• Nuevos dueños •
Jules
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Se puede decir que soy una reencarnación de todo lo maldito y jodido del mundo. Soy el número de la mala suerte, el gato negro que las personas evitan ver a la cara, la escalera que nadie quiere cruzar. Soy todo eso y más.
Desde los nueve años que la vida se ha empeñado en demostrar lo desgraciada que puede ser con una persona, aún me preguntó con qué necesitad, por lo menos a esa edad aún no había matado a nadie.
Oh, bueno, sí lo había intentado, pero no terminó con el resultado deseado de mi infantil y deteriorada mente.
Aunque no debería de culpar a nadie más que a mí. Si bien lo ocurrido con aquel hombre a mis nueve años no fue mi culpa, sí todo lo ocurrido a partir de los quince. Desde ahí, todo se jodió más.
Ahora toca tomar las riendas de la responsabilidad, cargar en los hombros todos los muertos que estoy dejando en el camino y seguir el paso firme hacia delante; directo hacia el éxito.
Porque no pretendo ir a otro lugar que no sea ese. A la cima de todo, toda la riqueza es infinita y el poder absoluto. Ya no depender de nadie y que todos te obedezcan.
Sí, hacia ahí mismo voy.
¿Camino fácil? Por supuesto que no. Más ahora que soy prisionera de los hermanos, hombres implacables con gustos extravagantes en el sexo, mafiosos que me compraron en el burdel para convertirme en un juguete más.
No obstante, lo que ellos aún no saben, es que los que terminaran obedeciendo serán ellos. Todo el maldito mundo estará en mis pies.
—Aguarda… más lento…—por segunda vez le piso, la misma cantidad de veces que me ha ignorado.
Maxim sigue sus embestidas como si nada, concentrado en tocar hasta el último punto sensible de mi interior. La piel se heriza sintiendo la cúspide de las sensaciones por el satisfactorio sexo. Maxim me sigue mirando a los ojos, no lo aparta para nada. Con el cabello mojado moviéndose al compás de sus embestidas y su labios hinchados por nuestros apasionados besos.
—Sopórtalo un poco más, nena—pide con la mandíbula tensada, acercándose a mi cuello para morderlo como un animal salvaje—. Sí, mierda, un poco más…—gruñe al clavarme con más brusquedad, dejando un dolor agudo en mi interior. Dos estocadas después se corre dentro de mí, dejándome un camino pegajoso por su líquido blanquecino que deja en mi interior y acaba cuando deposita su miembro erecto en mi abdomen.
—¡¿Por qué adentro?!—grito exhausta, viendo como su semen salirse de la punta rosada.
—¿Lo querías en la cara?—pregunta pasando su muñeca por su frente, quitando el sudor y dejando ver la serpiente tatuada en la mitad de su brazo derecho—. Espera cinco minutos y cumplo tus sueños, nena.
De mi boca solo sale un bufido, pero no digo más, no deseo que otra vez se corra en mi cara. Luego quedo con un olor que tarda días en salir del cabello.
—Jódete—es lo único que pronuncio, pero bajo para que no logre escuchar—. ¿No me desatarás?—le pregunto ansiosa, viendo como me da la espalda y camina lejos de mí. Pero intento liberarme, pero las muñecas siguen sostenidas por las esposas que están abrochadas en el respaldo de la cama.
—No, te quedarás un tiempo así. Casi pareces ser dócil en ese estado…
—¡¿Qué mierda dices?!—grito y de inmediato me arrepiento, pues sus ojos color zafiro me miran sobre su hombro, dejándome helada—. Desátame ahora mismo. Sé que debo obedecer, pero este jueguito me está hartando. Tengo más clientes que atender—esta vez hablo calmada, intentando menguar su notorio enfado, tragándome las verdaderas palabras.
—No me mires así—murmura entre cerrando sus ojos. Al notar su titubeo, me es inevitable no sonreír un poco, pese al miedo que le siento.
—¿Y cómo te miro?
—Como si fuese un maldito idiota—responde con obviedad, caminando a mí con pasos cortos.
