
Capítulo 2: Trabajo
(Los diálogos en el centro son recuerdos)
El ambiente en aquel restaurante extravagante era hostigante esa noche. Si soy honesto, preferiría estar comiendo en mi apartamento, disfrutando de la tranquilidad de mi espacio. Pero Mokuba insistió tanto que no pude decirle que no. Sabía que lo que más quería en ese momento era verme allí, compartiendo con ellos, aunque en el fondo no tenía ganas de estar en medio de toda esa gente ni en ese lugar.
— Brindemos —dijo Kaiba, levantando su copa de champagne—, por otro trabajo completo.
Mokuba le siguió el gesto y bebió también.
Yo miré mi copa sin realmente prestarle atención. No es que no la viera, sino que me sentía desconectado de todo, incluso de mi propia bebida. Mi expresión era vacía, como si buscara una respuesta entre las burbujas que subían con pereza a la superficie del líquido. En cierto modo, era como si esas burbujas pudieran darme alguna revelación que me sacara del agujero negro en el que había estado durante tantos años. Pero era en vano. Ni las burbujas ni la bebida me iban a dar algo que necesitaba con desesperación. Lo que realmente buscaba era una salida. Una salida del túnel oscuro que había estado atravesando durante los últimos 18 años, uno en el que nunca veía la luz al final. Este día, que alguna vez fue especial, se había desvanecido en el olvido hace mucho, la misma noche tormentosa que cambió mi vida para siempre, hace 18 años.
— ¡Niños, al cuarto de pánico! ¡Yugi, protege a tu hermano! —la voz de mi madre resonaba en mi cabeza como un eco lejano, pero muy presente.
— ...gi... Yugi...—La voz de Mokuba me sacó de mis pensamientos, abruptamente, como una mano que me agarraba del brazo y me devolvía a la realidad— ¿Todo bien? —me preguntó, mirándome fijamente.
Lo observé y, por un momento, vi en sus ojos la misma preocupación que siempre había tenido por mí, como si todavía no entendiera por qué a veces me desconectaba tanto. Lo miré y asentí sin decir una palabra, como si las palabras no fueran suficientes para explicar lo que sentía en mi interior. Sin embargo, tomé la copa y vacié el contenido de un solo trago, dejando que la sensación amarga del champagne ocupara mi boca y me diera una distracción momentánea.
— Debo irme —dije, sin muchas ganas de prolongar más la conversación.
— Pero... —intentó replicar Mokuba, su tono estaba lleno de incertidumbre, pero yo ya había tomado mi decisión.
— Mokuba —interrumpió Seto, con esa voz autoritaria que siempre lo caracterizaba.
Yo ya sabía lo que venía. No era necesario que Seto dijera más, pero lo hizo de todos modos, como si de alguna manera hubiera querido despedirme formalmente.
— Nos vemos luego, Seto, Mokuba. —Dije sin mucho entusiasmo, levantándome de la mesa.
— Manda mensaje cuando llegues —me dijo Seto, mirando su copa, como si quisiera disimular su preocupación por mí.
Salí del restaurante, sintiendo el aire frío de la noche parisina abrazarme. A medida que caminaba por las calles iluminadas por los faroles, la ciudad parecía una pintura, como si todo estuviera de alguna forma a distancia, ajeno a lo que yo sentía. Crucé el puente Saint-Michel, y en el centro de este, me detuve un momento. La vista nocturna era impresionante, las luces se reflejaban en el agua, pero el sonido de los autos que pasaban detrás de mí no lograba apartar mi mente de los pensamientos oscuros que seguían rondando mi cabeza.
Aunque el bullicio de la ciudad seguía alrededor de mí, yo permanecía en mi pequeño rincón de soledad. Solo, rodeado de luces y ruido, pero distante de todo. La calma solo duraba un momento antes de que mi celular sonara y la realidad volviera a golpearme. Miré la pantalla, un número privado. Sabía perfectamente quién era.
— ¿Qué? —respondí, sin ganas de intercambiar palabras vacías.
— Felicidades por otro trabajo terminado. Mokuba ya me mandó el informe y parece que no hubo testigos. Como siempre, buen trabajo, Yugi —dijo una voz rasposa al otro lado de la línea. Era esa voz que ya no me sorprendía, pero que me asfixiaba cada vez más.
— Supongo que debería darte las gracias por eso. Pero no estoy de humor para halagos —respondí, algo seco, con la esperanza de que la conversación fuera breve.
— Estoy al tanto de la situación. No creas que no sé qué fecha es hoy. —La voz de él se volvía cada vez más opresiva, y podía sentir la presión en mi pecho. Pero si me estaba llamando, era por algo importante, así que no me quedó de otra que callarme y escuchar.— Justo debajo del puente donde estás, va pasando un bote. Te espero dentro. Ya di aviso a los guardias, así que no te dispararán. Y aunque lo hagan... sé que esquivarás cada bala milimétricamente. Rosa negra.
La llamada terminó tan abruptamente como comenzó. Guardé el celular en mi bolsillo, sintiendo que el peso de las palabras caía sobre mí. Unos segundos fueron suficientes para que mi mente absorbiera el impacto de la conversación. La calma de la noche parisina se desvaneció, sustituyéndose por la pesadez de una misión que no podía evadir.
Sin mucho esfuerzo, salté del puente, aterrizando de manera suave sobre la cubierta de un bote que no era tan pequeño. Los guardias no dudaron en apuntarme con sus armas, pero al instante las retiraron, reconociéndome. Nadie más osaría hacer semejante salto a esas horas de la noche, pero yo no era "nadie". Sabían que podían confiar en mí. No, mejor dicho, sabían que no había opción.
Entré a la cabina del capitán, atravesé una puerta y bajé unas escaleras que me conducían al interior del bote, al lugar donde lo encontraría. Él estaba allí, como siempre, esperándome con la misma calma que le otorgaba el control absoluto de todo lo que hacía.
— Tardaste —dijo, apenas alzando la mirada del vaso de whisky que tenía en las manos.
— ¿En serio? Fueron 2 minutos. —Mi tono reflejaba una frustración contenida, pero nada de lo que pudiera decir alteraría su calma.
— Esperaba que fuera menos... —respondió él, con esa voz fría y precisa que nunca dejaba lugar a dudas sobre su dominio de la situación. —Toma asiento.
Me senté frente a él. Me miró fijamente, como si estuviera analizando cada uno de mis movimientos, como si esperara que algo en mi actitud le diera pistas sobre lo que pensaba. Ya hace mucho que dejé de preocuparme por lo que pensara de mí. Ya nada me importaba. El tiempo y las experiencias me habían enseñado que todo es transitorio, incluso las expectativas ajenas.
— Te ves cansado —comentó, como si no fuera obvio.
— Estuve encubierto tres días en ese sótano. Si dormía un solo momento, esos idiotas podrían haberme matado. —La tensión se reflejaba en mi voz, aunque intentaba no darle más importancia a las palabras. Estaba acostumbrado, no importaba cuánto me desgastara el trabajo. Siempre regresaba al mismo lugar.
— Pues estás de suerte. Tendrás alrededor de 12 horas de sueño solo para ti. —La forma en que lo dijo sonó burlona, como si el descanso no fuera más que un lujo del que no merecía disfrutar.
— ¿Me darás vacaciones o algo así? —comenté con sarcasmo, sin ocultar la irritación.
— No exactamente, pero te regalaré un lindo viaje hacia el lugar donde se localiza tu siguiente víctima. —Una sonrisa vil se formó en su rostro, una que me hizo pensar que disfrutaba de mi incomodidad.
Colocó una carpeta sobre el escritorio y yo la tomé, pero no sin cierto desdén. Era otra misión, otra víctima que añadir a mi lista interminable. El trabajo nunca se detenía.
— Su apellido es Sennen, tiene 26 años. Eres casi de su edad, por lo que tus tácticas funcionarán con eficiencia. Es un hombre muy conocido y cotizado en su país, y también fuera de él. Dueño actual de Sennen's S.A.
— ¿La editorial más grande de Japón?... ¿Es el hijo de Kashio Sennen? —Pregunté, sabiendo que no había muchas personas con ese apellido y mucho menos en Japón.
— Algo así... —dijo con indiferencia. Pasé por encima de algunos documentos en la carpeta hasta que finalmente encontré lo que me interesaba: una fotografía de mi víctima.
Lo observé unos segundos, pero la sensación que me provocaba no era diferente a la de todas las demás víctimas. Solo otro rostro que pasaría por mis manos. Sin embargo, algo me incomodó cuando leí los rumores en los periódicos y sitios de "salseo". Decían que no era el primogénito legítimo de Kashio Sennen, pero eso era irrelevante. Todo esto no pasaba de ser un simple detalle.
— Según algunos sitios de noticias y rumores, parece que realmente no es el primogénito legítimo de Kashio. Pero eso es realmente irrelevante. Irás a Japón y...
— No. —La palabra salió de mi boca sin pensarlo.
Él frunció el ceño, algo que no sucedía a menudo.
— ¿Escuché un sí? —preguntó, intentando hacerme decir lo contrario.
— Este tipo vive en Domino y no voy a volver a ese lugar jamás. Envía a alguien más. —La decisión estaba tomada y no pensaba cambiarla.
Por un instante, sus ojos se clavaron en los míos, como si intentara encontrar una rendija de duda, alguna debilidad que lo convenciera. Pero no la había.
— Creí que eras un asesino profesional. —El tono de su voz se endureció, casi como un reproche.
— Lo soy. —Mi respuesta fue firme, pero también llena de desinterés. No había lugar para dudas en lo que hacía. Sin embargo, las cosas que no me gustaban, las cosas que me herían, esas no se podían borrar tan fácilmente.
— Pero... No quieres volver a tu ciudad natal porque... —dijo él, sin perderme de vista.
Una sonrisa sutil se formó en su rostro. Lo conocía lo suficiente como para saber que estaba jugando conmigo, pero esta vez no iba a caer.
— Porque no quiero ir ahí. —Mi voz sonaba más grave ahora, con la certeza de alguien que ha aprendido a huir de lo que lo atormenta.
El silencio llenó la habitación durante un largo momento. Solo el sonido de la lluvia que comenzaba a golpear contra el bote rompía la quietud.
— Los motivos por los cuales decidiste alejarte de Domino son ajenos a este trabajo. Y tú lo vas a cumplir, quieras o no. El cliente ya depositó más de la mitad, y le garantice concluir el trabajo en 4 meses o menos. Además... tus hermanos irán contigo. Y quién sabe, entre los tres podrían encontrarlo a él... —La mirada en sus ojos se volvía más calculadora, como si supiera que, al incluir a mis hermanos en la ecuación, lo tendría todo bajo control.
Mis hermanos. No era una broma. Pero si pensaba que eso me iba a convencer, estaba muy equivocado.
— ... —No pude contestar de inmediato. No tenía muchas opciones, no si quería cumplir con lo que me pedían.
— Ni siquiera te voy a dejar pensarlo. Solo diré que tu avión sale mañana casi a medio día. Ve y prepara tus cosas. —Sentenció, su voz tajante como una espada.
El peso de sus palabras me cayó sobre los hombros, pesado y certero. Pero ya no importaba. Lo que estaba por venir era inevitable. Aunque lo deseara, ya no había marcha atrás.
Pov Narradora...
El tricolor no dijo ni una palabra más. Se levantó con una calma inquietante, sus pasos resonando en el pasillo como una marcha solitaria mientras se dirigía hacia la cubierta del barco. Cada movimiento suyo era calculado, como si intentara borrar todo lo que acababa de ocurrir. No lo logró.
El bote se acercó a la orilla con suavidad, pero para Yugi, el movimiento fue como una sentencia. Saltó hacia la orilla, con una agilidad que apenas hacía ruido, sus botas rozando la piedra húmeda del suelo. El viento soplaba en su rostro, despeinando su cabello tricolor y llevando consigo las últimas palabras del hombre que lo había enviado a esa misión. Yugi observó el bote alejarse, su mirada fija, fría, como si quisiera que desapareciera de una vez, llevándose consigo todos los recuerdos y las promesas rotas. Su rostro reflejaba una mezcla de rabia contenida y una resignación profunda, como si ya estuviera acostumbrado a la impotencia.
— Maldito... —susurró, casi como una plegaria al viento, su voz quebrada y distante. Las palabras se perdieron en el rugir del río.
Un suave y persistente miau lo sacó de su trance. Miró hacia abajo, desconcertado al ver una diminuta bola de pelo frotándose contra su pierna, buscando atención. El pequeño animal, cubierto de manchas oscuras y ojos grandes y temerosos, parecía no tener miedo de él. En ese momento, Yugi sintió una extraña conexión con la criatura, como si la vida hubiera decidido poner algo frágil a su alcance, solo para recordarle lo vulnerable que todos eran.
— Un pequeño que lucha por su vida a tan corta edad... La vida no es justa, ni siquiera para los animales. —pensó, un nudo formándose en su garganta al observar al gatito, tan indefenso, tan pequeño frente a un mundo tan cruel. Sintió una presión en el pecho, esa sensación amarga de impotencia que solo aumenta cuando te das cuenta de lo injusto que puede ser todo, pero sobre todo, lo solo que puedes estar.
Con un suspiro, se agachó lentamente. Sus movimientos eran tan suaves, como si temiera que cualquier brusquedad asustara al pequeño ser que estaba frente a él. Lo levantó con cautela, como si fuera un frágil tesoro, y el gatito se acurrucó en sus brazos, buscando consuelo en la calidez de su abrazo. Por un instante, Yugi olvidó lo que le esperaba, olvidó las promesas rotas y el trabajo que no podía rechazar. Solo existía él y ese pequeño ser, un alivio en medio del caos.
— Si no te importa viajar cada dos por tres... supongo que podrías vivir conmigo. —murmuró, una sonrisa apenas visible curvando sus labios. Era una sonrisa triste, como si la vida le hubiera enseñado a ser más frío, pero al menos eso aún estaba ahí: su humanidad.
El gato soltó un miau tímido, como si aceptara la oferta sin dudarlo, y Yugi asintió lentamente, un resquicio de calidez cruzando su rostro. Fue un gesto fugaz, pero suficiente para dejar entrever un lado de él que pocos conocían. Alguien que, a pesar de todo lo que había perdido, aún podía encontrar espacio para dar algo más, incluso si era solo un poco de compasión a un ser tan pequeño.
— Bien... Vamos a tu nuevo hogar. —dijo, más para sí mismo que para el animal, mientras sus pasos lo guiaban lejos de las riveras del Sena. El viento continuaba soplando, pero esta vez, parecía que le daba un respiro. Con el pequeño animal resguardado en sus brazos, Yugi se alejó, dejando atrás el río y las sombras que lo habían seguido durante tanto tiempo. Al menos ahora, en ese momento, algo parecía ir bien.
— Odio viajar inesperadamente. —Mokuba se dejó caer en su asiento del avión, cruzando los brazos con visible frustración.
— Si quieres ser un buen asesino, más te vale dejar de quejarte. Así funciona este trabajo. —Seto respondió con su tono habitual, cortante y sin emoción.
— Qué fastidio. —refunfuñó el menor, mientras giraba la cabeza para mirar por la ventana.
Mientras los hermanos Kaiba discutían como de costumbre, lanzándose comentarios sarcásticos de un lado a otro, Yugi permanecía inmerso en los documentos que Gozaburo le había entregado la noche anterior. Su mirada escaneaba cada página con precisión casi quirúrgica, buscando patrones, debilidades y cualquier indicio que pudiera usar a su favor.
— ¿Tienes un plan? —preguntó Seto, girándose hacia él con una expresión fría pero curiosa.
— Estoy formulando uno. —respondió sin apartar los ojos de los papeles— Lo más probable es que tú y yo seamos infiltrados en la empresa.
— Estás en lo correcto. —intervino Mokuba, levantando una ceja mientras sacaba un sobre grueso de su mochila— Padre me dio estas identificaciones falsas y toda la documentación que avala sus contrataciones.
Yugi tomó los papeles y los revisó rápidamente. Su mente trabajaba en múltiples escenarios al mismo tiempo.
— Bien. ¿Qué papeles interpretaremos?
— Nada que atraiga demasiada atención. —dijo Mokuba con una sonrisa maliciosa— Seto será el nuevo chófer del CEO y tú, Yugi, serás su asistente personal.
El tricolor alzó una ceja, apenas conteniendo una risa irónica.
— Básicamente seré su niñera.
— Llámalo como quieras. —respondió Mokuba, encogiéndose de hombros— Pero no olvides que, como siempre, serás tú quien dé el golpe final.
— No sé si sentirme halagado o explotado. —replicó Yugi, su tono ligero, aunque sus ojos permanecían fijos en los archivos.
— Halagado, sin duda. —intervino Seto, con una nota de sarcasmo— Gozaburo confía en ti para los trabajos más delicados, y esta misión no es la excepción.
— Es un fastidio, pero también una garantía. —añadió Mokuba— Nadie lo hace mejor que tú, y lo sabes. Seguro terminas esto en mucho menos tiempo.
— ¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Seto, rompiendo el momento y volviendo al tema principal.
— Cuatro meses como máximo. —respondió Mokuba, acomodándose en su asiento como si la misión fuera una simple formalidad.
— Cuatro meses es demasiado tiempo. —replicó Yugi, cerrando la carpeta con un golpe seco y alzando la mirada— Podemos terminarlo en cuatro semanas.
Mokuba soltó una carcajada corta, incrédulo.
— ¿Un mes? ¿Hablas en serio? Sé que dije que confío en tí y eso pero ¿Realmente crees que puedes matarlo en tan poco tiempo?
Yugi se permitió una sonrisa afilada, una que no alcanzaba sus ojos.
— Maté a un traficante internacional rodeado de gorilas armados las 24 horas... en seis semanas. —respondió, inclinándose ligeramente hacia Mokuba— Estar cerca de este hombre como su asistente... será un juego de niños.
El silencio que siguió fue denso, pero el tricolor no necesitó añadir más. El avión comenzó a moverse, y con ello, los tres se hundieron en sus propios pensamientos mientras la misión en Domino comenzaba a tomar forma.
El interior del avión estaba sumido en un silencio profundo, roto únicamente por el zumbido constante de los motores. La noche cubría todo con su manto oscuro, y las estrellas, apenas visibles a través de las pequeñas ventanas, parecían tan distantes como los sueños de los tres pasajeros.
