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• Terapia •

Víktor Volkov
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—¿Qué se le ofrecía, señor?

—Ya debería saberlo, Raquel. 

—He seguido sus órdenes, la estoy cuidando lo mejor que puedo. Tanto física como mentalmente.

—¿Y ese cuidado conlleva medicarla sin nuestra autorización? 

Por fin rompe su rígida postura, titubeando un poco, mirando hacia el suelo y luego alzando sus oscuros ojos. Noto poco arrepentimiento en ellos, aunque sí con algunas lágrimas. 

—Son solo para que pueda dormir y tener un día normal—dice por fin, sosteniendo sus manos con fuerza—. No son nada dañinas, me las da un doctor experto en esos asuntos. 

—¿Qué asuntos?—interrumpe Maxim, cruzándose de brazos a mi lado—. ¿Qué es lo que tiene Jules y por qué no me lo dijiste?

Una vez más Raquel aparta sus ojos de nosotras para tomarse un respiro, dando algunas caladas de aire profundas. 

Luego de unos segundos, vuelve a mirarme y en ellos veo su desesperación, la cual se me contagia al entender el tema. 

—No debe tener nada—intento decir, pero la mirada fulminante de mi hermano me exclama que no se dejará persuadir con tanta facilidad. 

—No soy estúpido—dice enojado, con sus dientes apretados y cejas hundidas—. Dejen de mentir, ya me tiene harto todos ustedes con sus putas mentiras. 

—Señor Maxim…

—¡Te dije que me digas que carajos tiene Jules!—grita de repente enfurecido, levantándose de su silla para ir frente a Raquel, tan rápido que no logro hacer más que dar un amago de sostenerlo del brazo—. Dime, Raquel, qué tiene mi mujer y qué mierda les estás dando sin mi permiso—la toma de los hombros mientras sacude su delgado cuerpo, haciendo que la señora cierre sus ojos con fuerza al sentir el temor. 

—Maxim, detente—pido al acercarme a él, aunque no llego a liberar a Raquel, pues sus ojos azules llegan a mí con tanta intensidad que me dejan a dos pasos lejos de ellos. 

—Víktor—llama a la vez que me mira sobre su hombro con sus ojos brillando—. Ya te dije que de lo que soy capaz de hacer por ella, no me hagas ponerlo en práctica porque créeme que no me arrepentiré en lo absoluto. 

—Son las pesadillas…—gimotea Raquel, llevándose toda la atención—. Le estoy dando píldoras para dormir porque tiene pesadillas. 

—Raquel—gruño enojado.

—¿Y por qué tiene pesadillas?—indaga mi hermano, volviendo apretar los hombres de la señora—. Dímelo, Raquel—gruñe y ella suelta un aullido de dolor—. Dime qué tiene, Jules…

—¡Ya es suficiente!—logro separarlos, liberando a Raquel de las garras de Maxim antes de que termine de romperle los brazos. 

—¡No me toques!—golpea mis brazos con los suyos y da un paso al costado. Nos mira desesperado, la respiración se le nota irregular y sus largos cabellos están desaparecidos por su rostro; se logra ver con claridad esa locura que siempre llevó en su interior. 

—Cálmate o harás que Jules se despierte—intento dar un paso más a él, lento, como si estuviera frente a un animal peligroso. 

Maxim siempre fue un salvaje león, el cual sentía todas las emociones con el doble de intensidad. Padre decía que era débil por sentirlas, pero siempre supe que esa vehemencia le ayudaría en sus peores momentos. 

Pues se dice que los sentimientos logran aumentar la fuerza en el momento menos esperado. 

—¿Acaso quieres que ella venga y se preocupe innecesariamente por ti?—doy otro paso, por fin quedando cerca de su cuerpo, el cual se encontraba rígido con una mirada asesina, sin embargo, no tan mortal como hace segundos atrás—. Si ella te llega a ver así, créeme que te temerá, hermano. 

—Jules no me tiene miedo, soy yo quien le da seguridad…

—Y seguridad es lo último que estás transmitiendo en estos momentos. 

Aparta sus ojos de mí, quitando de su rostro los cabellos y el sudor que se creó en su frente. Sus manos tiemblan al hacerlo, aunque se lograba ver más calmado, sabía con certeza que una palabra incorrecta de nosotros podría hacer despertar a un león descontrolado. 

