𝒖𝒏𝒐
Admiré con nostalgia la habitación vacía que tenía frente a mí, sabiendo que después de este día yo no volvería a sentirme igual, aunque no sabía si eso era algo bueno o algo malo.
Cargué la última caja que me quedaba y la llevé al camión de mudanzas, en el cual mi padre se encontraba hablando con el conductor, mientras que de soslayo observaba mis movimientos, provocándome escalofríos.
Cuando todo estuvo pronto, nos dirigimos hacia nuestro nuevo hogar. Aunque la palabra "hogar" le quedaba muy grande, ya que sería el mismo infierno de siempre con paredes distintas.
Los policías del pueblo estaban cansados de recibir denuncias sobre los maltratos que mi progenitor ejercía sobre mí, y lo peor de la situación es que las quejas ni siquiera las hacía yo; las hacían los vecinos, los cuales siempre lo escuchaban gritar y romper cosas, provocando que él se enfureciera más y se desquitara el triple conmigo.
Los doctores también estaban exhaustos de verme aparecer todas las semanas y atenderme, aunque varias veces me curaba yo sola, pero algunas heridas eran graves y necesitaban algo más que un simple algodón cubriéndolas.
Incluso, luego de sanar mis golpes, me derivaban a un psicólogo, al cual yo nunca iba, ya que no quería recibir algún castigo doloroso en casa.
Debido a todas esas situaciones, mi padre había decidido que nos mudaríamos de pueblo, y es lo que estábamos haciendo ahora. Por supuesto que mi opinión no había importado en lo absoluto, aunque tampoco es como si me interesara mucho.
Al principio, cuando todo este maltrato hacia mi persona había empezado, realmente sufría. Pasaba días y noches enteras llorando, rezándole a algún Dios, el que fuera, para que me ayudara, perdiendo el apetito e incluso el sueño porque la tristeza me invadía por completo.
Con el pasar de los años, me había acostumbrado, a tal punto de que me sentía como un títere al que cualquiera podía manejar de la manera que quisiera. Entumecida era la palabra que me describía, estaba entumecida mentalmente, ya nada me importaba lo suficiente como para quejarme o tratar de cambiarlo, sólo aceptaba los hechos y trataba de que las consecuencias no me afectarán demasiado.
No me sentía orgullosa de haberme convertido en eso, yo antes tenía carácter, aunque no sabía defenderme igualmente ponía todo mi esfuerzo para que nadie me derribara, pero él había arruinado todo eso, y ahora sólo trataba de sobrevivir con la poca salud mental que me quedaba.
Eso no implicaba que yo no derramara lágrimas cuando sus manos agarraban fuertemente mi cabello hasta arrancarme algunos mechones, o que yo no gritara cuando sentía como mis costillas se destrozaban debido a sus golpes. Ese era el único momento en el cual me permitía a mí misma expresar mi sufrimiento, porque el resto del tiempo me lo pasaba mirando a la nada, imaginando situaciones felices en dónde nadie me dañaba y yo disfrutaba mi vida.
—Zorra, baja todas las cajas y acomoda los muebles. Para mañana quiero todo listo— mi padre habló, con el tono dominante que lo caracterizaba, cuando llegamos al pueblo en el que viviríamos. Siempre se expresaba sobre mí de esa forma, sin importarle si había gente cerca, y no me sorprendió para nada la mirada de sorpresa que el conductor puso al escucharlo.
Sin mirarlo a los ojos, ya que se enojaba cuando lo hacía, rápidamente empecé a adentrar todo a la casa y a desempacar, sabiendo que si no dejaba todo pronto para mañana, la bienvenida que me esperaría en este nuevo lugar no sería muy grata.
En realidad me sentía un poco desanimada, porque en nuestra anterior casa había pasado los peores momentos de mi vida, pero también los mejores. Ahí había presenciado las dos versiones de mi padre: el progenitor bueno y el progenitor malo, pero por lo menos tenía momentos lindos. En este nuevo hogar, sólo tendría momentos malos, porque hace tiempo había perdido la esperanza de que mi situación cambiará. Él siempre encontraría la forma de lastimarme, sin importar cuánto yo deseara que no lo hiciera.
Sin embargo, a veces, los primeros segundos en la mañana, luego de que me despertaba, cuando no recordaba lo mucho que sufría día a día, tenía pequeños recuerdos de cuando mi padre era diferente, y en esos instantes era feliz. Hasta que luego todo me caía como un balde de agua fría, trayéndome de vuelta a mi realidad, sacándome de mis fantasías.
Supongo que por eso me gustaba tanto dormir; por ese pequeño momento en el cual, recién despierta, olvidaba todo lo malo.
