• Sufrimiento indoloro •
Advertencia: Contenido sensible. Apología hacia un abuso y aborto.
Jules
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—Las personas que se niegan a sentir amor son tan tontas...—le escucho decir en un susurro—. Porque el amor es el sentimiento más puro que hay en todo el mundo, y lo mejor de esto es que, todos podemos sentirlo de la manera que queramos.
«Otra vez ella».
Diviso a esa mujer de cabello negro y ojos verdes. Se parece a mí, pero con algunas arrugas en su frente y debajo de los ojos. Parece cansada, aunque su sonrisa resplandeciente sigue estando en sus gruesos labios.
«¿Quién es?».
La he soñado tantas vaces, pero aun así no sé quién es. No hay recuerdo parecido a este en lo profundo de mi cerebro, por lo que he decidido no indagar más al temer que debería abrir aquel baúl negro que guarda mis peores momentos.
La primera vez que la vi estaba durmiendo en el suelo con frío y un hambre mortal. No sé qué día era, solo sé que era una noche helada en Rusia.
Ella se encontraba recostada en una silla mecedora de mimbre marrón, se balanceaba mientras acariciaba una enorme barriga de embarazo. Vestía un largo vestido blanco con su cabello azabache recogido en un moño alto. Estaba en una habitación blanca y rosada, había una cuna enorme y a su alrededor miles de juguetes para niños.
No sé quién es, pero la siento familiar y esa familiarización es reconfortante. Me tranquiliza incluso en esos momentos tan dolorosos.
—¡Ah, sí, maldición!—gime alto, dando una última estocada antes de salir, dejándome un dolor punzante en mi parte interior y en mis caderas un ardor sofocante.
Egor rasca su calvicie, mientras larga un extenso suspiro de satisfacción. Al levantarse de la cama, tira el condón usado en el cesto de la basura que hay al lado de la cama, a la vez sube sus pantalones militares.
—¿Puedo seguir yo?—escucho la voz de Boris, el más joven de todos, con su acento británico inconfundible.
Creo que Egor me mira, pero yo solo respiro con dificultad mientras observo el techo, concentrada en contar cada abertura de la deplorable madera.
—No, espera un rato—dice serio antes de terminar de vestirse.
Regularizo mi respiración en segundos, aunque mi cuerpo sigue temblando y esto no es debido a la excitación, sino al miedo que sus violaciones me producen.
Luego de Kiril, Egor es el que más me hace sufrir.
Es tan enorme que prácticamente me aplasta con su cuerpo. Sus dedos se hunden en mi cintura con tanta fuerza que tengo cientos de hematomas en ella, ni hablar de cómo jala mi cabello cuando intento mirar para otro lado.
A Egor le gusta hacerme sufrir, llorar y suplicar para que se detenga. Él es un monstruo, superando en crecer a Kiril por momentos.
No sé cuántos días van pasando, perdí la cuenta por el hecho de que ya no duermo. Pese a tener un sueño y un cansancio que me mata, no puedo cerrar mis ojos para descansar como si nada.
La oscuridad se cuela en mi cerebro para mandarme temores que prefiero no tener en mi mente en estos instantes.
Recuerdo que dije que no hay nadie que se pueda acostumbrar a ser violado, pero creo que me estoy acercando bastante a esa insólita costumbre.
Cada mañana, tarde y noche ellos cinco me violan. A veces solos, turnándose, pero por momentos desean hacerlo todos juntos.
Cuando pasa eso, no logro decirlo claramente, pero el cerebro se me apaga. Dejo de estar en esta tierra y me voy a una nube alta mientras todos ellos me toman con fuerza; dejando heridas externas e internas.
Los golpes disminuyeron debido a esto, pues ya no hablo tanto, mucho menos lucho con ellos.
No tiene sentido hacerlo, porque de todas formas nadie vendrá a salvarme.
Ya perdí las esperanzas. Asumí que Maxim no me salvará y el solo recordar cómo rezaba para volver a verlo me hace enojar.
Me estuve pegando mucho a él, tanto en el burdel como cliente regular, como pareja sexual en su mansión.
Ahora entiendo que Maxim no me sirve. No es fuerte, no me ama, no luchará por rescatarme. Ni siquiera hablaré de Víktor. Es una piedra y su corazón un cubo de hielo inmenso, jamás podría tenerlo bajo mis órdenes, pues dudo que se deje someter con tanta facilidad.
Estoy sola y la soledad me está matando más que estas violaciones.
«¿Qué pasará conmigo ahora?». Me pregunto mientras veo por el rodillo del ojo como Arten llega al sótano. «¿Me violarán hasta que me muera?». Pienso e intento levantarme, pese a tener un dolor inmenso en mi parte baja.
