Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

VII

La propiedad del señor Bennet consistía casi enteramente en una hacienda de dos mil libras al año, la cual, desafortunadamente para sus hijos, estaba destinada a un pariente lejano; y la fortuna de la madre, aunque abundante para su posición, difícilmente podía suplir a la de su marido. Su padre había sido abogado en Meryton y le había dejado cuatro mil libras.

La señora Bennet tenía una hermana casada con un tal señor Phillips que había sido empleado de su padre y le había sucedido en los negocios, y un hermano en Londres que ocupaba un respetable lugar en el comercio.

El pueblo de Longbourn estaba sólo a una milla de Meryton, distancia muy conveniente para los señoritos, que normalmente tenían la tentación de ir por allí tres o cuatro veces a la semana para visitar a su tía y, de paso, detenerse en una sombrerería que había cerca de su casa. Las que más frecuentaban Meryton eran los dos menores, Hyunjin y Jeongin, que solían estar más ociosos que sus hermanos, y cuando no se les ofrecía nada mejor, decidían que un paseíto a la ciudad era necesario para pasar bien la mañana y así tener conversación para la tarde; porque, aunque las noticias no solían abundar en el campo, su tía siempre tenía algo que contar. De momento estaban bien provistos de chismes y de alegría ante la reciente llegada de un regimiento militar que iba a quedarse todo el invierno y tenía en Meryton su cuartel general.

Ahora las visitas a la señora Phillips proporcionaban una información de lo más interesante. Cada día añadían algo más a lo que ya sabían acerca de los nombres y las familias de los oficiales. El lugar donde se alojaban ya no era un secreto y pronto empezaron a conocer a los oficiales en persona.

El señor Phillips los conocía a todos, lo que constituía para sus sobrinos una fuente de satisfacción insospechada. No hablaba de otra cosa que no fuera de oficiales. La gran fortuna del señor Bingley, de la que tanto le gustaba hablar a su madre, ya no valía la pena comparada con el uniforme de un alférez.

Después de oír una mañana el entusiasmo con el que sus hijas hablaban del tema, el señor Bennet observó fríamente:

—Por todo lo que puedo sacar en limpio de vuestra manera de hablar debéis de ser los muchachos más tontos de todo el país. Ya había tenido mis sospechas algunas veces, pero ahora estoy convencido.

Hyunjin se quedó desconcertado y no contestó. Jeongin, con absoluta indiferencia, siguió expresando su admiración por el capitán Carter, y dijo que esperaba verle aquel mismo día pues a la mañana siguiente se marchaba a Londres.

—Me deja pasmada, querido —dijo la señora Bennet—, lo dispuesto que siempre estás a creer que tus hijos son tontos. Si yo despreciase a alguien, sería a las hijas de los demás, no a los míos.

—Si mis hijos son tontos, lo menos que puedo hacer es reconocerlo.

—Sí, pero ya ves, resulta que son muy listos.

—Presumo que ese es el único punto en el que no estamos de acuerdo. Siempre deseé coincidir contigo en todo, pero en esto difiero, porque nuestros dos hijos menores son tontos de remate.

—Mi querido señor Bennet, no esperarás que estos niños tengan tanto sentido como sus padres. Cuando tengan nuestra edad apostaría a que piensan en oficiales tanto como nosotros. Me acuerdo de una época en la que me gustó mucho una casaca roja, y la verdad es que todavía lo llevo en mi corazón. Y si un joven coronel con cinco o seis mil libras anuales quisiera a uno de mis hijos, no le diría que no. Encontré muy bien al coronel Forster la otra noche en casa de sir William.

—Mamá —dijo Jeongin—, la tía dice que el coronel Forster y el capitán Carter ya no van tanto a casa de los Watson como antes. Ahora los ve mucho en la biblioteca de Clarke.

La señora Bennet no pudo contestar al ser interrumpida por la entrada de un lacayo que traía una nota para el señorito Bennet; venía de Netherfield y el criado esperaba respuesta.

