• Amargos recuerdos •
Víktor Volkov
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El dolor, el sufrimiento y la tristeza forma una gran parte de la vida y de ellos podemos extraer enseñanzas que nos ayuden a crecer como personas. No obstante, no podemos negar que el dolor es una herida profunda en el corazón y en el alma, a veces es tan grande que ni el tiempo logra sanar, aunque sí adormecer.
Eso mismo ocurre en mi espíritu hace ya ocho años, pues tras su muerte, logró herirme tan profundamente que creí morir en poco tiempo.
Aunque esta espera de la muerte se esté alargando más de lo que deseo.
No por ella, sino por el bebé que logré cargar minutos antes de su fallecimiento. Esa felicidad duró poco, cuarenta y dos minutos con exactitud. No pude memorizar su rostro, tampoco su llanto, pues el niño no nació llorando y murió de la misma forma silenciosa.
Solo pude tenerlo en mis brazos, su peso era nulo, ya que su nacimiento tuvo lugar antes de tiempo, haciendo que su mortalidad de vida escaseara el doble.
—¿Le pondremos un nombre?—pregunté sin sacar los ojos del pequeño niño—. Por lo menos debería irse con uno.
—No me importa—pronunció enojada—. Ya está muerto, así que esa cosa no importa.
«Esa cosa». Siempre me pregunté si se lo dijo al bebé o a la idea de ponerle un nombre.
Leah nunca fue sarcástica, por ende, supuse que se lo decía nuestro hijo.
Jamás comprendí su repentino odio hacia el niño que acababa de parir, pero no dije mucho en ese entonces. Solo deseaba permanecer con mi hijo un poco más de tiempo.
La primera vez que sentí esa debilidad, ese extraño querer hacia otra persona, sin duda fue cuando fui padre por primera vez.
Pero eso no duró mucho, debido a que mi niño murió luego de minutos extensos de una lucha constante por respirar. Fue quitado de mis brazos por mi padre bajo la atenta mirada de Maxim, aunque su cuerpo estaba junto a Leah para poder confortar su dolor.
Aunque no había dolor que requiriera confort, ya que ella no parecía tan destrozada como yo.
No entendía cómo era posible ese hecho, porque fue ella quien tuvo al niño por más de seis meses en su vientre, fue ella quien estuvo tres horas pariendo al niño. Fue ella quien me convenció de ser padres juntos.
Entonces, si todo esto fue su idea, ¿por qué parecía que no le dolía la muerte del bebé?
Solo estaba con Maxim, recostada en la cama con un rostro cansado. Algo pálida y con un poco de sangre en su cabello dorado.
Esa noche, el frío de Rusia no fue suficiente para apagar el fuego que sentía en mi corazón.
Esa noche, la noche de la muerte de mi primer hijo, algo en mí se perdió para siempre.
Creí que lo iba a recuperar cuando me enteré del posible embarazo de Jules. Sabía que fue conmigo la última vez que tuvo sexo sin protección, por lo que las posibilidades eran grandes. Luego la secuestraron, la violaron y por culpa de esos bastardos de mierda volví a perder a otro bebé, solo que a este no logré cargar en mis manos por primera y última vez.
«Debe haber algo mal en mí, ya que no veo normal que todos mis hijos se mueran antes de terminar de nacer».
Es mi culpa, no es de Leah, ni de Jules. Es mi maldita culpa. Algún tipo de karma que estaré pagando por ser un cabrón con todo el mundo.
«Aunque no considero merecer tal dolor. El perder ya dos hijos es mucho, demasiado para mi corazón».
—Señor Víktor, el desayuno ya está listo—informa una voz conocida, supongo que de Raquel.
Intento moverme en la cama, pero esta se siente pequeña e incómoda. Me duele la espalda y cuando intento girar hay algo que lo interpone.
—¿Por qué durmió en el sofá anoche?—regaña Raquel y al oírla abro mis ojos.
