• Un ausente adiós •
Maxim Volkov
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—¡La maldita pastilla de emergencia!—grita en el momento que entra al comedor, donde mi hermano y yo nos la quedamos viendo por un instante.
A veces pienso que debería matarla por ser tan pendeja, pero al recordar que me gusta mucho follármela se me pasa. Aunque ahora esté dudando si hacerlo o no.
—Nena, ¿por qué no te pones algo de ropa?—comento entre dientes, intentando poner una sonrisa en mis labios.
—¿Acaso no tienes ropa?—interviene Víktor, viendo los pechos de Jules, los cuales estaban al aire debido a que no llevaba los botones de la camisa abrochados—. No estás en el burdel para hacer exhibición.
—No, imbécil, no tengo ropa—dice con tranquilidad mientras arregla la camisa y puedo ver como Víktor se tensa al oír el insulto—. No me dejaron traer nada del burdel con la excusa de que me comprarías más cosas, pero aún no me dieron nada—aprovecha a quejarse, a la vez que se sienta al lado de mi hermano para poder desayunar—. ¿Y mi comida?
Creo que si las miradas mataran, ella ya tendría más de cinco tiros en la cabeza.
—Raquel, trae la camisa a Jules, por favor—pido frotando mi frente con la mano—. Te traje el Skincare y el maquillaje que dijiste, lo otro debes ganártelo.
Arruga su frente, mirando a la señora Raquel mientras sirve desayuno con desconfianza.
—¿Cómo?—pregunta luego de un rato—. ¿Qué debo hacer?
—Déjate de comportar como una maldita pendeja malcriada de mierda, para empezar.
La verdad me sorprende que Víktor haya durado tanto tiempo sin hablar. Hasta puedo verle algo rojo por la cólera.
—Oh, alguien se levantó del lado equivocado de la cama, ¿verdad, bebé?—se ríe y hace un puchero de burla—. Cálmate, a tú edad no puedes estar tan exaltado.
Mi hermano sonríe y toma uno de los cuchillos de mantequilla que tiene al lado, pero antes de que haga algo sostengo su brazo.
—Nena, en serio pórtate bien, por favor. Hoy será un día muy largo para nosotros—pido mirándola, forcejeando con mi hermano por el cuchillo de manteca.
—¿Por qué carajos le tenemos que estar pidiendo las cosas de esa manera?—Víktor me regaña, soltando el cuchillo para mirarme a los ojos.
Aparto mi mano de él, al igual que la mirada, pues esos ojos leen cosas en mí que ni siquiera yo entiendo; ni quiero entender.
—Bien, me callo—se rinde y bebe café—. Por cierto, ¿tú quién eres?
—Sergei—se apresura a contestar el guardia que está a mi lado, mirando demasiado a Jules, el cual pasó desapercibido en el momento en el que ella iluminó la habitación con sus tetas.
—¿Te conozco, Sergei?—pregunta curiosa—. ¿Fuiste al burdel red and black alguna vez?
De inmediato giro mi cuello tan rápido que creo que se le escucho tronar.
—¿Estuviste con ella?—pregunto serio, con ganas de tomar el cuchillo que soltó mi hermano—. ¿Te la follaste?
—¡Oh, no, señor, lo juro!—se apresura a responder con pena en su rostro, pasando sus manos en su cabello marrón engomado.
—Si pretendes matar a cada hombre que se metió entre las piernas de Jules, estoy seguro de que la mitad de Rusia quedaría extinta—pronuncia Víktor bebiendo el resto de su café, llevándose una mala mirada de Jules.
—Eres un maldito exagerado—dice enojada, igual de avergonzada—. Solo fueron los de Moscú.
Arrugo mi entre ceja, sin comprender si quiere autoayudarse o hundirse más.
—Vamos, la reunión empezará pronto—avisa Víktor al acabar su café, levantándose de la silla para marcharse, haciéndome quitar mi atención del guardia principal.
