Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

~SEI: STRATUS~☁️

Oltremare by Ludovico Einaudi





“El tiempo luce como un espejismo entre mis manos. Te miro, a través del espejo del cielo tus ojos resplandecen. Te miro… y el miedo se apodera de cada fibra de mi cuerpo… estás a punto de decirme adiós…”

MYG, Junio de 1904, París, Francia





Cuando Jimin mencionó que daría un gran paso Yoongi nunca pudo calcular a qué precio. De hecho, la mayoría de las personas infieren incorrectamente la magnitud de las decisiones que toman. Por lo tanto, solo somos necios que jugamos a adivinar en el tarot de la vida.

La madre de Yoongi hubiera apoyado esa resolución, pero nuestro bohemio y pintor ahora piensa otra cosa, cuando los días de verano en Francia son coronados por esponjosas nubes que decoran con su carga arcoíris entre las hojas de los abedules y la molesta hierba, entre los viandantes y curiosos que no acaban de encontrarle significado al retiro que la pareja Park y su persona comparten a la salida de París.

Necesita un ambiente limpio y sosegado. Sus pulmones y la criatura lo agradecerán.”

Fueron las palabras del doctor que Jimin contrató para hacerse cargo del estado de salud de su esposa.

Esposa… amante, compañera, amiga… confidente.

Esas palabras Yoongi solo las podía asociar con otra persona que no necesariamente usaba vestido de encaje y muselina.

Esa palabra para él llevaba los ojos dorados y los cabellos de trigo de su amante, aquel chico que justo ahora dormía acurrucado contra su pecho.

Jimin se había casado con Kang Mei Lin en una ceremonia por lo civil un mes atrás. Jimin le había ofrecido una salida al trato que la chica luego le compartiera entre sollozos a Yoongi, uno donde la palabra muerte y perdón danzaban juntas y el pintor había entendido que ocultara su vergüenza aceptando también.

Un acuerdo de a tres. Un silencioso acuerdo para ofrecerle un futuro al bebé que venía en camino, aunque Yoongi estaba convencido de que no podrían ocultar por mucho tiempo su realidad de los demás. No cuando Jimin  insistía en que él viviera con ellos.

—De tanto pensar, puedo escuchar tus neuronas traqueteando desde aquí. Duerme un poco. El trabajo en la granja ya es más que extenuante.

La voz adormilada de Park emergió entre el punto donde su cuello y su hombro trazaban una armónica línea. Los ojos color turquesa de Yoongi traspasaron la oscuridad de la habitación para encontrar la mirada del único ser que había logrado amar después de sus padres.

—Mis neuronas no son lo que me preocupa. Mei está cada día más deteriorada. Aún cuando logre dar a a luz, aun cuando nuestro plan dé resultado… tengo… sé  que no podremos vivir de esta manera mucho más allá del nacimiento de ese bebé…

Jimin frunció el ceño antes de incorporarse un poco. Casi hasta quedar al mismo nivel del rostro de Yoongi.

—Hemos hablado lo suficiente sobre eso. Yoonie… sabes que en el peor de los casos siempre podemos marcharnos a Japón, mi madre…

—Tu madre, tu padre, todo el continente te encuentra gratamente casado con una frágil mujer. No quieras probar lo que sucedería si se enteraran que realmente a quien pertenece tu corazón es a mí.

—Yoongi…

El más pálido de los dos terminó abandonando la calidez de las sábanas para encontrar la brisa húmeda de la noche en el ventanal de la habitación. Frente a sus ojos la oscuridad en el campo se abría como un manto de pacíficos sonidos.

El ulular de alguna lechuza, los armónicos grillos, las luciérnagas trazando caminos sobre la hierba cargada de rocío. Los labios de Jimin en su cuello y las pequeñas manos sobre su firme abdomen.

—Te amo, cariño mío… sabes cuánto te amo… créeme cuando te digo que no me va a importar. Tomamos la decisión por Mei y con Mei. Nada ni nadie nos podrá culpar si sucede lo peor. No me importaría perderlo todo, todo excepto tú…

Yoongi cerró los ojos mientras las manos de Jimin se ceñían a su torso desnudo. Tal como aquella primera vez en que el ingeniero le observara sobre el balcón de la pensión Saint Roman.

Tal como meses atrás, pareciera un ángel arrancándole destellos a la luna con el peso de la melancolía en sus ojos. Una risa amarga comenzó a aletear en su pechco mientras se separaba del calor de aquel abrazo para enfrentar al rubio.