Los ojos de la señora Bennet brillaban de alegría y estaba impaciente por que su hijo acabase de leer.

—Bien, Félix, ¿de quién es?, ¿de qué se trata?, ¿qué dice? Date prisa y dinos, date prisa, cariño.

—Es de la señorita Bingley —dijo Félix, y entonces leyó en voz alta:

«Mi querida amiga: Si tienes compasión de nosotras, ven a cenar hoy con Louisa y conmigo, si no, estaremos en peligro de odiarnos el uno al otro el resto de nuestras vidas, porque dos mujeres juntas todo el día no pueden acabar sin pelearse. Ven tan pronto como te sea posible, después de recibir esta nota. Mi hermano y los otros señores cenarán con los oficiales. Saludos, Caroline Bingley.»

—¡Con los oficiales! —exclamó Jeongin—. ¡Qué raro que la tía no nos lo haya dicho!

—¡Cenar fuera! —dijo la señora Bennet—. ¡Qué mala suerte!

—¿Puedo llevar el carruaje? —preguntó Félix.

—No, querido; es mejor que vayas a caballo, porque parece que va a llover y así tendrás que quedarte a pasar la noche.

—Sería un buen plan —dijo Jisung—, si estuvieras seguro de que no se van a ofrecer para traerlo a casa.

—Oh, los señores llevarán el landó del señor Bingley a Meryton y los Hurst no tienen caballos propios.

—Preferiría ir en el carruaje.

—Pero querido, tu padre no puede prestarte los caballos. Me consta. Se necesitan en la granja. ¿No es así, señor Bennet?

—Se necesitan más en la granja de lo que yo puedo ofrecerlos.

—Si puedes ofrecerlos hoy —dijo Jisung—, los deseos de mi madre se verán cumplidos.

Al final animó al padre para que admitiese que los caballos estaban ocupados. Y, por fin, Félix se vio obligado a ir a caballo. Su madre lo acompañó hasta la puerta pronosticando muy contenta un día pésimo.

Sus esperanzas se cumplieron; no hacía mucho que se había ido Félix, cuando empezó a llover a cántaros. Los hermanos se quedaron intranquilos por él, pero su madre estaba encantada

No paró de llover en toda la tarde; era obvio que Félix no podría volver...

—Verdaderamente, tuve una idea muy acertada —repetía la señora Bennet.

Sin embargo, hasta la mañana siguiente no supo nada del resultado de su oportuna estrata- gema. Apenas había acabado de desayunar cuando un criado de Netherfield trajo la siguiente nota para Jisung:

«Mi querido Sunggie: No me encuentro muy bien esta mañana, lo que, supongo, se debe a que ayer llegue calado hasta los huesos. Mis amables amigas no quieren ni oírme hablar de volver a casa hasta que no esté mejor. Insisten en que me vea el señor Jones; por lo tanto, no os alarméis si os enteráis de que ha venido a visitarme. No tengo nada más que dolor de garganta y dolor de cabeza. Tuyo siempre, Félix.»

—Bien, querida —dijo el señor Bennet una vez Jisung hubo leído la nota en alto—, si Félix contrajera una enfermedad peligrosa o se muriese sería un consuelo saber que todo fue por conseguir al señor Bingley y bajo tus órdenes.

—¡Oh! No tengo miedo de que se muera. La gente no se muere por pequeños resfriados sin importancia. Tendrá buenos cuidados. Mientras esté allí todo irá de maravilla. Iría a verlo, si pudiese disponer del coche.

Jisung, que estaba verdaderamente preocupado, tomó la determinación de ir a verlo. Como no podía disponer del carruaje y no era buen jinete, caminar era su única alternativa. Y declaró su decisión.

—¿Cómo puedes ser tan tonto? —exclamó su madre—. ¿Cómo se te puede ocurrir tal cosa? ¡Con el barro que hay! ¡Llegarías hecho una facha, no estarías presentable!

—Estaría presentable para ver a Félix que es todo lo que yo deseo.

—¿Es una indirecta para que mande a buscar los caballos, Sunggie? —dijo su padre.

—No, en absoluto. No me importa caminar. No hay distancias cuando se tiene un motivo. Son sólo tres millas. Estaré de vuelta a la hora de cenar.

—Admiro la actividad de tu benevolencia —observó Seungmin—; pero todo impulso del sentimiento debe estar dirigido por la razón, y a mi juicio, el esfuerzo debe ser proporcional a lo que se pretende.

—Iremos contigo hasta Meryton —dijeron Hyunjin y Jeongin. Jisung aceptó su compañía y los tres jóvenes salieron juntos.

—Si nos damos prisa —dijo Jeongin mientras caminaba—, tal vez podamos ver al capitán Carter antes de que se vaya.

En Meryton se separaron; los dos menores se dirigieron a casa de la esposa de uno de los oficiales y Jisung continuó su camino solo.

Cruzó campo tras campo a paso ligero, saltó cercas y sorteó charcos con impaciencia hasta que por fin se encontró ante la casa, con los tobillos empapados, las medias sucias y el rostro encendido por el ejercicio.

Lo pasaron al comedor donde estaban todos reunidos menos Félix, y donde su presencia causó gran sorpresa. A la señora Hurst y a la señorita Bingley les parecía increíble que hubiese caminado tres millas solo, tan temprano y con un tiempo tan espantoso. Jisung quedó convencido de que lo hicieron de menos por ello. No obstante, lo recibieron con mucha cortesía, pero en la actitud del hermano había algo más que cortesía: había buen humor y amabilidad. El señor Minho habló poco y el señor Hurst nada de nada. El primero fluctuaba entre la admiración por la luminosidad que el ejercicio le había dado a su rostro y la duda de si la ocasión justificaba el que hubiese venido solo desde tan lejos. El segundo sólo pensaba en su desayuno.

Las preguntas que Jisung hizo acerca de su hermano no fueron contestadas favorablemente. El señorito Bennet había dormido mal, y, aunque se había levantado, tenía mucha fiebre y no estaba en condiciones de salir de su habitación. Jisung se alegró de que lo llevasen a verlo inmediatamente; y Félix, que se había contenido de expresar en su nota cómo deseaba esa visita, por miedo a ser inconveniente o a alarmarlos, se alegró muchísimo al verlo entrar. A pesar de todo no tenía ánimo para mucha conversación. Cuando la señorita Bingley los dejó solas, no pudo formular más que gratitud por la extraordinaria amabilidad con que lo trataban en aquella casa. Jisung lo atendió en silencio.

Cuando acabó el desayuno, las hermanas Bingley se reunieron con ellos; y a Jisung empezaron a parecerle simpáticas al ver el afecto y el interés que mostraban por Félix. Vino el médico y examinó al paciente, declarando, como era de suponer, que había cogido un fuerte resfriado y que debían hacer todo lo posible por cuidarlo. Le recomendó que se metiese otra vez en la cama y le recetó algunas medicinas. Siguieron las instrucciones del médico al pie de la letra, ya que la fiebre había aumentado y el dolor de cabeza era más agudo. Jisung no abandonó la habitación ni un solo instante y las otras señoras tampoco se ausentaban por mucho tiempo. Los señores estaban fuera porque en realidad nada tenían que hacer allí.

Cuando dieron las tres, Jisung comprendió que debía marcharse, y, aunque muy en contra de su voluntad, así lo expresó.

La señorita Bingley le ofreció el carruaje; Jisung solo estaba esperando que insistiese un poco más para aceptarlo, cuando Félix comunicó su deseo de marcharse con él; por lo que la señorita Bingley se vio obligada a convertir el ofrecimiento del landó en una invitación para que se quedase en Netherfield. Jisung aceptó muy agradecido, y mandaron un criado a Longbourn para hacer saber a la familia que se quedaba y para que le enviasen ropa.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro