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Aime

¡Hola! ¿Me esperaban hoy? Creo que ni yo... en fin, cap nuevo. Espero les guste porque esto avanza a la inevitable. 

La foto solo me gustó xD

Capítulo XV: Aime

Los días en el calendario de Aime comenzaron a avanzar paulatinamente, tomando el mismo ritmo que los planes para la inminente boda. Las sesiones del parlamento llegaron a su fin un mes después del anuncio de su compromiso, dando así por terminada la temporada social en Londres; la mayoría de las familias que contaban con la posibilidad, comenzaron su lenta migración al campo. Y ella, siendo la prometida del marqués de Granby, fue bendecida —en opinión de su madre— con una invitación a pasar el verano en el castillo de Belvoir, la residencia oficial del marqués en Leicestershire. El mismo lugar en donde se oficiaría la boda.

Ella se sentía sobrecogida y no precisamente porque la felicidad la embargara, estar allí suponía una realidad irrevocable y no podía hacer nada por detener el avance de su destino. Por ese motivo se había dedicado a dejar que los días pasaran, siendo una espectadora pasiva de su propia vida y deseando en su fuero interno, despertar de un momento a otro.

—¿Aime? —Sacudió la cabeza para volver a la realidad, apartando la mirada de la ventana y centrándola en su madre—. Te he estado buscando por todas partes. —El castillo del marqués era lo bastante grande como para hacer de la búsqueda de una persona, una actividad para todo el día.

—Lo siento, me distraje —musitó, alzando el libro que tenía reposado sobre su regazo. Llevaba buena parte de la mañana fingiendo leer en la biblioteca, pero la triste realidad era que no lograba concentrarse en nada por fuera de su incierto futuro. No dejaba de darle vueltas a una única pregunta, ¿debía resignarse a lo que le tocaba? ¿Y si había algún otro modo?

—No importa —sentenció su madre como si respondiera a su pregunta no formulada, para luego acercarse a ella con una enorme sonrisa que la hizo sonreírle de regreso.

Quizás su mente estaba en anarquía, pero ver la felicidad de sus padres era motivo suficiente como para no dejarse llevar por la desesperación. Sí, se iba a casar con un hombre que buscaba castigarla por mentirle, pero al menos sus padres no saldrían dañados por su falta de discreción. Para bien o para mal sería una marquesa, estaría bien. Ella encontraría la forma de estarlo.

—¿Pasa algo? —inquirió, dejando ir el aire de forma lenta por entre sus labios. Ella terminaría recibiendo un reconocimiento real por ser capaz de ocultar sus emociones con tanto tino.

—¡Oh, sí! —Su madre tomó asiento en el alfeizar junto a ella, tendiéndole un papel doblado como si efectivamente se tratara de su reconocimiento. Aime parpadeó, sacándose esa idea ridícula de la cabeza—. Tengo esto para ti.

—¿Qué es?

—La lista final de invitados, hice las modificaciones que pidió el marqués... así que espero todo esté bien ahora.

Aime enarcó ambas cejas, sin tener idea de por qué su madre le daba la lista a ella. No es como si se estuviera encargando de nada concerniente a la boda, al menos Granby había sido diligente al cumplir con su palabra de que ella no tendría que mover un dedo. Desde su llegada al castillo, lo único que Aime había hecho era asentir a las indicaciones de su madre y de la madre del marqués, la cual parecía haberse tomado como reto personal el lograr que ellos dos solo se ocuparan de estar en el lugar preciso a la hora indicada.

—¿Por qué no se la das al marqués? —preguntó, al tiempo que alzaba el libro para dar a entender que estaba muy ocupada.

—Ash... niña problemática —protestó su madre, quitándole el libro con una mueca molesta—. Te la doy a ti para que busques al marqués y se la des.

Ella parpadeó, confusa.

—¿No sería más fácil que lo busques tú y se la des?

Su madre murmuró algo por lo bajo que ella prefirió hacer de cuenta que no había escuchado.

—Aime es tu futuro esposo, deberías querer pasar tiempo con él. ¿Acaso no te interesa conocerlo mejor? —Tuvo que refrenar la automática negación que quiso brotar de sus labios y en cambio optó por encogerse de hombros en gesto dubitativo. Su madre suspiró—. Apenas te he visto hablando con él... parece como si ustedes se evitaran y no entiendo por qué.

—No nos evitamos —se apresuró a decir, riendo como si la idea le pareciera ridícula. En realidad, ellos habían hecho del no cruzarse en una casa un modo de arte. Pero es que ella no encontraba motivos para hablar con el hombre, era desquiciante, autoritario y un autentico patán cuando se sabía no observado, ¿quién en su sano juicio querría buscarlo voluntariamente?—. Él está ocupado, mamá, no quiero absorber todo su tiempo.

Seguramente salir de caza con su primo suponía un agotamiento tremendo, pensó con ironía.

—Estoy segura que él puede hacerse un espacio para ti, cariño. Cualquier hombre se sentiría dichoso de ser interrumpido por ti... —Aime le envió una sonrisa sarcástica que no logró menguar en lo absoluto la determinación de su progenitora—. Anda... —Le colocó a fuerza la lista en la mano—. Ve a buscar a tu prometido, invítalo a pasar la tarde contigo, quizás puedan hacer un picnic. Los jardines de Belvoir son hermosos.

—Mamá... —comenzó a protestar, ganándose automáticamente un profundo ceño por parte de su interlocutora.

—Aime Peyton, no me gusta tu comportamiento.

—¿Qué...?

—Estás vagando por la casa como un alma en pena, te niegas a pasar tiempo con tu prometido y apenas si miras los avances en los preparativos de la boda. Dime, ¿qué pasa contigo? ¿Acaso estás reconsiderando las cosas?

Como si ella pudiese reconsiderar algo, el marqués la tenía acorralada con la amenaza de exponerla. O se casaba o encontraba un nuevo nombre y un nuevo rostro con el cual empezar de cero. No había posibilidades de reconsideración. ¡Dios qué hombre más irritante!

—Claro que no, mamá. Pero ya sabes lo que pienso de las grandes fiestas, me abruman.

—Bueno —la alentó con una sonrisita zalamera—. Ese tipo de cosas son las que deberías de hablar con él. Si quieres una boda más pequeña, cariño, díselo.

Asintió, decidiendo no entrar en esa conversación. De todas formas ya sabía la voluntad de quién se impondría, pidiera lo que pidiera, su opinión sería la última en ser tomada en cuenta allí.

—Iré a buscarlo —masculló, arrastrándose a regañadientes hacia la salida. Iba a buscarlo, efectivamente, pero se demoraría todo lo humanamente posible en encontrarlo. Con suerte y un giró fortuito en el lugar indicado, podría extraviar su camino lo más lejos como pudiera de ese hombre.

***

—Cálmate, Shilt —musitó Owen, apartando la boca de su caballo que insistía en olfatearle el cabello. El animal rezongó golpeando su pesuña contra el suelo, pero él hizo caso omiso de su pequeño drama y siguió cepillándolo con tranquilidad.

Le agradaba ver que se mantenía activo y que por sobre todo, aún lo recordaba. Owen no tenía muchas posibilidades de visitarlo muy a menudo, pero siempre se encargaba de mandarle cartas a su administrador para que vigilara de cerca a Shilt. El caballo piafó volviendo a buscar su rostro y Owen rió por lo bajo, dejando que le diera un húmedo beso en la frente.

—No te pongas romántico conmigo —le advirtió en broma, distrayéndose por el sutil carraspeo de su mozo de cuadra. Owen le dirigió una mirada interrogativa, al tiempo que el hombre se inclinaba en una reverencia para alguien a sus espaldas. Se volvió.

—Lamento molestar —susurró ella con formalidad.

—No es molestia —dijo él en el mismo tono, entonces le indicó al mozo que se retirara con un ademan—. ¿Qué ocurre? —instó una vez que estuvieron solos. Rodeados de caballos, claro, pero solos.

A decir verdad, Owen podía contar con los dedos de una mano la cantidad de veces que habían interactuaron en el último mes sin que nadie los forzara a ello. La mujer lo repelía, eso era un hecho. Así como también era un hecho que él no iba a perseguirla por la casa mendigando su atención. Tarde o temprano caería en la realidad de su situación, serían marido y mujer en pocas semanas, entonces ella no tendría más escapatorias que lidiar con él y superar su enfurruñamiento.

—Es bonito —musitó ella, dando unos tímidos pasos al interior de la cuadra, sus ojos fijos en Shilt.

—¿Le gustaría montarlo?

La mujer le dirigió una mirada de soslayo, estirando su mano para acariciar el hocico inquieto del animal.

—No sé montar.

—¿No sabe montar? —inquirió incapaz de ocultar su incredulidad. Esta mujer se había criado en el campo, ¿qué le habían enseñado a hacer en su infancia?

—¿Es un requisito para ser su marquesa?

Owen tensó la mandíbula ante la evidente pulla en su tono y retomó el cepillado de Shilt con energía. Por supuesto que la mujercilla no dejaría pasar una oportunidad para fastidiarlo, parecía que era su deporte favorito.

—No dije eso —susurró al cabo de un largo minuto de silencio—. Solo me sorprendió que no supiera montar teniendo en cuenta de dónde es usted.

Ella no respondió, limitándose a dejar que el caballo le olfateara el pelo del mismo modo que hacía con él. Shilt era tan cariñoso como una amante enamorada, él no conocía caballo más amable y dado a las personas que el suyo, pero en ese momento le habría gustado que mostrara un poco de lealtad y le lanzara un relincho o algo para espantar el mal genio de esa mujer. En cambio el pequeño traidor parecía regodearse bajo la mano de la chica.

—¿Cómo se llama? —le preguntó sin dejar de acariciar al animal con gentileza. ¿Sería así de gentil en la cama?

Owen sacudió la cabeza al instante en que esa pregunta cruzó su mente, ¿de dónde rayos había venido ese pensamiento?

—Shilt —masculló con más brusquedad de la que había previsto. El caballo alzó las orejas al oír su nombre, abandonando las caricias de la mujer para mirarlo—. Se llama Shilt —repitió, forzándose a relajar su tono. Lo que menos quería era espantarlo o hacerlo creer que estaba enfadado con él, Shilt era bastante sensible después de todo.

Ella esbozó una media sonrisa, observándolo por el rabillo del ojo.

—Es un nombre bastante particular para un caballo, ¿no lo cree? ¿O es su modo de confesar algo? [1]

Le tomó un par de segundos darse cuenta del significado de su comentario y a regañadientes sonrió.

—Shilt significa "caballo" en dórico, señorita Peyton.

Ella parpadeó un par de veces, volviendo a centrar su atención en el animal que la adulaba con besos en el rostro.

—¿Su caballo se llama Caballo? —instó con un ceño confuso.

Owen enarcó una ceja.

—¿Hay algo de malo con eso?

—No... —respondió, devolviéndole el beso al animal como si nada. Ese gesto lo hizo tensarse sin saber exactamente bien por qué. Al parecer la señorita Peyton podía ser cariñosa cuando quería, también parecía que su reticencia a serlo solo aparecía con él—. Pero supongo que yo elegiré los nombres de nuestros hijos.

—¿Quiere decir que Hijo e Hija no suenan bien para usted? —preguntó en juego. Ella le lanzó una sonrisita, divertida.

—¿Y si hay un tercero? ¿Cómo se llamaría exactamente?

—Hijo al cuadrado —ofreció él de forma instantánea. La mujer comenzó a reír, pero instintivamente se cubrió la boca con la mano y lo miró con fingido enfado—. No hay necesidad de que se contenga.

—Una dama no ríe a carcajadas, milord —dijo en tono remilgado. Owen rodó los ojos, desechando ese argumento con un ademan.

—¿Siempre es tan dura consigo misma?

—No, la mitad del tiempo le dejo ese placer a usted.

Y hasta allí había llegado la cordialidad de esa charla, pensó Owen para sus adentros, tratando de aplacar la réplica mordaz que pugnaba por brotar de sus labios.

—No estará tratando de pecar de inocente, ¿o sí señorita Peyton? —Finalmente no se pudo contener de darle rienda suelta a su lengua, ella claramente no se contenía.

—En lo absoluto, milord, solo me limito a representar mi papel.

—No con mucha elegancia —le lanzó con acritud. Ella chasqueó la lengua, apartándose del frente del caballo para situarse ante él.

—No tengo interés en enfrascarme en una discusión con usted, señor. —Le tendió una hoja de papel, cuidándose de no acercarse lo suficiente como para rozarlo—. He venido a darle esto y ahora me retiro.

—¿Qué es? —gruñó sin hacer ningún movimiento hacia el papel.

—La lista de invitados actualizada según sus requisitos. —Dejó caer la mano para darle una mirada retadora—. Doce docenas de personas que no conocemos, con sus respectivos doce contactos que debemos invitar por cortesía.

Owen le sonrió con suficiencia, tomando una esquina del papel para arrebatárselo.

—¡Estupendo! —exclamó con falso entusiasmo—. Tal vez incluso podríamos pensar en una docena más de personas, ¿qué le parece? ¿Invitamos a sus sirvientes también?

La mujer bufó, cruzándose de brazos.

—¿Qué manía tiene de querer a cientos de desconocidos el día de su boda? —lo increpó con voz tensa.

Owen colocó el rostro de lado, para poder enfrentar sus ojos.

—¿Qué manía tiene usted de no querer a cientos de desconocidos el día de nuestra boda? —Hizo especial hincapié en el "nuestra", para hacerla consciente de su participación en el evento que se negaba a aceptar como un hecho.

Ella suspiró, alzando la barbilla como siempre hacía antes de lanzarle un ataque. De todas maneras, Owen pudo ver el modo en que ésta temblaba sutilmente, ya sea por el enfado o la frustración del momento. No podía escoger.

—Milord no quiero una boda grande —murmuró de forma apresurada. Él parpadeó, esperando a que dijera algo más pero la mujer se limitó a mantenerle la mirada con arrojo.

—¿Y eso por qué? —instó al cabo de un segundo de análisis.

—Porque... —la chica vaciló, mordiéndose el labio inferior un acto reflejo. Él maldijo para sus adentros, obligándose a mantener su mirada en sus ojos y puramente en sus ojos—. ¿Por qué no podemos tener algo íntimo y personal? —Antes de que él pudiera responder, ella continuó como si acabara de encontrar el coraje para decir su parecer—: No me apetece caminar al altar ante la mirada de toda la sociedad inglesa y parte de la escocesa, no quiero ese tipo de atención. Quiero una boda pequeña.

—No podemos.

—¡Por qué! —replicó al instante, golpeando el piso con su pie—. He accedido a todo lo que me ha pedido, vine a este lugar desconocido, pasé horas hablando de mi ajuar, de manteles, de velas, de arreglos florales, vestidos... y cada cosa que a su madre se le ocurrió. ¿Por qué usted no puede ceder en esto? Una boda seguirá siendo una boda, independientemente del número de asistentes.

—Usted no entiende... —comenzó a decir, volviendo a ser interrumpido por la mujer.

—¡No, no lo hago y usted tampoco entiende! —masculló con clara frustración.

—Señorita Peyton...

—No quiero que la gente me mire y murmure sobre lo inadecuada que soy para ser marquesa...

Owen frunció el ceño.

—Si alguien...

—No quiero que me señalen, ¿es tan difícil de entender? —volvió a cortarlo—. Puedo hacerle frente a la boda, pero no quiero ser el hazmerreir para cientos de personas.

—¿El hazmerreir? —inquirió, desconcertado por el rumbo que tomaban sus argumentos—. ¿Le avergüenza ser mi marquesa?

Ella rechistó como si él fuera el que no estaba teniendo sentido en ese momento.

—No, señor... pero pienso casarme una vez en mi vida y realmente no quiero tener que preocuparme ese día por no ser lo bastante bonita. —Al instante en que esas palabras escaparon de su boca, ella dejó caer la mirada al suelo en gesto apenado.

Owen se quedó en blanco, completamente estupefacto por esa inesperada confesión. Estaba preparado para manejar su reticencia a la boda, incluso ya se había pensado varios argumentos para calmar sus nervios ante la presión que suponía ser lady Granby. Pero entre sus muchas teorías, ni siquiera había pensado que ella no se sentiría adecuada para el rol y eso le molestó mucho más de lo que quería admitirlo. Mujer tonta.

—¿Por qué piensa así? —inquirió tras darle un momento para rearmarse. Ella lo espió por entre las pestañas.

—Milord, quizás usted lleva el rechazo escrito en el apellido pero yo lo llevo en mi rostro. —Sonrió, pero estaba claro que era lo último que quería hacer—. No soy tonta, sé que la gente me encuentra agradable y quizás una compañía estimulante, pero también sé que soy una curiosidad. —Sus ojos lo encontraron con decisión—. Puedo hacer de cuenta que ignoro las miradas de las personas, la mayor parte del tiempo lo hago... pero realmente no quiero ese tipo de exposición el día en que voy a casarme. No quiero ser la chica de rostro marcado que va a casarse, solo quiero... —hizo una pausa, tomando una temblorosa bocanada de aire—. Solo no quiero ser la curiosidad esta vez —terminó con voz pequeña.

Él volvió la mirada hacia el caballo, mientras se metía la mano en el chaleco y le ofrecía su pañuelo sin decir una palabra. La mujer se limpió rápidamente la lágrima que había caído por su mejilla y luego elevó la barbilla para hacerle saber que ese gesto de debilidad no era importante. Aunque lo era.