—Llámame loco pero siempre he sabido cuando se acerca un final. Tarde o temprano nuestra historia saldrá a la luz de las convenciones sociales. Solo espero que seamos lo suficientemente fuertes para resistirlo. El día que te haga daño... Ese día, sin dudas, terminaré con todo y te dejaré volar. Lo único que mereces, lo único que deberías recibir… se llama felicidad

No mentía con aquel ceño fruncido y Jimin supo que discutir con esa versión del pintor era inútil. Por eso suspiró mientras extendía una mano en su dirección. Yoongi lo pensó unos segundos que a Jimin le parecieron milenios hasta que sus dedos terminaron entrelazándose en los ajenos.

La pequeña sonrisa en el rostro del ingeniero se ensanchó antes de ser casi arrancado del suelo para habitar el regazo del de cabellos platinados.

—Park Jimin… rogaré por un mundo donde caminar tomados de la mano no sea imposible…

Yo ya vivo en él.”

Pensó el mencionado pero decidió demostrar su teoría con algunos besos que decoraban la piel ajena. Besos y promesas que se mantendrían suspendidas en los murmullos de la noche. Como si de esa manera ambos se aseguraran de lo inquebrantable de su unión.

El cielo de verano en París cambiaría sus tonos azulados por el presagio de la lluvia cuando Kim Jennie arribara a la ciudad a donde solía derivar su correspondencia.

Las notas del piano enmarcaban su visita a Le' Fleur Cafe, uno de los tantos establecimientos que rodeaban las orillas del Sena y por tanto, un punto de reunión para encontrarse con el hombre que ahora alcanzaba la puerta acristalada del establecimiento.

Habían pasado unos meses, pero Jennie tenía la impresión que en ese tiempo, su Yoongi había cambiado demasiado. La melancolía ya no estaba en los espejos azules del pintor.

Sin embargo, una especie de temor a lo que estuviera por venir, llenaba sus pupilas con un sentimiento asfixiante. Le conocía muy bien como para equivocarse en ello.

—Hola... ha pasado... tiempo...

Saludó él con el tono grave de su barítono y ella no pudo sonreír como habitualmente hacía en su presencia. La agitación en Yoongi crecía en oleadas hasta que las manos pálidas de ella se posaron en sus mejillas. Jennie suspiró.

—Mi mejor aprendiz se ha enamorado ¿Estoy en lo cierto?

Directa como el rayo que acababa de fragmentar el cielo de la ciudad, la pregunta tenía más de afirmación que de custionamiento. Yoongi sonrió.

—Y no podrías imaginarte cuánto lo amo... la desesperación no me abandona desde que admití este sentimiento.

Para ella no pasa desapercibido el "lo" en su declaración. Algo clasificado como tabú en una sociedad que prefería mirar a otro lado cuando para el amor no existían esas fronteras. Una sonrisa casi maternal apareció en las agraciadas facciones de ella.

—Yoongi... independientemente del resultado, en serio me emociona que puedas experimentar ese sentimiento. Conociéndote como lo hago, solo agradezco y pido que esa otra parte pueda comprenderte y acompañarte hasta el final. Estoy muy orgullosa de ti, cariño.

El mote se suavizó aún más mientras ambos compartían sonrisas. Fuera del Café, las primeras gotas de lluvia dibujaban patrones en los vidrios del escaparate.

Las mismas gotas de lluvia que contemplaba madame Valais desde su despacho en la pensión Saint Roman. Desde la partida del ingeniero Park y los rumores sobre su precipitada unión con la última mucama que había contratado el servicio a su cargo, la clientela se había ido en picada.

Como si la mirada cargada de cuestiones y palabras sin pronunciar del rubio fueran más pesadas que cualquier aluvión.

"¿No me cree? Debería enviar alguno de nuestros mozos con la excusa de una vieja carta olvidada en la correspondencia. Así comprobaría el sacrilegio que comenten esos tres inmundos."

La voz de Marie repiqueteaba en su conciencia. Como la lluvia salvaje del peor huracán que podría desmantelar la vida ajena. Espiar la intimidad del ingeniero Park en la granja que había adquirido hacia las afueras de la ciudad era un acto sin precedentes.

Sin embargo, no podía dejarlo a su buena ventura. No cuando el rostro de Min Yoon Gi se le aparecía como una mala broma en su raciocinio.

Aquel sucio mendigo se estaba aprovechando del señor Park y alguien se lo tenía que hacer notar. Mei también se aprovechaba, pero al menos sería tolerable por su condición de mujer, o eso pensarían los demás si el escándalo de que había albergado a dos sodomitas por al menos tres meses bajo su techo se hacía correr.