Me mira con extrañeza, cruzando sus brazos bajo su atuendo de sirvienta y las arrugas se ven más marcadas cuando frunce el ceño.
—Mierda—solo basta con levantarme para sonar todos mis huesos, en especial el cuello.
Me siento una madera dura, el solo levantarme duele.
—Lo mismo me pregunto—pronuncia Maxim y a su lado veo a Jules, ambos mirándome extrañados al bajar por las escaleras.
Intento no prestarle tanta atención a ella, pero no puedo quitar mis ojos de su rostro. Este carga con una mirada que apaga mi dolor, para encender otro mayor, pues la agonía que transmite sus ojos verdes me duelen.
—¿Estás bien?—vuelve hablar Maxim, pero esta vez tomando de la cintura a Jules—. ¿Quieres que te esperemos para desayunar?
Niego con lentitud y arrastras, me voy hacia mi habitación para darme una rápida ducha.
—¿Qué le pasó?—es lo último que escucho decir por parte de Jules, quien habla con voz baja, aunque aquí todo hace eco.
Luego de cambiarme, termino bajando para desayunar con la sorpresa de que mi hermano y su perra me esperaban.
Lo que me deja confundido, y algo enojado, es que Jules está sentada al lado de Maxim, muy lejos de mí.
—¿No te tocaba ir a ti a trabajar?—pregunto con voz áspera, sentándome para beber café.
—Sí, pero aún es temprano.
No respondo, desayuno en silencio. Siento que me apuñalan con mil cuchillas en mi cabeza, mientras que tengo una acidez por el alcohol bebido anoche en el bar.
Ni siquiera sé cómo llegué a casa, pero debo suponer que fue Sergei quien me dejó en la entrada. Tengo un vago recuerdo de él intentando cargarme, luego se rindió y me tiró al sofá más cercano.
«Recordatorio: Matar a Sergei».
Quisiera poder concentrarme en otra cosa, pero me es imposible no pasar mis ojos por Jules, la cual estaba reluciente en esta mañana.
Habíamos mandado a comprar ropa para ella, ya que no me parecía buena idea que ande semidesnuda por toda la casa ahora que había el doble de personal masculino.
Pero ahora, viendo su traje completo rojo y una camisa blanca, puedo decir lo espectacular que se ve. A esta mujer no hay prenda que le sienta mal, pero el rojo es su color distintivo. Ya sea en ropa o labial, como el que tiene puesto en estos momentos.
—¿Por qué está tan arreglada?—pregunto de la nada y ambos me miran—. ¿La vas a llevar al negocio?
—Por supuesto que no—afirma Maxim, algo tenso—. A Jules le gusta arreglarse siempre, aunque esté en casa, le encanta verse bien.
—No me veo bien—se queja Jules, mirando a mi hermano—. Me veo espectacular.
Sonrío un poco, pues así la describiría yo.
—Sí, muy follable—se acerca Maxim, pero Jules se aparta un poco, poniendo su tenedor con comida en medio de ellos.
—Quieto, ninfómano—sonríe al ver a mi hermano levantar las manos, pues no quería ensuciar su traje negro—. Este maquillaje llevó mucho tiempo, no me lo arruines.
—Bien, bien. Te follaré cuando vuelva—promete mientras se levanta, acabado su desayuno—. Debo irme, pórtate bien y no salgas de la casa.
—No llegues tarde—se apresura a decir, antes de que mi hermano se vaya—. Acuerda lo que prometiste.
—Lo sé—besa su coronilla, mientras se despide de mí.
Mi hermano se retira, justo al tiempo que su celular suena y atiende la llamada mientras se va de nuestro campo de visión.
Nos deja solos, pero esta soledad dura poco en el momento que Jules se levanta sin más para retirarse de la sala.
Menea sus caderas y la sigo sin querer evitar esa zona. No sé si lo hace apropósito o si es la manera natural que camina, pero me deja en un limbo al momento que mis ojos se conectan en su cuerpo.
Carraspeo un poco, levantando mi mirada hacia arriba.
—¿A qué se debe eso?—digo antes de que cruce la puerta, deteniéndose a medio camino.
—¿A qué te refieres?—murmura seria, mirándome sobre su hombro.
—Tú siendo obediente—digo sin más, levantándome de la mesa para ir a ella—. No es común.
—Solo es superficial—se encoge de hombros, dándose la vuelta para quedar frente a frente—. Es para que luego me folle como solo él sabe hacerlo—me tenso al oírla y ella sonríe con gusto—. ¿Acaso te molesta?
—Mm, no, para nada—miento y relajo mi cuerpo—. De todas formas, es bien sabido que el ser humano puede ir en contra de su naturaleza para su sobrevivencia.
No me responde, gira los ojos y abre las puertas para irse.
—¿A dónde vas?—se me escapa con un tono extraño que me hace dolor la cabeza.
Jules por fin se gira, mirándome mal.
—Pues a mi habitación, ¿dónde más?—dice enojada, corriendo su largo cabello para atrás—. No puedo salir ni siquiera afuera y Maxim dijo que no me acerque a ti por unos días.
Trago una protesta al oír lo último, aunque esa orden, tiene un fin certero.
—Es por tu seguridad—digo sin querer—. Y la de todos nosotros.
—¿Ahora piensan cuidarme?—gruñe entre dientes, caminado a mí con el ceño fruncido y un brillo en los ojos—. Si me hubieras cuidado desde el principio, no me habrían secuestrado ni violado. Ahora mismo, el cuidarme, ya no sirve para nada.
—Dulzura…—toco su mejilla, quitando esa lágrima que se escapó por su ojo derecho con mi pulgar—. Perdón por eso, en verdad lo siento mucho. Maxim y yo cometimos un error, ambos nos arrepentimos profundamente por lo sucedido.
«Más yo que él, pues perdí algo más que tu confianza». Quise agregar, pero cierro la maldita boca.
—Tu perdón no quitará mis recuerdos, ni las marcas que ellos me hicieron—llora más, pero sigue sin quitar mi mano de su piel, mojando los dedos con las lágrimas saladas.
—Follarte a Maxim todo el tiempo, tampoco te hará olvidar lo que te hicieron—arremeto enojado, poniendo mis otra mano en su cintura para atraerla más a mí—. Si deseas que te traigamos a un doctor para que hables con él sobre eso, lo haremos. En secreto, por Maxim, pero haré que te ayuden a menguar ese dolor que guarda tu corazón.
—No estoy tan loca para necesitar un psicólogo, Víktor—se queja, ahora sí, quitando mi mano de su rostro, pero aun permaneciendo conmigo.
Mira el suelo, sorbiendo su nariz, apretando mi antebrazo con sus largas uñas y poniendo su cabello a propósito en la casa, dejándome sin posibilidad de verle el rostro.
Me rompe verla así de rota, aún más me lastima el hecho de que aún no he logrado cumplir mi promesa que le hice. He sido muy inestable esta última semana, la dejé olvidada por completo, tanto a Jules como a la venganza de mi hijo.
—Yo voy a terapia—confieso en un murmullo—. Puedes tener el mismo doctor que yo y prometo que no dirá nada de lo que tú hables con él.
Por fin levanta su mirada del suelo para darme una mirada expectante.
Sonrío un poco al verla en este estado, pues la punta de su nariz está roja y tiene un delineador corrido en un ojo y el otro intacto. Además, sus pestañas están mojadas, haciéndolas ver más largas.
—¿Por qué vas a terapia?—pregunta asombrada, olvidándose de su dolor.
La tomo de la cintura con ambas manos y retrocedo con ella, haciendo que suelte un leve grito por la sorpresa.
Quito su saco rojo al mismo tiempo que la hace acostar en el sofá de la sala donde había estado durmiendo estás últimas noches.
Sonríe al entender mis acciones, quita sus zapatos negros y me permite estar arriba suyo, en medio de sus piernas.
—Es un tema secreto—murmuro contra sus labios.
—¿Qué tan secreto?—indaga curiosa, sonriendo de costado.
—De los que Jules no debe saber.
Ríe y pasa su lengua por mis labios, haciendo borrar mi sonrisa.
Tan rápido como lo hace, devoro su boca, hambriento de sentir sus labios una vez más.
Al parecer esta abstinencia de Jules me hace daño, pero en el momento que la vuelvo a tener en mis manos puedo volver a respirar correctamente.
Desabrocho los botones de su pantalón tiro alto rojo, metiendo con facilidad mi mano dentro, tocando esa húmeda abertura que palpita bajo mi mando.
—Oh, Víktor…—gime al sentir mis dedos dentro suyo.
—Anoche, te escuché gemir como toda una zorra—digo entre dientes, besando sus pechos—. Tuve que masturbarme cuando los oía, sentí mucha envidia…
—¿Te masturbaste pensando en mí?—arquea la espalda, moviendo su cadera al compás de mis dedos.
Sonrío y meto otro dedo.
—Todas las putas noches, dulzura—confieso en su boca, queriendo sentir su aliento cuando gime mi nombre en gritos de gozo.
—Ah, mierda, Víktor—se queja con desespero, clavando sus uñas en mis hombros y abriéndose más de piernas.
Quito mi cinturón con rapidez, para luego liberar mi enorme erección, ya que el dolor y la dureza me dejan tensos.
Veo que el líquido preseminal se escapa por la punta rosada, vibra solo, queriendo explotar en ese momento.
—Esta perra ya tiene dueño—dice entre gemidos, aferrándome más a mí al ver mi miembro fuera.
—Y yo soy uno de ellos—murmuro sin quitar mis dedos dentro suyo, moviéndolos desenfrenadamente. Jules me mira, al borde del orgasmo—. Tú me perteneces, Jules. Soy tu amo y señor. Que sea la última vez que dices que solo tienes un dueño.
Me masturbo frente a ella, moviendo mi mano de arriba abajo con fuerza y velocidad. El solo mirarle la boca, los ojos y oír sus gemidos; me hacen correrme enseguida, liberando mi semen en su ropa y cerca de su mejilla. Queda empapada de mí mientras se corre bajo mis dedos.
Está hirviendo, su interior quema mis dedos y sus jugos se derraman fuera para mojar sus bragas blancas de encaje.
—Bueno, solo falto yo—dice una voz detrás de mí, la cual proviene de Maxim.
Jules grita asustada, balbuceando algo inentendible debido a su respiración agitada.
—¿Qué mierda haces aquí?—me quejo con voz agitada, mirando a mi hermano con sus brazos cruzados—. Vete, que la follaré toda la mañana.
Frunce el ceño.
—¿Con el permiso de quién?—pregunta sonriendo, acercándose a nosotros—. Es mía y no te di el permiso que la toques.
Giro los ojos, levantándome del sillón para pararme frente suyo. Guardando mi miembro al hacerlo.
—Soy el mayor, puedo hacer lo que quiera.
—Tú ya no querías a Jules, así que, me pertenece a mí solito.
—Maxim, te golpearé si repites eso.
—¿Qué cosa?—sonríe más—. ¿Qué no quieres a Jules o que me pertenece a mí solo?
—Bien, basta—acaba la discusión Jules, parándose en medio de ambos, aunque mirando a Maxim—. Sé que no debo follar a nadie que no seas tú, pero en mi defensa lo hizo con sus dedos.
—¿Esa es tu defensa?—se queja Maxim, aunque no parece enojado en verdad—. Solo por eso, deberás dejarme meterla por tu culo otra vez.
—¡Deja mi culo en paz!—se horroriza Jules, dando dos pasos hacia atrás.
«Eso es interesante, ¿cuándo fue la última vez que se la metí por el culo a una perra?».
—Yo también quiero probar tu culo—me apunto y Maxim sonríe con gusto, mientras Jules nos mira asustada.
