de bombones y luego hacia su rostro con cierto aire de desconfianza. Vaya, la mujer debía pensar que quería envenenarla o algo así. Y por supuesto que eso no era ni remotamente una posibilidad, Owen no jugaba jamás con la comida y mucho menos cuando se trataba de chocolate. El chocolate era tan sagrado como los domingos de misa. Incluso quizás más.

No blasfemes, Granby.

—¿Anda por ahí cargando bombones en su chaqueta, milord?

Él no pudo evitar sonreír ante la sutil pulla en su tono, al parecer el sentido del humor de esa mujer estaba bien aceitado y solo necesitaba de un poquito de estímulo para darse a relucir.

—Desde que la conocí, majestad, he decidido estar preparado por el bien de su boca.

—Que considerado... —Ella extendió una mano enguantada con la intención de coger un bombón, pero Owen apartó la suya entorpeciendo su cometido.

Sacudió su índice en un gesto negativo.

—Majestad, si quiere uno de mis bombones deberá venir aquí por él. —La dama dudó, Owen pudo verlo claramente en el modo en que su espalda se irguió contra el respaldo—. Verá, no soy del tipo de persona que comparte sus dulces tan desinteresadamente.

Ella chasqueó la lengua.

—¿Qué quiere entonces?

—Venga aquí. —Le hizo un gesto con la cabeza, indicándole el lado vacío a su derecha y tras un largo segundo de vacilación, ella se incorporó para pasarse de lugar. Owen se giró lo suficiente como para observarla—. No fue tan difícil, ¿verdad? —La mirada que ella le dirigió en ese instante lo hizo sentir incomodo, como si estuviera haciendo algo mal al insistirle que cambiara de asientos, como si de algún modo estuviese forzándola. Sin apenas darse cuenta extendió su mano libre para posarla en la base de su cuello y al instante notó como la mujer temblaba de forma apenas perceptible—. Dime qué te ocurre.

—Yo... —Ella negó intentando apartarse de su tacto, pero Owen la retuvo deslizando su pulgar arriba y abajo por su cuello en una caricia tranquilizadora.

—¿Alguien intentó hacerte daño antes?

—No. —La vehemencia en su respuesta fue un indicador claro de que le estaba mintiendo, pero lo dejó pasar. Él podía e iba a respetar su deseo de no llevarlo al ámbito de lo muy personal—. Solo... —Se frotó un brazo con un ademan nervioso—. Solo tengo algo de frío.

—¿Frío? —le arrojó de regreso, al tiempo que dejaba a su mano descansar en la base de su cuello. Ella asintió, un poco menos tensa—. ¿Puedo ofrecerme como fuente de calor?

—¿Ofrecerse? —instó, confusa. Owen sonrió lentamente.

—El cuerpo es una fuente de calor infalible, en Escocia somos bastante desinteresados al ofrecer nuestro calor corporal. —Ese era el motivo por el cual la mayoría consideraba a los escoceses mucho más cálidos que a cualquier inglés. Las bajas temperaturas hacían que naturalmente intentaran resguardarse en lo más cercano, ya sea una manta, una choza o una persona.

—¿Ese es el modo en que un escocés pide un abrazo, milord?

—Es el modo en que nos resistimos a pasar frío, majestad —explicó encogiéndose de hombros—. Piénselo de esta forma, no importa qué tantas diferencias tengas con alguien... si el frío apremia, te abrazarás a esa persona sin importar nada. La supervivencia es el mejor puente para la diplomacia.

Sorpresivamente ella soltó una carcajada, la cual se apresuró a ocultar detrás de su mano como si estuviese haciendo algo mal al reír su broma.

—Quizá... —dijo tras un sutil carraspeo—, quizá si no usaran faldas...

Owen sonrió ante la insinuante nota de burla.

—Las "faldas" como tan amablemente llama a nuestro feileadh mor [1] no es una prenda de uso diario. Solo lo usamos en ocasiones bastante particulares...

—Como fiestas de disfraces —ofreció ella con retintín.

—Como fiestas de disfraces —concedió él, notando que la mujer lentamente parecía relajarse bajo la caricia de su mano.

Decidió ser cuidadoso, marcando lentos círculos con su pulgar solo en esa pequeña área de piel expuesta que ella le ofrecía. No parecía ser alguien con mucha experiencia, se mostraba demasiado tímida y estaba tan tensa como la cuerda de un arco, pero no se apartaba y eso debía de ser un buen indicador.

Owen carraspeó, haciendo que esos ojos verdes se alzaran hasta enfrentar los suyos y una suave sonrisa curvara la comisura de sus labios. Dioses, cómo le gustaría besarla.

—Toma un bombón, majestad —ordenó, sintiendo su voz pesada.