No, no estaba escuchando a la razón cuando el auricular del nuevo teléfono que mandara a instalar en su despacho cubrió los tonos de la línea.

—Con el señor Eiffel, sí... es un asunto que no debe esperar...

Tamborileó con los dedos sobre la mesa de caoba del escritorio. Sus uñas, muy semejantes a las garras de una vieja ave de rapiña trastabillaron cuando el hombre estuvo al teléfono.

—Señor, tengo algo que decirle sobre uno de los ingenieros que trabaja en el proyecto de expansión de las telecomunicaciones en la Torre Eiffel, su nombre es Park Jimin...

Una sonrisa agria afiló las facciones enjutas de madame Valais mientras procedía a sembrar el germen del prejuicio en el hombre que había diseñado la excelsa torre.

Hacer caer una reputación era tan fácil como echar a volar una hoja en el viento. La furia de la tormenta desarrollándose fuera del calor del hogar colocaba las alarmas en un hombre de cabellos dorados y ojos a juego.

—¡Maldita sea! ¿Por qué suele ser tan testarudo?

Detrás de la agitación que albergaba el pecho de Park Jimin, una figura menuda, envuelta en muselina de color rosa se concentraba en terminar el bordado sobre el pequeño tambor de su caja de costura.

Kang Mei Lin, ahora apellidada Park, atravesaba por el séptimo mes de su embarazo y su aspecto traslúcido solo hablaba de la fragilidad de su salud en aquellas fechas. Aún así la paz que coronaba sus facciones casi con indulgencia se filtraba en cada pequeño ademán.

—No des más vueltas. Debe estar al llegar. Ya sabes lo terco que es.

Afirmó ella sin perder el recorrido de la aguja de coser en la tela. Jimin resopló. La opresión que sentía en el pecho no era para tomarse las cosas a la ligera. Yoongi había salido en la mañana con la promesa de cancelar su trabajo en la oficina de correos y desde entonces el cielo no había parado de coronarse con nubarrones agresivos.

Estaban a tres horas de París en coche. Yoongi se había llevado un caballo. Qué podía haberlo demorado tanto para no estar de vuelta en casa antes de la seis.

Algo definitivamente estaba mal. Jimin negó antes de revolver la correspondencia sobre su escritorio. Dos cartas de su madre y una de la oficina de Alexander Eiffel, esa última no la había abierto y el terror que ahora le amenazaba en sus entrañas solo parecía diezmar más su razón.

Lo último que podría soportar ahora sería que le cerraran el contrato en París fuera por la idea de no ser necesario para la expansión del cableado desde la torre al resto de la ciudad o de su intempestivo matrimonio con Mei.

Solo se le ocurriría pensar en malas noticias mientras los truenos retumban en la estancia y la cortina de agua en el exterior sólo parecía aumentar su violencia.

—¿Qué haces? Si sales a la lluvia y Yoongi llega primero conseguirás que se preocupe...

Mei estuvo tentada a dejar su cómodo puesto sobre el alféizar de la ventana para enfrentar al ingeniero. Jimin se ajustaba los guantes mientras iba camino a tomar la capa de su abrigo. Sus ojos color miel la fulminaron en un solo ademán.

—Suelo escuchar a mi instinto siempre. Algo anda mal con Yoon, no esperes que me quede aquí devanándome los sesos cuando casi no puedo respirar de la angustia.

—Jimin... no es...

—Sí lo es, apuesto lo que sea que el amor que sientes por tu hijo es igual. No estoy en tu piel y tú no estás en la mía. Ese hombre que tú también has llegado a querer... ese hombre es mi mundo entero. No me pidas ser racional, porque siempre le creeré a mi corazón. Volveremos pronto, Mei.

Concluyó antes de retirarse de la estancia a grandes zancadas. Mei suspiró. Jimin había tocado el sensible nervio que ella misma se esforzaba por ocultar.

La única clase de amor que Yoongi podría dispensarle era el dirigido a una hermana. Uno cuya pureza e incondicionalidad era irrevocable y que para pesar de su lado más codicioso, seguía teniendo el regusto de lo insuficiente.

La chica de cabellos color azabache se acarició el abultado vientre mientras reparaba en la oscuridad del campo bajo la tormenta. El molesto emisario empaquetado con el nombre de los celos la llevó abandonar la costura y deslizarse hasta el otro punto de la habitación.

La correspondencia destinada al señor Park Jimin reposaba allí como una invitación ilícita a cometer el pecado de la ira.

Los dedos finos de Mei se dirigieron a la única carta que podría marcar un antes y un después en sus vidas. Aquella sellada con la iniciales E. A y el logo de la compañía de telecomunicaciones que ponía en peligro a las escribanías en París.

Una lectura superficial y la palidez terminó de enfundar el rostro ya de por sí alabastrino. Mei necesitó sentarse mientras meditaba qué podía hacer para defender la honra del hombre que en nombre de su amado le había salvado. Increíblemente los celos y las ansias de una venganza ilógica habían sido derruidas por aquellas notas.

"Le visitaré en estos días, no con el afán de comprobar la gravedad de esta acusación, sino para encontrar al amigo que desde Japón siempre ha estado a mi lado.

Atentamente, E. A"

El nudo en la garganta de Mei bajó a duras penas mientras se humedecía los resecos labios con la lengua y reunía toda su estabilidad para seleccionar un cuaderno de los tantos con los que trabajaba su esposo e improvisar las líneas que trazarían la frontera a fin de proteger a Jimin y a la otra persona con la cual estaría en deuda siempre.

Mientras esa agitación llenaba el despacho privado del ingeniero en su nuevo hogar, el camino de entrada a la granja era poco más visible que un tormentoso nubarrón. Por segundos, Jimin creía que su visión periférica menguaba cuando la desesperación gobernaba cada fibra de su ser.

Tentado a vociferar el nombre de Yoongi al espectáculo destructivo de la naturaleza en esos instantes, apretó los dientes mientras arreaba a Zion, el fuerte pura sangre que Hoseok le regalara como ajuar de bodas.

—Vamos, vamos, tenemos que encontrarlo muchacho.

Alentó al animal casi acostándose sobre el lomo empapado por la lluvia. Era casi imposible avanzar contra la cortina de agua y la agresividad del viento.

El riachuelo que en los días solía delimitar la propiedad del resto de los terrenos ahora se había convertido en un verdadero problema. Incluso cuando Jimin le murmuraba a Zion que se mantuviera en calma ni él mismo podía contra la fortaleza de la tormenta.

Un último estallido sobre el cielo, como un cataclismo anunciando tiempos decadentes en una historia condenada al fracaso terminó soltando las riendas del animal al punto de hacer que el cuerpo de Jimin perdiera el equilibrio hasta quedar tendido sobre la yerba y el barro que separaba la orilla de las piedras agrestes.

"Dios, por favor."

Se atrevió a implorar mientras se arrastraba sobre el vientre en un intento desesperado por escapar de la corriente. A lo lejos el vendaval empeoraba unido a los relinchos de Zion antes de huir despavorido en dirección a la granja.

"Excelente plan de rescate. Debo dejar de ver fantasmas donde no los hay."

Se recriminó una última vez antes de percibir que sus manos casi no podían sostenerse de la raíz que tozudamente le anclaba a tierra. Fantasma o no. Jimin cerró los ojos en una oración sin sentido antes de percibir la sombra que se cernía sobre su cuerpo.

Estuvo a punto de soltarse de la rama, más por la impresión que por el hecho de ser vía de escape hasta que la luz de un relámpago le permitió reconocer esos ojos.

Con cierta dificultad Yoongi se dobló sobre la linde del riachuelo para jalar a Park pasando las manos bajo el hueco de los hombros. El ingeniero batalló un poco más. Dejando que la corriente le arrebatara el calzado para caer literalmente entre los brazos de Yoongi.

Jadeando sobre el esfuerzo, ambos se encontraron bajo la cortina de agua. El pintor no pudo evitar sonreír mientras le apartaba la empapada melena color trigo para descubrir sus facciones preocupadas.

—Te tengo, cheriè...

Musitó en aquel tono cómplice y las lágrimas de Jimin se confundieron con la lluvia. No podía explicarlo, no contaba con los elementos que apelaran a una lógica verdadera pero lo sentía en su acelerado corazón. Una cortina de stratus sería la única testigo antes que el velo de la culpabilidad fuera extendido entre los dos.





"A veces quisiera ser tan simple como el propio viento. Recorrer ciudades, impregnarme en los ecos ajenos. Danzar bajo la lluvia de tonos purpúreos y llenar mi corazón de la paz desinteresada de no pertenecer a ningún lugar en particular.

Sin embargo, es demasiado tarde para darme ese lujo. Tú has llegado como la peor de las tormentas. Sigue lloviendo en mi alma y yo... no quiero ver la lluvia cesar..."

PJM, Junio de 1904, París, Francia






~NUVOLE BIANCHE~

Notas:

Stratus: extensas capas nubosas que traen con frecuencia lluvia continua.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro