• Obediente •
Jules
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El agua fría golpea mi cuerpo creando un ardor en la piel, dejando a la vista unas ronchas rojas por la presión del agua.
—¿Cuánto durará esto?—me quejo entre dientes, sintiendo las rodillas temblar.
—Aún falta, nena—murmura sonriendo—. Dedo quitarte todo rastro de tus antiguos clientes, porque ahora solo los Volkov pueden tocar esa hermosa piel.
Parece excitado, desde el momento en que se le ocurrió esta estúpida idea no puede ocultar la enorme erección que trae entre los pantalones. Claramente, cuando pedí ducharme, no tenía pensado que me desnudaría y empezaría a lanzarme agua desde la regadera.
Por lo menos la sangre ya se ha ido de mi piel, yendo con la corriente para perderse en la tubería. Aún se puede ver en el suelo de mármol gris como la sangre de Kiril se despide de mi cuerpo para irse lejos.
Mis dientes castañean por el frío, tiemblo bajo la atenta mirada de Maxim; quien observaba los caminos de agua que hacen en la desnudez de mi piel.
Pasando sus ojos desde mis pechos hasta la profundidad de mi entrepierna, conectando la mirada con aquella zona que tanto dice desear.
Ahora, sin saco y camisa, con solo un pantalón negro y unos cabellos alocados sueltos, se toma su tiempo para admirar, mientras una posible hipotermia acecha mi sistema inmunológico.
Me quejo por lo bajo, ya cansada. Maxim achica los ojos al notar como me contraigo al no resistir el agua helada.
Su sonrisa decae y doy todo de mí para mantenerme erguida como me ordenó, pero las fuerzas no están a mi disposición en estos momentos.
Necesito calor, esta agua me tortura hace más de media hora, puedo pescar una neumonía por sus estúpidos juegos.
—Maxim, ya es suficiente—demando harta, abrazando mi cuerpo desnudo con mis duros brazos—. Estoy limpia, así que deja de tirar esa puta agua helada.
Suelta el aire por la nariz, ensanchando sus orificios. Mueve su cuello de un lado a otro sin perderme de vista, volviendo a sonreír.
—¡Maxim!
—Ya te escuché, no me grites…—se queja haciendo un leve puchero, cortando el agua y viniendo a mí—. Me cercioro de que esas antiguas marcas desaparezcan, porque ahora solo necesitas las de mi hermano y las mías.
Puedo soltar un suspiro de alivio con una tonada temblorosa.
Me extiende su mano para poder sostenerme de él y, pese a tenerle desconfianza, decido tomarla debido a lo resbaloso que está el suelo grisáceo al tener agua.
Me jala con mucha brusquedad, tomando mi cuerpo con ambas manos al casi caerme. Me aferro a él con todas mis fuerzas, mojando su piel tatuada.
—Eres un maldito lunático, Maxim—digo pegada a su cara y él sonríe de costado.
—Y eso te excita, ¿verdad, Jules?—murmura con gracia, pasando un dedos por mi intimidad, descubriendo su humedad.
Ensancha más la sonrisa, aun metiendo su dedo en mi entrada, solo un poco, torturandome de esta forma.
No respondo, pero tiene razón.
—Tengo frío—cambio de tema, mirando las toallas que están dobladas en una pequeña mesa de madera en la esquina de este enorme baño.
—No te preocupes, nena—besa mi frente, riendo por lo bajo, quitando su mano de mi vagina—. Yo te calentaré.
Tras oír esa propuesta cargada de lascivia, decido alejarme, dando dos pasos hacia atrás y una mirada de advertencia.
Frunce el ceño al verme e intenta tomarme otra vez, pero logro golpear su mano antes de que lo haga.
—No voy a follar contigo—aclaro cruzándome de brazos por el frío y él arruga su nariz respingada.
—¿Por qué no?—pregunta luego de un rato, con tono ofendido—. Siempre te gustó follar conmigo.
Al verlo así, más dolido que enojado, me hace recordar por qué siento cosas que no debo sentir por Maxim.
Desde su llegada al burdel, demostró ser una persona extremadamente sensible. Pese a serlo puertas para dentro, ya que había escuchado y visto como se comportaba con los demás, conmigo siempre fue un niño pequeño que deseaba ser consentido.
Aunque bueno, el hecho de que también es un amante de los juegos sadomasoquistas lo convierte en un ninfómano en potencia.
—¿Cómo quieres que te deje que me folles si no me obedeces?—hablo por fin, alzando la voz—. Tú me compraste, Maxim. Yo no quería irme del burdel…
—Sí, querías irte—me interrumpe, serio y con el ceño aún más arrugado—. Tú misma me lo dijiste.
Me quejo, pero no refuto, pues es verdad que sí lo dije. Pero en mi defensa, la noche de acción de gracias estaba muy tomada y casi no recuerdo lo que pasó.
Maxim se acerca a mí, tocando mis pechos con sus dedos. Creando otros caminos en mi fría piel con sus cálidos dedos.
Detengo su acción al tomarlo de la muñeca y al hacerlo un gruñido sale de su garganta, mirándome enfadado tras interrumpir.