—¿Puedo ir?—pregunta Jules, yéndose a los brazos de mi hermano.
Y al parecer esto casi le hace desvanecer el enojo que tenía, pues relaja sus hombros al sentir el tacto de ella. Hasta pone su mano en la pequeña cintura.
—No quiero quedarme sola, me voy a aburrir mucho…
Ahí lo hace otra vez.
El manipular con simples palabras y unas miradas de cachorro a cualquiera que esté frente a ella.
Si yo estuviera en el lugar de mi hermano, ya le estaría diciendo que se cambie para ir conmigo, pero, gracias a Dios, mi hermano aún no ha caído en los encantos de Jules, o por lo menos es lo que él se anda diciendo.
Jules acaricia su barba, mientras aprieta su cuerpo al pecho de mi hermano.
Veo como traga saliva, aunque sus ojos están fijos en ella, su boca tarda en hablar.
—Lo hubieras pedido anoche, ahora estoy ocupado y Maxim también—la aleja con un poco de brusquedad, sacudiendo su saco gris de piel—. Y ni se te ocurra querer golpear a las sirvientas, ya me dijeron que anoche le tiraste una silla a Míriam por la cabeza.
Jules rueda los ojos, quitando todo rastro de inocencia y pasando sus ojos a mí.
Se supone que me ha perdonado por acostarme con Míriam, la rubia que trabaja aquí, pero al mirarme con esa cara dudo mucho que su enojo se haya desvanecido del todo.
Es mi defensa, sus palabras me afectaron mucho. En verdad me enojé con Jules por decirme que era el perro de Víktor y es por eso que terminé acostándome con Míriam, ya que la vi pasar por mi pasillo y sé que ella siempre está dispuesta a seguir nuestras órdenes.
Aunque ahora me arrepiento por completo.
—La próxima, la tiro de la escalera—promete mirándome a los ojos.
—Adiós, nena—saluda antes de irme con voz baja y una sonrisa que se apaga un poco al verla aún enojada.
Deja que le dé un corto beso en los labios, pero no saluda ni sonríe cuando me voy. Víktor solo se retira sin más y lo sigo desde atrás.
—¿Ahora le serás leal a ella sola?—pregunta al entrar al auto.
—¿Leal en qué?—cuestiono con un tono de voz más alto de lo que quería.
Sergei maneja en silencio, mientras nosotros quedamos atrás, aunque puedo ver como sus ojos viajan por el espejo retrovisor para mirarnos.
—¿Te pondrás un anillo de castidad acaso?—se sigue burlando, ahora con una sonrisa.
—Víktor ya cierra la boca—advierto.
Entre cierra los ojos, mirándome con atención, luego larga un suspiro y niega con la cabeza en silencio.
—Volviste a caer en otra mujer—comenta luego de un rato—. No entiendo por qué eres tan débil, hermano.
Entiendo sus palabras, no solo porque me las repite cada vez que puede, sino más bien porque son las mismas que papá decía. Incluso, tirándolo desde el rodillo del ojo, puedo ver ese teórico parecido a él. Igual de frío y dominante.
Pero él no es quién para decirme esto, pues el pasado no me deja mal parado a mí solo. Víktor sí llegó a sentirse débil una vez, aunque quiera olvidarlo y desear borrar esos recuerdos de su pasado.
De todas formas, sé que mis sentimientos por las personas que quiero es una debilidad que cualquier enemigo puede aprovechar. Por eso mismo soy fuerte, equilibrando la balanza a mi favor. Porque la mano que toque mi punto débil será la mano que cortaré.
Antes fue con Leah, ahora con Jules.
Igualmente, con todo el dolor de mi alma, debo de aceptar que los destinos de ambas chicas serán el mismo y ese no es otro que la muerte.
Víktor se está cansando, dice que fue mala idea traerla solo por el hecho de que no es obediente, más no niega que Jules es una mujer que complace los deseos de todo hombre una vez está en la cama.
