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Capítulo 19: Parthia

Hoy os traigo a la emperatriz Vanya Vespasian, la mujer que logró empezar una revolución con su absoluto convencimiento de que Doric estaba vivo... y vaya si tenía razón. Una lástima que su decisión conllevase tantas muertes. Ella provocó el cambio y el destino quiso premiarla convirtiéndola en la nueva Emperatriz de Albia... ¿Casualidad? Sin duda Nyxia no es a la única que se considera una oportunista en esta historia...




Capítulo 19: Parthia



Sacramentum, 18 de enero de 1.809 CIS (Calendario Imperial Solar) – 10 años antes



—¡Nyxia, apártate!

El arma giró en sus manos, dibujando una ágil estocada con la que obligó a retroceder al paladín de Kyburn. Lucian lanzó un segundo ataque, un arco horizontal a la altura de su cintura, y avanzó aún más, interponiéndose entre nosotros, logrando así darme el espacio suficiente como para poder levantarme.

—¡Vamos! —insistió al ver que no reaccionaba.

Aún seguía demasiado aturdida como para poder actuar con normalidad. Desde la explosión y la caída del strider mi mente trabajaba con dificultad, y bajo el resplandor púrpura de la columna luminosa, aún era más difícil. Por suerte, el general logró conseguirme el tiempo suficiente como para que me recompusiera.

Mientras ellos combatían con ferocidad, intercambiando un golpe tras otro, yo acudí al encuentro de Orpheus Serra. A aquellas alturas ya estaba muerto, con el cuerpo aún caliente y la sangre empapando su uniforme. Me agaché a su lado, sin atreverme a mirarle la cara o el pecho, temerosa de descubrir que ya no respiraba, y tomé prestada la pistola ligera que cargaba en la cintura. Inmediatamente después, olvidando por un instante a Lucian y su adversario, mis ojos volaron hasta Kyburn. El párroco estaba apoyado contra la pared, con la mano en el estómago, manchada de sangre. Al parecer, alguno de los disparos de Alexander le había alcanzado. De hecho, por su expresión sospechaba le quedaban tan solo unos minutos de vida.

Demasiados.

Dirigí el cañón hacia él y apoyé el dedo en el gatillo. Antes de presionarlo, sin embargo, un grito de advertencia de Lucian me hizo retroceder justo a tiempo para esquivar el martillo del paladín. Me lancé hacia atrás con rapidez, sintiendo mi cabello agitarse por la ráfaga de aire que acababa de levantar el ataque, y por un instante perdí el equilibrio.

—¡No!

Me tambaleé durante unos segundos, tiempo que el paladín aprovechó para recuperar su martillo y apartar a Lucian de su camino de un golpe seco en el filo de la espada. Inmediatamente después, se dirigió hacia mí a grandes zancadas.

El suelo tembló bajo mis pies, derribándome. Alcé la pistola y disparé contra el ser, atemorizada al ver su sombra proyectarse sobre mí, pero no sirvió de nada. Una vez más, la oscuridad que lo envolvía absorbió mis balas. El paladín siguió avanzando implacable, como una gran montaña de odio y muerte, y lanzó un poderoso barrido con su arma, arrancándome la pistola de entre los dedos. Grité de dolor al sentir el metal chocar contra mi mano, pero logré apartarla a tiempo antes de que me rompiese los huesos. Desafortunadamente, el siguiente ataque no se hizo esperar. El guerrero volvió a blandir su arma, obligándome a lanzarme de espaldas al suelo, mientras sentía cómo el martillo rozaba la punta de mi nariz. Giré sobre mí misma, desesperada, e intenté escapar.

Pero se me acababa el tiempo.

Escuché el sonido del arma cortar por tercera vez el aire, muy cerca de mi nuca, pero una vez más la intervención de Lucian Auren fue providencial. El martillo chocó contra la espada del general y el combate se reanudó, convirtiendo a los dos guerreros en poco más que borrones de luz y oscuridad. Ambos se movían como rayos, lanzando estocadas y trazando arcos con sus respectivas armas. El paladín lo hacía sin esfuerzo, como si su pesado martillo fuese una prolongación de su cuerpo. A Lucian, sin embargo, el cansancio se le reflejaba en el semblante. Para mantener el ritmo del combate estaba utilizando prácticamente todas sus fuerzas, y era cuestión de tiempo que no pudiese aguantar más. Los golpes de su oponente eran demasiado fuertes como para detenerlos indefinidamente.

Tenía que ayudarlo. Tenía que hacer algo... ¿pero qué?

Los vi combatir con ferocidad durante unos segundos, paralizada ante el increíble enfrentamiento, hasta que al fin la solución acudió a mi cabeza. En cierto momento el guerrero me dio la espalda y en ella pude ver una brecha en su armadura. Inmediatamente después, desenfundando mi cuchillo, se convirtió en mi único objetivo. Me abalancé sobre él, aferrándome con agilidad a su espalda, y me apresuré a hundir el metal en el hueco vacío, logrando arrancarle un estremecedor aullido de dolor. En sus últimos segundos de vida, el paladín me lanzó por los aires agarrándome por el tobillo y caí al suelo, cerca de donde se encontraba Kyburn. Después, emitiendo un sonido muy parecido al de cientos de cristales al romperse, se desmoronó en el suelo, convertido en polvo.