—No juegues conmigo—advierte al acercarse más, pegando su boca con la mía—. Si sigues así, me veré obligado a castigarte severamente, Jules.
Sonrío al oírlo, sintiendo un hormiguero en mi parte íntima.
—Puedes castigarme todo lo que quieras, incluso con tu hermano, pero es mejor que se metan en la cabeza que no podrán conmigo. No me someteré a ninguno de ustedes y tú lo sabes bien.
Finalizo dejando un corto beso en sus labios finos, chupando el de abajo con algo de fuerza. Se tensa tras sentir como me voy pegando a su cuerpo, aferrándome a sus músculos.
Con su fija mirada, voy pasando mis labios desde sus mejillas hasta acabar en su cuello. Y tan pronto como planto el primer beso húmedo, se aferra a mis caderas con ambas manos, gimiendo alto.
Siento su dureza refregarse contra mi abdomen, algo húmedo por el líquido pre seminal. El solo sentirlo me hace mojar en segundos, deseando tenerlo adentro.
—¿Lo notas?—murmuro en su cuello, marcando esa zona con una mordida—. Si debemos pelear por el control de esta relación, la única ganadora seré yo.
Se le escucha un gruñido desde el fondo de su garganta, y aunque no niega mis palabras, me toma del cuello con su mano derecho.
Me obliga a retroceder, saliendo del baño para adentrarnos una vez más en la oscura habitación.
—Ábrete de piernas—demanda con seriedad, aunque agitado—. Ya me cansé de ser bueno contigo.
Río y eso le enoja más, por lo que termina apretando más su agarre, haciéndome gemir.
—A tus órdenes—respondo con burla y acato su orden.
Libera mi cuello para pasar sus dedos por mis muslos, tocando un poco más arriba, justo donde mis fluidos ya empezaban a escurrirse.
—Estás tan mojada, Jules—jadea en mi rostro haciéndome estremecer—. Debes saber que acabas de despertar a un león hambriento…
Me levanta con facilidad y encierro sus caderas con mis piernas. Sostengo su largo cabello con fuerza haciéndolo gruñir por el dolor, pero esto solo lo excita más.
Me estampa contra la pared, dejando un dolor punzante en mi espalda que solo el beso con lengua que me da logra calmar.
Me sostiene con una sola mano, mientras que a la otra la introduce entre mi parte íntima, metiendo tres dedos a la vez.
Me es inevitable no gritar de la excitación al sentir sus dedos moverse con salvajismo. Tengo una contradicción con este momento, pues duele, aun así me mojo más al sentir este dichoso dolor punzante.
Lo debo de admitir de una vez por todas, y es que fue Maxim el culpable de mi repentino apetito sobre las cosas sadomasoquistas hace casi un año. Al principio dudé en aceptarlo como cliente regular, ya que Kiril me había advertido sobre exquisitos gustos sexuales.
Aunque ahora no me arrepiento de nada.
—¿No era que tú tenías el control?—se jacta aún con sus dedos en mi interior, creando un sonido bochornoso que hace eco en la habitación—. ¿Acaso no eras tú la que me dominaba, Jules?
Toma mi cabello con violencia al mismo tiempo que sigue masturbándome, dejando un dolor en ambas parte que me llena de satisfacción, permitiendo que mi humeda entrada se estremezca.
Mi cuerpo arde de un momento a otro, haciendo olvidar de la helada agua que me torturó minutos atrás.
Se aferra más a mí, dejándome sentir su mojado miembro erecto.
Noto como usa su mano libre para desabotonar su pantalón, liberando su dureza.
Jadea al sentirlo libre y veo como esta cosa enorme vibra por sí sola.
Lo pasa por mi entrada, quitando sus dedos para dejar más espacio y al sentirlo frotar contra mi clítoris siento que enloquezco.
—Deja de jugar y mételo—pido ansiosa, moviendo mis caderas para sentirlo.
Maxim se aleja un poco, sonriendo con sus labios hinchados y húmedos.
—Solo te follaré si prometes que te portaras bien con nosotros y serás una buena perrita con nosotros.
Me quejo soltando un bufido, eliminando la excitación de mi cuerpo por un momento.
—No me van los tríos, menos los juegos de sumisión—espeto enojada.
Deja de sonreír para mirarme mal, tensando la mandíbula y metiendo la punta de su pene dentro de mí.
Gimo alto al sentirlo, pues su cabeza es lo suficientemente gruesa como para hacerme sentir de maravilla.
—Más…—pido entre jadeos, experimentando el placer con unas pequeñas estocadas suyas.
—No, hasta que me prometas eso—parece serio al hablar, pero ambos sabemos que su tolerancia está en los suelos—. Nena, tu vida dependerá de tu obediencia, debes entender eso…
—Vamos, amor, fóllame tan duro que tu hermano nos escuche desde su habitación—gimo mirándolo a los ojos, tan mojada que lo único que logra oír es nuestra respiración agitada y mis jugos al chocar con su pene.
Las estocadas me toman desprevenidas, son violentas, el doble de lo que acostumbramos a hacerlo. Está enfurecido, más con él que conmigo, pues supongo que captó mis palabras y el efecto que tuvo en su cuerpo.
