𝒕𝒓𝒆𝒔
Un nuevo día había empezado. Mi padre no había vuelto a aparecer en toda la noche, lo cual me alegraba bastante, pero también me preocupaba. No me sorprendería si me llegaba la noticia de que había muerto en alguna pelea de borrachos, o que estaba preso por agredir a alguien.
Cuando me asomé por la ventana de mi nueva habitación, la cual era un completo desastre ya que no había ordenado nada, maldije al darme cuenta de que había un clima caluroso.
Lo que más detestaba de los golpes era tener que ponerme ropa que cubriera todo mi cuerpo, y luego sudar todo el día por estarme muriendo de calor. Y también las miradas de los demás, que no podían entender cómo usaba ropa abrigada cuando habían cerca de treinta grados.
Al dirigirme al baño comprobé que mi nariz no se había fracturado por la patada que había recibido, pero sí lucía bastante mal. No me preocupé mucho al respecto, ya que al ser nueva no creía que alguien me hiciera preguntas, y si lo hacían la respuesta era simple: me caí. Lo que sí me preocupaba era la inflamación de mis ojos, que no se podía ocultar con maquillaje, así que agarré mis lentes de sol y me preparé psicológicamente para las muecas de confusión del resto al verme con ellos dentro del instituto.
El instituto era público, por lo cual no había que pagar para estudiar allí, pero igualmente nos hacían usar un uniforme. Consistía en una camisa blanca con el logo del lugar, una pequeña corbata roja y una pollera tableada roja y blanca. Mi mayor temor era que alguien se diera cuenta de los moretones de mis piernas, los cuales no eran tan notorios, pero se distinguían si los observabas con atención, sobre todo los que estaban por encima de mis rodillas, lugar que la pollera no llegaba a cubrir. Por esa razón decidí agarrar un buzo bastante grande, que me tapaba esa parte, para no levantar sospechas. Tenía una excusa para mi, prácticamente, destrozada nariz, pero no para heridas que claramente se notaban causadas por alguien.
Cuando estuve lista emprendí mi camino al instituto, el cual quedaba a un par de cuadras de mi nueva casa. Había buscado información y el pueblo en sí era bastante chico, prácticamente todo quedaba cerca.
Al llegar traté de no mirar a nadie, dirigiéndome directamente hacia el salón que me correspondía. Ser puntual era uno de mis hábitos, y lo confirmé cuando al entrar a la clase sólo estaba presente un chico dormido apoyado en su mesa. Me senté al fondo del todo, al lado de una ventana que daba hacia el patio.
Luego de unos cuantos minutos el timbre sonó y los estudiantes ingresaron al salón. Para no conectar mi mirada con nadie llevé mi vista hacia la ventana que tenía al lado, presenciando una escena que me dejó confundida.
En uno de los rincones del patio, se encontraba el chico bajo y musculoso, que era mi vecino. Y no estaba solo. Un grupo de chicos lo rodeaban, y no aparentaban estar muy contentos con él, ya que lo tenían acorralado contra un árbol. No entendía por qué todos parecían ser sus enemigos, pero por supuesto que no era mi asunto, así que traté de observar a otra cosa, para que no me volviera a descubrir como el día anterior.
Sin embrago, cuando mis ojos, sin querer, conectaron con los suyos y vi una sonrisa cínica formándose en su rostro, supe que otra vez me había atrapado espiando. Y en vez de sentirme avergonzada, me sentía incómoda.
Todo en él emanaba algo que no me agradaba en lo absoluto.
¿Pero quién era yo para prejuzgar a alguien? Quizá eran sólo ideas mías.
Quise tomar apuntes cuando el profesor empezó con su clase, pero el dolor que había aparecido en mi abdomen me estaba torturando. Generalmente, luego de que mi padre desquitara su furia conmigo, yo me pasaba una crema que aliviaba parte del dolor, pero ya no me quedaba más y sin ella era muy difícil concentrarme en algo que no fuera la sensación de mil agujas clavadas en la zona de mis costillas.
Le pedí al profesor para ir al baño, agradeciendo que no hiciera uno de esos típicos comentarios de "ah, tú eres nueva, preséntate". El instituto, al igual que el pueblo, también era pequeño, así que fue fácil encontrar el baño de mujer. Traté de masajear la zona que me dolía, ya que anteriormente había comprobado que eso funcionaba con moretones, pero estaba segura de que esto era más grave que un simple moretón, y no se calmaría rápidamente.
Respirar cada vez dolía más, y justo cuando pensé que la situación no podía ser peor, escuché la puerta del baño abriéndose. A través de ella pasaron dos chicos y una chica, por lo cual asumí que habían venido a tener relaciones sexuales, lo cual no se me hacía tan extraño. Sin embargo, cuando los vi sonriéndome maliciosamente, supe que algo malo estaba por sucederme.
—Dime cómo te llamas— ordenó la chica en un tono no muy amigable. Era pelirroja al igual que yo, pero a diferencia de mí, ella era alta y de ojos oscuros.
—Di-diana— tartamudee, olvidándome por unos segundos del dolor que antes sentía; ahora era el miedo el que invadía todo mi ser. Podría parecer una reacción exagerada, pero no lo era, porque la sola presencia de esa chica causaba que mi estómago se revolviera, aunque no entendía el motivo.