Entiendo que él quiera deshacerse de ella antes de que dicha debilidad toque su puerta, pero me ofende que repita que no quiere acabar cómo yo, un idiota que está enamorado de su prostituta y que es capaz de hacer cenizas el mundo entero por ella.
No me quejo de sus palabras, porque no cargan más que envidia y verdad.
Puedo recordar la primera vez que la vi en el burdel, fue en acción de gracias. Escuché una pelea muy calurosa entre el dueño y una chica y cuando la vi salir no le di tanta importancia. Era otra del montón. Una joven prostituta guapa que trabajaba bajo las órdenes de un idiota.
Pero cuando Kiril la obligó a estar conmigo, pude retractarme de mis palabras.
Se emborrachó tanto que apenas si podía hablar, incluso me hizo beber con ella mientras contaba unas historias extrañas que casi no recuerdo.
No hicimos nada esa noche porque logró convencerme de que yo estaba cansado y triste para follar. Me manipuló tan bien que ni siquiera refuté nada esa noche, el solo tenerla acostada a mi lado fue suficiente para dejarme más que satisfecha. Aunque sí la hice mía la mañana siguiente. Así que, por segunda vez en mi vida, terminé obedeciendo las órdenes de una chica que se supone que estaba bajo mi mando.
Sin embargo, eso ya no importa, porque tenerla conmigo importa más.
—Sergei—lo llamo y él me mira por el retrovisor—. ¿Le dijiste a Dimitry que lo esperabas en la casa de seguridad?
—Por supuesto, señor—afirma y mira hacia todos lados, buscando los autos del segundo mafioso más buscado de Rusia.
—¿Y dónde mierda está?—pregunta Víktor, saliendo del auto con su arma en mano.
La nieve carga una neblina densa esta mañana, por lo que nos es complicado ver a los lejos.
Los tres coches que nos seguían frenan detrás de nosotros, bajando los demás miembros con armas de diferente calibre.
—Señor, aquí no hay nadie—informa Joda, luego de ir con su moto de nieve al bosque que nos rodea.
—Algo va mal—digo en voz alta, captando la mirada de mi hermano—. Si Dimitry no está aquí, ¿dónde carajos está?
Miramos a nuestro alrededor con las armas blandidas, tocando el gatillo frío con los dedos y el helado viento pega en las caras, haciéndonos contraer por momentos.
Me aferro a mi arma y doy vueltas en la casa de seguridad del cártel de Petrov, pero como suponíamos, aquí no hay nadie.
Podemos ver algunas armas de fuego, armas blancas pequeñas y una mesa con algunos platos sucios de los guardias de seguridad de esta casa.
—Aquí no hay nadie—informo al salir de la casa.
—Los hombres de Dimitry no contestan las llamadas—agrega Sergei con el teléfono en mano—. Llamé a la mansión para tener todo preparado, por si acaso, pero no he recibido novedades.
Sergei mira a Víktor por un momento, como si este le estuviera hablando por telepatía.
«¿Cómo que no hay novedades?».
Mi hermano tuerce sus labios, luego me mira.
—Nos vamos a casa ahora mismo—demanda y entra tan rápido al auto que apenas si me da tiempo de pensar en algo.
—¿A casa?—digo confundido y Sergei me mira preocupado—. ¿Por qué a casa? Hay que buscar a esos malditos…
—Señor—la baja voz de Sergei me hace desesperar—. Debemos ir a la mansión ahora mismo.
El corazón me late demasiado rápido, tanto es su fuerza que empiezo a sentir algo de dolor en la caja torácica.
—Jules está en casa, Sergei—el marrón claro de sus ojos se vuelve más oscuro cuando menciono este hecho—. Ella está sola.
—¡Súbete al puto auto, Maxim!—grita mi hermano y voy corriendo al vehículo—. ¡Todos ustedes vayan a la mansión y abran fuego si notan algo fuera de lugar!—pega el frito al aire, haciendo que todos nuestros hombres tensen sus cuerpos a la vez que entran a sus respectivos autos para seguirnos.
