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Ajustes

Podemos tardar, podemos desaparecer por un tiempo, pero siempre volvemos. No pierdan la fe. Simplemente a veces tengo que pensar la trama y ver si estoy yendo en la dirección correcta, porque así como lo ven, nos vamos a empezar a encaminar al final :D Pero tranquilos, nos queda un camino por recorrer! 

Capítulo XXIII: Ajustes

Valen no pudo evitar que una sonrisa de pura incredulidad se dibujara en sus labios ante el festín que tenía frente a su nariz. Tomó una profunda inhalación dejando que los celestiales aromas penetraran en lo más profundo de su ser; no estuvo seguro, pero había una gran posibilidad de que él estuviese salivando como el más hambriento de los animales.

—¿Le gustaría que le sirva, señor? —Dio un respingo, volviendo el rostro lo suficiente para encontrarse con la mirada paciente de un lacayo. Al no saber cómo proceder, se limitó a asentir en silencio mientras estudiaba al formal y elegante hombrecillo—. ¿Algo en particular? —Valen se encogió de hombros—. ¿Quizás un poco de cada cosa?

—Hm... —musitó de forma ambigua, al tiempo que el hombre tomaba un plato y comenzaba a llenarlo con distintas porciones de comida. Había tanto, él nunca había visto esa variedad en una sola mesa y lo había en montones, podrían alimentar a diez personas sin esfuerzo. Y... ¡oh dios!, no era más que el desayuno.

El lacayo dio un paso atrás casi pisándolo en el proceso y entonces, lo observó con curiosa amabilidad.

—¿No desea sentarse? —Valen parpadeó, confuso—. Yo le llevaré la comida a la mesa, puede sentarse y esperar.

¿Esperar? ¿Y si algo le pasaba en el camino a la mesa? No, él no se arriesgaría, tomaría su plato y lo llevaría por su cuenta tal y como le habían enseñado en el hospicio. Separarse de la comida equivalía a un estómago vacío y él estaba más que harto de esa sensación.

—Yo lo llevo —le espetó con lo que esperaba fuese un tono de firme determinación.

El lacayo asintió sin mostrarse contrariado, para luego terminar de servir una cantidad para nada despreciable de huevos revueltos. Cruzaron una breve mirada frente a la fuente y sin necesidad de pedírselo, el hombre le colocó una porción extra. ¡Era increíble! ¿Cuándo había sido la última vez que había comido ración doble? Él simplemente no podía recordar una primera vez.

Una vez que los dos platos de comida estuvieron repletos, el lacayo se los entregó para que él custodiara su llegada a la mesa sin reportar inconvenientes. Valen tomó asiento con más calma de la que se sentía capaz de presumir, desplegó una servilleta de lino sobre su regazo —porque no era un animal sin modales— y elevó una plegaria silenciosa al cocinero antes de lanzarse al primer ataque.

—Usted... —El tenedor quedó pendiendo de sus dedos a escasos centímetros de su boca, mientras se volvía hacia la autoritaria voz que le había rugido desde la puerta. Una mujer de mediana edad vestida con extravagante elegancia, lo observaba fijo y con desprecio—. Sígame.

Diciendo aquello la mujer se giró en un vuelo de faldas, dejando tras de sí un rastro de frialdad y odio bastante fácil de seguir. Valen suspiró, miró su comida sin tocar y luego hacia la puerta por donde se había marchado la mujer. No era tan estúpido como para no saber de quién se trataba, pero diablos... diablos, diablos, ¿por qué no había podido esperar a que terminara el desayuno?

Rezongando empujó su silla hacia atrás y se incorporó de mala gana para ir tras la marquesa viuda. Le gustara o no, ese era un paso que tenía que dar si quería alcanzar su objetivo.

Ella lo hizo seguirla a lo largo de los lujosos pasillos remodelados del castillo, hasta llegar al ala más alejada del comedor donde se encontraba la biblioteca como internada en una especie de inmensa bóveda de techos altos y paredes de oscura madera. Valen hizo una necesaria pausa bajo el quicio de las puertas dobles, incapaz de refrenar su sorpresa ante tanta opulencia. Había un enorme mapa del mundo colgado en la pared que lo enfrentaba y aunque el dibujo que tenía en teoría estaba bien, había algunas partes que no aparecían trazadas lo que podía significar que era bastante antiguo. Y esa idea lo llevó a arrastrar su mirada por las demás paredes, repletas de libros y curiosidades que parecían venir de sitios que él ni podía imaginar. ¿Cuánto costaría lo que había en esa única habitación? ¿Cuánto podría esconder debajo de su chaqueta?

—Creo que las presentaciones sobran en esta ocasión —masculló la marquesa viuda, obligándolo a dejar sus cálculos mentales para después. Asintió—. Llevo veintisiete años siendo la señora de este lugar. —Valen volvió a asentir sin decir nada, sabía por experiencia que la gente rica rara vez deseaba escuchar a la otra persona mientras mantenía una conversación—. Y no tengo intención de hacer esto innecesariamente largo, creo que sabe porqué lo he llamado aquí.

—Hm... —murmuró en lo que supuso una respuesta conveniente.

—Estoy dispuesta a darle un billete de banco con una suma para nada despreciable, si se marchas de aquí en este instante.

Bueno, eso sí que no se lo había esperado.

—Mi lady... —comenzó a decir, tras aclararse la garganta—. Me temo que no...

Ella agitó una de sus aristócratas manos frente a su rostro para silenciarlo y en contra de su buen criterio, Valen le obedeció. No importaba cuánto se intentara salir de la posición de criado, aquel que había nacido para recibir órdenes de los ricos tenía serios problemas al momento de desarraigar la vieja costumbre.

—Probablemente crea que tiene todo resuelto. —No lo creía, a decir verdad él lo tenía todo resuelto, pero no sería tan estúpido como para compartirlo con ella—. Pero déjeme decirle, muchacho, que un par de ojos claros y una historia triste no sirven a la hora de comprobar la identidad de alguien. —La marquesa esbozó una pequeña sonrisa—. Mi oferta será lo mejor que podrá obtener de esta familia.

Valen le obsequió una sonrisa falsa de su propia cosecha.

—Si las cosas son tal y como lo señala, mi lady, no debería existir motivo para que me hiciera oferta alguna. —Hizo una pausa para mirarla con intensidad, a lo cual ella rio sin humor.

—No soy estúpida, señor Valente. —Sus ojos miraron más allá de él como a algún punto lejano de sus recuerdos—. Ni tan inocente como para no saber el tipo de hombre con el que me casé. Existe, no lo niego, una posibilidad de que su historia sea cierta... —Valen arqueó las cejas, expectante—. Pero también está este pequeño detalle.

—¿Detalle?

—Usted no tiene pruebas.

Sin darse cuenta, Valen tensó la mandíbula.

—¿Está segura de eso? —inquirió, desenfadado.

—Si las tuviera, ya las habría presentado —afirmó de forma concluyente—. Y probablemente esté pensando que ha engañado a mi hijo al lograr entrar en esta casa, pero no confunda amabilidad con ignorancia. Owen jamás ha pecado de ser poco precavido y mientras usted se sienta a disfrutar de nuestra comida, sepa que cada aspecto de su vida está siendo estudiado al detalle. No va a tomarle mucho tiempo saber quién es usted y entonces...

—¿Entonces? —la apremió mostrándose indiferente.

—Entonces espero que usted esté en buenos términos con el verdugo.

Valen se cruzó de brazos, dándose un segundo para observar a la marquesa bajo una nueva luz. Si bien se había tomado el tiempo de estudiar a todos los miembros de la familia antes de siquiera pensar en presentarse en Belvoir, en ningún momento había hecho especial hincapié en la mujer que lo enfrentaba. Había podido averiguar poca cosa de ella y en todo caso le había resultado sosa, aburrida y poco más que un rostro bonito que adornaba los cuadros familiares. El tenerla allí dándole una amenaza para nada sutil le resultaba entrañable. Y divertido, para qué engañarse.

—Mi lady... —murmuró curvando los labios con ligereza—. Me halaga que muestre tal preocupación por mi devenir, pero no es necesario...

—Si quiere tomarlo como preocupación hacia su persona, hágalo.

En esa ocasión Valen le sonrió en verdad, aunque con la misma dosis de diversión que se cargaba esa mujer.

—Por supuesto que no considero este benévolo acto suyo como un desesperado intento de cuidar su reputación —contrarrestó con sorna. La mujer bufó.

—¿Cree que su existencia es un agravio para mí? —No respondió, pues era más que evidente que ella sería terriblemente humillada si se conocía que su esposo había engendrado otro hijo bastardo mientras compartía su cama y engendraba a sus propios herederos. La marquesa soltó una carcajada con los labios apretados—. Mi querido... —dijo con un extraño aire maternal—, hace mucho tiempo que me volví inmune a los insultos que la licenciosa vida de mi esposo arrojaron sobre mí. Lord Granby arrastró mi nombre por tanta cama encontró de Inglaterra a Escocía y de regreso, un hijo más o un hijo menos ya no tiene el poder de agraviarme más.

—Entonces, ¿cuál es el afán de que me marche?

—No lo tome como algo personal —musitó, una vez mirando más allá de él—. Si lo que dice es cierto, su nacimiento no es culpa suya y no sería digno de una dama el pensar lo contrario. —¡Qué magnánima! Pensó con cierta irritación por la palpable indiferencia en su timbre—. Pero independientemente de que sea cierto o no, una noticia como esta tiene el poder de herir a personas que ningún daño le han hecho. —Ella debía estar hablando de sus hijos, por supuesto—. El actual lord Granby acaba de contraer matrimonio, su esposa representa un nuevo inicio para esta familia. Una posibilidad para empezar a romper los lazos que siempre nos han vinculado con el escándalo y no puedo permitir que otro de los descuidos de Darien arruinen eso.

—¿Descuido?

Ella se encogió de hombros con soltura.

—Señor Valente, dígame algo —continuó, haciendo caso omiso de su interrupción—. ¿Llegó a conocer a lord Granby? —Él negó sin inmutarse—. Pero asegura que es su padre.

—Mi madre me lo dijo.

—Y mi esposo, ¿sabía de usted?

Valen frunció el ceño sin comprender muy bien a dónde quería llegar con esas preguntas, pero al cabo de un momento asintió.

—Tengo entendido que sí.

La mujer movió la cabeza en una tenue aceptación.

—Verá, joven, mi esposo tenía una lista de defectos que no me alcanzarían todas las hojas de estos libros para poner por escrito. Pero siempre le he reconocido algo...

—¿Y eso es? —la apremió al ver que la pausa se extendía entre ambos. Lady Granby clavó sus ojos en los de él con determinación.

—Él cuidaba de sus hijos. —Valen abrió la boca para replicar, pero ella volvió a hacer uso de su poder de aristócrata para callarlo—. Él nunca le dio la espalda a ninguno de sus hijos; el hecho de que no haya mención de usted en su testamento o ni tan siquiera una alusión a su nombre no va a pasar desapercibido. Y cuando Owen llegue a la misma conclusión que yo, joven Valente, no habrá ninguna oferta esperándolo.

La marquesa viuda le sostuvo la mirada con aplomo, esperando su capitulación y por un segundo más que largo, Valen estuvo tentado de aceptar. Sería dinero rápido, pero a la larga no sería suficiente. No, cualquier pago por parte de esa mujer sería igual que aceptar limosnas y él no había llegado tan lejos para rendirse a las puertas del triunfo.

—Aunque evidentemente estoy disfrutando de esta enérgica y reconfortante conversación —ella frunció el ceño ante su irónica réplica—, si mi lady no tiene más que decir, ¿puedo retirarme? —La mujer no aceptó ni de acción ni de palabra, pero por el modo en que lo miró Valen supo que le estaba ordenando que desapareciera cuanto antes y en vista de que su desayuno esperaba, él no tuvo problemas en obedecer en aquella ocasión.

***

Aunque Aime se consideraba a sí misma como una persona de pensamientos progresistas, nunca había sido lo bastante osada como para cuestionar la sabiduría de las mujeres mayores. Por lo tanto había crecido con la firme creencia de que los hombres eran seres imprudentes e imprevisibles, siempre dominados por los impulsos primitivos y los caprichos de sus deseos. Básicamente destinados a vivir bajo el yugo de su libido.

Y hasta esa mañana, ella no había tenido motivos para cuestionar ese conocimiento común a toda mujer: los hombres estaban ligeramente por encima de las bestias —todo mundo sabía eso—, por lo que era la misión de las mujeres aportar el grado de prudencia y buen juicio a una relación. Pero aun siendo consciente de ello, Aime no lograba aplacar el deseo irracional de acariciar al hombre que dormía tiernamente a su lado, con el rostro relajado y las pestañas doradas destellando bajo los primeros rayos del sol de la mañana, Owen, su esposo, parecía un ángel cansado.

Sonrió ante su propio pensamiento y sin poder refrenarse, estiró una mano para trazar con delicadeza el filo de su mandíbula ligeramente oscurecida por la insipiente barba. Los vellitos más rojizos que rubios, pincharon las yemas de sus dedos mientras desandaba su camino y volvía a subir por su mejilla en una lenta caricia. Owen hizo una mueca con los labios, pero sus ojos permanecieron cerrados y Aime se recreó en la admiración de su belleza. Porque era hermoso, no había motivos o razones para negar aquello, y lo que habían compartido la noche anterior también había sido hermoso. Le alegraba saber que sería capaz de disfrutar de las atenciones de su esposo, siempre que éste la requiriera en su cama. Le alegraba saber que él también parecía disfrutar de su compañía en el lecho.

Volvió a sonreír como si no existiese el mundo más allá de ese cuarto y ese hombre, y se inclinó una vez más para observarlo de cerca.

—¿Qué haces?

Ella ahogó un chillido, echándose para atrás tan rápido como fue capaz. Aun así los ojos celestes de Owen la atraparon en medio de la retirada, anclándola en su sitio con un severo ceño de reprimenda.

—Yo... —comenzó a balbucear, a lo cual él sonrió con picardía haciendo que su corazón diera un tropiezo en su pecho.

—¿Me tienes miedo? —instó sin dejar de sonreír. Aime soltó un bufido de incredulidad.

—¿Miedo a ti? —Sacudió una mano en el aire—. Por favor.

Antes de que pudiera darse cuenta, Owen capturó su mano para llevarla hasta su boca y plantarle un tierno beso en la punta de los dedos. Aime boqueó como un pez arrastrado fuera del agua, al tiempo que intentaba en la medida de lo posible desembarazarse de su amarre y esconder su mano.

—¿Por qué no me dejas sostener tu mano? —le cuestionó, notando al instante sus intenciones. Ella se encogió de hombros, mirando tentativamente hacia la ventana donde la luz del sol comenzaba a bañar de claridad el cuarto.

—Todavía no me acostumbro.

—¿A qué? —preguntó, incorporándose sobre sus codos para quedar medio sentado.

—A que veas mis...

—¿Tu cuerpo desnudo?

Aime abrió la boca, estupefacta.

—¡No! ¡Hablaba de mis manos! —Owen soltó una carcajada al verla envolverse remilgadamente con las sábanas y la colcha, sin dejar más que su cabeza visible—. Y tú no deberías... —Él arqueó ambas cejas en espera—. No deberías... no deberías... ¡ya sabes!

—¿Qué cosa?

—¡Hablar de esos temas! —lo censuró, sintiendo como la sangre se agolpaba en sus mejillas hasta que ardieron por completo. Aun siendo su esposo, él no podía esperar que se sentaran a debatir tranquilamente sobre la desnudez de uno o de otro. Eso era completamente reprobable.

—¿Por qué no?

Aime frunció el ceño, dándole una mirada de advertencia.

—Una dama y un caballero no hablan sobre la desnudez, no se hace.

—Pero estamos casados.

—¡Aun así! Los asuntos conyugales, son para tratarse en la oscuridad e intimidad de la alcoba.

—Estamos en la alcoba, solos —contrarrestó él con un pícaro brillo de diversión en sus ojos. Aime refunfuñó para sus adentros.

—¡Owen Hogdes, no me gusta tu tono! —le espetó del mismo modo que su madre hacía cuando quería reprenderla.

Él se echó hacia atrás sobre las almohadas, riendo tan fuerte que Aime temió que los criados lo escucharan en la cocina. Se sintió tan abochornada por su reacción que se limitó a observarlo con el ceño fruncido y una mueca de indignación. Al cabo de un par de minutos, su esposo recuperó la compostura y finalmente le devolvió la cortesía.

—¿Y qué tono debería usar entonces? —le preguntó, al tiempo que estiraba una mano para ahuecarla en su mejilla. Aime se apartó, recelosa.

—No tolero que te burles de mí de ese modo.

—Aime... —la llamó, deslizando su mano por la parte trasera de su cuello hasta que fue capaz de sostenerla—. No me burlaba de ti, solo me ha parecido lindo verte tímida e insegura en algo. Siempre tienes opiniones tan firmes y fuertes, que fue interesante verte vacilar en un terreno nuevo.

—¿A qué te refieres? —inquirió, confusa.

Él le sonrió, tirando de ella un tanto hasta que sus miradas quedaron equiparadas.

—Pronto vas a ver que no existe ningún tema del que no podamos hablar, te acostumbrarás a tu desnudez tanto como a la mía e incluso, a riesgo de sonar arrogante, la desearás.

Le envió una sonrisa sarcástica, rozando la punta de nariz con la suya juguetonamente.

—Aunque he descubierto gratamente que no me desagradan mis deberes de esposa, tampoco voy a exagerar diciendo que aguarde deseosa el próximo encuentro. —Owen hizo una mueca como si ella acabara de golpearlo y al mismo instante se arrepintió de sus imprudentes palabras—. No estoy diciendo que no me haya gustado...

Él la silenció presionando su índice sobre sus labios.

—Tranquila, Aime. Sé que puedo hacer que lo desees tanto como yo...

—¿Por qué importaría? —Sabía de sobra que más de la mitad de las esposas no deseaban a sus maridos y eso no significaba que el matrimonio en cuestión fuera un fracaso. Y no es como si a ella le desagradara él, en realidad era todo lo contrario.

—Si no consigo hacer que me desees, entonces simplemente no te merezco. —Hizo una pausa para chasquear la lengua—. Y yo malditamente no concibo esa opción.

Ella asintió con firmeza ante sus palabras, inclinándose para darle un rápido beso en los labios. Owen parpadeó, cerrando sus manos alrededor de su cintura para atraparla en un tibio abrazo. Y Aime se dejó abrazar sin protestar, al tiempo que peinaba con sus dedos los enmarañados caballos rubios de su esposo y sonreía secretamente contra su cuello.

***

Cuando Owen fue capaz de acercarse al comedor a por su desayuno, se sentía famélico pero extraordinariamente lo estaba llevando bastante bien. Había sido una buena mañana, joder, había sido una buena maldita noche y se aseguraría de tener varias de esas noches en el futuro. Después de todo, tenía que lograr su objetivo de que ella lo buscara y dejara de ver sus encuentros en el lecho como una más de sus tareas de esposa. Aime parecía encontrar el goce del acto como un añadido inesperado y no podía culparla, era una dama y había sido educada para pensar que debía cumplir con un deber, no disfrutar de ello. Sería sobradamente divertido y estimulante enseñarle a sacar el mayor provecho de su ardua "labor de esposa".

—Buenos días, milord. —Su mayordomo se reverenció para él, al tiempo que le abría las puertas del comedor.

Owen ingresó como de costumbre, esperando que no hubiese nadie allí pero se sorprendió al notar que tanto su esposa como el chico se encontraban sentados enfrascados en una amigable conversación. Carraspeó, logrando que Aime lo mirara y le enviara una sonrisa de bienvenida; Valen por su parte se puso de pie para hacerle una reverencia.

Decidió tomar asiento sin molestarse en interrumpirlos y notó con algo de asombro que había un buen número de platos y compotas vacías en la mesa como testigos mudos de una batalla campal. Al parecer ellos debían estar al final de sus respectivos desayunos.

—¿Ya terminaron? —inquirió, aunque su pregunta fue dirigida a su esposa.

—Pensamos que te demorarías más tiempo con tu administrador, así que empezamos sin ti. Espero no te moleste.

—En lo absoluto. —Le habría gustado desayunar en la cama, con ella desnuda a su lado para seguir conversando sobre asuntos conyugales. Pero el deber era el deber.

El lacayo, que conocía perfectamente sus gustos, le pasó un plato que casi desbordaba de comida, una taza de té y una copia de The Herald. El único periódico escocés que llegaba con cierta frecuencia a ese punto perdido de Inglaterra. Y mientras alternaba un bocado con algo de lectura, reparó vagamente en la conversación a su alrededor.

—El río está bien —decía su esposa, jugueteando con su servilleta como una niña inquieta—, pero quiero ver otras partes de la finca.

—Necesitaría montar para eso, mi lady —respondió Valen con gesto inmutable.

—Podríamos usar el faetón, ¿no?

Owen parpadeó su mirada lejos de la hoja que leía para posarla en ella, ¿planeaba salir de paseo?

—Podría funcionar —respondió el otro cordialmente.

—¿Saldrás?

—Oh, daré mi paseo de todas las mañanas —le informó Aime con desenfado, empujando la silla para ponerse de pie—. Haré que preparen el faetón —continuó dirigiéndose a Valen en esa ocasión, el cual también se estaba incorporando—. Podemos salir en diez minutos.

—¿A dónde vas? —le preguntó haciendo que se detuviera.

—A pasear.

—¿Dónde?

—No lo sé aún, estoy intentando conocer más la finca así que saldremos a dar una vuelta.

—Yo puedo mostrarte la finca —murmuró sin apenas darse cuenta de la tensión que súbitamente cubrió su tono.

—No quiero molestarte, sé que estás ocupado. —Sacudió una mano para restarle importancia al asunto—. Tú tranquilo, Valen me acompaña.

