𝒔𝒆𝒊𝒔
Luego de que me golpearon en el callejón, aparecí en mi casa, cubierta de pies a cabeza con moretones violetas. La pierna me dolía como el mismísimo infierno debido al tacón que Abi me había clavado, sin embargo, la herida había sido desinfectada y vendada mientras yo estaba inconsciente. No era muy difícil averiguar quiénes lo habían hecho.
Durante algunos segundos pensé en agradecerles, pero luego me sentí tonta. ¿Por qué les agradecería si se quedaron parados mirando y no frenaron la situación?
Los días pasaron y yo aprendí la lección; no le conté a nadie sobre la golpiza. El director me había buscado para hablar conmigo un par de veces, pero yo siempre lo evadía. Era un buen hombre, quería el bienestar de sus estudiantes, pero lamentablemente, no había nada para hacer con la situación que yo estaba atravesando.
Sólo debía bajar la cabeza y soportar lo malo, tal y como había hecho durante toda mi vida. Eso me repetía a mí misma cada día, cuando pasaba frente a Abi y los demás, los cuales no daban señales de querer proseguir con las "pruebas".
Me sentía inquieta, no lograba entender qué estaban esperando. Quizá ese era el propósito, torturarme psicológicamente, manteniéndome alerta y a la espera.
Era triste admitirlo, pero la tortura era algo que yo conocía más de lo que me hubiese gustado, mi padre se había encargado de eso. En cuanto a él, estaba actuando extraño, más de lo común. Pasaba demasiadas horas fuera de casa, lo cual antes no hacía, y casi no lo veía. Sin embargo, estaba agradecida, porque me estaba dando un respiro de sus maltratos. Yo no era lo suficientemente fuerte mentalmente para enfrentar a mi padre y a mis compañeros al mismo tiempo.
Ese día cuando salí a la calle el pueblo estaba de luto. Por ser un pueblo pequeño, las noticias corrían rápidamente, y la noticia era que un chico había muerto misteriosamente.
Al llegar al instituto, observé que en la puerta habían puesto una foto del chico, y la habían rodeado de flores. Cuando observé la imagen más de cerca lo distinguí; era el mismo chico que yo había visto discutiendo con Noah el día que me había mudado.
Traté de no sacar conclusiones precipitadas, sabía que mi vecino y sus amigos eran crueles, pero no era posible que hubiesen matado a alguien. Sin embargo, cuando me di vuelta y descubrí a Naithan mirándome intensamente, la sensación de estar en peligro volvió a atacarme bruscamente.
Desesperada y preocupada, mis ánimos de ingresar a clase habían desaparecido, por lo cual decidí escabullirme. Mi plan de huida salió mal cuando me adentré en una calle, cruzándome a una de las gemelas amigas de Abi. Quise regresar por donde había venido, pero detrás de mí estaba la otra gemela, y entre las dos me dejaron atrapada.
Emitiendo burlas y carcajadas maliciosas me arrastraron hacia una especie de casa en demolición, la cual parecía absolutamente abandonada, si no fuese por el hecho de que Abi y los dos chicos de siempre estaban parados en lo que parecía ser un comedor, probablemente esperándonos.
También se encontraba Noah, el cual ni siquiera me miró cuando entramos. De nuevo me sentía acorralada, como si estuviese esperando mi sentencia de muerte. Sólo rogaba que no me golpearan, mis moretones no habían desaparecido del todo y no quería empeorarlos, ya que eso me haría ir al hospital.
—¿Nos extrañaste, mascota?— interrogó Abi, cínicamente— Ya te hemos dado un respiro, es momento de volver a la acción, ¿no crees?
—La segunda prueba era golpearte hasta ver cuánto aguantabas sin perder la consciencia, pero eso ya lo hicimos y sería aburrirlo repetirlo...— explicó una de las gemelas que me tenía agarrada, pasando sus uñas suavemente por mi cuello, logrando que yo temblara del miedo.
—Así que decidimos hacer algo que nunca antes habíamos hecho, algo más entretenido...— completó la otra gemela, parándose frente a mí y sosteniendo mi mentón fuertemente, haciendo que sus ojos se clavaran en los míos.
—Agarra esto— me ordenó uno de los chicos, lanzando una pesada mochila que a duras penas logré atrapar en el aire.
—No puedes revisar el contenido, si lo haces lo descubriremos, y créeme que las consecuencias no serán buenas— me explicó Abi, y cuando chasqueó sus dedos las dos gemelas se alejaron de mí, por lo cual pude volver a respirar un poco aliviada. Pero sólo un poco, porque todavía quería llorar y esconderme, y estaba demasiado asustada como para responder algo— Debes entregarla hoy al amanecer, en la calle que te indicaré.
—Si haces esto bien, harás la tercer prueba y no te buscaremos más...— continuó una de las gemelas.
—Pero si sale mal... Bueno, no es necesario que lo explique, seguro te asegurarás de que todo salga bien, ¿verdad?— finalizó la otra gemela, riéndose como si estuviese diciendo la broma más divertida del mundo.
—Vete— me exigió Noah, dignándose a hablar, y no esperé a que me lo ordenara otra vez cuando salí disparatada de ese lugar, temblando incontrolablemente.