La puerta siendo azotada fuertemente me sacó de mis pensamientos, y esa era la indicación de que mi padre se había ido por ahí a embriagarse. Siempre hacía lo mismo, y recién ahí es cuando yo podía relajarme y respirar, porque significaba que durante un par de horas no lo tendría cerca.
Aunque era un martirio cuando después regresaba alcoholizado, pero era el costo que debía pagar por esas horas de paz sin su presencia.
Sudando por el esfuerzo que había hecho al mover los muebles yo sola, ya que el camión de mudanzas se había ido, revisé mi mail, comprobando el mensaje que me había llegado del nuevo instituto al que asistiría.
De toda la mudanza, el cambio de colegio fue lo que más pensamientos contradictorios me provocó. Por un lado estaba contenta, ya que durante muchos años había sufrido bullying en mi colegio anterior; sólo eran comentarios hirientes, por suerte no habían golpes incluidos. Por otro lado, estaba aterrorizada. Siempre supe que nunca fui buena desenvolviéndome con los demás, y eso se agravó cuando empecé a sufrir violencia. Quería mantenerme lejos de las personas, porque temía que me dañaran, y todos me veían como la marginada social.
¿Qué haría yo si algún compañero decidía agredirme? A mi padre no le importaría, es más, probablemente se uniría a mi compañero para hacerme la vida imposible.
Cambiarme de instituto no era una opción, ya que era el único en todo el pueblo, y mi padre era muy controlador como para dejarme inscribirme en otro de algún pueblo cercano.
Quejarme con el director u otras autoridades tampoco serviría de mucho; ya sabía cómo todos ellos funcionaban, invisibilizaban situaciones para ahorrarse problemas, porque si nadie lo ve no existe, y si no existe entonces no hay de qué preocuparse.
Podía admitir que mi mentalidad era bastante negativa, pero nada en mi vida me hacía sentir que tenía algo por lo cual ser positiva, y debido a eso siempre me imaginaba las peores situaciones, porque tener ilusiones y después decepcionarme me dañaba más que cualquier otra cosa.
Uno de mis peores defectos, aparte de ser negativa y además cobarde por no defenderme nunca, era que muy a menudo me sumía en mi propia mente, sin prestar atención a mi alrededor. Era un hábito que había adquirido luego de las primeras veces que mi padre había sido violento conmigo, ya que eso me hacía sobrellevar un poco la situación. Distraerme hacía que el sufrimiento pasara más rápido, y ahora me distraía con facilidad, por lo cual no me sorprendió para nada salir de mis pensamientos y recién ahí darme cuenta de que en la vereda de una de las casas vecinas se estaba desarrollando una pelea.
Traté de ignorar la situación porque todavía tenía otras cosas que acomodar, pero al ver que la discusión cada vez era más intensa, me acerqué a la ventana para prestarle atención.
Un chico alto y musculoso estaba gritándole a otro, el cual también era musculoso pero más bajo. No pude observar la reacción del chico más bajo, porque estaba parado de espaldas a mí, pero por su postura no parecía muy afectado por el altercado.
El más alto parecía estar a punto de saltar encima del otro, sus expresiones cada vez eran más furiosas, y aunque desde donde me encontraba no podía escuchar nada, igualmente asumí que no faltaba mucho para que empezaran a golpearse.
Hasta que el más bajo recortó la distancia que había entre los dos, acercándose lentamente como si no tuviese miedo, logrando que los gritos del chico alto cesarán y se quedara inmóvil, cambiando su cara de rabia a una de pavor.
No entendí su comportamiento, ya que segundos antes parecía realmente enojado, y tampoco supe si el chico más bajo le estaba diciendo algo, pero lo que sea que haya pasado logró que el chico alto saliera corriendo desesperado, dejándome aún más confundida.
Cuando quise regresar a mis asuntos y olvidar la situación, me quedé paralizada, porque el chico bajo se había dado vuelta a verme directamente.
No pude analizar su apariencia, porque su expresión me provocó escalofríos. Me miraba con superioridad, como si yo fuera una cucaracha a la que podría aplastar sin problemas.
Me sentí mal de ser descubierta espiando, pero me sentí peor cuando lo vi ingresar a la casa vecina, sin apartar sus ojos de los míos.
Sofocada, cerré completamente las cortinas de la ventana, sin entender del todo lo que había sucedido.
Gran forma de conocer a mi nuevo vecino.
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en multimedia dejó una foto de cómo yo me imagino a noah pero ustedes pueden imaginarlo como deseen🖤 también puse una canción que me gusta mucho
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