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𝒐𝒄𝒉𝒐

Abrí aún más mis ojos, con pánico, al ver a Noah a mi lado. Me dio vergüenza seguir mirándolo estando en la misma cama que él, así que volteé mi cabeza para inspeccionar la habitación, esperando que el momento incómodo pasara, pero, por supuesto, Noah no lo dejaría pasar.

—Me diste pena porque estabas temblando de frío en el sillón, como un perrito abandonado, así que hice mi buena acción del día y te traje aquí. No te ilusiones.

Yo no me consideraba en lo absoluto una persona rencorosa, pero sus expresiones de burla despertaban tantos sentimientos negativos en mí que hasta yo misma me sorprendía. Por primera vez quise defenderme a mí misma, demostrar que no era tan vulnerable como parecía, pero la puerta siendo tocada interrumpió mi momento de valentía.

Él salió de la habitación, dirigiéndose al comedor, y yo lo seguí, volviendo a sentirme la misma cobarde de siempre. ¿Qué era lo que pretendía? ¿Atacarlo para proteger mi muy maltratado autoestima? ¿Y luego? Él obviamente se vengaría. A veces olvidaba que Noah era exactamente igual a Abi y el resto, y que me aplastaría como a una hormiga si se lo proponía.

Cuando estuvimos parados frente a Richard y Silvia, los cuales me observaban con cautela, rápidamente asumí que algo malo se avecinaba.

—Patrick fue mandado a rehabilitación por su adición al alcohol. Estará internado hasta que se recupere— lentamente explicó Silvia, como si estuviese midiendo mi reacción.

—¿C-cómo lograron que él quiera mejorar?— pregunté, sin saber qué más decir. No era tonta, yo era consciente de que a pesar de que mi padre estuviese años tratando su enfermedad, nunca cambiaría. Su perturbada mente era la que estaba necesitaba arreglo, y lamentablemente, no había una solución para ello. El alcohol era sólo una consecuencia de su verdadera enfermedad; una enfermedad que yo no podía diagnosticar ni identificar, simplemente sabía que estaba ahí, acechando su cerebro, haciéndolo actuar como un monstruo despiadado.

—En realidad, nosotros no lo logramos— continuó la explicación Richard— Fue tu abuela. La policía contactó con ella, para dejarle saber sobre tu situación. Por lo que sabemos, ella convenció a tu padre de que se internara.

Podía admitirme a mí misma que me costaba mucho odiar a alguien. Estaba acostumbrada a que las personas me dañaran, así que nadie estaba en mi lista de "enemigos", porque para empezar, nadie estaba en mi lista de amigos.

Sin embargo, mi abuela era un tema aparte. Ella era la excepción. La aborrecía más de lo que nunca creí aborrecer a alguien en mi vida. La señora, porque ni siquiera quería llamarla abuela, vivía en otro estado, y la había visto sólo algunas veces. Hablábamos por teléfono de vez en cuando, ocasiones que yo aprovechaba para interrogarla sobre mi madre, pero obviamente, no me contaba nada al respecto. Si mi propio padre no me hablaba de la mujer que me parió, ¿por qué esa señora lo haría?

Eso me frustraba pero lo comprendía, mi verdadero desprecio hacia ella empezó cuando mi padre recién había adoptado la costumbre de maltratarme. Muchas veces le pedí a esa señora que me ayudara, que hablara con su hijo, que viniera a vivir con nosotros para tranquilizarlo o simplemente para evitar que me matara. Ninguna de mis súplicas sirvió, ella hizo de cuenta que no pasaba nada. Me dijo que no era un asunto que la involucrara a ella, y que si mi padre me trataba así, entonces era porque yo estaba haciendo algo mal, y la que tenía que cambiar era yo, no él.

Luego de eso simplemente decidí dejar de rogarle que interfiriera, porque me di cuenta de que a "mi abuela" le daba lo mismo lo que su hijo pudiera hacerme.

—Diana, ¿estás bien?— me distrajo de mis pensamientos Richard, mirándome con preocupación.

—S-sí, perdón, estaba pensando en otra cosa. ¿Qué va a p-pasar conmigo?

—Bueno, creemos que es mejor que te quedes algunos días aquí, hasta que tu abuela pueda venir a hacerse cargo de ti— esta vez respondió Silvia, sonriéndome con ternura— Puedes ir a tu casa y recuperar las pertenencias que necesites para ir al instituto.

Asintiendo decidí hacerle caso, mientras Noah me seguía con su vista. Durante algunos segundos había olvidado que estaba ahí. ¿Él se sentiría tan irritado con mi presencia como su hermano?

Cuando ingresé a mi habitación traté de no prestarle atención a las manchas de mi sangre por todo el piso, pero lo que no pude evitar pensar fue en la bendita mochila con drogas que había iniciado toda esta situación.

La busqué desesperadamente por toda la casa, y casi chilló de la frustración al no poder encontrarla. Sabía que Abi y su grupo no iban a estar contentos con la noticia de que no cumplí con la prueba, e iban a reaccionar aún peor al saber que perdí lo que me habían mandado entregar.

Sin embargo, había algo que no me cuadraba. ¿Por qué me habían mandado a hacer eso? ¿De dónde habrían sacado la droga?

Ya en la casa de mis vecinos, me apronté para ir al instituto, siendo consciente de que probablemente este sería mi último día con vida, porque me castigarían hasta que me desangrara.

Sin embargo, algo raro pasó.

—Felicidades por haber cumplido la prueba. Mañana pasarás la última, mascota— me interceptó una de las gemelas amigas de Abi, acompañada de Naithan, y luego ella se retiró, dejándome confundida.

—Me debes una, y yo siempre cobro cobro las deudas— dijo Naithan, observándome con una inexplicable furia, para luego irse por el mismo camino en el cual se había ido la gemela.

Él me había ayudado, y debido a sus palabras, las cuales sonaban como una amenaza, no sabía si eso era bueno o malo. Pero lo más confuso la última prueba.

En la primera casi me asesinan, y la segunda incluía algo ilegal que podría haberme hecho terminar presa, pero en realidad me había hecho terminar en un hospital apuñalada. ¿Qué tan grave sería la tercera?

El resto del día transcurrió con normalidad, estuve en silencio y con la cabeza gacha, como siempre. Al llegar a la casa de mis vecinos, Richard y Silvia me ofrecieron merendar con ellos, así que acepté.

—Gracias— murmuré cuando me entregaron la chocolatada— Gracias— volví a murmurar cuando me pasaron el pan— Gracias— murmuré por tercera vez cuando me alcanzaron el queso.

—¡Niña! Por Dios, no debes agradecer tanto— dijo riéndose Silvia, acariciando mi espalda con tanta dulzura que casi le ruego que me adopte.

—Me recuerdas a Naithan y a Noah en sus primeros meses viviendo con nosotros— confesó Richard, también riéndose, y haciéndome sonreír incómodamente a mí. No podía imaginarme a alguno de los nombrados siendo agradecidos o teniendo modales.

Tuve curiosidad de preguntar qué había pasado con los padres de Noah y Naithan, pero me contuve, porque a mí no debería importarme nada que los concerniera a ellos dos.

—¿Puedo subir al techo?— les pregunté tímidamente al observar por la ventana que el atardecer estaba por aparecer.

—Por supuesto— respondieron el unísono, y me encamine hacia las escaleras que me llevarían al techo. Era el lugar perfecto para observar el cielo.

Me acosté sobre los ladrillos, pensando en todo y a la vez en nada, hasta que me sobresalté al sentir a alguien sentándose a mi lado.

Noah.

Decidí ignorarlo, irritada, ¿acaso no podría librarme de su presencia? No, por supuesto que no, era imposible evitarlo si estábamos viviendo en el mismo lugar y yendo al mismo instituto.

Por algunos segundos estuve incómoda, sin poder concentrarme en otra cosa que no fuera su calor corporal tan cerca del mío, pero a medida que el sol se escondía mi cuerpo se llenó de paz, haciéndome sonreír involuntariamente.

Noah volteó a mirarme, ocasionando que mi sonrisa rápidamente desapareciera cuando él también sonrió. Probablemente estaba burlándose de mis dientes en su mente, y eso fue lo que le causó gracia. Me levanté dispuesta a irme, ya había presenciado lo que quería observar, pero su voz interrumpió mi huida.

—Te espero aquí mañana, a la misma hora.

Bajé hacia el comedor, nerviosa. ¿Él me daría la tercera prueba?

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