—¿Entonces Jules está mal?—vuelve a preguntar a la vez que se acerca a la gran ventana que tenía en mi despacho, por la cual pasaba los rayos de luz que daban los reflectores del patio delantero—. ¿Por qué le das medicamentos sin nuestro permiso?—repite con sus brazos cruzados, más tranquilo, pese a tener una mirada asesina. 

Veo una vez más a Raquel, ya estaba llorando y esto me deja sorprendido, pues en los años que trabaja aquí no la había visto quitar esa capa de hielo de sus facciones. Ni siquiera cuando murió mi hijo o cuando ordenamos la ida de Leah. 

—Como dije, son pesadillas—dice al terminar de quitar sus lágrimas de las mejillas, sin apartar la vista de mi hermano—. Las tiene desde que llegó en su primera noche del burdel. 

Por el rodillo del ojo veo a Maxim, quien frunce su ceño tras escuchar. 

Disimuladamente suelto un suspiro de alivio, pues el secreto de sus violaciones siguen siendo eso, un bendito secreto. 

Creí que decírselo serviría, ya que necesitaba algo de ayuda en la búsqueda de Kiril y sus hombros, pero al ver lo que pasó esta noche me deja más que claro que sus emociones son más que volubles si se trata de Jules.

En mi casa, logré contenerme solo por ella, aunque sufro de culpa todas las noches debido a sus pesares, sé que mi dolor no es comparado con el de Jules; por ende, debo de poner mi mejor postura para garantizar una venganza digna de los Volkov. Pues nadie toca a sus mujeres y sale con vida de eso, más aún por la muerte del bebé. 

—¿A ti te dijo algo al respecto?

Me enojo de hombros. 

—Jules es más cerrada de lo que pensamos. 

Baja la cabeza, dejando sus cabellos en la cara por segunda vez. 

—No sabía que sufría tanto por eso—murmura con pesar, creando remordimiento en mi corazón por mentirle—. Siempre dijo que no le importaba ser una prostituta en ese burdel, pero al parecer, una vez más, me mintió con sus sentimientos.  

«¿Una vez más?». 

—Ella desea ir a terapia—corta Esquel. 

—¿Qué?

—¿Jules a terapia?—cuestiona Maxim al unísono que yo, más confuso que antes—. ¿Ella lo dijo? ¿De dónde sacó esa idea?

—Bueno, yo le dije que iba a terapia…

Maxim frunce su ceño, bajando sus brazos lentamente. 

—Te abres más de lo que pensé a ella—enarca una ceja—. ¿Ahora me dirás qué le dijiste sobre tu hijo muerto?

—¡Maxim!—exclama Raquel, pero mi hermano se encoge de hombros sin comprender sus palabras—. Sé más empático. 

—Eso hice…

—No se lo dije y pretendo no hacerlo, así que cállate la boca. Deja de hablar sobre Mikhail de esa forma. 

Levanta sus brazos, como si estuviera cometiendo un delito. 

—Bueno, Raquel—vuelvo al tema—. Danos los nombres de los medicamentos y mañana la llevaremos con un doctor, además de hablar con mi terapeuta.

Ella asiente mientras nos da dos nombres de píldoras para dormir. De las cuales ya tenía conocimiento previo, puesto que tengo un amplio historial con medicamentos para la depresión, ansiedad y el insomnio. 

Lo que me sorprende, y me enoja, fue el hecho de que no nos enteramos de las supuestas pesadillas de Jules. Mayormente dormía con Maxim o conmigo, rara vez duerme sola en su habitación. Entonces, me pregunto, ¿cómo fue capaz de ocultar los primeros efectos secundarios de las píldoras o las características visuales del insomnio?

Todas las mañanas se ve perfecta, activa, siempre hablando hasta por los codos. Irradiando el brillo que me ciega, pero que de igual forma me fascina. 

¿Cómo pude ser tan distraído con ella?

Tal vez no le presté la atención necesaria, debido a que soy el único que sabe lo que pasó en ese maldito sótano. Es más que obvio que no debió quedar bien luego de eso. 

Además, ya viene arrastrando situaciones parecidas. Porque no creo que su estancia en el burdel haya sido tan perfecta como un día contó Kiril. 

«Kiril, maldito bastardo». Ese nombre resuena como eco en mi cabeza, recordando que es el responsable de todos mis problemas. 

Ese idiota es una peste mortal, muy escurridiza e inteligente. 

Mandé a Sergei a buscarlo junto al equipo de búsqueda sin levantar sospechas de Maxim, pero, pese a todas las precauciones que tuvimos para capturarlo, se ha logrado escapar. 

