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• Simples palabras •

Jules
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Tan rápido como puedo, con un nudo en mi garganta que no me deja tragar saliva y un zumbido en mis oídos que marea. Apenas respiro, con cada centímetro que me alejo de él, siento que dejo algo más en la planta baja. 

«¿Cuándo empecé a llorar?». Me pregunto al mismo tiempo que divago por el pasillo, ya menos apresurada que antes, aunque con el mismo dolor en mi corazón. 

Me duele el estómago, tengo náuseas y la cabeza aún duele. 

Mis manos van hacia esa zona, el vientre bajo, dónde el doctor había colocado ese extraño aparato para ver si estaba o no embarazada.

“—No creo que puedas tener un embarazo normal”. Recuerdo sus palabras y un ácido extraño pasa por mi garganta en busca. 

—¿Por qué me siguen pasando estás cosas?—susurro llorando, justo al llegar a la puerta de Maxim.

Me pongo de cuclillas, sosteniendo el mango de la puerta, con mi cabeza entre mis piernas y una agonía que mata mi corazón. 

—¿Qué mal hice para ser castigada de tal manera?—recrimino al mundo, pero de inmediato me arrepiento, pues recuerdo cuántas cosas malas hice desde que tomé esta nueva identidad.

Mejor dicho, ¿qué no hice?

«Drogar a clientes, extorsionar a las demás prostitutas, venderlas por mera diversión a hombre de dudosa moral y procedencia e intento de asesinato». 

La lista es ciertamente larga, me llevaría horas enumerar los males que hice a otras personas. Pero en mi defensa, en este mundo hay que hacer cualquier cosa para sobrevivir y eso fue lo que yo hice. Es lo único que hago en mi día a día: Sobrevivir. 

Aunque estoy harta de esto, quisiera cambiar las cosas. Quisiera vivir, ser feliz, tener algo que me dé una razón para no hundirme en el infierno. 

Pero no lo hay. No hay nadie que me dé esto. 

Mis ojos van hacia la puerta de Maxim, donde el león dorado ruge en medio de la madera de roble. 

«Pero puedo fingir tenerlo». 

Me levanto del suelo, quitando las lágrimas y dolor de mi rostro. Entro cegada por la total oscuridad del cuarto, pero con mis ojos fijos en el bulto enorme que está recostado bajo las sábanas azules boca arriba. 

Camino a él y sin cuidado lo destapo para subirme arriba suyo. Rápidamente, se espanta, abriendo sus ojos por el susto. Queda mirándome por unos minutos, sin comprender nada. 

—¿Nena?—murmura con una voz ronca—. ¿Qué pasa, qué tienes? 

—No me vas a dejar, ¿verdad?—me estiro a su cuerpo, pasando mis manos por su pecho desnudo y acercando mi rostro al suyo, el cual traía un ceño fruncido—. ¿Me prometes que jamás me abandonaras? 

—¿A qué viene esto tan repentino?—cuestiona extrañado, pero relajando su cuerpo—. ¿Temes que te deje sola? 

Asiento triste y Maxim sonríe un poco. 

—No te preocupes, Jules—se acerca más, tomándome de la cintura para apretarme a su parte baja—. Sabes muy bien que sin ti nunca podría vivir feliz. Eres mi todo, nena. 

—¿Lo juras?—vuelvo a preguntar, esta vez con un pequeño gemido entre palabras debido a la fricción que creaba mi parte íntima con su miembro. 

Sonríe más, besándome los labios sin quitar sus azules ojos de los míos. 

—Por supuesto, lo juro con mi vida. 

No quiero recorrer el camino sola, es por eso que debo apegarme con todas mis fuerzas a una figura fuerte y poderosa que logre quitar esta agoniosa soledad de mi corazón. 

Maxim puede cumplir ese rol. Es fuerte, tiene poder, y sobre todas las cosas, me ama. Será fácil de manipular, lograré mi objetivo con mayor facilidad gracias a su ayuda. 

No puedo dejar que nada me quite mis prioridades de la mente y si debo fingir amor hacia estos hombres para conseguir mi seguridad, lo haré. Tarde o temprano, podré cumplir con todos mis deseos.

Empezando con acabar con esos hijos de puta que me violaron.

Desde Kiril y sus hombros, hasta mi padre y mi ex pareja. 

La lista es extenuante, cansada y dolorosa de recordar. Esto será mi primer paso hacia la venganza, cumpliendo con la promesa que le hice a Maxim, lograré que caigan aún más a mis pies. 

Ahora, Víktor es un tema aparte. Es difícil, tiene mucho que guardar en su interior, lo puedo ver con facilidad, pues siento que somos iguales. 

Dos personas rotas que ocultan ese dolor en lo más profundo de su ser para no mostrar debilidad hacia sus enemigos. 