—¿Qué quieres?—interroga Arten al verme levantarme de la cama, pero caigo al suelo al sentir mis rodillas flaquear. Los cuartos hombres ríen al verme, mientras el maldito rubio con nariz doblada se acerca más—. ¿Te gustó tanto que ya no sientes las piernas, lindura?
Gruño por lo bajo, aunque no respondo.
—Esos inútiles de los Volkov no saben cómo adiestrar a sus perras—comenta Andrei, un hombre de unos treinta años, casi igual a Egor de aspecto físico—. Nosotros lo hicimos de maravilla en pocas semanas.
—Fueron muy blandos contigo—agrega Boris, sonriendo con sus dientes delanteros chuecos—. Solo necesitabas unas cuantas manos duras para saber cómo se debe someter una perra.
—¿Qué mierda dices?—digo alto, pese a doler mi garganta por la falta de costumbre. Al niño se le decae la sonrisa y pasa sus ojos por los demás hombres—. Eres un puto niño con la verga más delgada y corta que vi en mi jodida vida de prostituta, ¿a quién crees que vas a adiestrar tú, imbécil de mierda?
Todos ríen al oírme, dejando al niño con cabello negro tan rojo como un tomate.
No solo por la vergüenza, sino también por el enojo. Y ese esa ira lo que lo lleva a dar varios pasos a mí para propinarle un puñetazo en la cabeza, justo en la coronilla de la parte derecha.
Ni siquiera sabe dar un buen golpe, porque sí dolió, me deja mareada y todo, pero considero que es a él al que le afectó más.
—¡Zorra de mierda!—se queja en un grito, sobando sus hinchados nudillos.
—Hijo de puta—me quejo, tocando mi cabeza—. Aprende a golpear antes de pensarte un maldito gánster.
—Ya es suficiente—demanda Egor, haciéndome callar al instante.
Lo miro desde el suelo. Su enorme figura me intimida, haciéndome temblar una vez más. La cicatriz que tiene en su lado derecho de la boca se vuelve más pequeña cuando frunce sus labios. Este hecho me hace recordar a Víktor por un momento.
Su imagen se proyecta en mis ojos en un instante. Su cara de culo brilla por la luz del recuerdo, también tuerce los labios, pero es por una pequeña sonrisa socarrona que tiene. El cabello rubio peinado hacia atrás, con su traje negro y blanco intacto.
—Jules…—le escucho decir y mi corazón se agita de inmediato—. ¿Dónde mierda estuviste todo este tiempo?—pregunta serio, aunque sus ojos brillan un poco.
Agacho la cabeza y dejo escapar algunas lágrimas.
«Ya no quiero estar más aquí».
Necesito irme, necesito volver con los Volkov o me terminaré matando aquí mismo.
Este dolor está cada vez más pegado a mí, casi sin doler, como si ya no pudiera sentir lo que es el sufrimiento debido a las incontables veces que lo he pasado.
«¿Por qué tardan tanto?». Pregunto aun llorando. «Víktor, Maxim, por favor, vengan por mí y llévenme a casa…».
—¿Y ahora por qué lloras?—se queja Boris, haciéndome levantar la mirada—. Esto no me detendrá, zorra estúpida—insulta a la vez que desabrocha los botones de su pantalón negro desgastado.
La garganta está tan seca que ni lo poco que tengo de saliva logra saciar la sequía. Mis labios se sienten rotos y duelen, mientras que mi estómago ya no resiste los golpes.
Pero ahí va otro, justo en la mejilla sana. Caigo al suelo, golpeando mi cabeza contra el frío cemento sucio. Me quedo ahí unos momentos, pues el dolor agudo me deja casi muerta.
—¿Ya terminaste?—escucho que habla Arten—. Kiril dijo que no la lastimemos tanto. Menos en su rostro.
—¡La zorra me mordió la puta verga!—grita mi Boris.
—No importa—corto su discusión, levantándome como puedo del suelo hasta sentarme. Los huesos truenan y el mareo no tarda en llegar, pero aun así me mantengo firme y escupo un poco de sangre—. No la tenías tan grande, no perdiste gran cosa.
Arten gruñe y da un paso largo hasta llegar a mí para darme otro golpe, esta vez en el estómago con su pie derecho.
La pesada bota impacta con fuerza, dejándome sin aire en segundos.
Grito tan fuerte que mi seca garganta se corta más. Me retuerzo en el piso, llevando mis manos hacia el estómago mientras doy bocanadas de aire profundas que me ahogan los pulmones.
Lloro en alto, mojando la tierra con mis frías lágrimas, junto a la saliva que escupo.
—Ya sabes lo que te pasa si abres esta maldita boca—habla Egor, acercándose a mí con el imponente cuerpo y rostro frío—. ¿Por qué sigues invitándonos a golpearte?