—¿En serio?—el tono de sorpresa es más que fingido, logrando calentar su ira—. Pues es lo que eres, maldito imbécil de mierda—Maxim da dos pasos para llegar de vuelta a la cama, tomando mi cabello suelto en su puño para hacerme levantar un poco.
—Repite eso—me reta, apretando sus dientes. La sonrisa ya se borró, dando paso a una mueca por el dolor al sentir mi cuero cabelludo arder, pero estas cosas jamás me hicieron cerrar mi boca, lo cual puede ser el culpable de mi eterno sufrimiento en este maldito lugar.
—¡Eres un puto idiota!—le grito en la cara, manoteando con él para rasguñarle la cara y así poder liberarme, pero antes de que pueda darle un buen golpe, alguien toca la puerta con impaciencia.
—¡¿Qué?!—gritamos al uniso y Maxim suelta mi cabello.
—¡Es Víktor, señor!—nombra un sujeto detrás de la puerta. Maxim no responde, solo toma sus prendas y se viste con rapidez, dejando en el olvido su repentino enojo.
Lo miro hacerlo, viendo el arte que tiene tatuado en su piel. Desde la serpiente que va desde el costado izquierdo de sus costillas, hasta la rosa en su pelvis y luego en el enorme león rugiendo en su espalda amplía.
—Vístete—ordena al acabar, concentrado.
—Sácame las malditas esposas primero, ¿no, idiota?
Ahora es él quien bufa, pero por la impaciencia. Rueda los ojos mientras busca unas pequeñas llaves en su bolsillo del pantalón trasero.
—Debes de dejar de ser tan molesta, te verías más sexy, ¿sabes?
—Viene con el servicio—me encojo de hombros, masajeando mis magulladas muñecas.
Al liberarme busco mi vestido negro al cuerpo y lo deslizo por mí desnudes sin ponerme las bragas una vez hallado entre la oscuridad. Lo cual agradezco, porque aún siento el semen de Maxim escurriendo muy lentamente por mi interior.
—¿Acabaste con la zorra?—pregunta Kiril al abrir la puerta, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, el cual se arruga más al hacer un escáner de mi persona de pies a cabeza.
—Tu madre es la zorra—digo enojada, mostrándole el dedo del medio. Kiril enfurece y camina hacia mí, pero una risa tranquila lo detiene. Gira el cuello mirando hacia Maxim y este se acerca con lentitud a mí para rodearme con sus brazos mi cintura.
—Algún día, no muy lejano, esa boquita tendrá muchos problemas.
—Solo los tengo cuando te la chupo, idiota—le devuelvo la sonrisa y él ríe al saber la veracidad de mis palabras.
Maxim saca un fajo de billetes de su bolsillo, uno muy grande, justo lo que me gusta. Mi sonrisa se ensancha más cuando Maxim mira a Kiril y dice:
—Es de ella, ¿entiendes?—pronuncia con advertencia, pero también con burla—. Lo tuyo luego te lo pagaré.
Kiril suelta un suspiro por la nariz, ensanchando sus fosas nasales. Mi rubio deja la paga en el escote de mi vestido negro, pasando por última vez sus dedos largos por mis pechos apretados.
—Nos vemos pronto, Jules—saludo con un beso en mi coronilla y luego se va.
—¿Escuchaste? Es mío—digo una vez a solas, señalando la paga.
—Tienes suerte de ser la puta favorita de él, si no te arrancaría los dientes—gruñe acercándose a mí, tomándome de la muñeca con mucho fuerza.
Y pese a tener casi la misma estatura que yo con estos tacones altos, al estar casi pegado a mi cuerpo hace ilusión a ser más alto y tenebroso.
—Te dije que no dejes que se corra dentro, Jules—pronuncia asqueado, mirándome con un huracán de ira en sus marrones ojos.
—No es mi culpa, yo se lo dije, pero Maxim no siempre me hace caso—me excuso, intentando zafar de su agarre, aunque solo hago que aumente la fuerza—. Tampoco quiere usar condón, deberías decirle que lo hago, si tanto te molesta.