Mokuba dormía profundamente, con la cabeza inclinada hacia un lado y el ritmo tranquilo de su respiración marcando el paso de su descanso. Yugi, en cambio, no compartía esa serenidad. Su cuerpo se removía inquieto contra el asiento, sus músculos tensos incluso en el aparente letargo del sueño. Finalmente, sus ojos se abrieron de golpe, su pecho subiendo y bajando con un ritmo acelerado mientras se enderezaba bruscamente.
La luz tenue del interior apenas iluminaba su rostro mientras giraba la cabeza hacia la pequeña ventana a su derecha. Las nubes desfilaban como un río de sombras bajo el avión, y más allá de ellas, el cielo nocturno se extendía como un abismo infinito.
—¿Dónde estás? —murmuró en un susurro casi inaudible, su voz impregnada de una melancolía pesada mientras sus ojos buscaban respuestas entre las estrellas.
—Debiste negarte a venir con más fuerza. —La voz de Kaiba, tranquila pero directa, rompió el silencio. Estaba sentado en el asiento opuesto, junto a la ventana del lado izquierdo. Sus ojos azul acero estaban fijos en Yugi, evaluándolo con una mezcla de severidad y comprensión.
El tricolor volvió su mirada hacia él, su expresión tensa antes de asentir levemente.
—¿La misma pesadilla? —continuó Kaiba, aunque la respuesta ya era obvia para ambos.
—... Ya sabes que sí. —respondió Yugi, su voz apagada. Volvió a mirar por la ventana, como si las nubes pudieran ofrecerle alguna forma de consuelo— Esa maldita pesadilla se repite cada noche desde que... —suspiró, sus palabras quedándose suspendidas en el aire antes de completar la frase— La incertidumbre, el no saber si está vivo o no... me tortura a cada momento.
Kaiba desvió la mirada un instante hacia su hermano menor, quien seguía profundamente dormido en el asiento frente a él. Luego volvió a centrar su atención en Yugi.
—Puedo imaginar tu angustia. —dijo, su tono más suave de lo habitual— Pero necesitas mantener la concentración. Si permites que tus emociones nublen tu juicio, algo podría salir mal.
Yugi soltó una risa seca, casi amarga.
—Soy un profesional.
—Lo sé. —respondió Kaiba sin dudar— Pero incluso los profesionales fallan cuando llevan una carga como la tuya. De cualquier forma... prometo ayudarte a buscarlo mientras dure esta misión.
Yugi lo miró, sorprendido por el tono sincero en las palabras del castaño. Pero rápidamente apartó la vista, volviendo su atención al paisaje vacío más allá del cristal.
—Gracias. —dijo finalmente, con un tono neutro, aunque sus ojos traicionaban la mezcla de emociones que bullían en su interior— Pero por favor, no toquemos este tema a menos que haya algo importante que decir.
Kaiba asintió, con esa expresión firme y práctica que siempre llevaba.
—Bien. Es un hecho.
Y así, el silencio volvió a apoderarse del avión, aunque ahora estaba cargado de una promesa tácita. Una que flotaba entre ellos mientras las estrellas seguían su danza en el cielo.
El cielo nocturno de Japón estaba despejado, y las luces de la ciudad se reflejaban en el pavimento húmedo por una llovizna reciente. El pequeño grupo acababa de llegar a su alojamiento, un edificio modesto con toques tradicionales y alejado del bullicio urbano, cuyo letrero de madera apenas visible por el desgaste rezaba: Casa Nishimiya.
Una mujer mayor los recibió en la entrada, con una sonrisa cálida que no lograba disimular las líneas de experiencia en su rostro.
—Bienvenidos. —dijo con voz amable mientras abría la puerta corrediza.
Seto avanzó primero, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto.
—Señora Nishimiya, un placer volverla a ver. Luce igual que la última vez que nos vimos.
—¡Ay, Seto! —exclamó la mujer con una risa ligera— Qué adorable muchacho. Siempre tan educado. ¿Y este jovencito? —Sus ojos brillaron al posarse en Mokuba— No me digas que es el pequeño Mokuba.
Mokuba se rascó la nuca, algo incómodo por la atención.
—Pues...
—¡Qué grande estás! —añadió la mujer con entusiasmo, sin dejarle terminar.
La escena tenía un aire hogareño, casi irreverente considerando las circunstancias. Hacía apenas unas horas que habían aterrizado en Japón, y ahora se encontraban en este alojamiento discreto, muy lejos de los lujos a los que estaban acostumbrados. Un lugar humilde, pero acogedor, que recibía a inquilinos de todas partes del mundo.
Seto mantuvo su tono formal, haciendo una ligera reverencia.
—Señora Nishimiya, es realmente un honor estar frente a usted una vez más.
—¡Basta, basta! —respondió ella, agitando una mano como si sus palabras fueran un peso innecesario— Que me entra la nostalgia. —Luego, su mirada se posó en Yugi— Y tú, muchacho, es un privilegio conocerte.