Mientras iba a mi casa no podía pensar en nada, mi mente estaba entumecida, ni siquiera podía derramar lágrimas. Eso cambió cuando llegué y me acosté en mi cama, donde lloré y chillé hasta quedarme dormida.
Haría lo que me pedían y lo haría bien, quería terminar con toda esta locura lo más rápido posible, o eso deseaba, hasta que los gritos furiosos de mi padre me despertaron.
Salté de mi cama dispuesta a ver por qué me quería insultar o pegar esa vez, pero lo entendí cuando su cara roja de la rabia miraba el contenido de la mochila que yo no había querido abrir.
Droga. La mochila tenía droga. Estaba repleta de ella, era tanta que no cabía completamente y algunas bolsas se habían caído al suelo.
Estática y atemorizada analicé la situación, me habían dado algo ilegal, y mi padre lo había descubierto.
—¿¡Acaso críe una inútil y una drogadicta!? ¿¡Esto es lo que haces cuando yo no estoy cerca!?— me preguntó en gritos bestiales, que se asimilaban a gruñidos.
Ni siquiera intentó escuchar lo que yo tenía para decirle, aunque en ese momento mis justificaciones no hubiesen servido de nada, las pruebas estaban ahí, frente a nosotros.
Su puño, al igual que siempre lo hacía, se estrelló múltiples veces en mi cara, sólo que con mucha más brutalidad que otras veces, consiguiendo que yo me desequilibrara con rapidez.
Otra vez estaba en el piso, siendo golpeada como una muñeca de trapo, mientras él me miraba desde arriba, haciéndome sentir más inferior de lo que ya me por sí me sentía.
Traté de distraerme con otra cosa, y mis maltratados y golpeados ojos se dirigieron hacia las bolsas de droga, las cuales parecía que presenciaban la situación con burla, sabiendo que habían sido las culpables de que yo estuviese arqueándome del dolor y chillando cada vez que una patada azotaba mi cuerpo, el cual ya no podía tolerar la violencia.
No tenía conocimientos médicos, pero luego de tantas golpizas, sentía que mis órganos se habían desintegrado dentro de mi organismo, como si con cada golpe uno de ellos desapareciera para siempre, dejándome vacía por dentro. La realidad es que mis órganos, aunque estaban maltratados, seguían estando, y el vacío que había en mi ser provenía de mi mente, la cual estaba destrozada hace tiempo, haciéndome entender que ya no valía la pena seguir buscando razones para vivir.
Cuando vi a mi progenitor salir de mi habitación suspiré aliviada, creyendo que todo había terminado, pero me equivoqué, porque obviamente él no me dejaría libre de esa situación.
—¡Esta ropa que tienes puesta es mía! ¡Todo lo que tienes es mío! ¿¡Y así me pagas!?— volvió a donde yo me encontraba, y su envejecida cara, la cual una vez perteneció a un hombre amable y comprensivo, ahora estaba convertida en una mueca sumamente demoníaca y repulsiva, haciéndolo parecer un monstruo. Aunque en ese momento él no se parecía a un monstruo, en ese momento él era uno.
Cuando vi un cuchillo en su mano mi pánico aumentó, tanto que temí que mi corazón dejara de funcionar en ese preciso instante. Con el objeto filoso cortó el uniforme del instituto que yo tenía puesto, arrancando violentamente las prendas. Ya no tenía fuerzas para emitir más gritos, sin embargo, volví a lanzar un alarido agonizante cuando se cansó de desnudarme y el cuchillo fue enterrado salvajemente en la venda de mi pierna, el mismo lugar en el cual Abi me había clavado su tacón.
El dolor fue tan insoportable, que desee desmayarme para no seguir sintiéndolo. La mano de mi padre se apoderó de mi cabello, y me arrastró salvajemente por el piso, sacándome a la vereda de nuestra casa.
Estando en la calle prosiguió a apuñalarme en el abdomen, mientras mis gritos de sufrimiento se convertían en pedidos de ayuda desesperados.
—¡Patrick, por Dios! ¿¡Qué estás haciendo!?— escuché a alguien gritar horrorizado, y mi padre fue bruscamente apartado de mí.
Quise distinguir a la persona, pero no pude. La sangre emanaba sin cesar de mis heridas, tiñiendome completamente de un color rojo, y se sentía como si me estuviesen desmembrando viva.
—¡Diana, abre los ojos!— volvió a gritar la persona, y usé las últimas fuerzas que me quedaban para mirar en su dirección.
Richard, el tío de Noah y Naithan, estaba luchando bestialmente con mi padre, tratando de quitarle el cuchillo.
—A-ayud...— quise decirle, pero cerré los ojos cuando una espantosa tos me invadió. No había observado el líquido que había salido de mi boca, pero sabía que era sangre.
—Sh, tranquila, tranquila— escuché que alguien me susurraba, muy cerca de mi cara. Entre la poca consciencia que poseía, pude identificar a Noah— ¡Naithan, el auto!
Mis ojos se volvieron a abrir, apenas, dejándome visualizar al tatuado parado, observándome fijamente. Su hermano lo había hecho reaccionar, y lo último que supe fue que me estaban cargando, mientras alguien acariciaba dulcemente mis mejillas.
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