Sin apartarle la mirada, la mujer extendió una mano hacia la cajita y con delicadeza extrajo un dulce para luego llevárselo a la boca con un muy ligero gemido de satisfacción. En ese momento fue Owen el que sintió cada músculo de su cuerpo tensarse y antes de siquiera poder darle rienda suelta a sus fantasías, cerró la mano sobre su nuca y tiró de ella para saborear los vestigios del chocolate fundiéndose en sus labios. Ella jadeó, sorprendida, apartándose justo al instante en que él planeaba profundizar el contacto. La mujer se llevó una mano a la boca, mirándolo con ojos desorbitados y entonces... ella lo abofeteó.

—¡Cómo se atreve! —le increpó, apartándose casi hasta la otra esquina del carruaje.

—¿Me has golpeado? —pidió saber, aún demasiado estupefacto como para entender lo que estaba pasando.

—Usted, señor... —comenzó a decir ella, señalándolo acusadoramente con su índice—. ¡Usted es un atrevido!

—¿Me has golpeado? —repitió, cayendo en cuenta de que había sido abofeteado por su cita nocturna. ¿En qué comedia ridícula había caído? ¿De aquí a cuando las amantes golpeaban a un hombre por robarle un beso?

—¿Acaso esperaba una felicitación? —replicó, aireadamente. Contra su mejor juicio, Owen sintió sus mejillas calentarse por el arrobo. Nunca antes una mujer se había molestado en una situación como esta, nunca antes una mujer se había molestado con él por nada—. Una dama elige cuándo y por quién ser besada, milord, y no creo habérselo pedido.

¡Vaya ridiculez!

—Me citaste a medianoche en una taberna, te subiste a mi carruaje y te comiste un bombón como si estuvieras en pleno éxtasis, ¡perdón por malinterpretar la situación!

—No es necesario que sea sarcástico —apuntaló, dándole la espalda con aire afectado—. Por favor déjeme en alguna parte de St. James donde pueda conseguir un carruaje.

—¡¿En serio?! —Owen simplemente no podía creerlo, incluso hasta habría preferido ser plantado otra vez.

—¿Parezco estar haciendo una broma? —le arrojó con altanería, mirándolo brevemente por sobre el hombro.

Él parpadeó. De todas las mujeres que podía haberse buscado en Londres, tenía que levantar en su carruaje a la única loca.

—La llevaré a St. James —masculló, fastidiado por el curso que tomó una noche que había sido prometedora—. ¿Pero antes podría responderme algo? —Ella se giró lo suficiente como para espiarlo por el rabillo del ojo y él supuso que era su manera de pedirle que continuara—. Si su plan era dar cátedra de buenos modales, ¿por qué me citó esta noche?

La mujer volvió su mirada hacia la ventanilla, guardando silencio por tanto tiempo que él estuvo seguro que no le respondería. Pero al cabo de una breve inhalación, ella encogió un hombro con cierto toque de desinterés.

—¿Curiosidad? —aventuró en un susurro.

Owen enarcó ambas cejas, arrastrándose por el asiento hasta quedar a solo un suspiro de rozar su cuerpo. Era lo único que podía hacer para contener las ganas de lanzarla sobre sus rodillas y enseñarle algo de malos modales.

—¿Majestad? —Ella le ofreció su perfil como única muestra de atención—. ¿Por qué me abofeteaste? —Una sonrisa oscura tiró de la esquina de sus tentadores labios.

—Porque soy una dama —musitó en respuesta, girándose un tanto más hasta que sus bocas estuvieron a escasos milímetros—. Y una dama no se deja seducir en un carruaje. —Ella apenas le permitió rozar sus labios con sus susurros, antes de apartarse una vez más—. ¿No cree que valga más que eso, milord?

Owen asintió, absorto. No tenía idea qué juego estaba jugando esa mujer, pero diablos que él no sería el primero en abandonar la partida.

—Entonces la próxima vez —le dijo como una promesa que no admitía replicas—, te seduciré del modo correcto. Serás tratada como la reina que eres...

Ella sonrió de forma dubitativa y esa pequeña muestra de vacilación solo sirvió para reforzar su deseo de poseerla, su deseo de borrar toda duda de su mente. Esa mujer loca sería suya, él se aseguraría de que así fuera.

—Tengo que volver.

Owen tomó la delicada mano enguantada, para luego llevársela a los labios y plantarle un cariñoso beso en el dorso.

—La siguiente vez yo te buscaré, majestad.


1-El típico kilt largo de los escoceses, Owen usa la terminología en gaélico. 


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Ya sé que todos piensan que Owen es super despistado por no darse cuenta de que es Aime. Pero tengan presente que él no le ha prestado suficiente atención a Aime, él no busca que ella le guste así que apenas si repara en ella. Y como dice Aime al principio, cada quien ve lo que quiere ver. 

Espero que les haya gustado, ¿pueden adivinar para dónde va esto? xDD

Nos leemos ;)

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