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🏁 26. La significativa existencia de Kira Russo 🏁

Advertencia de contenido: No chiquis, perdón no hay sexo, esta vez toca servir ✨salida del clóset✨ y por consiguiente, homofobia/bifobia. Cuídense mucho, por favor.

🏁🏁🏁

—Escúchame bien: sé que son vacaciones pero vas a pasar por un montón de entrevistas en programas locales, ya te pasé el cronograma y espero que lo hayas revisado. También tendrás que grabar sketches para tus patrocinadores, es muy importante que los cuides con tu vida porque son los que nos van a ayudar a salir al fin de ThunderBolt. No digas nada respecto a la siguiente temporada, si te preguntan por un nuevo contrato, ya sea con ThunderBolt o cualquier otra escudería, no sé, solo di algo como "se vienen cositas" y sonríes. Reduje tus sesiones de gimnasio, pero debes mantenerte, y lo más importante de todo es...

—Ya sé, amor, no voy a olvidar mis vitaminas...

—Y también, si en las entrevistas intentan que respondas sobre alguna rivalidad o quién te cae mal en el paddock...

—Lo boludeo y le cambio completamente el sentido a su pregunta —respondió Kira, orgullosa de recordar todas las instrucciones.

Lía sonrió también.

—Esa es mi chica —murmuró antes de darle un pequeño beso y ayudarla a tomar su equipaje. En sus manos tenía lo más importante, a Caucho, y también llevaba su propia cámara de video—. Buena suerte, te mereces todo el amor que vas a recibir.

Kira no supo qué responder, porque quería creer que no iba a ser para tanto, pero con cada paso que daba, los gritos eran más audibles, y sus pies la impulsaban a correr lo más pronto posible las escaleras eléctricas del aeropuerto de Ezeiza.

«¡Kira, Kira, Kira...!»

No pudo más y corrió hasta encontrarse con todos los fanáticos que habían ido tan solo a recibirla, como si ya fuera toda una campeona. Y luego de cuatro podios y dos victorias en la mitad de su primera temporada, era claro que era todo un símbolo de orgullo para su país.

Lía aún bajaba por las escaleras eléctricas, con su videocámara encendida en el momento en que la piloto abrazaba a sus fanáticos, posaba para fotos con ellos y firmaba mercadería y fotos sin querer dejar a nadie atrás. Tal vez tardarían mucho tiempo, pero a ninguna de las dos les importaba, incluso luego de haber hecho tantas escalas y que de verdad les urgiera descanso o una ducha.

Todo lo que veía era desconocido para Lía, pero a la vez le transmitía un sentimiento de familiaridad porque podía entender a todas esas personas reunidas allí tan solo para felicitar y darle la bienvenida a Kira a su hogar.

Incluso solo haber llegado a la máxima categoría del automovilismo era un logro digno de orgullo, y Kira siempre había representado a su país con profundo cariño, sin dejar de ser ella misma en un mundo donde era muy sencillo apartar a todos aquellos que no se apegaban al estándar. De un modo u otro, Lía sabía de eso.

Cuando había llegado mediante una beca a la Universidad de Barcelona, guardaba muchas expectativas y nervios. Era su primera vez tan lejos de su país, y después de todo lo que se había esforzado en sus estudios, tenía ganas de lograr algo importante, que la hiciera sentir orgullosa de sí misma, y tal vez a su madre. La despedida fue complicada, puesto que su mamá pensó que solo tenía intenciones de reunirse con el hombre que la había abandonado, aunque en ese momento no había sido así. Pero sí quería estar lejos de su educación estricta y poder ser más ella misma, y formar sus propias ideas y crecer en paz.

La realidad no tardó en golpearla, y no le molestaba esforzarse más, pero se sentía más juzgada de lo usual. Ya no era la chica sin padre, o la chica sin novios que nunca salía a ninguna parte, pero sí era la chica del acento gracioso que no paraba de estudiar por miedo a perder la beca y regresar a su país.

Encontrar a Alicia hizo un poco más sencilla esa época, pero inevitablemente seguía siendo la chica tímida que tenía miedo de hablar en público porque siempre escuchaba risas y estaba tan cansada de explicar de dónde venía, que comenzó a trabajar en borrar su acento lo mejor que podía, y eliminar la mayoría de los modismos propios de su país de su vocabulario, y pronto su compañera no tardó en hacer lo mismo. Ambas estaban seguras de que sería lo «más profesional».

Conocer a una muy joven Kira Russo que ya llevaba algún tiempo enfrentándose a un mundo muy similar completamente sola había sido una gran sorpresa para ella, sobre todo porque nunca parecía tener miedo o vergüenza de ser ella misma. Por supuesto que era importante que aprendiera lo más pronto posible qué decir o no frente a una cámara, y aunque muchas veces tenía que rogárselo o regañarla, en el fondo sentía orgullo al verla ser tan natural y valiente, y no tenía intención de quitarle jamás eso.