Sabe dónde moverse, al igual en dónde ocultarse. Parece como si supiera mis movimientos, previendo mis acciones y haciendo todo lo opuesto para salir ileso. 

Pero no importa dónde vaya o con quién se junte, mi venganza será hecha. 

Tanto por mi Jules, como por mi hijo. Pues Víktor Volkov no jura en vano y la mafia roja no deja pasar una a los traidores que la desafían. 

—¿Víktor?—un susurro pasa por mi oído, tan delicado y fresco como el aire veraniego—. ¿Otra vez te quedaste hasta tarde trabajando?

Los párpados me pesan, aun así los obligo abrirse por completo, llevándome cierto malestar al sentir la luz del sol a mi alrededor. 

—Buenos días—murmura con una sonrisa perfecta puesta en su pulcro rostro blanco, contagiándome de ella.  

—Buenos días, Leah…—su imagen es algo difusa, se mueve en un baile lento hasta el punto de marearme. Pese a esto, su hermosa sonrisa sigue ahí, al igual que la barriga de embarazada, la cual había crecido demasiado—. ¿Cómo está nuestro hijo?

—Está muy activo, será igual de inquieto que tú—ríe mientras se acerca para mostrar su barriga. Al dar pasos a mí, logro enfocar mejor la vista, pudiendo ver a través de ella—. Mira, se mueve, Víktor. 

Elevo mi mano para alcanzar a tocar su vestido azul claro, queriendo sentir las patadas de mi querido Mikhail. 

Pero no llego a tiempo, pues en el momento que las puntas de mis dedos intentan alcanzar esa zona, la ilusión se acaba, llevándose con ella a Leah y a mi hijo una vez más.  

—¡Víktor!—se escucha gritar a lo lejos con desespero, la busco por mi despacho, pero ella no estaba aquí—. ¡No me dejes, por favor! ¡No dejes que me lleven, Víktor!

—¡Víktor, despierta!—este grito si se escucha cerca, demasiado para mí gusta. 

—Jules—gruño al verla pegada a mi cara, sintiendo el pitido que dejó su grito en mi oreja—. ¿Acaso quieres que te mate?

Sonríe de costado, mostrando sus dientes y unos labios brillosos perfectos. 

—Has el intento, idiota—se burla mientras se aleja, acariciando su larga cabellera que traiga atada—. ¿Por qué te dormiste aquí?—cambia de tema, mientras me levanto de mi sofá para sonar mis huesos. 

—Tenía trabajo. 

—Maxim no duerme en su despacho. 

—Eso es porque él evade el trabajo. 

La veo frente a mí, con sus brazos cruzados sobre un vestido rojo, el cual se roba toda mi atención. 

—Jules, ven aquí—ordeno y ella obedece, dando varios pasos para quedarte a mí. La miro detenidamente, tocando ese vestido rojo de tela de encaje con un escote en v y tiras cortas, además de estar ceñido en la parte del pecho haciéndolo más voluptuoso de lo que ya es—. ¿Qué carajos es esta porquería? 

—¡¿Qué dices?!—golpea mi hombro ofendido—. Es un vestido muy bonito, es que hace mucho calor afuera. 

—¿Sales afuera con esto?—gruño en su cara, provocando que la tire para atrás—. Esta cosa no es un vestido, podría ser fácilmente una ropa interior. 

Rueda los ojos con desacuerdo. 

—El encaje no se usa solo en ropa interior, idiota—vuelvo a gruñir, llevando mis manos a su trasero que, por cierto, estaba muy cerca del borde su vestido—. Ven, vamos a desayunar antes de que me vaya a la clínica. 

Mi enojo por su ropa reveladora pasa a un segundo plano al oírle mencionar esto, más por su indiferencia que por el recordatorio de lo que pasó anoche. 

Libero su trasero para pasar ambas manos en sus mejillas, apretando ese pequeño y lindo rostro en mis manos. 

—No quiero que lo vuelvas hacer—pido en un murmullo, acariciando sus pómulos.

—¿Hacer qué?—pregunta sonriendo, tomándome de cuello. 

—Deja de creerte que eres invencible, Jules—digo y beso su frente, notando como su sonrisa disminuye—. Eres la mujer más fuerte del mundo, pero no debes minimizar las cosas que has tenido que pasar—sus manos se deslizan lejos de mí, mientras que sus ojos se vuelven brillantes y agudos—. La próxima vez que te sientas mal y ahogada por tus problemas, recuerda que tienes a dos leones para protegerte, listos para acatar tus órdenes, dulzura. ¿Entendido? 