Pero para la mala suerte de Víktor Volkov, su enemiga soy yo y nadie me puede vencer en una pelea por el control de las cosas. 

La declaración de la guerra por el dominio ya fue dada, ahora toca pelear y ver quién obedecerá a quién. 

Uno ya cayó, solo falta el mayor. No es tarea fácil, aunque tampoco imposible. 

—Lleva dos días sin venir a casa, se la pasa tomando y no sé si llega a desayunar o a comer. Viene por la madrugada y se va por la tarde. 

—Bien, Raquel, cálmate. Sabes que siempre se comporta de esta manera cuando este día llega…

—¡Pero no es solo por la fecha del aniversario, señor Maxim!

—¿Por qué carajos estás gritando?—salgo del baño con los brazos cruzados y los ojos puestos en la vieja de Raquel, quien por primera vez la veo desalineada con su ropa de trabajo y su cabello suelto. 

—No pasa nada, nena…—me detiene Maxim, tomándome del brazo antes de llegar a ella—. Solo estábamos hablando. 

—¿De?—levanto una ceja esperando respuesta, pero él solo desvía la mirada, por lo que paso mi vista a Raquel.

Puedo verle ojeras oscuras en su tez clara, el cabello rojo está encrespado y algo duro. No parece estar bien, aunque no me interesa esta parte. 

—¿Qué?—responde de mala manera, corriendo su horrendo cabello hacia atrás. 

—Ve y pon la mesa para el desayuno—ordeno y ella se tensa, pero no sé mueve—. Dile a Míriam que venga, quiero que acomode mi armario ahora mismo. 

Puedo ver que pasa sus ojos por Maxim y estoy segura de que él asintió a mi decisión, debido a que Raquel termina yéndose de mi cuarto tras verlo.

—¿Qué carajos te pasa?—pregunto una vez que ella se fue, soltando mi muñeca de agarre de Maxim—. Me has castigado muchas veces cuando te alzo la voz, ¿pero a ella no le haces nada? 

Me mira con el ceño fruncido, aunque noto cierto enojo en sus ojos.

—Solo me estaba informando de algo.

—¿De qué?—vuelvo a repetir, más fuerte que antes.

Aprieta sus labios tan fuertes que se vuelven blancos. Entonces entiendo que me estoy por exceder de su capacidad máxima de soportarme.  

Suspiro resignada.

—Bien, no me cuentes. Tampoco es que me importe mucho. 

Voy hacia el espejo, buscando mi labial rojo entre las varias cajas de maquillaje que me habían traído esta mañana.

Mientras me maquillo veo a Maxim por el enorme espejo de cuerpo completo que tengo al lado de la puerta del baño, otro regalo por parte suyo. Me fijo en su figura, el cual aún permanecía parado al lado de la puerta de salida sin mirar a nada en específico. 

«¿Aniversario de qué? Que yo sepa, sus padres siguen vivos, los únicos muertos son sus abuelos, pero nunca me dijo que sufrían tanto por su pérdida».  

Entonces, ¿por qué Víktor se pone de esa manera por una fecha como hoy? ¿Quién lo perturba tanto como para que beba tanto alcohol en el día y en la noche? 

Maxim me dice que no me acerque a él mientras esté en ese estado. Por ende, solo salgo de mi habitación por la mañana y en la tarde debo volver a meterme dentro. 

Aunque últimamente me deja salir afuera al patio de atrás, ya que la nieve ya dejó de caer para darle bienvenida al verano. 

—Jules—menciona bajo—. ¿Estás enojada?

—No, bebé—respondo al instante, justo cuando acabo mi maquillaje, así que hoy hacia él y lo tomo del cuello—. Solo me puse un poco celosa—miento a la vez que frunzo la nariz. 

—¿Un poco?—sonríe y me es imposible no copiar esa acción—. Sabes bien que no hay mujeres que se comparen contigo, no deberías ponerte celosa por la servidumbre.

—Por supuesto que sé que no hay nadie como yo, bebé—me pego más a él y sus manos bajan por mi trasero para apretarlo—. No confundas los celos con una tonta inseguridad, porque no los tengo. Sé que soy tu única mujer y que no hay otra perra más sexy que yo, pero aun así, no me gusta que tú mires a otra porque tus ojos me pertenecen. 

—¿Mis ojos te pertenecen?—murmura serio, corriendo mi lacio cabello para el costado y así hundirme en mi cuello—. ¿Creen que yo te pertenezco, Jules?

—Por supuesto, Maxim—afirmo y él vuelve a mirarme a los ojos—. Tú me perteneces, ¿entendido?—aprieto su camisa gris con mis uñas rojas, clavándome más en él. 