Es el mismo efecto que causo en todos los hombres con los que quiero estar. No lo puedo negar, hacer que Maxim haga lo que yo quiera con solo mirarlo, me encanta.
«¿En serio creyeron que podían conmigo? ¿Hacerme una perrita faldera correcta y obediente? Estos idiotas no tienen ni idea de con quién están tratando».
—¡No te... corras dentro!—pido con la voz entrecortada por sus estocadas, aun sabiendo que él no me escuchará.
Maxim sonríe, sudando, con el cabello pegado en su frente. Con las manos aferradas a mi cintura con tanta fuerza que duele, se clavan más en mí y libera todo dentro de mi intimidad.
Siento lo caliente que está su semen, como se escurre fuera y como se siente increíble al recibirlo.
El cuerpo se me tensa al llegar al orgasmo, el tembloroso sonido de mi respiración es lo único que se logra oír.
Sin cuidado, Maxim sale de mí y suelta mis piernas, dejándome caer al suelo. Las rodillas hacen un ruido sordo al chocar contra la madera del suelo, dejándome mareada por la inigualable sensación del dolor y el placer.
—Otra vez dentro…—me quejo mirándolo desde abajo—. No puedo tomar la píldora de emergencias tantas veces.
No responde a mi enojo, solo se me queda mirando desde lo alto con una neutralidad que me hace titubear. Su cabello rubio interrumpe sus ojos azules, mientras noto como su afilada mandíbula se tensa.
—¿Qué ocurre?—pregunto intranquila.
Aun serio, mientras pasa su lengua por sus labios.
—Chúpala.
—¡Pero acabas de correrte dentro mío!
—Y ahora quiero correrme dentro de tu boca.
Cello mis labios al oír la petición, de todas formas gateo hasta llegar a él con lentitud.
Odio esto. Odio no poder negarme cuando se trata de él. Lo intento, joder, lo intento en serio, pero hay veces que mi cuerpo no reacciona y se somete a la voluntad del león.
Al llegar a Maxim, noto como sus pantalones están algo húmedos por el semen. Su miembro está caído, pero esto no le saca mucho del tamaño que tiene cuando está erecto. Su punta rosada tiene un brillo en la raja, y tan pronto como paso mi lengua por la zona, noto el endurecimiento de su miembro.
Me tomo mi tiempo para jugar con él. Lo beso, paso la lengua desde la casa hasta la punta, lo introduzco en mi boca y lo lamo con lentitud.
Se estremece bajo mi boca y mirando la situación, puedo decir que una vez más está bajo mi control.
Bajo y subo con velocidad, moviendo mi mano derecha para masajear al mismo tiempo. Paso la lengua sobre la punta haciendo que cientos de gemidos salgan disparados de la boca de Maxim.
—Ah, nena, me llevarás al infierno…—jadea mientras me toma de la cabeza con ambas manos, obligándome a meterme todo su pene hasta la garganta y liberando su semen directamente ahí—. Abre la boca.
Obedezco, sacando también la lengua.
—Buena chica—palmea mi cabeza, feliz de ver que tragué su líquido.
Quita el sudor de su frente pasando las mangas de su camisa mientras me levanto del suelo aun con las piernas temblando. Voy a la cama, tirándome en ella para descansar mejor.
Todavía con el semen escurriendo por mi vagina, sudando y con la respiración agitada, miro el techo oscuro para reflexionar mi siguiente movimiento.
—¿Dormirás conmigo en mi habitación?—digo de repente, haciendo que él me mire con sus ojos entrecerrados.
—Tú dormirás conmigo, esta es mi habitación—corrige con los brazos cruzados.
—Es lo que dije—me encojo de hombre y él rueda los ojos—. Tu perra tiene hambre, ¿me traes algo que no sea tu verga para comer?
Maxim se queja, pero termina yéndose a buscar alimento para mí. Aprovechando esta soledad agridulce, me meto al baño para quitarme el semen bajo el agua caliente de la ducha.
Me tomo mi tiempo y, luego de esto, doy una pequeña vuelta en la enorme habitación.
Las paredes son de un color gris claro, pintadas con una textura arenosa, hay dos estanterías cerca de la enorme ventana. En una hay libros de historia, matemáticas, algunos con nombres extraños como “La tregua”. De Mario Benedetti y “El amor, las mujeres y la vida” del mismo autor.
En la otra solo encuentro películas de ciencia ficción, terror y comedias románticas.
Quedo, más o menos unos treinta minutos mirando la enorme pantalla de televisión. Entonces, al verme rodeada de estas cosas lujosas, lo decido con facilidad.
«Si debo quedarme aquí, tendré que amoldarme a los gustos de ellos. Ser un poco obediente, aunque esto vaya en contra de mi naturaleza».
¿Qué podría salir mal? Solo es follarlos hasta dejarlos contentos, una vez entienda sus gustos, podré tener tantos lujos como quiera.
«Ya lo puedo sentir. Tendré a esos dos comiendo de mis manos en poco tiempo».
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