Empapado en sudor y con una expresión de agotamiento enmarcando su rostro, el general se apresuró a acudir a mi encuentro. Se agachó frente a mí me ayudó a incorporarme dejando en el suelo por un instante su flamante espada dorada.

—¿Estás bien, Nyxia? —me preguntó con preocupación, olvidando momentáneamente cuanto nos rodeaba. Pasó la mano por mi rostro, apartando los mechones despeinados para poder mirarme a los ojos—. Lo que has hecho ha sido...

Lucian dejó la frase a medias, con la mirada perdida en el fondo de la sala. Seguí su mirada, confusa, y ante nosotros, a pocos metros de donde se encontraba Kyburn, tirado en el suelo y moribundo, vi nacer una sombra. Una lengua de oscuridad que en apenas unos segundos tomó forma humanoide. Demasiado alto y delgado para ser un hombre, con dos briznas de fuego en vez de ojos y la oscuridad envolviéndolo, el ser clavó su mirada en nosotros, y aunque no tardó más que unos segundos en desvanecerse, aquel contacto visual bastó para que el temor se apoderase de nuestros corazones.

Lucian me estrechó con fuerza contra su pecho, protector. Ninguno de los dos sabía qué iba a suceder a continuación, pero no estaba dispuesto a regalar nuestras vidas sin mostrar resistencia. Por suerte, no fue necesario. Kyburn emitió su último suspiro poco después, justo en el momento en el que un grupo de pretores comandados por Loder Hexet irrumpió en el santuario, y todo acabó. El centurión se detuvo a los pies de la escalera, perplejo ante la visión de los cuerpos de Orpheus Serra, Alexander Tiberian y Kyburn, y rápidamente ordenó a sus hombres que socorrieran a los caballeros de Ballaster.

Por desgracia, llegaban tarde.

Por su parte, Loder se apresuró a acudir a nuestro encuentro, agachándose a nuestro lado, donde Lucian seguía sujetándome con firmeza.

Fingió no verme.

—General, ¿está bien? ¿Qué ha pasado? —Hizo un alto para dedicarme una fugaz mirada antes de volver a concentrarse en el general—. La batalla ha finalizado: el príncipe Doric ha tomado la ciudad.

—Buenas noticias —respondió Lucian, pensativo. Me cogió con delicadeza por el antebrazo y los tres nos pusimos en pie—, pero no debemos confiarnos. Quizás hayamos vencido esta batalla, pero no la guerra. Esto no acaba aquí, Loder; esto no es más que el principio. Evacua de inmediato a los heridos, tanto a los caídos como a Nyxia. Sácalos con discreción: nadie debe saber lo que ha ocurrido.

Hexet asintió con la cabeza, sin mostrar duda alguna, y desvió la mirada hacia mí. Me ofreció el brazo para caminar. Aunque no presentaba heridas de gravedad, mi aspecto después de la batalla debía ser estremecedor.

—¿Puedes andar? —preguntó, dubitativo—. Ordenaré que carguen contigo, si es necesario.

—No, no... puedo —respondí, y acepté su brazo, alejándome unos pasos de un Lucian Auren que, repentinamente interesado en la columna de luz, avanzaba hacia ella con paso decidido—. General, yo...

Lucian se detuvo en seco al escuchar mi llamada. Me miró con fijeza durante unos segundos, con expresión extraña, como si mi interrupción le hubiese molestado, y negó con la cabeza. Inmediatamente después, aunque durante tan solo un par de segundos, me sonrió antes de seguir avanzando hacia aquella luz. Aquella maldita luz.

—Descansa, Nyxia De Valefort, te lo has ganado.



Parthia, Albia, 10 de octubre de 1.819 CIS (Calendario Imperial Solar)



—Les tenderemos una trampa —anuncié, dirigiendo el dedo índice hacia el punto exacto del mapa donde se podían ver los enormes puentes de la autopista que conectaban con los principales accesos de Parthia en el noroeste—. Intentarán acceder a la ciudad a través de este punto, pero nosotros les estaremos esperando. Cabal, tú liderarás un grupo formado por tus ingenieros y varios pretores escogidos para sembrar la carretera de minas anti-carro. Quiero que lo dispongas todo para que cuando te dé la señal, la Fulgur salte por los aires.

El pretor asintió con la cabeza, conforme. Nadie mejor que él y los suyos para sembrar el terror desde las sombras.

—La cohorte se va a dividir —proseguí, dirigiendo ahora la mirada hacia el tribuno Oskar Orsini y su legatus, Gaius Herbel—. Formaremos dos grupos: el primero, liderado por Orsini y del que yo formaré parte, avanzará por las montañas del norte a lo largo de veinte kilómetros, para quedar fuera del alcance de los radares de la Fulgur. Mi idea es que los ataquemos por la retaguardia, cuando estén cruzando los puentes. Una vez hayamos caído sobre ellos, el otro grupo liderado por ti, Gaius, atacará desde el suroeste, encerrando a los rezagados en un círculo de caballería ligera. Es de suponer que os encontréis con los carros de mayor potencia de fuego a la cola de la cohorte enemiga, por lo que deberéis tenerlo en cuenta cuando los asaltéis. Nuestro ataque servirá como señal para tu infantería, Baedys. Os mantendréis ocultos a cierta distancia de la ciudad. En cuanto iniciemos el ataque, avanzaréis contra el grueso de los blindados con unidades de granaderos anti-tanque en cabeza. En esta ocasión, Karsten, tus acorazados no van a tener demasiada efectividad contra la Fulgur, así que te quedarás en la ciudad, formando un cordón de seguridad. Imagino que no es necesario que os refresque la memoria, pero la Fulgur es conocida por la formación de tanques "Tortuga" que cubren su vanguardia. Contra esos monstruos de metal nuestros acorazados son de poca utilidad; la infantería y nuestra caballería móvil, en cambio, son otra cosa. Si sabemos jugar bien nuestras cartas, podremos destruirlos antes incluso de que llegue a las puertas de la ciudad.

Uno a uno, fui mirando a los miembros de mi Alto Mando, en busca de sus reacciones. El plan era relativamente sencillo, pero íbamos a necesitar un gran nivel de concentración y compenetración entre las distintas unidades para no fallar. Más que nunca, debíamos aprovechar el factor sorpresa que nos proporcionaba la oscuridad.

Ante la falta de respuesta por parte de mis hombres, decidí continuar.

—Loder, Isadora, quiero al Puño de Hielo y a los magi junto a la infantería, combatiendo. Esta es nuestra prueba de fuego: no podemos fallar. Si la Fulgur logra romper nuestras filas, perderemos la ciudad y cualquier posibilidad de seguir adelante. Debemos vencer, sí o sí.

—Puede contar con mis magi, Alteza —aseguró la maga, acompañando sus palabras de un ligero ademán de cabeza.

—Y con el Puño de Hielo, por supuesto —la secundó Hexet.

Agradecida, asentí con la cabeza.

—Perfecto. Hexet, quedarás al mando de la operación. Quiero que seas nuestros ojos y nuestra voz durante la batalla; que controles cuanto está sucediendo en todo momento y puedas tomar decisiones tácticas. —Hice un alto—. Te necesito supervisando la batalla.

No le gustó la decisión. Intentó disimularlo, manteniendo la expresión severa, pero sus ojos le delataron. Loder sabía perfectamente lo que le estaba pidiendo: quería que se mantuviese en la retaguardia, controlando los distintos flancos y alejado del combate, en un lugar donde su vida no corriese peligro, y no le gustaba. Como cualquier otro pretor, Loder Hexet quería estar en el frente, luchando por su vida y por la de sus hombres. Por desgracia para él, ya había perdido a demasiadas personas a las que quería durante aquellos años como para arriesgarme.

Lo siento, Loder, pero a ti no.



Finalizada la reunión, Loder me presentó a Helena Valdemar, la mujer que a partir de entonces gobernaría la ciudad de Parthia. Helena era una mujer de más de sesenta años, ancha de espaldas y con el cabello totalmente cano. A diferencia de la mayoría de senadores y antiguos miembros del Consejo que había conocido a lo largo de aquellos años, Helena parecía transparente. Una mujer sin una doble cara, al menos en apariencia, cuyo apoyo a la causa de Lucian Auren no había impedido que se ganase un hueco en el consejo del gobernador Valentis.

—Te presento a Helena Valdemar, Nyxia —dijo Loder con mayor frialdad de lo habitual, aún molesto por mi decisión—. Puede que hayas oído hablar de ella con anterioridad; años atrás trabajó estrechamente con el senador Galedur Morven en el Frente Tradicionalista. De hecho, durante el mandato de Lucian Auren, Helena fue una de nuestras más estrechas colaboradoras.

—Así es —respondió la mujer, tendiéndome la mano para estrechar la mía con firmeza—. Aunque desde la distancia, apoyaba la política de su difunto marido, Alteza. Mi lugar siempre ha estado aquí, en Parthia.

—Valdemar es la Consejera de Industria de Parthia desde hace más de veinte años —prosiguió Loder—. Conoce perfectamente el funcionamiento de la ciudad y toda su casuística. Y no solo eso. Según los últimos sondeos, es una de las políticas mejor valoradas por la ciudadanía. A diferencia de Valentis y el resto de consejeros, Helena es parthiana de nacimiento, lo que nos facilitaría las cosas de cara a la opinión pública. Es importante que sea alguien de la tierra quien se alce como su portavoz, y no rostros totalmente desconocidos. Es más, ella y sus hombres se están encargando de los interrogatorios y por el momento las cosas están yendo bastante bien, sin incidentes reseñables. Me temo que aún hay demasiados insurgentes en la ciudad como para bajar la guardia.

Helena asintió con la cabeza, secundando las palabras de Loder. Unas palabras que, sin necesidad de indagar en su mente, supe que habían pactado con anterioridad. En el fondo, aquella interpretación no era más que una simple pantomima. Loder buscaba únicamente mi aprobación para convertir a aquella mujer en la sustituta de Valentis al frente de la ciudad, no mi opinión al respecto. La decisión, en realidad, ya estaba tomada de antemano.

No confiaba en los políticos. A aquellas alturas de mi vida sabía que eran traicioneros por naturaleza y Valdemar no iba a ser diferente. Alguien que había sido capaz de servir a Kare Vespasian y a Lucian Auren sin perder su posición en la sociedad albiana no era de fiar. No obstante, no me engañaba. Valdemar no era la única. Había miles de personas que habían decidido quedarse en Albia, sirviendo desde las sombras a nuestra causa. Sin embargo, me costaba confiar plenamente en ellos. Mientras que los miembros del Nuevo Imperio nos habíamos visto obligados a escapar y mantenernos en el anonimato durante años, ellos habían permanecido en Albia, disfrutando tranquilamente de sus vidas, sin condicionantes, y eso era algo que me costaba asimilar. No era justo que unos sufriésemos tanto y otros tan poco. A pesar de ello, Loder no se equivocaba al decir que Valdemar tendría más aceptación que cualquiera de mis hombres cara a la ciudadanía.

—Quedará al mando de la ciudad cuando partamos hacia Solaris —decidí—. El centurión la pondrá al día de nuestros próximos movimientos, pero quiero que tenga claro que esto no va a ser fácil en absoluto. En cuanto partamos, es probable que las tropas del emperador Kare Vespasian intenten recuperar la ciudad. Es más, estoy convencida de ello. Probablemente le envíe a varias de sus legiones, dispuestas a tomar la ciudad cueste lo que cueste, y usted va a tener que resistir. No podemos perder Parthia bajo ningún concepto.

—No caeremos —aseguró, llevándose el puño al pecho—. Tiene mi palabra.

—Eso espero, gobernadora. Ponga en marcha de nuevo las factorías y las refinerías. Las quiero activas día y noche, sin pausa. Necesito que TitanRex vuelva a producir lo más rápido posible. Cada uno de los tanques y de las armas que logre fabricar antes de nuestra partida servirá para allanar el camino a la victoria.

—Nos pondremos de inmediato —respondió—. La duración del proceso de fabricación de cada uno de los carros de combate es de cerca de cuarenta y ocho horas, pero intentaré reducirlo el máximo posible.

Me retiré a descansar dejando en manos de Loder todos los detalles de la producción. Los minutos corrían a gran velocidad, mucho más de lo habitual, y necesitaba prepararme para entrar en combate. Después de todo, ¿qué sentido tenía pensar en el futuro si no éramos capaces de vencer a la Cohorte Fulgur? Nuestro futuro dependía de aquella batalla.



—¿Nyxia, estás segura? Probablemente esta sea la decisión más importante de tu vida, hija. Unirse a la VI Cohorte no es solo dejar atrás tu vida como civil, sino consagrarla a la protección de nuestro país y de Albia; a servir a los designios del Sol Invicto por encima de tus propias necesidades y deseos, y...

—Padre, por favor... —interrumpí, apoyando amorosamente las manos sobre las suyas para presionarlas con suavidad. Pocas veces había visto tanta preocupación en sus ojos como aquella mañana—. Estoy decidida.

—Hay lugar para ti en el negocio familiar, Nyxia —insistió—. No tiene por qué dirigirlo tu hermano en solitario. Además, aún no he comunicado a los Vardyan tu decisión. Sé que no te gusta demasiado su hijo, Solomon. Coincido contigo en que es un tanto prepotente, pero es un buen chico, te lo aseguro. Si lo aceptases como esposo te daría una buena vida. De hecho, si así lo deseases, ni tan siquiera tendrías que trabajar en nuestras bodegas. Él podría proporcionarte todos los caprichos que quisieras y garantizarte una vida tranquila y llena de felicidad. Y si lo que quieres es viajar...

—¡Padre! Por favor, no insistas: la decisión está tomada. Voy a unirme a la VI Cohorte, y para ser más exactos, al Escuadrón Aurora de Florian Gelt. Anoche estuve hablando con Alexander y parece ser que han aceptado mi solicitud... —Una sonrisa afloró a mis labios al recordar la llamada—. ¡Lucharé junto al decurión más joven y prometedor de la historia, padre! —Suspiré de pura emoción—. ¿Sabes que dicen que él solo logró detener una partida de talosianos en el norte de Ballaster? Florian Gelt...



Florian Gelt no estaba a mi lado cuando llegamos a la cima de la montaña e iniciamos el descenso hasta los bosques que flanqueaban la autopista. Tampoco cuando avanzábamos entre sus árboles a oscuras, con los sistemas de iluminación de los striders apagados. No estuvo a mi lado dirigiendo mis pasos, ni tampoco susurrándome al oído a través del canal de comunicación interno. Su voz se había perdido hacía ya muchos años junto a la del resto de miembros de la Aurora. Ross, Eric, Alexander, Titus, Orpheus... ninguno de ellos estuvo conmigo cuando nos agazapamos entre la maleza, aprovechando la niebla reinante para poder vigilar la autopista desde lo alto de la colina.

Estábamos solos.

El asfalto vibraba con el peso de los cientos de vehículos blindados que conformaban la Cohorte Fulgur. Aún no alcanzaba a verlos, pues según nuestros exploradores se encontraban a cinco kilómetros, pero pronto el brillo de sus faros iluminaría la noche.

Iniciamos la cuenta atrás. Oculta en la penumbra dentro de la cabina de mi Pantera, observaba la noche en completo silencio, inmersa en un estado de tensión absoluta. Hasta entonces había logrado mantener mi mente y mis nervios controlados, utilizando para ello técnicas de relajación, pero alcanzado aquel punto ya no había nada que pudiese evitar que mi corazón latiese acelerado.

Olía el peligro.

—En cuatro minutos aparecerán las primeras líneas de blindados —anunció Oskar Orsini a través del canal de comunicación interno—. Los dejaremos avanzar durante doce minutos. Una vez alcancen la zona de minas anti-tanque, iniciaremos el ataque. Todos disponéis de tres bengalas rojas. Su lanzamiento marcará el inicio del aproximamiento de la unidad de striders del legatus, así que aguardad a que dé la señal. En caso de que yo no pudiese comunicarme con vosotros o cayese en combate, será Su Alteza, Nyxia De Valefort, quién ocupará mi lugar. ¿Alguna pregunta?

Permanecí en silencio mientras algunos de mis compañeros expresaban sus dudas. No había demasiadas, y casi todas eran producto del nerviosismo, pero me sirvieron para conocer un poco más a los hombres de los que me rodeaba. En su mayoría eran jóvenes, caballeros piloto que se habían alistado en los últimos años. En cierto modo era lógico. La mayoría de los veteranos habían muerto en Gherron, por lo que era complicado encontrar a alguno entre nuestras filas. A pesar de ello, no estaba preocupada, pues confiaba en los pilotos de Gaius Herbel: lo que realmente me inquietaba era la batalla en sí. La potencia de fuego del enemigo era muy superior a la nuestra, y eso sin contar con que nos doblaban en número. Era una lucha totalmente desigual, pero por fortuna el factor sorpresa jugaba a nuestro favor. Una vez más el eclipse nos brindaba la oportunidad de vencer a nuestro enemigo a base de estrategia, aprovechándonos de sus debilidades para salir victoriosos. Pero incluso así, aunque el entorno y las características propias de la cohorte nos beneficiasen, habríamos sido estúpidos confiándonos. Aquella batalla prometía ser cruel y complicada y no podíamos permitirnos ni un segundo de desconcentración.

Finalizado el turno de preguntas, ya con la pesada maquinaria de la Fulgur avanzando por la autopista ante nosotros, Oskar cambió el canal de comunicación para hablar en privado conmigo.

—¿Estás bien? —preguntó con preocupación—. No te he oído ni respirar.

Logró arrancarme una sonrisa. El silencio no era propio de mí. De hecho, en muchas ocasiones había pecado de hablar demasiado. Lamentablemente, las cosas habían cambiado.

—Estoy bien, sí —le tranquilicé—. Concentrada.

—Bien. ¿Puedo pedirte un favor? Sé que no me vas a escuchar y que vas a hacer lo que te dé la gana, pero te agradecería que intentases mantenerte en un segundo plano en esta batalla. No te pido que no combatas, pero...

—¿Tú también?

La petición me hizo poner los ojos en blanco. Lancé una fugaz mirada a Martha, mi escudera, que me miraba desde la cubierta inferior con cara de circunstancias, y negué con la cabeza.

Orsini se tomó unos segundos antes de responder.

—Si dejo que la futura Emperatriz de Albia muera bajo mi mando, mis posibilidades de seguir avanzando dentro de la cohorte se verían francamente truncadas, Nyxia —respondió con acidez—. Así que si no quieres hacerlo por ti, hazlo por mí: quiero cobrar más.

Cobrar más... Logró hacerme reír.

—¡Quieres heredar el título de tu tío, eh! —exclamé con diversión—. Lo intentaré, Oskar, pero no prometo nada. Ya me conoces...

—Te conozco, sí, y es precisamente por ello que no quiero hacer esto, pero me estás obligando. —El tribuno lanzó un sonoro suspiro—. Te recuerdo que todo esto lo hacemos por ti, Nyxia. Por ti y por tu hijo, así que por favor, no hagas que haya sido un sacrificio en vano. Hay miles de vidas en juego ahora mismo cuya única luz es la tuya. Lux Ceryx, ¿recuerdas?

Jamás podría olvidarlo.

—Agradezco tus palabras, Oskar, pero yo ya no puedo iluminar el camino de nadie. El Sol Invicto me abandonó hace tiempo.

—Nyxia...

—Y sé el papel que juego en todo esto, no me engaño, pero tampoco quiero que lo hagáis vosotros. Esta guerra no es por mí, al menos ya no. Yo solo soy la excusa. Nuestro sacrificio es por Albia, porque sus gentes no merecen vivir a la sombra de Vespasian. Este es el país del Sol Invicto, el Imperio de la luz y de la libertad. El Imperio de los vencedores: de los conquistadores. Dejarlo en manos de Vespasian es condenarlo a su destrucción, y no voy a permitirlo. Tan solo un Auren puede hacer que Albia vuelva a brillar, y no voy a parar hasta conseguirlo.

Cerré los dedos alrededor del colgante en forma de copo de nieve. Fue un gesto instintivo, pero muy significativo. Por primera vez en mucho tiempo el nombre de mi marido no había aparecido en mi discurso. Hasta entonces su muerte y el ansia de venganza habían sido los motores que habían movido mi vida. Todo lo hacía por y para él. Aquel día, sin embargo, en mitad de la noche perpetua y en completa soledad a pesar de estar rodeada por todo mi ejército, no fue su recuerdo el que marcó mis palabras. En mi mente estaban mi hijo y mi hermano. Mi patria, Verus y Héctor... pero también el Nuevo Imperio. Gared Cysmeier, estuviese donde estuviese, Créssida Dorel y Diana Valens. Estaban Claudia Meridius y Solis Thanen, Yannia Baedys y Petra Karsten; Oskar Orsini, Gaius Herbel y Isadora Rosbel, los soldados y los pretores, los magi y los legionarios... y Loder. Todos y cada uno de ellos eran las piezas del gran puzle que ahora componía mi mente y por el cual valía la pena luchar. Y en él, aunque hasta entonces había sido la central, ya no estaba la pieza de mi marido.

Ocho años era demasiado tiempo.

El silencio de Oskar me golpeó como un látigo. Sabía que había percibido el cambio en mi discurso y lo imaginaba preguntándose qué decir. Agradecí que no dijese nada. Con los dedos firmemente alrededor del colgante, presionándolo con fuerza, trataba de escudarme del inminente aguijonazo de culpabilidad que pronto me atenazaría los músculos. Estaba abandonando la etapa más oscura de mi vida y sabía que aquello comportaría consecuencias...

Pero por suerte, nada de aquello ocurrió. Ni los fantasmas del pasado acudieron a mi encuentro para pedirme explicaciones, ni muchísimo menos sentí que lo estaba traicionando. El recuerdo de Lucian siempre permanecería a mi lado, recordándome quien era y protegiéndome de mis propios demonios. Él, en el fondo, siempre había sido todo Luz...

—Dos minutos —anunció Martha, arrancándome de mis pensamientos—. ¿Preparada, Alteza?

—Preparada —aseguré, y apoyando las manos alrededor de los controles de las armas de Pantera, fijé la mirada en el frente—. Sin miedo, Martha: esta noche haremos historia.

Y al fin la cuenta atrás llegó a su fin.



Gritos, disparos y fuego. El sonido de las patas mecánicas de Pantera al deslizarse por la colina y abalanzarse sobre su primera víctima, un transporte ligero sobre cuyo techo aterrizamos, aplastando a sus ocupantes. El brazo-ametralladora disparó una ráfaga, llenando de agujeros el blindaje de los tanques que nos rodeaban. Inmediatamente después, tras impulsarse al asfalto con un rápido salto, Pantera trazó un arco con su gladius y partió por la mitad el grueso cañón de uno de los carros de combate. Perplejos, los soldados que viajaban en la torreta dirigieron la ametralladora hacia la cabina, dispuestos a disparar. Sin embargo, no lo permitimos. Una lluvia de fuego surgió del brazo lanzallamas de otro de los striders. Los soldados gritaron, envueltos en una cortina de llamas doradas, y se precipitaron al suelo, donde la pata derecha de nuestro strider acabó con su sufrimiento.

Se desató la locura a nuestro alrededor.

El sonido de los cuernos de batalla nos acompañó mientras nos abríamos paso entre las filas del enemigo, descargando nuestra furia. Habíamos cogido a la Fulgur totalmente desprevenida, con las miras fijas en Parthia. En sus mentes tan solo tenía cabida la liberación de la ciudad...

Ilusos.

Nuestras tropas cargaron con todas sus fuerzas, lanzando andanadas de disparos y tajos a cuantos les rodeaban, hasta lograr que al fin, a base de muerte y destrucción, la cohorte enemiga por fin reaccionase.

Sus cañones viraron hacia nosotros, pero entonces cientos de bengalas rojas iluminaron el cielo nocturno y los striders de Gaius Herbel cargaron desde el otro extremo de la autopista, atrapando a la Fulgur en un fuego cruzado del cual apenas podían defenderse. Sus obuses, preparados para ataques a larga distancia, no podían detener a los ágiles striders, al igual que tampoco podían hacerlo sus soldados de infantería. Los que lograban descender de sus transportes eran cazados salvajemente por nuestras máquinas de guerra, reduciéndolos a poco más que recuerdos.

Era una lucha desigual. La Fulgur intentó responder a nuestros ataques, pero la repentina oleada de fuego y explosiones provocada por las minas anti-tanque en sus filas delanteras provocó que su legata no tuviese más remedio que cambiar de táctica. Los blindados adoptaron una formación defensiva y, rodeándose de grandes escudos de energía como grandes tortugas de acero, sellaron a sus soldados en su interior, logrando al fin librarlos de nuestro fuego.

Aquel cambio provocó que cientos de armas de menor calibre concentraran su fuego en nuestros striders, haciendo estallar algunos de ellos. La infantería descendió de los tanques, envueltos en sus escudos dorados, y acudieron a nuestro encuentro en formación, asaltándonos con sus rifles de asalto.

Aprovecharon que la autopista se había vuelto prácticamente intransitable para impulsarse entre los escombros y trepar por nuestros armazones de metal, insertando explosivos en las junturas. Pantera logró deshacerse de varios de ellos aprovechando su agilidad y tamaño, pero varios striders modelo Rex no tuvieron tanta suerte.

—¡Nyxia!

Alguien gritó mi nombre justo cuando una ráfaga de proyectiles se estrellaba contra nuestro costado, haciéndonos salir disparados por los aires. El escudo había logrado absorber gran parte del impacto, pero no logró mantenernos en pie. Chocamos violentamente contra uno de los blindados y caímos de rodillas, quedando a merced del cañón de otro de los tanques.

Un chorro de magma cayó sobre la cabina, abrasando el cristal protector. Martha gritó sobresaltada al sentir la temperatura interior del strider subir peligrosamente, pero los sistemas de extinción de incendios se activaron de inmediato, rociándonos con espuma refrigerante y bloqueando momentáneamente los controles.

El interior de la carlinga quedó totalmente a oscuras.

—¡¡Reinicia!! —grité al ver cómo se apagaban los paneles de control—. ¡¡Reinicia de inmediato!!

El enemigo detectó la caída de energía de nuestro strider y endureció el ataque. Una segunda bocanada de fuego bañó la cristalera, ennegreciéndola, a la par que varios soldados saltaban de sus transportes y acudían a nuestro encuentro, disparando sin cesar sus armas. Los proyectiles chocaban contra el blindaje, haciendo saltar chispas al metal.

Sentí la vibración en las patas de mi strider cuando al menos uno de los soldados empezó a trepar por ellas. Aquello era una muy mala señal. Lancé una fugaz mirada a Martha, que luchaba contra el corazón de Pantera para reiniciarla, y me apresuré a abrir los cinturones de seguridad. Inmediatamente después, me puse en pie sobre la butaca y subí por la escalerilla anclada a la pared de la cabina hasta la escotilla superior. La abrí y me asomé. El fuego y los disparos iluminaban la noche.

Se nos acababa el tiempo.

Desenfundé mi pistola y me dejé caer por la curvatura del strider hasta la parte trasera, donde encontré a una joven soldado anclando un dispositivo explosivo en la articulación de la pata derecha. Me abalancé sobre ella, la lancé al suelo y, tras forcejear varios segundos, logré acabar con ella de un disparo en el vientre. Acto seguido, me incorporé entre las patas y busqué la carga explosiva, que empezó a vibrar en mis manos al desengancharla del metal.

Era la primera vez que veía un dispositivo como aquél, totamente circular y de color rojo, pero no me detuve a analizarlo. Tan pronto sentí que su interior empezaba a calentarse lo lancé con todas mis fuerzas tras uno de los blindados, escapando de la explosión por tan solo unos segundos. Choqué violentamente contra mi strider a causa de la onda expansiva, saliendo disparada más allá de su columna vertebral y cayendo entre sus patas, y durante unos segundos tan solo vi humo y fuego llenar el cielo.

El mundo empezó a girar a mi alrededor. Sentí los dedos de luz del Sol Invicto acercarse a mi rostro y acariciarme la mejilla mientras Su Voz me susurraba al oído. Sus palabras eran tranquilizadoras aunque inquietantes.

Sus dedos se tornaron violetas, como la luz de Sacramentum, y se cerraron alrededor demi garganta. Sentí que me faltaba el aire...

Y de repente la temperatura cayó bruscamente. Me incorporé con rapidez, liberándome de la ensoñación, y volví la vista a mi alrededor. Mi vida corría peligro en mitad de aquella tormenta de fuego, así que me apresuré a correr de regreso al interior del strider, utilizando ahora la escotilla inferior. Por suerte, Martha ya la tenía abierta para que entrase. Trepé con rapidez por la escalerilla y, recuperando mi posición en la cabina superior, contemplé con estupor el intenso velo de color blanco que ahora cubría el cielo. ¿Nevaba? ¿Llovía? Relámpagos de luz golpeaban la tierra y se formaban tornados a nuestro alrededor.

El suelo estaba congelado.

El estremecedor aullido de una gélida ventisca golpeó la batalla con voracidad. Vientos huracanados elevaron por los aires a los soldados de la infantería enemiga mientras que el hielo devoraba a los carros blindados, encerrando en su interior a sus pasajeros. El fuego y las sombras avanzaban cual cortinas de muerte, y tras ellos, disparando sin cesar sus armas automáticas, nuestros soldados.

Había llegado el turno del Puño de Hielo y la infantería.

Pantera volvió a la vida justo a tiempo para abalanzarse sobre un grupo de soldados que estaban a punto de disparar sus lanzagranadas. El gladius los barrió con fuerza, empapando su filo de sangre al cortar su carne, y la ametralladora segó la vida de los que habían logrado sobrevivir. Acto seguido cargamos contra una motocicleta que venía hacia nosotros, disparando sin cesar. El piloto salió despedido por los aires al ser alcanzado por la pata derecha del strider. Viramos noventa grados, escapando por tan solo unos segundos de una lluvia de fuego, y nos encaramamos sobre uno de los blindados de mayor tamaño, y avanzamos sobre él hasta alcanzar su torreta. A aquellas alturas de la batalla su escudo ya había caído, dejando a nuestra merced a sus tripulantes. Dirigí el brazo-ametralladora hacia ellos, pero no llegué a disparar. Con ver la expresión de pánico en sus rostros me bastó para comprender que no hacía falta. En lugar de ello dejé que se ocultasen dentro del tanque y volví la mirada al frente, allí donde, a varios metros de distancia y subidos sobre sus propios vehículos de transporte ligero, varios pretores de la Casa del Invierno traían consigo la ventisca con Hexet a la cabeza.

Hexet...

El chisporroteo de la estática en la radio captó mi atención. Aparté la mirada por un instante del centurión para concentrarme en el código cifrado de la comunicación y traté de averiguar la procedencia de la llamada.

Tal y como sospechaba, era desconocida.

—Rastrea el origen—ordené a Martha. Apoyé el dedo sobre el pulsador de espera y, transcurridos unos segundos, suficientes para que mi escudera localizase el punto exacto en mitad de la batalla, abrí el canal de comunicación—. Nyxia De Valefort al habla, ¿quién es?

Antes incluso de que respondiese, el rostro de la legata Romina Nagan acudió a mi memoria. Ordené a Martha con gestos que dirigiese el strider hacia el lugar de emisión de la comunicación y, metro a metro, fuimos acercándonos al acorazado de tierra de la general.

—Aquí la legata de la Cohorte Fulgur, Romina Nagan —respondió transcurridos unos segundos. La calidad de la transmisión era pésima, llena de estática y del sonido de la batalla, pero suficiente como para que pudiese escuchar su voz entre las explosiones—. ¿Está usted al mando, De Valefort? Quiero parlamentar.

—Estoy al mando, sí —dije, y activé los canales de transmisión con el legatus Gaius Herbel, Isadora Rosbel y Loder Hexet para que los tres pudiesen escuchar la conversación—. El tiempo es oro, legata, así que le haré únicamente una pregunta y quiero que responda con franqueza. ¿Es consciente de que no puede vencer esta batalla?

Un simple vistazo a nuestro alrededor bastaba para confirmar la evidencia. A pesar de ser muchísimos menos en número y de disponer de menos potencia de fuego, las tropas del Nuevo Imperio habían logrado neutralizar por completo a la Cohorte Fulgur, atacando sus puntos débiles, cortándoles la vía de escape y, sobre todo, inhabilitando sus cañones de largo alcance.

—Soy consciente —respondió la legata con frialdad—. Detenga esta locura, De Valefort: no tiene ningún sentido. Nos han vencido.

—¿Debo entender entonces que está presentando su rendición?

Hubo unos tensos segundos de silencio en los que no pude evitar que una sonrisa maliciosa se dibujase en mi rostro. Irónicamente, a mi alrededor albianos luchaban contra albianos, matándose entre hermanos, tiñendo de sangre su propia tierra, pero tal era la dulzura del sabor de la victoria que no podía frenar mi entusiasmo.

Volví a desabrocharme los cinturones y me puse en pie, arrancando el transmisor del panel de comunicaciones para poder hablar. Podía vislumbrar la victoria con tanta claridad que necesitaba saltar y reír... necesitaba gritar.

Los segundos de espera se me hicieron eternos.

—Siempre y cuando se respete la vida y la integridad de mis tropas, sí —sentenció—. De lo contrario, lucharemos hasta la muerte.

—No será necesario, Nagan. Ordene a sus soldados que tiren las armas y salgan de los blindados con los brazos en alto. Nadie más tiene por qué morir hoy.

Silencio.

—De acuerdo, se lo agradezco —murmuró, y cortó el canal de comunicación.

Pocos segundos después, la noticia de la victoria se propagó por todo el campo de batalla, silenciando las armas y llenando de gritos de júbilo y alegría las gargantas de todos aquellos que habían luchado por liberar la ciudad.

Parthia era nuestra.

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