—Ni se te ocurra, eso es una invitación a ser inválida el resto de mi vida.
—No exageres—ruedo los ojos, pero Jules me empuja un poco, haciéndola dar un paso atrás.
La mirada que le lanzo la entiende enseguida.
—Oh, mierda.
—¿Qué te dije que pasaría si volvías a golpearme?—digo serio, acercándome a ella.
Pega un grito y corre escaleras arriba tan rápido que puedo seguirla.
—¿Ya te arrepentiste?—pregunta Maxim mirando por dónde se fue Jules.
Me encojo de hombros.
—Sigo creyendo que la mejor idea es venderla—digo sincero, aunque mi hermano me mira mal.
—Solo admite que te gusta estar con ella y listo.
—No.
Bufa enojado, pero no recrimina nada.
—¿Por qué no fuiste a la junta con Matvey?—pregunto luego de un rato en silencio.
Me mira, ahora más serio.
—Canceló la junta, lo hizo antes de que saliera de la mansión.
—¿Qué?—gruño enojado, buscando mi celular para llamarlo entre las cosas que dejé tiradas en el suelo.
—No te molestes, lo llamé miles de veces, pero no contesta. Envié a Joda a buscarlo, solo toca esperar.
—Eso es traición—exclamo enojado y él asiente—. Si los Volkov demandan una junta, deben acatar sin más.
—Están planeando algo, Víktor y creo que es algo gordo.
—Somos la federación Volkov, dominamos más hectáreas de Rusia que cualquier otro narcotraficante. Nuestro imperio es grande y viene desde generaciones, nadie con dos neuronas se puede imponer sobre nosotros.
—Pero lo están haciendo—argumenta serio, pasando sus ojos por las escaleras dónde se fue nuestra perra y yo hago lo mismo—. Y temo que vengan por nuestra debilidad otra vez.
—Tu debilidad—corrijo, pero mi hermano se acerca a mí para palmear mi hombro.
—También es tuya, Víktor. Porque quieras o no, Jules ya se metió en ese corazón de hielo.
—Señores—interrumpe Raquel, entrando por la puerta principal—. No los quiero asustar, pero la señora Andreeva está aquí y desea una reunión con ustedes.
Conecto la mirada con Maxim y, al igual que yo, estaba confundido por la repentina acción de la araña.
—Hazla pasar—ordena Maxim, acomodando mi desalineada camisa blanca—. Es malo que la araña venga al nido de víboras.
—¿El león le teme a un insecto?—levanto una ceja y él sonríe.
—Es una viuda negra, la más venenosa del mundo—se encoge de hombros tras decir, mostrando intranquilidad.
No lo culpo, de todas formas, estoy igual que él. Nuestra madrastra siempre sabe cómo ponernos los pelos de punta con sus visitas inesperadas.
—Raquel, ve con Jules y no la dejes salir—ordeno rápido, terminando de arreglarme—. Será un problema si ambas se conocen.
—Dudo mucho que la señorita no quiera salir si sabe que hay otra mujer en la casa, encerrada en una habitación con ustedes—argumenta tranquila, corrigiendo el desorden que hice en el sofá con Jules.
—Pues lleva a Míriam para que se entretenga con ella.
Arrugo la frente tras oír la idea de Maxim.
—¿Quieres que torturen a tu amante?
—Ya no es mi amante y cierra la boca o te oirá y se enojará de nuevo conmigo—se queja, pero no logro responder, pues las puertas de la entrada se abren en par. Dejando ver la silueta de dos mujeres.
Vittoria entra sonriendo, abanicándose con sus manos enguantadas. Lleva un traje de pieles, extraño, pues estamos al inicio de verano y se puede notar como le suda la frente.
Aunque la antigua amante de papá siempre tuvo un gusto exótico por la ropa de leones.
Apuesto a su hija menor, quien vestía un muy ajustado vestido marrón de tela brillante con unos zapatos oscuros. Muy desagradable para mi vista.
—Buenos días, chicos—saluda quitando sus enormes lentes negros, al igual que su sombrero pequeño blanco con una cinta negra y un pluma del mismo color en este—. Hay un sol espectacular afuera, será un bonito verano.
No respondemos de inmediato, pero Maxim consigue aclararse la garganta primero.
—Un gusto, Vittoria—se acerca a la puerta y ella estira su brazo para que deposite un suave beso en el dorso de la mano, cerca del anillo de diamante celeste que tiene en su dedo anular—. ¿Qué tal el inesperado viaje de Italia hasta Rusia?
—Horrendo, ni siquiera la primera clase te salva de estos malos tratos de las horas sentada—se apresura a responder Ágata, hija de Vittoria, quien nos sonríe y se acerca mucho a mi hermano—. Ha pasado mucho tiempo, Maxi—ronronea apegándose a él.
«Será un problema si Jules le escucha decir eso».
—Debiste avisar si venías—por fin hablo, acercándome a ellos en la entrada con la mirada penetrante de mi hermano menor—. Para tener una habitación preparada para ti, por supuesto.
Vittoria sonríe, sin creer en mis palabras, ya que el mal noto no puedo disimularlo.
Quita su saco blanco, quedándose con unos pantalones de Jersey del mismo color y una camisa de botones negra.
Ágata, por su parte, sin quitar las uñas exageradamente largas del brazo de mi hermano, me mira con cierto recelo.
—Tan mentiroso y embustero como tu estúpido padre—se acerca a mí, más feliz que antes, estirando su mano derecha—. Una de las muchas razones de porque me divorcié de él.
—Creí que él se había divorciado de ti—beso su mano, solo para apaciguar mis venosas palabras, pues este es un recordatorio amargo para ella.
No sonríe más y mi hermano tiene una cara que grita que quiere matarme, por ende, decido que mi trabajo ya está hecho.
—Ahora al grano—digo por fin—. ¿Por qué viajaste desde tan lejos para una reunión tan espontánea, Vittoria?
—Me enteré de lo sucedido con los Petrov—responde del mismo tono que yo, tranquila y sin mostrar sus usuales sonrisas falsas —. Me llamó poderosamente la atención su inusual paz entre ambos grupos.
Ella me mira levantando una de sus inexistentes cejas negras, frunciendo sus labios rojos. No respondo, pero no por temor o algo parecido, sino por los recuerdos de las noches en vela que pase cuando secuestraron a Jules.
Esa soledad, mezclada con agonía, me dejaron noches despiertas sin dar tregua al martilleo constante del corazón.
—Dejamos las cosas por la paz de ambas federaciones—corta Maxim, metiéndose en la conversación para escapar de Ágata—. Mataron a nuestros hombres, pero la cantidad de caídas fue igualitaria para ambos bandos, por lo que decidimos no recurrir a medidas más extremas.
Ambas mujeres suspiran mientras acomodan sus enrolados cabellos negros a la vez. Aunque a Vittoria se le crean más arrugas en sus facciones tras fruncir el ceño.
—¿Y el secuestro de su mujer?—pregunta calmada, aunque con unos ojos marrones llenos de intriga—. Supongo que no es una perra cualquiera, nunca arriesgaron su pellejo por una mujer que no sea Leah, así que…
—No te estés pasando de lista, Vittoria—gruño al acercarme a su cara con solo un paso, tomándola del cuello, obligando a que retroceda—. Bien sabes que hoy no tengo paciencia para estupideces.
Ágata chilla, viniendo a mí para quitar mis manos del cuello de su madre, aunque solo consigue que apriete más.
—¡Víktor, espera!—se apresura Maxim a venir a mí, pero no me muevo.
—¿Por qué te interesa tanto este tema?—espeto en su cara, con una cólera en mis venas —. Contesta, ¿piensas que mi padre te perdonará si empiezas a meterte en temas que no te incumben, araña?
Se queja bajo mi tacto, pero no intenta llamar a sus hombros que, seguramente, estaban aguardando por ella afuera. Lo cual es extraño, pero no me sorprende. Vittoria debe de tener algo bajo la manga, nunca hace un movimiento sin antes asegurarse de tener una victoria.
—Solo digo que ella, la tal Jules, sufrió mucho para dejar las cosas por la paz. Tus primos traicionaron a la federación al darle hombres al sujeto que la secuestraron solo porque ustedes quemaron un burdel.
—Jules no sufrió daños, Vittoria—aclara Maxim, mirándola con el ceño fruncido, haciéndome apretar más mi agarre.
Ella me mira y no sé qué es lo que ve en mis ojos, pero los suyos se abren tanto que puedo verlos saltones como los de un sapo.
—¿Qué carajos haces, Víktor?—espeta alto y no me hace falta girar el cuello para verla, pues sus tacones cada vez se oyen más cerca de mí.
«Agregando otro problema más a mí, larga lista».
—Jules, te dijimos que te quedes en tu habitación.
Veo que Maxim va por ella para detenerla, pero es rápida, baja de dos escalones y termina llegando a mi lado pasando a mi hermano como si nada, dándole una mala mirada al ver que quería ponerse frente suyo.
—¿Qué haces?—repite enojada, cruzándose de brazos al llegar a mi lado.
Quito mis manos del cuello de Vittoria, dejándola respirar y toser al mismo tiempo.
—¿Cuándo va a ser el día que acates una orden?—pregunto frustrado, aunque no tan enojado como me gustaría.
Jules sonríe, ahora sin labial rojo, pero sí con un brillo rosado en estos carnosos labios. Incluso cambió su atiendo, dejándose un pantalón negro y una especie de body de encaje blanco que deja mucho a la imaginación.
—Cuando dejes de mirarme como un pedazo de carne—sonríe, pegándose a mí—. ¿Por qué le haces eso a esta mujer? ¿Qué te hizo? —pregunta tranquila y quedo hipnotizado en sus ojos verdes.
—Dice cosas sin sentido. Me ha hecho enojar.
Entrecierra sus ojos.
—No creo que sea un argumento válido.
Jules se aleja para ir con Vittoria, quien estaba arrodillada con sus manos en el cuello junto a su hija.
Un poco exagerado, si me permiten expresarme.
—¿Está bien?
—No la toques—gruñe Ágata, con sus rulos en la cara, empujándola un poco.
Jules suelta un bufido, mirando mal a mi madre por su comportamiento.
—Vulgar y grosera—expresa enojada y río sin evitarlo—. Mejor mátalas, ya me hicieron enojar a mí.
—Bien.
—¡No, esperen!—me detiene Maxim y lo miro con duda—. ¿Qué te pasa? Se supone que eres el razonable en esta relación.
—¿Por qué no la puede matar?—se queja Jules, acercándose a mi hermano—. ¿Ahora te follas a las viejas?
—No, es mi madrastra—asegura con espanto.
—¿Y eso qué?—se aleja y queda pegada a mí, usándome como escudo—. Tienes gustos raros a veces…
—¡Pero no rozo lo incestuoso!
—Bien basta. Dejen de gritar—finalizo cansado, sintiendo la migraña matutina
—. Vittoria, tú y yo hablaremos en privado en mi oficina.
—¿Luego de que me quisiste ahorcar?—se levanta del suelo, corriendo su melena para dejar ver sus ojos llorosos y rojos.
—El rencor envenena el alma, madre—cito a mi terapeuta, pero solo consigo una mala mirada por parte de todos—. Algún día la pondré en práctica.
—Está bien, Viktor. Hablemos a solas. De todas formas, él me obligó a venir, no tengo otra opción...—concuerda Vittoria, caminando hacia las escaleras de la izquierda. No sin antes darle una mirada a Jules, la cual observa a la señora con un rostro neutro y los brazos cruzados—. Al parecer cambiaron de gustos…—dice al subir, con una leve risa que me hace tensar—. Jules no se parece nada a Leah. Espero que esta no enloquezca como la otra...
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