Yugi le devolvió una sonrisa amable, inclinándose ligeramente como dictaban las costumbres japonesas.
—Un placer conocerla, señora Nishimiya.
—Él es Yugi, nuestro hermano. —dijo Kaiba de forma casual, aunque su tono denotaba una leve advertencia.
—El placer es mío... Rosa negra.
El comentario cayó como un balde de agua fría. Yugi parpadeó, desconcertado, mientras su mente trataba de procesar esas dos palabras.
—Pero pasen, pasen. —continuó la mujer como si no hubiera dicho nada fuera de lo normal— Preparé sus habitaciones y chocolate caliente para recibirlos.
—Usted sí sabe recibir invitados. —dijo Mokuba con entusiasmo mientras la seguía hacia el interior.
En cambio, Yugi se quedó inmóvil junto a la entrada. Sujetó a Kaiba del hombro antes de que este diera otro paso.
—¿Es seguro estar aquí? —susurró con seriedad.
Kaiba arqueó una ceja, dándole una mirada inquisitiva.
—¿A qué te refieres?
—Bueno... —Yugi buscó las palabras adecuadas, pero al final soltó lo que lo atormentaba— Me llamó Rosa negra.
Kaiba suspiró con un gesto de paciencia fingida.
—Ah, eso. Bueno, un buen asesino investiga todo. ¿Lo olvidas?
Yugi abrió los ojos de par en par, su mente atando cabos rápidamente.
—¿Ase...? ¿Esa mujer...?
Kaiba inclinó la cabeza hacia él, susurrando con una leve sonrisa irónica.
—El nombre Obsidiana escarlata. ¿Te suena de algo?
La sangre de Yugi pareció helarse.
—No es cierto.
Kaiba no respondió. Simplemente giró sobre sus talones y se dirigió al interior del alojamiento.
—Entremos.
Yugi se quedó paralizado en la entrada, su mente aún procesando lo que acababa de escuchar. Obsidiana escarlata, una leyenda en el submundo. Una figura tan letal como misteriosa.
—¿A dónde carajos me trajeron? —murmuró para sí, finalmente siguiendo a Kaiba con pasos cautelosos.
" Obsidiana Escarlata era un nombre que susurraba miedo entre quienes tenían poderosos enemigos o dependían de números para protegerse. Su apodo surgió de su peculiar manera de matar: no fue hasta su aparente décimo crimen que los forenses descubrieron un diminuto fragmento de obsidiana incrustado en el cuello de una víctima. Al examinarlo, determinaron que el arma usada era una daga de obsidiana pura, tallada con precisión para alcanzar un filo letal. Aquel fragmento ensangrentado fue el detonante que llevó a los medios a bautizarla como "Obsidiana Escarlata".
Se calcula que tenía unos 20 años cuando comenzó su racha de crímenes, y durante dos décadas aterrorizó a sus objetivos. Su última acción conocida, ocurrida al rondar sus 40 años, fue el asesinato del heredero de la familia Hiroshi, un joven empresario de 25 años. Pero no solo lo mató: también robó su más preciada posesión, su tan preciado diamante negro, una obsidiana genuina tallada con forma de diamante, una pieza única con el distintivo extra del escudo familiar Hiroshi grabado en tinta de oro.
Y entonces, de un día para otro, Obsidiana Escarlata desapareció sin dejar rastro. Hubo imitadores, pero los forenses, ya expertos en reconocer los patrones únicos de sus cortes, concluyeron que ninguno de ellos era ella. Su archivo quedó en el limbo, pues la policía no lograba encontrarla ni cuando estaba activa, y ahora, con su desaparición, atraparla era un sueño imposible, con probabilidades de éxito de una en un millón.
Algunos teorizaron que había caído víctima de un asesino aún más hábil, alguien que no solo le dio muerte sino que hizo desaparecer su cuerpo por completo. Fuera como fuera, su ausencia trajo un extraño alivio a quienes vivieron temiéndola. Por veinte años había sido la Reina indiscutible de los asesinos, dejando tras de sí solo un vacío ocupado por quien siempre se le mencionaba como su contraparte: el Rey de todos ellos, conocido simplemente como Faraón."
Yugi cerró el artículo con un escalofrío recorriéndole la espalda. La idea de que esa mujer amable y sonriente que los había recibido pudiera ser ella era simplemente imposible... ¿o no?
La cena había terminado hacía ya rato, pero el tricolor seguía en su habitación, inmerso en la pantalla de su portátil. Había leído artículo tras artículo sobre Obsidiana Escarlata, devorando cada palabra con una mezcla de fascinación y desconcierto. El sonido del teclado resonaba en la quietud, solo interrumpido por los latidos acelerados de su corazón.