Tarda, pero termina asintiendo con lentitud. 

—Sí, de acuerdo…—susurra y me besa los labios, pese a arrugar su pequeña nariz al finalizar.

Entonces comprendo lo que ocurre, y pese a que le duele a mi corazón, decido alejarme de ella. 

—¿Irás a terapia? 

—Creo necesitarlo—confiesa a la vez que una lágrima pasa por su mejilla. 

—Te hará bien, dulzura. Podrás curar tus heridas—al decirlo, una risa seca se escapa de su garganta, dejándome algo anonadado. 

—¿Tú curaste las tuyas con la terapia?—pregunta con incredulidad. 

Sonrío un poco, pero no por felicidad, sino por tristeza. 

—No, aún no. 

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—¿En serio no te molesta?—pregunto por milésima vez, apretando mis brazos entre sí con fuerza. 

Maxim rueda los monos al mismo tiempo que Jules lo hace. 

—Es solo un sexy vestido, no es para tanto—mi hermano quita importancia, haciéndome hervir—. Además, siempre tengo un amigo para situaciones inesperadas…—me guiña un ojo y muestra su Desert eagle dorado. 

—Oh, quiero una también—se emociona Jules al verla—. Una dorada con mis iniciales sería genial.

Maxim sonríe, mientras pasa su brazo sobre la cintura de ella y Jule aprovecha esto para levantar la camisa blanca de él y presenciar su arma con admiración. 

—No, mi amor, estas cosas solo son para hombres—pocas palabras hacen que Jules se enoje y creo que agregaré estás a la lista. 

—¿Qué carajos estás diciendo, imbécil?—espeta enfurecida, apartando las manos de mi hermano—. ¿Estás diciendo que no sé manejar un arma solo por el hecho de ser mujer? 

—Me sorprendería si supieras—tuerce su sonrisa, pese a notarse incómodo. 

Jules me mira y yo solo doy un paso atrás para dar mi posición en esta pelea. 

—Pues sorpréndete—dice con una sonrisa falsa, dando dos pasos hacia él. 

Mete las manos en los pantalones de Maxim y quita su arma de repente. Apunta hacía una dirección y antes de ser detenida por mi hermano o por mí, ella dispara. 

Da cuatro disparos a la estatua de Platón que había mandado a poner hace dos noches atrás, la cual estaba a menos de cinco metros de nosotros en la parte izquierda del jardín. 

Los disparos son seguidos y confiados, los cuatro dan, casualmente, a las pelotas del filósofo.

No solo mi hermano y yo nos sorprendemos por esto, ya que los disparos alertan a los hombres que rápidamente llegan al lugar cargando sus armas y apuntando hacia todos lados. 

—¡Bajen sus putas armas!—quise decir, pero Jules terminó gritando por mí—. Solo estaba haciendo una demostración de mi sabiduría como mujer—esto último lo dice en la cara de Maxim, quien no portaba nada más que indignación. 

Le lanza su arma en el pecho y este se la quita con rapidez al sentir el calor, ya que suelta un gruñido de dolor al tocarla. 

Jules viene a mí, haciendo un ruido sordo con sus elegantes zapatos rojos, acercándose con una enorme sonrisa que me contagia. 

—Eres una hermosa caja de sorpresa—digo al tenerla frente a mí, besando sus labios carnosos—. Te regalaré un arma cuando vuelvas. 

Su sonrisa se ensancha más y es todo lo que mi corazón necesita para tener un excelente día. 

—Vuelvo pronto—promete mientras me da otro húmedo beso. 

Los veo marcharse con tres autos negros más detrás de él, debido a que implementamos más seguridad para ella. Ahora que nos enteramos de que su padre la buscaba, no podíamos reparar en gastos a la hora de colocar seguridad. 

—Señor—llama Sergei en el momento que entro a la casa—. Tengo noticias.

—Espero que sean buenas, Sergei—advierto sin detenerme, subiendo las escaleras con la idea de seguir el trabajo. 

—Es importante—determina y su voz me hace detener en medio del camino. Giro mi cuerpo y noto que él aún estaba en la planta baja, pese a su distancia, logro ver el rostro de seriedad que carga—. Hallamos a uno de los implicados del secuestro de la señorita Jules. 

—¿Quién?

—Andrei Smirnova.

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