No logro responder debido al golpe. Esta no es la primera vez que me dañan en esta zona, pero sí me duele el triple que las anteriores.
El dolor punza tan fuerte que no puedo parar de llorar, incluso creo haberme orinado del dolor, pues un líquido se desliza por la entre pierna.
—¿Está sangrando?
—¿Eh?
—¡Imbécil, la golpeaste muy duro y ahora está sangrando!
No entiendo la discusión que tiene Egor con Boris, pero otro sujeto interviene. Este es Andrei, el único que se viste elegante pese a estar todo el tiempo en un sótano polvoriento, y además, descubrí que es hermano de Egor.
Me vuelvo más pequeño cuando lo veo, aun sosteniendo mi estómago con ambas manos.
—Mierda…—gruñe al empujarme hacia atrás para abrirme las piernas—. Sí, está sangrando y es bastante…
Egor se acerca para mirar con asco desde una distancia prudente. Suspira por la nariz, haciendo que sus ojos se agranden más, se cruza de brazos y suena su ancho cuello.
—Llamen a Kiril ahora mismo, le interesará saber esto.
No entiendo nada, solo sé que me duele mucho.
La sangre no se detiene, sigue saliendo de mí y unos calambres espantosos empiezan a crearse en mi vientre.
—¡Ahh, por dios!—grito más alto, haciendo que todos me miren—. ¡Me está doliendo mucho!—gruño, haciendo fuerza al sentir más sangre salirse, con un aumento en estos calambres.
Es como mil cuchillas clavándose al mismo tiempo en mi útero.
—¿Qué pasó?—interviene Kiril, entrando a las apuradas, ya sin las vendas—. ¡¿Qué mierda le hicieron a Jules?!
Se acerca a mí con los ojos abiertos al notar la cantidad de sangre.
—¡Kiril, me duele mucho!—lloro, aun sintiendo el infierno en mi cuerpo.
—Espera, espera—frunce el ceño, mientras mira el suelo cubierto de sangre—. ¡¿Qué le hicieron?!
—Nosotros no hicimos eso—se adelanta Egor a explicar, llevándose una mirada mortal de Kiril.
La sangre mengua, pero el dolor no. El calambre se extiende por mi cintura y por la espalda.
—¡¿Y quién fue?!—grita alto, haciéndome sobresaltar.
—Es de los otros—veo borroso por las lágrimas, pero noto como Egor se encoge de hombros con tranquilidad—. O lo era.
—Kiril…—gimoteo llorando, volviendo a llamar su atención. Sus ojos marrones están brillosos, con líneas de sangre gruesas—. ¿Qué es esto?
—No podemos llamar a un doctor—agrega Boris—. ¿Y ahora qué hacemos?
—Llévenla al baño—finaliza Kiril, sin apartar sus ojos de los míos, mientras acaricia mis mejillas para quitar las lágrimas derramadas, notoriamente temblando—. Dejen que se bañe y luego denle comida.
Sigo llorando, ahora en silencio, asustada y dolorida. Con el panico cerrando mo garganta .
No me doy cuenta de que me estaba aferrando de la camisa blanca de Kiril, ahora roja por mi sangre, hasta que se levanta para alejarse de mí.
—Ni se les ocurra follarla hasta que se le vaya el sangrado—me da la espalda para mirar a sus hombros, quedando frente a Egor; quien le saca casi una cabeza—. No quiero ese accidente otra vez. Ni siquiera se les ocurra ponerle una mano encima.
El segundo al mando asiento y Kiril se va sin decir más. Igual de apresurado que cuando llegó.
Quedo en cuclillas por unos extensos minutos, sintiendo mi entrepierna húmeda. Tardo en posar mis ojos en el charco, pero cuando lo hago, el llanto y el miedo se incrementan.
Era un baño de sangre. La camisa de Víktor está cubierta de este color con olor a metal y puedo ver algunos coágulos flotando en este rio.
«¿Qué es eso?».
—Ah, Jules…—me tenso al oírle decir mi nombre—. Eres todo un puto problema, ¿lo sabías?
Egor se acerca y justo antes de que sus botas militares toquen el charco de sangre, se agacha para quedar frente a mí.
Rasca su corta barba negra, mientras me mira con sus párpados caídos. Los nervios son tantos que se me olvida el dolor.
—Deberías agradecernos—dice de repente.
—¿Por qué lo haría?—contesto con titubeo, aun temblando bajo sus ojos oscuros.
Sonríe de costado, alargando sus gruesos dedos para quitar mi flequillo pegado por el sudor y las lágrimas.
—Gracias a nosotros, no deberás cargar con esa cosa que dejaron en ti…—murmura feliz, señalando con sus ojos lo que creo que es mi vientre—. De todas formas, una porquería como tú nunca sería buena madre.
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