—¿Realmente... ella es...? —murmuró en voz baja, como si temiera que el aire mismo traicionara su pensamiento.
—Veo que aplicaste muy bien las enseñanzas de Gozaburo. —Una voz suave y familiar lo sobresaltó, obligándolo a girarse de golpe.
La mujer estaba allí, de pie en el umbral de la habitación, con una expresión tranquila pero cargada de misterio.
—"Un asesino investiga todo". —Terminó la frase con una media sonrisa antes de avanzar y sentarse junto a él, en un cojín dispuesto al lado de la baja mesa que ocupaba el cuarto.
—¿U-Usted realmente es...?
—¿Quién? —respondió ella con aparente despreocupación—. Solo soy una mujer mayor que pasa sus días atendiendo huéspedes comunes y corrientes en esta humilde posada.
Su voz, aunque ligera, tenía un matiz que lo ponía aún más nervioso.
—Pero los artículos... —empezó a decir, intentando mantener la calma—. Hablan de usted como...
—Los artículos siempre exageran. —Lo interrumpió con una mirada casi divertida—. Ninguno cuenta la verdad. Solo ajustan las historias para captar la atención de los lectores.
—Entonces... ¿realmente fue usted? Es decir ¿Usted es Obsidiana Escarlata?
La mujer dejó escapar una leve risa, más cercana a un suspiro nostálgico que a una burla.
—Hace mucho que nadie me llama por ese nombre. —Lo miró fijamente, con una intensidad que lo hizo estremecer—. Se siente bien recordar viejos tiempos.
—Es que... —El tricolor titubeó, luchando por encontrar las palabras adecuadas—. Se dice que usted murió.
—Es cierto. —La mujer inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera reflexionando—. Morí... pero no de la manera tradicional.
—¿Qué significa eso?
—Aún eres demasiado joven para entenderlo. —Se levantó con calma, alisando su yukata con un gesto casi automático—. Es mejor que vayas a dormir.
—Espere. —El chico no podía dejarla ir sin más—. Este lugar... tiene de todo, menos clientes comunes y corrientes, ¿verdad?
Ella se detuvo, girándose para mirarlo con una ceja ligeramente arqueada, como si lo evaluara.
—Qué observador. Es cierto. —Sonrió levemente—. Pero ten cuidado con quién hablas. Recuerda la regla número dos del manual.
—"No confiar en nadie" —recitó el chico, casi en automático.
—Exacto. —Su voz adquirió un matiz más serio, casi frío—. Nunca lo olvides: incluso entre asesinos nos traicionamos.
Sin decir más, la mujer salió de la habitación. El silencio que dejó era denso, casi palpable, como si sus palabras aún resonaran en el aire. Apenas unos segundos después, el tricolor se sobresaltó al ver a Kaiba entrar, un fajo de papeles en la mano y una expresión imperturbable.
—¿Qué tanto hablaste?
—Nada importante. Solo me confirmó quién era. —Cerró la laptop y se recostó ligeramente contra la pared—. ¿Y Mokuba?
—Salió. Fue a la ciudad.
—¿Solo?
—Estará bien. —Kaiba habló con la certeza de quien no conoce el miedo—. Dijo que era importante, y yo confío en sus habilidades.
—Como sea. —El tricolor le restó importancia al ver la tranquilidad en el hermano mayor del azabache—. Y bien... Exactamente, ¿qué es este lugar?
—Un hotel.
—Sí, pero no es un hotel común, ¿verdad? —El tricolor lo miró con sospecha, como si esperara una revelación que aún no llegaba.
Kaiba suspiró, cruzando los brazos.
—Pareces un niño con tantas preguntas. Pero supongo que es lógico, ya que nunca te habías hospedado en un lugar como este. —Cerró la puerta tras de sí, dejando los papeles sobre la mesa antes de continuar—. Alrededor del mundo existen hoteles "especiales" para gente de nuestra... clase.
—¿Nuestra clase?
—Asesinos. —Rodó los ojos con evidente fastidio, como si la palabra le pesara menos que su explicación—. Son hoteles diseñados exclusivamente para nosotros. No aparecen en mapas ni GPS, y están protegidos por tecnología avanzada: antenas en el techo que bloquean señales externas, habitaciones insonorizadas... Incluso la tienda de recuerdos vende armas, fármacos y herramientas de trabajo.
—¿Y por qué nunca me habían hablado de estos hoteles?
—¿Para qué? Es mejor no usarlos.
—Pero...
—Sí, sí, suena ideal para nosotros, lo sé. —Kaiba lo interrumpió con un gesto impaciente—. Pero hay un problema: aquí se hospedan asesinos de todo tipo y rango. Nunca sabes si uno de ellos fue contratado para matarte. Además, es más seguro alojarse cerca de la víctima, no aquí. Así es más fácil vigilarlos.
—Entonces, ¿qué hacemos aquí? —preguntó con el ceño fruncido—. Nuestro objetivo está del otro lado de la ciudad.
—La señora Nishimiya es de confianza absoluta. Estaremos a salvo bajo su techo. —Kaiba volvió a cruzar los brazos, como si esa simple explicación bastara para cerrar el tema—. Además, Gozaburo nos había hecho ya una reservación. Incluso antes de que él te dijera lo del trabajo. Quería que le entregara un paquete a ella personalmente.
El tricolor meditó un momento, jugueteando con una pluma que había tomado de la mesa.
—Supongo que nos quedaremos entonces. —Finalmente sonrió, dejando entrever un destello de curiosidad—. Además, me gustaría aprender más sobre la leyenda de Obsidiana Escarlata.
Kaiba lo miró por unos segundos, con una mezcla de exasperación y resignación.
—Tu admiración por la Reina es comprensible. Solo no preguntes nada estúpido. —Su tono fue firme antes de girarse hacia la puerta—. Ni privado.
Sin esperar respuesta, salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí con un leve "clic".
La ciudad vibraba con el ritmo de la noche. Las luces de neón iluminaban las aceras mientras las risas y canciones desafinadas llenaban el aire. Entre la multitud, dos chicas de 17 años caminaban tambaleándose, tarareando a todo pulmón.
— ¡Veeeeen~ y cuéntame la verdaaad! JAJAJA —canturreaba Mana, alzando un brazo al aire, como si estuviera en un concierto.
— ¡Ten piedad, Mana! ¡Cállate! —Serenity intentaba contener la risa mientras la sujetaba del brazo, aunque no podía evitar contagiarse del ánimo de su amiga.
— ¡Y dime por qué eeeeiéee~! —Antes de que pudieran continuar su espectáculo, ambas chocaron de lleno contra alguien en la acera.
— ¡Ah! Perdóneme... —Serenity se apresuró a disculparse, inclinándose ligeramente ante el desconocido, mientras sujetaba a Mana para que no cayera.
El joven, de cabello oscuro y expresión relajada, las miró con una mezcla de curiosidad y diversión.
— No se preocupen. ¿Están bien? —preguntó, con una sonrisa calmada.
— Vamos, Serenity, ¡no te detengas! —dijo Mana, tirando del brazo de su amiga, claramente más interesada en seguir la fiesta que en el accidente.
— Espera, Mana. —Serenity la apartó suavemente antes de volver al chico—. De verdad, lamento nuestro comportamiento.
El joven arqueó una ceja, divertido.
— ¿De verdad luzco tan mayor?
— ¿Eh?
— Que si parezco tan mayor para que me hables con tanta formalidad. Solo tengo 19.
— ¡Oh! Entonces eres mayor~ —intervino Mana con una sonrisa traviesa.
— ¡Mana! —Serenity le dio un codazo, su rostro enrojeciendo al instante.
— Mi amiga cumple 18 en unas semanas~. Quizá quieras acompañarla a celebrar~.
— ¡Deja de decir tonterías! —protestó Serenity, girándose hacia su amiga con evidente molestia.
El chico dejó escapar una risa ligera, cruzándose de brazos.
— ¿Retiras la invitación?
— ¡Nunca la hice! —Serenity lo miró con incredulidad, intentando recuperar la compostura.
— Entonces, permíteme hacerte una. —Su voz adoptó un tono más juguetón mientras sacaba un papel de su bolsillo y lo extendía hacia ella—. ¿Mañana a las nueve?
— ¿Mañana...? —Serenity miró el papel, dudosa.
— Solo un café. Nada más.
Después de un breve momento de vacilación, tomó el papel.
— Supongo que está bien.
— Nos vemos entonces. —El joven le dedicó una última sonrisa antes de perderse entre la multitud.
— ¡Uhhh, una cita! —bromeó Mana, dándole un codazo a Serenity mientras reía.
— ¡Basta, Mana! —Serenity intentó parecer molesta, pero su rostro enrojecido la delataba.
— Tienes suerte con los extranjeros, ¿eh?
— ¿Extranjeros...? —murmuró Serenity, todavía sorprendida.— Es cierto. No parecía japonés ¿Verdad?— Miró el papel que tenía entre los dedos, donde estaba escrito un nombre claro: Mokuba.
— Mokuba, ¿eh? ¿Ese nombre es japonés? —Mana soltó una carcajada antes de tropezar ligeramente con la acera.— A tu hermano no le va a gustar esto.
— Mi hermano no tiene por qué saber esto. —Serenity guardó el papel con una sonrisa divertida y continuó caminando.
Continuará...
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