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Traición

Es tan básico para los hombres querer algo; lo piden y se les concede. Ojalá así pasara cuando nosotras queremos progresar. Las cosas nos lloverían del cielo, así como a ellos todo les llega fácilmente. Si desean un hijo, es nuestra obligación cumplir su deseo. A veces creo que Santa Claus es una excusa convencional para recordarle a los padres que tienen hijos.

—¡Desnúdate! —dijo el hombre tumbado.

Asentí con una sonrisa complaciente. Mis prendas cayeron fácilmente; no sé si era por el exceso de ejercicio o porque mi cuerpo ya estaba delgado.

—Quítate las bragas y también el sostén —se acercó seduciéndome.

Reconozco que lo logró, porque de repente ya nada me cubría.

—Veo que ya no tienes nada de grasa. Por fin bajaste todos esos kilos.

—¡Sí! —dije avergonzada.

—Ahora debes seguir con la misma dieta. También debes depilarte; es repulsivo una mujer así.

—¿La misma dieta? ¿Depilarme?

—Sí, quiero una mujer, no un animal.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Tú quieres una niña; las niñas no tienen vello púbico, y a mí... Me gusta mi vello púbico.

—Entonces debemos dejar de vernos.

—Eres un idiota... Estos meses hice muchas cosas solo por ti. Primero me pediste adelgazar solo porque te daba pena estar con una mujer gorda. Y luego, lo hice. Ni siquiera sabes que solo bebo agua, y es frustrante ver tus costillas. Y luego me pides esto.

—Mi amor, debes saber que en este mundo la apariencia vale más que los sentimientos. Si eso no lo puedes entender, es mejor que busques otra mujer para tu vida. Los hombres somos muy complicados; ya lo entenderás después de que me obedezcas.

Me armé de valor... Nunca debí escucharte. Admito que eres bueno convenciendo a la gente. Pero me doy cuenta de que no está mal ser gorda, ni tener curvas. Quizás me convencí de que ser delgada me mostraría otra parte de mí. Pero nunca fue así. Escuché a otros y me olvidé de mí. Ahora entiendo que podemos odiar lo que tenemos, pero tener o no tener algo no implica que siempre debamos cambiarlo. A veces es mejor dejar las cosas como están y mantener todo en su lugar.

—¡Malagradecida! —gritó.

—Estoy siendo muy honesta, incluso conmigo misma.

—Antes parecías un maldito buñuelo. No hablo de saber a rico, sino lleno de grasa. Eso eres, una bola de grasa.

—Te odio —dijo, llorando.

—Quizás por eso nunca has tenido novio, al menos ya sabes la verdad —respondió él.

Sus ojos, enrojecidos de tanto llorar, intentaron mantenerse en pie.

—Al menos yo también sé por qué has estado solo —añadió ella.

—No lograrás convencerme —afirmó él.

—Por tu maldito pene que no trae más que semen y poco placer. Ni siquiera sabías dónde estaba mi clítoris. Maldito idiota.

—Repite eso y te mato —dijo él.

—Mal...di...to i...di...o...ta —ella respondió.

Se acercó hacia ella, haciendo todo lo posible por parecer un caballero, pero esa noche había mostrado su verdadera cara.

Ella se debilitó, tratando de mantenerse en pie tras el golpe en la cabeza. Su nariz no paraba de sangrar.

La gente alrededor de ellos no intervino; era una pelea en la que ambos se estaban lastimando mutuamente. Era la primera vez que me sometía al primer golpe de un hombre que creí amar.

—¡Alto! —exclamó una mujer, llamando la atención.

—¡Perra! —la agarré al darme cuenta de que estaba grabando todo para su canal de YouTube.

Ese día me di cuenta de que la gente no hace nada. Somos tan individualistas que nos da igual si matan a un familiar; de hecho, nos da risa. Porque eso somos: gente mala.

—Llamen a la policía —grité.

Caí al suelo, exhausta por los golpes. Pero lo que realmente me llevó al hospital no fueron los golpes, sino la traición de él al sacar su pistola.

—La única forma de mantener a una mujer callada es mandándola a la tumba —susurró.

La gente, impactada, sacó fotos de la víctima. No hizo falta un periódico; pronto las noticias alterarían la situación. Quizás dirían que fue por celos, envidia o amor. Las historias venden más cuando los hechos se distorsionan en comparación con la realidad. Pero solo así una historia se vuelve conocida.

—¿Alguien vio al asesino? —preguntó alguien.

—Nadie, señor —respondieron.

—Curioso cómo las feministas se quejan de todo, pero en situaciones como esta protegen al perpetrador. ¿Cómo llamarías a eso? —dijo el policía.

—Yo no apoyo eso, así que no generalice —contesté.

—Todo el mundo oculta los hechos, ya sean hombres o mujeres. Porque para sobrevivir en este mundo, el silencio es importante.

Desperté asustada. Qué mal que los sueños no siempre son esos; a veces es más cruel entender que esos sueños son la base de un mundo imaginario del que quisimos que fuese. Qué mal por nosotros los sensibles y soñadores.

—Tu padre está afuera —me dijo una enfermera.

—No quiero verlo.

—Él insiste —prosiguió la enfermera.

Aunque sentí algo de pánico al no saber cosas que un niño no entiende. Solo se queda mirando los hechos sin siquiera reconocer el bien o el mal en ellos. Al menos ellos no nos juzgan de pequeños, porque cuando crecen empezamos a reconocer que ellos juzgan a sus padres, su familia e incluso sus etnias.

—Quiero respuestas. Salí del consultorio con determinación; aún necesitaba saber si mi padre era consciente de la infancia tan dura que nos hizo vivir. Ojalá todos fuéramos capaces de olvidar, aunque a veces seamos de mala memoria, siempre recordaremos algo que nos regrese a ese tiempo de caos y lleno de dolor.

—¿Tú mataste a mi madre?

—Maldita loca, sigues con eso.

—Quiero respuestas.

—Ella se mató.

—¿Eso no me dijeron mis abuelos?

—Hija, ya pasó mucho tiempo.

—¿Y?

—Ella sufría de depresión, no deberías culparme. Desde que naciste, hiciste nuestra vida una miseria. Qué chistoso es conocer a gente que dice que los hijos son una bendición; realmente son una maldición. Ilusos somos por creer que podemos con todo, y no es así. No podemos ni con nosotros mismos, ni con nuestros demonios que viven a diario en la posibilidad de deshacer nuestros errores. Ella ya estaba muerta cuando tú naciste; tú la ayudaste a que empeorara, y yo, por no poder brindarle lo que ella realmente merecía. Alguien mucho mejor que yo.

Continuará...


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