—Si sabe que es un defecto en la medida que usted lo crea así, ¿verdad? —Ella lo observó, contrariada. Owen chasqueó la lengua, apuntándole las marcas que tanto parecían afectarla—. Eso... es un defecto si usted lo cree así, una mujer es tan bella como ella misma se sienta. Y mientras usted siga considerando que sus marcas, como tan elocuentemente las llama, son defectos... entonces le está dando libertad al resto de las personas a pensar del mismo modo.

Ella le frunció el ceño.

—Por supuesto, no esperaba que usted lo comprendiera —masculló ofendida, dándose la vuelta en un gesto cargado de femenina impetuosidad.

Owen la detuvo del brazo, tirando de ella para que no se atreviera a dejarlo con la palabra en la boca de ese modo.

—Maldita sea mujer, ¿es que no puede tomar un descanso?

—¡Mi nombre no es mujer! —exclamó, sacudiéndose de su amarre con un tirón—. No soy una de sus propiedades, milord, tengo un nombre y bien haría en aprender a usarlo.

—Está ofendida porque no encontré su lamentable confesión digna de mis lágrimas, lo entiendo pero...

—¡Imbécil! —Ella comenzó a caminar hacia la salida a largos pasos, él la siguió.

—¡Eso no quitará que tendremos una gran boda! —le espetó a sus espaldas. Ella lo fulminó con una mirada por sobre el hombro.

—¡Es usted el ser humano más obtuso que he tenido la desgracia de conocer!

Owen se tragó una maldición, saliendo detrás de ella ante la anonadada mirada de sus mozos de cuadra. Le indicó a uno de ellos que se hiciera cargo de Shilt y continuó su camino, siguiendo de cerca a la mujercilla prepotente que tenía de prometida.

—¡Y es usted la más ciega! —Una vez que le dio alcance, se colocó frente a ella para frustrar su intento de huida—. Está tan mimada por sus padres, que piensa que todos debemos de sentir lástima por usted. Pero yo siento lástima por mí.

La mujer hizo amago de darle una bofetada, pero finalmente dejó caer la mano y lo observó con la rabia apenas contenida.

—Usted decidió llevar adelante esta locura, milord, pero no me quejaré si decide liberarme de mi obligación.

—Ya quisiera —respondió con una sonrisa burlona—. Podría por un minuto dejar de compadecerse de sí misma y parar con toda su sufrida actuación. La he dejado en paz todo este tiempo porque no quería abrumarla, pero sepa que ya no voy a tolerar su actitud por un segundo más. Mi madre y su madre están dando lo mejor de sí mismas para organizar la boda, incluso yo tomé varias responsabilidades mientras usted se dedica a vagar por el castillo como si esperara su fecha de ejecución. —Se detuvo un segundo para estudiar su expresión, pero no obtuvo ninguna reacción por su parte—. Pues sépalo, mujer, su fecha de ejecución ya está pactada y es de aquí a tres semanas. Acéptelo.

La barbilla femenina tembló tras esa última palabra y un brillo acuoso cubrió sus ojos verdes.

—Le odio.

—Estupendo —respondió sin emoción alguna—. No espero su amor, solo espero su cooperación. —Estiró una mano y la ahuecó en su mejilla, siendo bastante consciente del modo en que ella se tensaba siempre que se le acercaba más de la cuenta—. Así que debería escoger su vestido de una buena vez.

La mujer parpadeó, soltando el aire por entre sus labios apenas abiertos.

—Ya lo escogí, será negro.

—Muy graciosa.

—Y no llevaré corsé —añadió, buscando pincharlo. Owen asintió, inafectado.

—Negro y sin corsé —puntualizó fingiendo analizar sus palabras—. Muy digno de la futuro lady Granby.

Ella tomó la mano que mantenía en su rostro y lentamente la apartó, mas no lo soltó mientras lo observaba con ojos tristes.

—No me importa ser infeliz en mi matrimonio, pero esperaba que al menos mi último día de libertad no fuese de ese modo.

Él presionó la mandíbula sin apenas darse cuenta, girando la mano para atrapar sus dedos dentro de su palma.

—Nadie va a burlarse de usted, no lo permitiré.

—Usted no puede controlar lo que piensan las personas, milord.

—¡No sea terca, mujer! —Ella frunció el ceño al instante, Owen sonrió consciente y estiró la otra mano para tomarla de su orgullosa barbilla, guiando su mirada hacia la de él—. Si alguien se atreve a decir algo de ti, te aseguro que será lo último que diga en su vida. Si vas a ser mi esposa, Aime, tienes que aprender a endurecerte ante los comentarios de los demás. Haz de tu debilidad tu fortaleza y nadie podrá lastimarte jamás. Pero en caso de que alguien te lastime, estaré yo para hacerlo pagar por ello.