Aun con su rostro serio y sus ojos hechizados, asiente con lentitud mientras desabrocha el botón de mi pantalón de vestir rojo. 

—No, me acabo de cambiar—me quejo, pero no opongo resistencia realmente. 

—Solo será un momento—murmura con su boca pegada en mi oreja, a la vez que mete su mano en mi pantalón—. Ábrete de piernas…

Estaba por acatar esa orden, pero dos golpes en mi puerta me hacen separar de Maxim por el susto.

—Disculpe, señores…

—¡¿Qué mierda quieres?!—grito enojada al saber de quién se trata.  

—Usted me mandó a llamar—recuerda, pero con un tono fastidiado. 

Gruño enojada, yendo a abrir la puerta para ver el horrendo rostro de Míriam. 

Ya no queda nada del dulce rostro que vi la primera vez que llegué a la mansión. 

Esa muchacha tierna que vino a traerme la píldora de emergencia se convirtió en una puta que habla mal de mí cuando puede, sin saber que tengo oídos por todos lados y siempre me entero de las cosas. 

—¿Por qué mierda me hablas así?—me quejo con los brazos cruzados y ella baja la mirada, aunque creo que lo hace por la persona que tengo detrás de mí—. Ponte a limpiar estás cosas y más te vale que no me robes nada porque yo misma te arranco las manos. 

Por fin sigue mis órdenes sin cuestionar mucho, empieza a juntar la ropa sucia, al igual que los condones y el pote vacío de lubricante que dejé a propósito en el suelo. 

—Limpia la alfombra—digo alto y ella me mira desde el suelo, arrodillada y con el cabello rubio en la cara—. Debe de tener algo del semen de Maxim, así que limpia bien. 

—Ven, vamos a desayunar y deja de gritar—ordena, tomándome de la mano para sacarme de la habitación y dar por finalizado mi reciente tortura. 

—¿Por qué?—quiero soltarme, pero su agarre es muy fuerte—. ¡Suéltame!

—¡Jules, basta!

Quedo callada y quieta tras oír su grito, dando un paso atrás por inercia, aunque casi me caigo por los tacones negros. 

Él me mira enojado, moviendo su corbata negra como si este le estuviera atando el cuello, sin dejarlo respirar.  Mueve su cabello suelto para atrás y me deja ver sus duras facciones, pero sobre todo, deja a la vista lo mal que está. 

No está así por Míriam. Está igual que Víktor y desde hace varios días lo noté, pese a que me hago la desentendida cada vez lo veo mirando a la nada con un rostro afligido. O cuando se escapa de la cama por la noche y se va a dar un largo paseo por el patio de atrás. 

Pero hoy está peor, mucho peor. 

—¿Cariño?—murmuro bajo, mientras me acerco a él. Maxim me mira y en ese momento noto sus ojeras, el cansancio en su rostro. Acaricio su mejilla con una mano, a la vez que paso la otra para acomodar su largo cabello—. ¿Estás mal por ese aniversario? 

Se tensa al oír mencionar eso y su rostro cambia a uno de espanto. Parece haber visto un fantasma, lo que me remueve el estómago.

—Nadie me contó nada, solo escuché eso hoy a la mañana—aclaro, pero sigue igual—. Solo quiero saber si estás bien o si debo hacer algo para que puedas estarlo.

—No, no hay nada que pueda hacer por mí—dice sin mostrar emoción en su rostro y creo que mi corazón da un vuelco tras oír eso.

—¡Señor Víktor, debe despertarse ahora mismo!

Giro mi cabeza al oír ese grito de Raquel. Me separo de Maxim y voy hacia la barandilla de madera marrón caoba. 

Puedo ver, desde lo lejos, a Raquel mover a un cuerpo el triple de su tamaño. Un sujeto enorme con una camisa tan arrugada que se nota desde aquí, con el cabello hecho un desastre y unas cobijas entre sus piernas. 

Víktor duerme boca arriba, con sus extremidades saliendo del sofá que hay en la entrada. Puedo ver dos botellas de vidrios en el suelo y un saco de pieles negras arriba de la mesa de cristal que tenemos en el centro. 

Sabía que estaba mal, pero no pensé que superaría cierto nivel. 

—A él sí.

—¿Qué?—pregunto dudosa, sin oír bien los que Maxim me dijo desde atrás. 

Mira a su hermano al igual que yo, pero con un rostro enojado en vez de preocupado. 

—¿Deberíamos ir a ayudarlo?—intento llamar su atención, pero sigue mirándolo con repugnancia, lo que me hace preocuparme el doble.

—No, déjalo, se lo merece—me horrorizo tras oír eso, aunque no refuto por el pánico—. De todas formas, fue culpa suya y no de ella.

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