—Yo soy Abi, espero que mi nombre se te quede grabado, porque mientras asistas a este instituto yo decidiré tu futuro— respondió cínicamente, dejándome confundida— Tenemos unas ciertas... pruebas, para ti. Se las hacemos a cualquiera que sea nuevo. Si las pasas, aceptamos tu estadía. Si no las pasas... pues mala suerte.
Mientras la chica me explicaba eso, los chicos empezaron a caminar en círculos alrededor de mí, como si estuvieran acechándome. ¿Qué estaba pasando?
—Y-yo no estaba enterada de esas pruebas...— murmuré en un hilo de voz. Realmente había perdido mi capacidad de confrontar a cualquiera, ahora sólo sabía acobardarme, y eso me hacía sentir que merecía toda la violencia del mundo.
—Por eso vinimos a informarte. Ve a la piscina del gimnasio en veinte minutos— uno de los chicos me indicó de forma brusca, aunque no logré identificar cuál había sido. Yo ni siquiera sabía que el gimnasio tenía piscina.
Antes de que pudiera hacerles más preguntas, se fueron del baño, dejándome con la incertidumbre.
¿Acaso nada en mi vida podía ser, medianamente, fácil?
No podía negar que estaba bastante aterrorizada de lo que podría llegar a suceder, yo no los conocía en lo absoluto, y por la forma en la que decidieron hablarme había llegado a la conclusión de que no estaban dispuestos a ser simpáticos. No asistir no era una opción, ya que no podría esconderme de ellos porque era prácticamente imposible no cruzármelos en algún lugar del instituto, además de que tenía miedo de las consecuencias que me podría traer el huir de las pruebas.
¿Pero por qué hacían pruebas? ¿Quiénes eran ellos para aceptar o no la estadía de alguien?
Opté por regresar al salón, notando la mirada enfadada del profesor porque me tardé mucho, aunque no le presté atención. Desee que la clase durará más tiempo, pero cuando pasaron veinte minutos y el timbre sonó, un escalofrío me recorrió por completo.
Positivamente traté de pensar «¿qué es lo peor que podría pasar?» hasta que recordé que en las películas esa frase siempre termina en catástrofe, y mi positivismo desapareció. Junte valor y me dirigí hacia el gimnasio, teniendo como consuelo que gracias a los nervios que estaba sintiendo el dolor en mis costillas había pasado a segundo plano.
Me fue inevitable llegar y asustarme al no escuchar ruidos, sólo había un profundo y pertubador silencio. Además, el gimnasio estaba prácticamente a oscuras ya que sólo un foco de luz funcionaba, y daba justo hacia el agua de la piscina, dándole un aspecto aterrador a la habitación.
Mi corazón casi se salió de mi pecho al ver a Abi y a los dos chicos del baño salir desde unos de los rincones del oscuro gimnasio, ya que no había notado que estaban ahí, pero también me sorprendí al ver a dos chicas más, las cuales eran gemelas. ¿Cuántas personas iban a presenciar esto? Parecían un extraño culto.
—No estés asustada— me ánimo Abi con un tono dulce y una sonrisa amigable, por lo cual estuve bastante cerca de relajarme hasta que su expresión facial cambió por completo a una seria, y con una voz escalofriante susurró:— Aquí no aceptamos el miedo.
Antes de que yo pudiera, por lo menos, mover un pie para tratar de irme, una persona se abalanzó sobre mí desde atrás, agarrando con fuerza mis brazos y arrastrándome cerca de la piscina. Me sacudí y traté de lastimarlo para librarme de su agarre, pero nada funcionó, y con el pánico paralizándome observé en el agua el reflejo de mi cara repleta de terror justo antes de que la persona desconocida hundiera mi cabeza en la piscina.
No podía pensar en otra cosa que no fuese la desesperación de sentir que estaba a punto de morir, pero sabía que, si llegaba a sobrevivir a esto, tendría pesadillas con las risas malvadas del grupo que estaba presenciando cómo yo me ahogaba.
Mi cuerpo lentamente perdía fuerzas, ocasionando que el agarre que el desconocido ejercía sobre mí fuese más brusco, pero igualmente yo seguía sacudiéndome. No sabía cuánto tiempo más estarían disfrutando hacerme eso, pero deseaba que terminara de una vez, porque el pecho me dolía tanto que parecía estar ardiendo, y lentamente iba perdiendo la consciencia.
Hasta que por fin me dejó sacar la cabeza, y el alivio invadió mi ser mientras escupía agua y respiraba agitadamente. Mi felicidad no duró mucho cuando volví a sentir su mano fuertemente agarrando mi nuca para volver a ponerme bajo el agua, y mi angustia y desesperación aumentaron cuando repitió la acción de meter y sacar mi cabeza de la piscina varias veces, torturándome no solamente con el hecho de que podrían repetir la acción el tiempo que quisieran, sino también con el hecho de que podrían matarme allí mismo y nadie haría nada.
O eso pensé, hasta que la persona desconocida aventó mi cuerpo contra el piso, dejándome tirada mientras sollozaba y tosía sin parar.
Cuando estuve un poco más tranquila quise salir corriendo, pero no pude, porque la puerta estaba siendo bloqueada por Abi y sus amigos, y también por la persona causante de que dejarán de ahogarme.
Y esa persona era nada más ni nada menos que mi vecino.
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