—Eres su puta favorita, es contigo con el único que no utiliza condón, no está en mí decirle al león lo que tiene que hacer y que no.
«León».
Sigo sin saber por qué le dicen así. Eso aumenta lo excitante de servirle algunas veces por semana en el burdel, también aumenta mi salario inexistente.
—¿Quién es Víktor?—divago, dando un paso atrás de Kiril. Cualquier persona que trabaje para él sabe lo escasa que es su paciencia, por lo que olvido el tema pasado para calmar su humor—. ¿Un cliente nuevo?
Las cejas negras vuelven a su lugar natural, también deja de fruncir sus carnosos labios rosados. Solo suelta el aire por la nariz, moviendo mi flequillo. Lame sus labios y sonríe un poco.
—Creo que será tu próximo cliente.
No me gusta esa sonrisa, no es de las buenas.
—¿Me darás la puta pastilla de emergencia o qué?—cambio de tema, ahora enojada. Kiril quita sus rizos de la frente, tirándolos hacia atrás. Me mira mal, con asco, como siempre lo hizo desde que me compró en Rumania.
—Vamos—me arrastra del brazo, directo a su despacho en el tercer piso. Paso las demás habitaciones vip, al igual que el elegante salón privado que es ocupada por múltiples hombres con trajes, todos ellos cargando armas grandes y pequeñas. Frunzo el ceño al notarlo.
—¿Por qué el espectáculo?—digo mientras subo las escaleras, dejando atrás el montón de sujetos rodeando el lugar—. ¿Es por el tal Víktor?
—Sí.
—¿Y?
—¿Y qué?
—Cuenta el chisme.
—No.
Bufo molesta y él me mira con advertencia. Entramos al despacho, casi tan grande como una de las habitaciones vip, incluso hay una cama enorme al final de esta. Aunque bueno, esto debe de ser porque Kiril pasa gran parte de su tiempo aquí, por lo que prácticamente duerme y come en su despacho.
—Vete a duchar—demanda mientras rebusca en su cajón.
—¿Y mi ropa?—pregunto incrédula, pero solo recibo otra mirada de Kiril. Resignada, me ducho rápido en su baño, quitándome sola el semen de Maxim. Teniendo un momento de gozo al introducir mis propios dedos en mi abertura.
Tardo más de lo que debo, pero en mi defensa me doy placer mejor que muchos hombres con los que estuve.
—Te dije que te bañes, no que te folles con tus dedos—apenas dice al verme salir de su baño, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
—Si sigues frunciendo el ceño, tendrás arrugas antes de llegar a los treinta—informo sonriendo, tocando su frente para masajear esa zona. Kiril me deja hacerlo, mirándome a los ojos, ya tranquilo—. ¿Quién es Víktor?—vuelvo a preguntar con voz baja, acercando mi cuerpo desnudo al suyo y él toma mis labios con su pulgar.
—Un nuevo comprador—murmura y me toma de la cintura, apretándome a él y su duro miembro—. Está buscando a una chica. Es mi turno de arrugar las cejas, esta vez por la confusión.
—¿A quién busca? Ya no hay más chicas en la venta…—suelto con preocupación, oyendo a mi corazón latir con fuerza. Los ojos de Kiril vuelven a clavarse en los míos y nunca sentí un temor como este.
No, miento. Ya lo había experimentado dos veces. La primera fue cuando mi padre y mi exnovio me violaron. La segunda fue cuando ambos me vendieron a la trata de personas cuando tenía dieciséis años. Esta es la tercera.
—Yo no estoy a la venta, ¿de acuerdo?—intento ocultar el miedo en mi voz, pero esta se oye ahogada. Lo miro con los ojos bien abiertos, aun con una maldita sonrisa en mis labios.
—No estás a la venta. Yo jamás podría venderte a desconocidos…—repite luego de un rato, acercando su boca a la mía para besarme.
No estoy de humor para que me follen, pero sé que estas palabras tienen un precio, al igual que todo lo tiene, por ende debo de pagarle a Kiril por su obediencia.
Han pasado casi cinco años desde la última vez que pisé una ciudad, el temor es grande al pensar que saldré del burdel siendo la esclava de alguien más.
Y no quiero, pese a entender que este no es un buen sitio, mi situación no es como las otras prostitutas del lugar. Soy Jules, la favorita de muchos hombres con renombres. Gano más dinero de lo que ellas pueden contar, tengo mi habitación propia y Kiril a veces me lleva de compras cuando hay poca gente en el pueblo porque sabe que lo último que pensaré es en escapar.
Esto es todo lo que tengo y me gusta. Me visto bien, tengo dinero, aunque son dados por hacer un sucio trabajo, me encanta. Me gusta follar con hombres y Kiril me deja elegirlos. Eso me deja en el poder debajo de él, pues nadie de aquí tiene tantos privilegios como yo.
No quiero que esto desaparezca. Mi esfuerzo se iría a la borda si alguien me comprase. La maldita obediencia no está en mi sistema y Kiril lo sabe, me matarían por no hacer caso, me violarían las veces que quisieran y yo no podría escapar.
No pienso pasar por esa situación otra vez.
—Amor…—gimo entre besos al sentir como acaba en mi vientre—. Ya sabes lo que tienes que haces, ¿verdad?
Kiril titubeo, lo puedo ver en sus ojos. Asiente lentamente mientras me besa, cerrando sus párpados para disfrutar del momento. Al contrario de mí, lo único que puedo hacer es ver a la nada en el beso, rogando que esto solo sea un mal dolor de cabeza pasajero.
Bajo las escaleras con lentitud, arreglando mi nuevo vestido blanco ajustado, acomodando el escote del pecho para que las niñas no se salgan del todo. Las luces multicolores me ciegan por la falta de costumbre, debido a las horas que pasé en la habitación de Kiril.
La música es fuerte, tanto que siento el suelo temblar cuando lo piso con mis tacones altos. El sudor se huele, al igual que la marihuana y otras sustancias aceptadas aquí.
—¿Dónde estabas?—pregunta un señor de unos cincuenta años, enorme y con barba blanca—. Pedí tus servicios hace hora y media.
—En la verga de otro cliente, lo siento—lo miro con asco, al no reconocerlo—. Esta noche no estoy de servicio, señor.
El hombre arruga su uni ceja, parece que empezaba a enojarse. Maldigo en mi mente por la forma en la que estoy hablando, pero una vez que me enojo, avece el control de mis palabras o acciones se desaparece.
Sonrío forzosamente, tomando su antebrazo y apretándolo en mi cuerpo.
—Es que estoy muy malita, disculpe—le hablo con voz melosa y este relaja su cuerpo—. Pero tengo a una amiga que le servirá hasta que me logre recuperar…—mientras miento, busco a la perra de Karla, la cual la diviso bailando en los tubos para un sujeto que le lanzaba dinero con cada vuelta que ella daba—. La chica que baila, la bajita pelirroja. Esa es tan cotizada como yo, aunque menos atractiva, le podrá servir esta linda noche.
El hombre se va complacido, yendo hasta la maldita de Karla, la cual deja de bailar al ver al señor mayor exigiendo su servicio. Saca dos fajos de billetes y se los entrega al otro hombre, pidiendo que le ceda el jugar, cosa que él hace.
Sonrío cuando veo lo espantada de Karla y sus ojos no tardan en llegar. Esos ojos pequeños cerrados me miran con odio, pero lo único que yo hago es darle un besito antes de darme la vuelta e irme. Pero esta acción solo se queda por la mitad, porque en el momento que me doy vuelta, un sujeto, tres cabezas más grande que yo, me intercede por detrás; tomándome del hombre.
—¡¿Qué mierda haces?!—grito enloquecida, intento sacar su gigantesca mano de mi pequeño brazo—. ¡Ya dije que no estoy de servicio esta noche, no me jodas!—aunque sigo gritando, el hombre me obliga a caminar a su par, casi haciéndome caer por los largos pasos que da.