Incluso si a las marcas del exterior pudiera molestarles que no proyectara una imagen que se apegara más a ellos, quería que todas las personas que soñaran con ir más lejos la vieran y nunca tuvieran miedo de ser quienes eran y demostrar de dónde venían.

Kira Russo no solo simbolizaba un sueño cumplido, sino también todos los sueños por cumplirse. No solo para niños que empezaban en karting deseando llegar tan alto como ella, sino, sobre todo, para las niñas que tendrían que recorrer un camino el doble de difícil, pero ya con la esperanza y certeza de que sí era posible.

Durante todo el viaje en tren a La Plata, Kira permanecía pegada a la ventana, señalando cada lugar de importancia a Lía, la mayoría con sus propias anécdotas, o dónde le parecía que habían los mejores helados, y su representante también miraba con fascinación el paisaje, como algo totalmente nuevo a sus ojos después de todos los lugares que ya había recorrido por su trabajo, sin dejar de grabar todo con su videocámara, o más bien, a la piloto en sí.

Le había dicho a Kira que se trataba de un proyecto personal y que quería tener todo el material posible, no solo del viaje, sino de todo lo que conformó su pasado hasta convertirla en «La chica del momento». Eso las llevaría hasta el lugar donde había crecido, donde recibió ese primer kart y vio las primeras carreras por televisión.

Al llegar al vecindario, sabían que tenían que ir a la casa que ni siquiera podía verse debido a toda la gente que estaba afuera esperando, como si ya hubiera empezado una fiesta. Desde familiares lejanos y vecinos, todos estaban allí esperándola.

Lía seguía grabando cómo la piloto recibía un abrazo tras otro y no dejaba de sonreír para las fotos. Más que nunca, era la chica del momento.

Avanzaron hacia el patio trasero, donde reconocieron el olor a asado y Kira abrazó por detrás al cocinero, con mucha fuerza, como si lo hubiera extrañado una vida.

—¡Princesa!

—¡Pa, te extrañé un montón!

El abrazo duró un par de minutos que Lía miró enternecida, sin una pizca de envidia porque se sentía parte de aquello y porque estaba completamente segura de que Kira se merecía el mundo entero.

—¡Vení Lía! —dijo ella tomando de su mano—. Te presento al fin a mi papá; pa, ella es Lía Montecruz, mi mánager.

Se sentía muy tímida ante el hombre, pero aceptó el abrazo, incluso si era más fuerte de lo que se había esperado.

—Así que vos estuviste cuidando a mi princesa todo este tiempo, sos mucho más chica de lo que pensaba—halagó el padre de Kira, y Lía no supo responder que era normal que la vieran un poco más joven de la edad que tenía. Tampoco iba al caso—. ¿Te volvió loca, no?

—¡Pa! Qué pensás...

—Para nada —rio Lía.

—Oh, no me estaba olvidando. Él es Caucho, mi bebé. —La piloto sacó al fin a Caucho de la jaula que llevaba Lía, y lo acunó en sus brazos—. Conocé a tu abuelo, Cauchito.

Por suerte, el perro siempre era demasiado amigable y le encantaba dejarse acariciar y morder de vez en cuando como un juego. Lía decía que había adquirido esa costumbre de su madre Kira.

—Princesa, andá a la cocina a saludar a tu madre, que está haciendo la ensalada de papas.

—Voy. Vení conmigo Lía. Pa, cuidá un rato a Caucho y dale un poco de carne, ¿si?

Kira tomó de su mano, y antes de cruzar hacia la entrada de la cocina, era notable que estaba más nerviosa. Incluso iba más lento como si quisiera postergar un poco más ese momento, y aunque Lía quiso sujetar su mano más fuerte, Kira no tardó en soltarse y acercarse solo un poco a la mujer que estaba en la cocina.

—Hola, ma... —saludó tímida.

—¡Mi amor, llegaste al fin!

La mujer dejó lo que estaba haciendo para abrazar a la piloto y ella correspondió el abrazo un poco suave al principio, pero no tardó en apretarla con más fuerza.

—¿Estás cansada del viaje? ¿Podés ayudarme con la cocina?

—Ah... —Instintivamente miró a Lía como su salvación—. Ma, te presento a mi mánager, Lía Montecruz...

La mujer alzó la cabeza hacia ella, escudriñándola en cuestión de segundos.

—¿No está muy joven para ser tu mánager? ¿Segura que sabe hacer su trabajo?

No se había tomado la molestia de siquiera bajar el volumen, y Lía alzó una ceja, cuestionante. Lo sabía, como mínimo se le iba a escapar una mala mirada.

—¡Ma!

—Bueno, bueno... —suspiró—. ¿Y qué hace aquí? Son tus vacaciones.

—También tengo que seguir trabajando... —murmuró, sin saber si debía recordar la conversación telefónica que tuvieron en Mónaco, o mejor no—. Tiene que grabar unas cosas, y quería conocer acá.

—Ah bueno, ¿y no venís con nadie más?

Por supuesto que lo recordaba...

—Con Caucho, pero está con mi pa. Luego te lo presento. Perdoná pero voy a mostrarle unas cosas a Lía, mi pieza está tal cual, ¿no?

—Sí, sí, tus trofeos y todas esas cosas están ahí.

Kira tomó la mano de Lía una vez más para llevarla a una de las habitaciones, encerrándose con ella al instante.

Se dejó caer enseguida sobre la cama, que llevaba un edredón con motivo de estrellas que brillaban en la oscuridad.

No quería mirar a Lía en ese instante por la vergüenza. Sentía que había hecho todo mal, pero en el momento, las palabras no le salían.

Lía apagó la cámara y se acercó a sentarse cerca de ella. Tocó su cabello mientras ella se tapaba el rostro con sus manos.

—Perdoname... —murmuró aún sin querer ser vista.

—¿Por qué? —preguntó Lía aún acariciándola.

—Vos sabés por qué.

La rubia decidió acostarse a su lado, mirándola aunque Kira seguía cubierta.

—No tienes que decir nada, te juro que no me importa.

—Es que a mí sí me importa —suspiró, sacando sus manos al fin de su rostro—. No era así como quería que fuera. Qué sé yo, tenía que haberte presentado de otra forma...

—Kira, soy tu mánager...

—Sos mi novia —afirmó molesta consigo misma—. De verdad quiero hacerlo, te lo juro...

—Está bien —murmuró Lía—. Tómate tu tiempo igual. Y enséñame todo lo que tienes aquí.

Eso parecía haberla animado, y Lía supo que debía volver a encender su cámara y no tardó en encontrarse cara a cara con una imagen de cartón tamaño real de una Kira de quince años sonriente, con su uniforme de karting azul, y una manguera de gasolina. Estaba oculta detrás de la puerta y ahora parecía saludarlas a las dos.

—¿Me la puedo quedar? —dijo Lía tratando de aguantar la risa, pero sentía más ternura que nada.

—No —respondió avergonzada la piloto. No era ni siquiera lo primero que encontrarían de su época de Chica YPF—. ¿Qué querés ver primero?

Se agachó hacia una de las repisas en busca de las fotos que debía guardar de todos sus podios de karting. Entre ellas, encontró también unas revistas, catálogos, y una caja donde guardaba accesorios para hacer pulseras.

Lía tomó uno de los catálogos y vio con curiosidad la caja. La cámara estaba encendida.

—Para pagar los gastos de cada carrera, ya sabés, inscripción, mantenimiento y las gomas, tuve que sacar algunos trabajitos —rió mostrándole las pulseras a medio hacer—. Empecé vendiendo dibujos en la escuela, después pulseritas y también Avon y Cyzone.

Lía sonrió.

—Yo también ayudaba a mi tía con la revista de Yanbal. ¿Me harías una pulsera?

Kira sintió que era de esas pocas ocasiones en las que la vergüenza le calentaba su rostro.

—Tengo un montón de tiempo sin hacer una...

—Está bien —aceptó Lía sin problemas—. Háblame un poco de tus primeras carreras, y enséñame todos los trofeos.

Se habían pasado un poco más de una hora desempolvando recuerdos de los que Kira recordaba con mucha precisión algunos detalles, como veces en las que quería ir más rápido porque necesitaba ir al baño, entrevistas donde empezaba a mencionar con toda la valentía su sueño de llegar a la Fórmula 1, o incluso de los niños que hacían rabietas delante de ella sin poder aceptar que habían perdido. Cada trofeo y foto guardaba su propia historia, y Lía estaba complacida de poder guardar los detalles necesarios.

—Me gustaría... Cuando ya me consolide como piloto de Fórmula 1 y me sobre la guita, quisiera construir mi propio circuito de karting, y dar clases de vez en cuando. Creo que solo podría en vacaciones, pero me las arreglaría, y podría ayudar a muchos niños con sus gastos para las competencias, porque yo lo necesité un montón. Me gustaría saber que después de mí habrá muchos más persiguiendo el mismo sueño y que les será más sencillo...

Lía la escuchó con ilusión, deseando que ese sueño pudiera cumplirse pronto y poder ayudarla como siempre en lo que necesitara.

De repente unos golpes en la puerta irrumpieron con la vibra de nostalgia, y las dos chicas miraron asustadas como si casi las hubieran atrapado.

—¡Kira, ya está la comida! Vení a servirle a tu amiga.

Suspiraron de alivio, pero la calma no le duró mucho tiempo a Kira.

—Le voy a decir.

—¡Kira, no!, no es necesario... —Lía trató de detenerla.

—No es solo por vos, siempre quise decirle y más ahora, así que sí es necesario —decidió.

Lía suspiró, tratando de contemplar todas las opciones como era posible.

—Ok, pero voy contigo...

—No —negó Kira, sintiendo un poco más de nervios—. Quedate acá un momento, si todo sale bien, salís...

—Kira...

—Vos siempre querés enfrentar las cosas que no te gustan sola por miedo a que salgan mal y yo lo vea, dejame hacer lo mismo por una vez —reclamó la piloto antes de abrir la puerta.

La rubia hizo un mohín.

—Tampoco era necesario hacerlo tan personal... Suerte.

—Gracias...

Al salir, vio a su mamá en la mesa sirviendo la ensalada de papa con huevo y mayonesa en los platos en los que había carne.

—¿Mi pa no viene todavía?

—Se quedó hablando con las visitas que vos tenías que atender —replicó la mujer un poco molesta y Kira asintió antes de que Caucho entrara en busca de su dueña y ella lo recogiera.

—¿Ya conociste a Caucho?

—¿De qué calle lo sacaste?

—De una de Monza, pero está sano, con todas sus vacunas y puede viajar...

Su madre hizo una mueca y Kira instintivamente abrazó más a su perro como si quisiera protegerlo de los malos comentarios, y aprovechando que aún no llegaba su padre, decidió que empezaría por lo más difícil primero.

Respiró profundo y las manos empezaron a sudarle.

—Um, sobre lo que hablamos la otra vez, sobre si salía con alguien...

—¿Qué pasó mi amor? ¿Ya terminaron? —preguntó su madre con preocupación al ver su rostro tan nervioso.

—¡No, no! Es que sí vino conmigo para presentarla... —murmuró despacio, antes de soltarlo todo—. Es Lía. Es mi novia...

Su madre dejó automáticamente el plato sobre la mesa, conteniéndose apenas de no dejarlo caer o tirarlo, y Kira tragó un poco de saliva. De repente sentía más miedo del que le pudiera dar la pista más sinuosa o una carrera bajo la lluvia.

—¿Tratás de decirme que ahora sos lesbiana? —respondió con indignación cargada en su voz.

—¡No! Soy bi, ma, sabés que tuve novios, pero me gustan también las chicas. Me gusta muchísimo Lía...

—¡Dejate de pelotudeces!, te fuiste a Europa solo para poder hacerte lesbiana sin que te rompa las pelotas.

—¡Me fui porque quería correr! Pero también agradezco que pude vivir mi vida sin que estés juzgando mal todo lo que hago y lo que no...

—Ah, entonces la culpa es mía ahora, y me traés a tu novia esperando a que acepte que no solo no te voy a ver nunca por tu trabajo sino que también sos lesbiana...

—¡Quería que fueras feliz por mí por el simple hecho de que soy feliz a pesar de no seguir la vida que soñaste para mí! ¡Esperaba que eso pudiera ser suficiente! Pero haga lo que haga, aunque gane el campeonato y todo el mundo celebre por mí, vos jamás serás feliz porque no hago las cosas que vos querés que haga —gritó exasperada con los ojos humedecidos. Respiró profundo para tratar de deshacerse del nudo en la garganta aunque era inútil—. Dejala ahí, ma. Ya entendí.

No quiso esperar más y fue a su habitación a ver a una Lía con rostro preocupado y triste. Definitivamente lo había escuchado todo.

—Vámonos...

Obedeciendo, Lía guardó su videocámara en su bolso y salió muy despacio del cuarto, y alcanzó a ver a la madre de Kira muy molesta aún, pero negándose a decir algo más. Ella tampoco tenía nada que decir; en realidad, quería decirle muchas cosas, pero todas las palabras morían en sus pensamientos, como siempre que había querido rebatir a sus padres.

Una vez más, con todas las probabilidades jugándole en contra, Kira Russo había elegido ser valiente.

Lía sostuvo a Caucho cuando pasaron por el patio una última vez, para que Kira pudiera despedirse de su padre.

—Lo siento pa, no me puedo quedar. Te llamo más tarde y acordamos un día para salir, ¿sí? Te amo mucho...

Y parecía que el señor tenía muchas preguntas en mente, pero con solo ver a su hija remordiéndose apenas las ganas de llorar, era suficiente.

—También te amo, cuídate princesa.

Al salir del vecindario, tuvieron que esperar algunos minutos por el uber que Lía ya había llamado.

—¿A dónde iremos? —preguntó Kira luego de ver que su plan de quedarse en su casa se había arruinado por completo.

—Ya reservé un departamento —respondió Lía mientras tecleaba en su teléfono.

—Posta, ¿en qué momento?

Lía bajó su celular.

—Um, cuando empecé a escuchar los gritos... 

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