¿Se suponía que eso debía dejarlo tranquilo?

Aime se inclinó para darle un beso en la frente y entonces ambos se encaminaron a la salida para dejarlo solo con su desayuno. Repentinamente la idea de comer otro bocado se le hizo intolerable; lanzando el periódico sobre la mesa, salió detrás de ella con paso firme y la alcanzó a escasos metros de la escalera principal.

—Aime. —Su esposa se volteó al instante, obsequiándole una alegre sonrisa. No había rastros de Valen por ningún lado, lo que podría suponer que se había adelantado a pedir el carruaje.

—No he conducido un faetón en años, espero no lanzarnos por un acantilado.

Él sacudió la cabeza, confuso por esa súbita confesión.

—Aime no creo que sea apropiado que salgas con Valen sola.

—Llevaremos un lacayo.

—No me estás entendiendo —masculló con voz baja. Ella finalmente pareció caer en cuenta de lo que le decía, porque sus hasta entonces chispeantes ojos verdes se velaron tras un gesto tozudo.

—¿Y por qué no podría ir con él?

—Simplemente no puedes.

La mujer abrió la boca como si estuviera lista para gritarle, pero luego de unos pocos segundos la cerró y lo observó con cierto aire de suficiencia.

—Dime en qué parte del contrato dice que no puedo hacer eso.

—Aime... —le dijo en advertencia, ella alzó la barbilla desafiante.

—Dime en qué parte —repitió sin dejarse amilanar.

Owen soltó el aire lentamente por entre sus dientes apretados e intentó serenarse lo suficiente como para hacerle entender su postura.

—Aún no sabemos quién es él, no sabemos sus intenciones ni si puede ser o no peligroso. —Hizo una pausa para luego añadir—: Y no confío en él.

—¿Y cómo piensas averiguarlo si no lo tratas?

Owen no supo exactamente qué responder a eso, por lo que su esposa le regaló una pequeña sonrisa de victoria antes de volverse con renovadas energías hacia las escaleras.

—Puede ser peligroso —señaló al verla alejarse de él. Aime se detuvo a unos tres escalones de distancia y lo observó por sobre el hombro.

—No te preocupes por mí.

Owen presionó la mandíbula sabiendo que no tenía forma de retenerla sin incumplir con alguna parte del contrato, ella continuó subiendo.

—Si no me preocupo por ti, ¿por quién debería? —susurró al lugar vacío que ella había ocupado minutos antes.

Soltando una maldición se sacudió el extraño entumecimiento que enfriaba su pecho y comenzó a dirigirse a grandes zancadas a los establos. Si ella quería un paseo por la finca, maldita sea que tendría un paseo por la finca. ¿Y las obligaciones? Le recordó la molesta voz de su mente.

Owen sacudió la cabeza, irritado, Aime era su primera obligación. 

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Neil: No sé ustedes, pero me gusta que cuando nos desaparecemos por un tiempo, mis fanáticas empiecen a preocuparse por mí. 

Lucas: Todavía vive en ese mundo donde cree que tiene fanáticas. 

Neil: Tú no molestes.

Didi: Ustedes ya son noticia vieja, sépanlo. La sangre nueva tomará el lugar que dejan y las fanáticas lentamente comenzarán a olvidarlos.

Neil: ¡No es cierto! ¡No digas mentiras! Siempre seré el pervertido del corazón de todas. 

Dimo: Evan creo que alguien tiene problemas para soltar el pasado. 

Evan: Quizás tengamos que hablar un poco Neil.

Neil *triste*: No quiero ser olvidado o reemplazado por otro.

Evan: Tienes que entender, las lectoras son así Neil. Suelen tener múltiples amores literarios, un día eres su favorito y entonces...

Dimo: Te reemplazan por el tipo de época que habla bonito.

Lucas: O por el loco que gusta de hablar con sus cuchillos. 

Didi: Lo bueno es que sin historia ya tengo fanáticas y este capítulo lo dedico yo, porque nunca seré reemplazado en el corazón de dailyntorrealba . ¿Verdad, cariño? Espero que todavía me estés esperando y deseando, cuando yo llegue nadie podrá borrarme de sus mentes. 

Neil *más triste*: Eso creía yo... pero ellas... ellas solo me usaron y me botaron. Como un trozo de carne... ;( ;(

Dimo *aburrido*: Dios, es tan dramático. Yo digo que lo sacrifiquemos. 

Iker: ¡Tengo la espada!

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