El miedo me carcome las tripas, escala hasta mi cerebro y me nubla la vista. Respiro con irregularidad, me mareo y casi caigo al suelo, pero el hombre me sujeta de la cintura y me arrastra hasta el segundo piso, donde el salón vip se abre paso con sus paredes negras y mesas de cristal.
Veo como el montón de gente armada sigue aquí, rodeando el lugar, o mejor dicho el sillón, uno en forma de «L», largo y de cuero negro. Mientras más me acerco, diviso mejor los rostros de los sujetos sentados allí; aunque solo dos son conocidos por mí.
—¡Kiril!—demando por él y este se gira con sorpresa, quedando tan pálido como un papel—. ¿Dónde mierda estabas? Mira como están tratando.
—Jules, cierra la boca—dice apenas me acerco a él, ya liberada del agarre del sujeto.
—¡Pero no quiero!—vuelvo a gritar, esta vez en su cara y Kiril se pone rojo—. ¡Diles a estos hijos de puta que no me pueden tocar si yo no se los autorizo!
—¡Jules!
—¿Lo vez? Te dije que esta zorra tiene una gran bocota—la voz de Maxim nos interrumpe, haciéndome girar un poco para verlo—. Será divertido.
Está vestido de la misma forma en la que se fue hoy por la tarde, con su camisa blanca arremangada hasta los codos, dejando notar sus tatuajes, además de los pantalones negros de vestir. Su cabello largo está atado en una pequeña coleta detrás de su nuca y me sonríe abiertamente.
—¿A quién mierda llamas zorra, pedazo de mierda?—se me escapa y él borra su sonrisa.
—Jules, en serio, cierra la boca—pide Kiril con desespero.
—¿No controlas a tus putas?—pregunta una tercera voz, más grave que las anteriores. Es el sujeto que está al lado de Maxim, casi idéntico a él, a excepción de sus ojos. Ambos son azules, solo que el izquierdo tiene una cicatriz poco visible que va desde su ceja hasta abajo del ojo.
—Lo hago, solo está algo acelerada…—miente, apretando su agarre. No porque me esté advirtiendo que me calle, si no por el miedo.
Y esto lo sé porque él está temblando. Lo siento cuando me toma la muñeca.
El sujeto pasa sus ojos sobre mí, veo su quijada marcada, los labios finos y esos cabellos tan rubios como el sol, contrastando con los dos cubos de hielo que tiene en los ojos. Sus hombros son anchos, más que Maxim, al igual que tiene un poco más de su masa muscular.
—¿Por qué me trajeron aquí?—pregunto bajo la mirada de advertencia de Kiril—. No estoy en venta.
—Eso no lo decides tú, nena—pronuncia Maxim, levantándose del sillón para acercarse.
—¿Qué mierda quieres, Maxim?—le pregunto enojada, aunque con lágrimas en los ojos que intento no liberar. Esto hace que él deje de sonreír y tome mis acaloradas mejillas, acariciandolas.
—Vendrás con nosotros. Te hemos comprado a Kiril, nena…—admite con seriedad, sin apartar su vista de la mía.
—¿Por qué?—pregunto ya asustada, temblando de pies a cabeza—. Que me folles aquí es lo mismo que lo hagas en otro lugar. No lo hagas, ¿sí? Por mí, no lo hagas. Maxim…
Estoy desesperada. Toco sus mejillas, como él hace con las mías, las acaricio y le sonrío. Frunce su ceño, pensando en algo, pero no responde ante mí.
—Sí, pero…
—Pero nada, solo déjame aquí y lárgate—demando ya cansada, haciendo que salga de sus pensamientos.
—La puta sabe cómo manipular a los hombres—advierte el otro sujeto, levantándose del sofá—. Ahora entiendo tu obsesión con ella, hermano.
—Te lo dije, Jules no es como las otras. No sé romperá tan fácil, solo tendrás que tenerle paciencia para poder someterla—Maxim parece recuperado, más alegre mientras mira a su hermano mayor.
El otro hombre queda parado frente a mí y Maxim a mis espaldas, sujetándome la cintura con fuerza.
—Bueno, Jules—toma mi mentón, obligándome a mirarlo—. Ahora le pertenece a los hermanos Volkov.
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