La chica parpadeó aflojando la tensión de sus hombros de modo apenas perceptible.

—¿Vas a matar a todo el que diga algo feo de mí?

—Si me lo pides, por supuesto.

—¿Y si ese alguien eres tú?

Owen soltó un pequeño suspiro, sonriendo con suavidad.

—Entonces aceptaré el castigo que quieras imponerme.

Ella asintió como si él acabara de darle algo muy difícil en qué pensar, finalmente volvió a mirarlo con fijeza.

—De acuerdo, voy a aceptar la gran boda... pero entonces me deberás un favor.

Él vaciló ante su repentino cambio, pero lo desechó tras un segundo pensamiento. Si la mujer quería una pequeña victoria, él podía ceder en eso. Le dio un sutil apretón a su barbilla, para luego liberarla y ofrecerle su brazo para escoltarla a la casa.

—¿Qué tipo de favor?

—Lo sabrás cuando lo necesite —musitó de forma enigmática. Él la miró de soslayo sin poder enmascarar su curiosidad.

—De acuerdo, entonces —aceptó aún ensimismado—. Pero nada de negro.

—¿Y qué hay del corsé?

Owen sonrió de forma oscura.

—Oh, no, me gusta la idea de sin corsé. —Ella lo observó con desconfianza, él rió—. Podremos pasar a la noche de bodas sin demoras.

—Yo no... —comenzó a protestar la mujer, pero él sin tan siquiera pensarlo se inclinó rápidamente silenciándola con un sutil roce de labios. La señorita Peyton abrió los ojos como platos al ser consciente del fugaz beso, pero afortunadamente, en esa ocasión, no lo abofeteó.

—Tenemos un trato —dijo con calma, bastante satisfecho consigo mismo. Si podía tomar aquello como un precedente, sin duda disfrutaría mucho acabando sus discusiones con esa mujer. Mejor dicho, con Aime.


[1]Lo dice porque en inglés "shilt" significa "culpa", de allí la confusión de Aime. 

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DEDICATORIA NO OBLIGATORIA DE LEER, NO AFECTA LA HISTORIA :D 

Neil: Estoy agotado.

Lucas: ¿De qué? No haces nada en todo el día...

Neil: Para que sepas, hay un nuevo grupo de whatsapp y estoy de encubierto leyendo todas las guarradas que esas chicas nos quieren hacer! Algunas hasta me han horrorizado a mí, a mí!!

Didi: O_O eso sí que es un logro! Tú eres el maestro de la perversión.

Neil: Ni tanto, soy coqueto no perverso. 

Didi: Y aquella vez que le mandaste a Sussy un...

Neil: Eh! Eso es creatividad, no perversión.

Lucas: En fin, sea como fuera... tenemos muchas dedicatorias para ponernos al día. Así que empecemos.

Neil: Déjame que me saco la camisa y empiezo *se empieza a desvestir*

Lucas: ¡Tápate de una vez! No te pidieron a ti.  

Neil *jadeando*: ¿Cómo dices? Pero si ella... ella me prometió amor eterno, ¿quieres decir que me cambió por otro de un año para acá?

Theo: La señorita en cuestión prefiere a un hombre educado, antes que a un pervertido.

Neil: ¿Sabes, milord? No voy a discutir contigo porque tienes espada, pero me ofendes. 

Owen: Esta es mi primera dedicatoria oficial, me gustaría su consejo señor Joyce. 

Neil a Theo: ¿Ves? Aprende de él, valora la antigüedad. 

Theo: Yo soy más antiguo que usted.

Neil: Pufff y se hace llamar caballero. En fin, lord Owen, lo que tienes que hacer es dejar tu corazón en tus palabras. Demostrar que tu fanática es la cosa más bella y ofrecerte como su fiel sirviente. 

Owen: Entiendo... entonces, señorita AnyMarchesoli siendo esta mi primera dedicatoria, la declaro a usted como la dueña de mis más sinceros afectos. Lamento que lleguemos tarde para desearle un feliz cumpleaños, pero de aquí en adelante estaré presente en cada uno de ellos.

Neil *susurrando*: Ofrecele tu cuerpo... 

Owen: Este... *dudando* mi cuerpo es suyo.

Neil: Que buen pupilo ;(

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