Sergei me sigue el paso, subiéndose al coche y arrancando a toda velocidad.
Me aferro a mi arma y a la manija de la puerta del auto, sintiendo las sacudidas que producen las ruedas del auto al pasar por montañas de nieve.
Quiero decir que cuando llegamos a casa pude verla recostada en el sofá, durmiendo o solo molestando a Míriam para desquitar su odio por haberme acostado con ella.
Quisiera decir que oí su voz, su risa. La mirada que siempre me da cada vez que nos vemos. Sentir sus brazos, esa suave piel que tiene. Ver sus verdosos ojos y esa cara tan pequeña que cabe en una sola mano mía.
Quisiera, pero no.
Esto no fue lo que vimos al llegar.
—¡¿Qué carajos pasó aquí?!—grita enfurecido Víktor, saliendo del auto antes de que terminara de detener el movimiento.
Había fuego por todos lados, muertos esparcidos por la nieve. Autos volcados en la puerta y un olor a queroseno en el aire. La fuente estaba destruida por completo, con toda su agua derramada por el pavimento. El portón de metal gris estaba hecho pedazos, como si fuese un tanque el que entró por la fuerza.
Lo sigo desde atrás, corriendo hasta la casa, donde las puertas están abiertas en par y dejando ver toda la destrucción.
—¡JULES!—grito con todas mis fuerzas, pateando los vidrios y porcelana rota que hay en el piso—. ¡¿Jules, dónde estás?!
—Fíjate arriba—ordena Víktor, tan desesperado como yo—. Iré a ver detrás de la mansión.
Sergei y su equipo van con mi hermano, mientras me dirijo solo hacia la segunda planta.
Todas las puertas estaban abiertas, todo estaba destruido.
Mi cuarto era un caos de ropa y películas dispersas en la alfombra, con mi estudio de música pasó lo mismo, pero no había ningún rastro de Jules por ningún lado.
—Vamos, nena, sal ahora—pido en un murmuro, revisando debajo de las camas y en el armario—. No me hagas esto, Jules.
La vista se vuelve borrosa a pasar los segundos, la desesperación y el terror aumenta. Mientras mi corazón apacigua las malas noticias que me da el cerebro.
—¡Maxim!—escucho mi nombre con voz temblorosa, pero no es mi Jules.
Voy hacia Míriam, tomándola del cuello y estamparla contra la baranda de las escaleras.
El alivio que sus ojos marrones había tenido segundos atrás es remplazado por un miedo de muerte.
—¿Dónde está?—aprieto mi agarre, haciendo que sus ojos se vuelvan saltones y aguados—. ¿Dónde mierda está Jules?
Con dificultad niega con la cabeza, pero no tengo mi agarre, esto solo hace que aumente mi fuerza.
—¡Maxim!—el grito de mi hermano me devuelve a la realidad, obligando a que suelte a Míriam y esta cae al suelo vomitando saliva retenida.
—¡¿La encontraste?!—bajo rápido las escaleras, mirando hacia todos lados, sin ver rastros de ella.
Pero solo lo veo a él frente a mí, con su rostro frío como hielo del invierno. Con el cabello algo despeinado y los labios apretados.
Freno mis pasos frente a él, negando la cabeza.
Sonrío sin querer.
—No, ella está aquí.
—Maxim.
—No, no. En serio, Jules no se iría. No me haría esto…
—Se la llevaron, Maxim—me toma de los hombros, apretándolos con fuerza—. Los hombres de Dimitry se llevaron a Jules.
Bajo mis hombros con derrota, negando con la cabeza una vez más.
Miro la escena, como la casa quedó destruida y como los cadáveres de mis hombres se desparraman por el patio delantero bajo la nieve nueva.
—Debe estar sola—digo en voz alta, sintiendo el corazón romperse en pedazos—. A Jules no le gusta estar sola, Víktor…
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