03
Este abrazo me llenó de una calidez inexplicable. Es como si estuviera reparando y juntando cada pedazo de mi alma, sanándolo de las heridas del pasado.
Estuvimos así por un rato, cada uno dentro de sus propios pensamientos e ignorando el hecho de que estar en un lugar desconocido y con un niño desconocido.
...
¿Eh? ¡Soy mayor de edad, tengo 18 años!
Lo empujé tomándole de los hombros para alejarlo de mí. Él me miró sorprendido y yo, me sentí sucio.
No soy una basura.
Lo solté, para dejar de tocarlo e intenté levantarme, pero solo pude soltar un quejido de dolor.
—¡Alan, no te muevas!— exclamó en un tono autoritario, algo que me sorprendió.
¿Cómo esta pequeña criatura pudo soltar un rugido así?
Se acercó a mí y levantó mi camisa gris. Sentí mis mejillas arder cuando sentí sus pequeñas manos tocar con suavidad mis caderas.
Desde mi posición y vista, pude ver en el lado izquierdo de su cuello un círculo redondo blanco y, por instinto, lo toqué con las puntas de mis dedos. Al instante él se paralizó.
Sus orejas se pusieron rojizas, se nota por los pálidos que están.
—Qué ternura... — murmuré y parece que me escuchó, porque sus orejas se pusieron aún más rojizas.
Eso me sacó una pequeña sonrisa.
Dejé de mirarlo al oír la puerta de la habitación abrirse y miré hacia la dirección del sonido, teniendo que voltear mi cabeza y cuerpo hacia el otro lado.
Una joven vestida de mucama entró: piel morena y cabello castaño, rizado y corto, hasta su cuello. Llevando una bandeja con bocadillos deliciosos, pero paró de caminar al vernos. Y sin darme cuenta, ya estaba al lado del niño.
La bandeja está encima de la mesa, frente al gran ventanal, al otro extremo de la cama.
Ella me miró y me sentí incómodo.
—Lord Dair. ¿Se encuentra bien? —Pronunció un apellido que no reconocí, en un tono preocupado.
Y una calidez llenó nuevamente mi corazón, como lo hizo el niño con ese abrazo.
—Nana, a Alan le duele mucho su cintura —contestó el pequeño por mí. Su voz infantil, en un tono triste, sonó tierno.
Sonríe a mis adentros, debido a que intenté no hacerlo.
Ella lo vio a él y le revolvió su pelo con cariño. Un simple tacto puede significarlo todo.
Eso pensé al ver la tierna sonrisa que se formó en sus labios.
—Joven Príncipe, no se preocupe, Alan estará bien— lo tranquilizó. Tal vez para este pequeño el verdadero Alan lo era todo para él. Me sentí como un invasor. Ella dejó de mirarlo para mirarme a mí con seriedad—. Lord Dair. Debe acostarse mientras yo traigo la pomada y los medicamentos, ¿lo entiende? —Yo asentí en respuesta, ella sonríe y ahora es mi turno de ser acariciado, me sentí extraño —. Alan, debes cuidarte mucho, ¿sí? Tu poder divino podría hacerte enfermar si no cuidas bien tu cuerpo. Entiendo tu preocupación sobre la enfermedad del Joven Príncipe, pero eso no signifique que tengas que quedar exhausto hasta al punto de hacerte desmayar. Me tendrás que prometer que ahora en adelante debes cuidarte bien, ¿me lo prometes? —La escuché en silencio.
¿Poder divino? Aun así asentí sin saber qué decir, ya después tendré tiempo en averiguarlo.
Su rostro expresó alivio.
—Lord Dair, Joven Príncipe, me retiraré.
Y lo hizo, se fue sin antes echarnos una miradita.
Aidex, quien se mantuvo callado todo el tiempo, pasó al lado mío y se subió a la cama para luego acostarse.
—¡Alan, debes acostarte! — exclamó.
Y yo decidí hacerles caso, a pesar del dolor.
Hice una mueca por el esfuerzo y por fin lo logré. Me quedé a su lado, el pequeño me abrazó entre el pecho, sujetándose con fuerza y rodeándome con sus bracitos.
Me quedé así, sin saber qué más hacer, y solo decidí disfrutar el momento.
Sí...
Esto está bien, tal vez yo también sea un niño.
Sentí pesados los párpados y el cansancio apareció.
Creí oír un susurro de parte del pequeño...
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