Capítulo XII
Antonia cocinaba el desayuno alegremente, hacia huevos, tostadas, tocino y café. Cuando se giró porque sintió a Eduardo observándola, le sonrió abiertamente se acercó a besarlo y le dijo que le serviría de comer pronto.
Eduardo se sentó, y desayunaron juntos conversando de la película que vieron la noche anterior y de los planes que tenían para ese día.
Eduardo dijo que debía ir a cambiarse a casa pero que regresaría en una hora para que fueran a comprar y después a la fiesta.
Cuando Antonia se quedó sola se alegró de tener a Eduardo en su vida, la noche anterior la había apoyado y defendido de Sofía y Roberto, se sonrió al ver la cara de ambos al verlos juntos.
Dejó que un sentimiento tibio le llenara el cuerpo, si se dio cuenta que se había enamorado de Eduardo, es muy probable que sintiera algo por el desde hace algún tiempo, cuando intentaba huir de él, no era porque le desagradará era porque le parecía muy atractivo, con ese espíritu libre con sus emociones a flor de piel, su sonrisa siempre hermosa y sincera...
Decidió limpiar un poco antes de arreglarse para salir.
Mientras Antonia limpiaba Eduardo llegó a su casa, que estaba casi vacía pues Alma y su mamá hacia un rato habían salido para las clases de natación.
Entró en la habitación de Teresa, habló con la enfermera de día y se acercó a la cama, le beso la frente tibia y le susurró un te quiero, la enfermera salió para darles privacidad. Cuando estuvieron solos, Eduardo le tomó la mano y habló:
—Anoche estuve con Antonia, fue una noche maravillosa, no sé cuánto tiempo más podré seguir ocultando nuestra situación. Si tan siquiera tu pudieras hablarme, si pudieras decirme que hacer, te extraño, extraño a mi mejor amiga, mi confidente, lo peor es que siento que cada vez te alejas de nuestro lado, por favor despierta y dime que estoy equivocado, ríete de mi estupidez y dime que juntos solucionaremos la situación con Antonia... se enjugó una lagrima que corría por su mejilla y dijo casi como un susurro- creo que estoy enamorado de ella- y cuando hubo dicho esto fue como si todas las piezas del rompecabezas en su alma cayeran todas en su lugar, sabía que al decirlo en voz alta solo afirmaba lo que su alma sentía desde hace mucho tiempo.
Cuando Antonia terminó de limpiar, se arregló para salir con Eduardo nuevamente, estando lista con tiempo suficiente, revisó su celular pues desde antes de salir la noche anterior con Eduardo no lo había visto.
Vio una llamada y un mensaje de su hermano recordándole del cumpleaños, le contestó que llegarían alrededor de una hora después. Se sorprendió de ver una llamada de su madre, pero después vio un mensaje de Sofía diciéndole que había sido un placer verla anoche y conocer finalmente a Eduardo, que debía de ser un hombre maravilloso al aceptarla a pesar de su pasado. Antonia sintió como algo frio subía por su columna vertebral y le provocaba escalofríos.
Pensó en cómo le podría contar a Eduardo lo sucedido, es probable que él nunca la perdonara o simplemente se daría cuenta de la mala mujer era. Justo cuando estaba pensando en eso, recibió un mensaje de Eduardo que la estaba esperando fuera.
Ella salió a encontrarse con él, para salir de compras.
Cuando hubo comprando unos libros de cuentos para la niña además unos rompecabezas, se dirigieron a la fiesta de cumpleaños, que se desarrollaba al otro de la ciudad.
Después de estacionarse, Antonia estaba algo nerviosa y se retorcía los dedos compulsivamente, Eduardo le tomó la mano le besó los dedos, tranquilizándola casi al instante, fue justo en ese momento que Antonia decidió hacer una pregunta muy difícil:
—¿Cómo debo presentarte? ¿Amigo, compañero de trabajo... n... novio?- preguntó tartamudeando.
—Uhm veamos— dijo él mientras le besaba nuevamente la mano- no me considero tu amigo, soy algo más que tu compañero de trabajo... y pues aun no te he pedido que seas mi novia...
Antonia cambió de colores y dijo:
—¿Amigo especial?— dijo sintiéndose infantil al decirlo.
—Tampoco, bueno ya tengo la solución. ¿Antonia quisieras ser mi novia oficialmente?— dijo mirándola directamente a los ojos.
—¡Sí!— dijo ella mientras lo tomaba de la cara para besarlo.
Cuando se bajaron del automóvil, caminaron agarrados de la mano hasta la puerta, la cual se abrió al primer timbre.
Una pequeña menuda, pálida y pelo negro corrió a los brazos de Antonia, quien la cogió en vuelos y se rieron mientras se abrazaban.
Antonia se dio vuelta y le presentó a Eduardo, la niña lo vio algo seria pero después le dijo:
—Hola, soy Elena, Antonia es mía, ¿tú quién eres?
Eduardo se rió y le dijo: — Soy Eduardo, el novio de tu tía, pero no te preocupes sigue siendo tuya...— Elena rió y se removió para bajarse.
Antonia la bajó, Elena los agarró a ambos de la mano y los llevó a la cocina, donde una guapa mujer de cabello negro estaba cocinando. Al darse vuelta, los vio con ojos muy abiertos
—¡Hola! ¿Eduardo Alcántara?— dijo después de un incómodo silencio.
—Sí, uhm ¿Angélica?— ijo Eduardo después de un momento de reconocimiento.
Ambos se abrazaron como si fueran amigos de toda la vida ante la mirada atónita de Antonia.
Después recordaron que no estaban solos y se dirigieron a Antonia:
—Eduardo y yo fuimos compañeros en la secundaria, ¿recuerdas que yo era porrista?—Antonia asintió con la cabeza—Bueno, él era el mejor anotador en nuestro equipo de baloncesto —Siguió explicando Angélica.
Y girándose nuevamente a Eduardo le preguntó:
—¿Y Teresa? ¿Terminaron juntos como todos en el colegio creíamos?
Eduardo sintió que los colores le subían al rostro pero dijo con toda naturalidad:
—Realmente nada fue como la gente cree... —dándole una mirada rápida a Antonia para notar cualquier cambio en su lenguaje corporal.
Todos se quedaron callados durante unos incomodos minutos, hasta que Angélica volvió a preguntar:
—¿Y qué haces aquí? No es que no me alegre de verte pero es extraño que estés en mi cocina después de tantos años...—dijo sonriendo.
—Es mi... ¿novio?—dijo Antonia desde atrás de ellos.
Eduardo se dio vuelta y le tomó la mano en señal de afirmación.
Angélica los vio un poco, hasta que reparó en sus manos entrelazadas y sonrió:
—¡Vaya! ¿Así que dejaste al idiota de Roberto? ¡Genial! Me alegro mucho por ti—y dirigiéndose a Eduardo dijo—trátala bien sino mi esposo te matará, y no tendré más remedio que dejarlo.
Antonia y Angélica comenzaron a reír ante la cara de asombro de Eduardo y se dirigieron a la fiesta cumpleaños que era en el patio trasero.
Cuando iban a colocar los regalos con los otros, Elena corrió y pidió abrirlo antes que todos. Antonia intentó explicarle que debía esperar para abrirlos todos, pero cuando no hubo modo de hacerla entrar en razón a pareció un hombre alto pelo oscuro y con los mismos ojos grandes de Antonia, tomó a la niña en brazos y le dijo:
—Si mamá se da cuenta se enojará mucho con todos nosotros, pero pueden ir a abrirlo justo después del pastel a mi estudio, ¿Te parece, princesa?—dijo dándole un beso en la mejilla a la niña.
La niña asintió a regañadientes y se bajó para ir a jugar con los demás niños. Cuando estuvieron solos Mauricio se dio la vuelta y abrió los brazos para agarrar a su hermanita menor en un fuerte abrazo de oso.
Ella casi corrió a sus brazos, y suspiró con tristeza al sentirse entre los brazos protectores de su hermano mayor. Fue entonces cuando él habló:
—Hermanita, lo siento mucho. Se lo que pasó con mamá y papá. He estado a punto de ir a quebrarle la cara al burro de tu ex pero Angélica me ha detenido. No puedo creer que él y Sofía te hayan podido hacer esto, especialmente a ti.
Al escuchar esto Antonia comenzó a llorar en silencio, al saber que al menos una persona de su familia le creía a ella y no Sofía y su red de mentiras. Se aferró a su hermano sintiendo como su cuerpo se relajaba y partes de su alma volvían a juntarse.
En ese momento Mauricio se percató de la presencia de Eduardo, y le extendió la mano:
—Hola, Mauricio Nelson, hermano mayor de Antonia para servirte—dijo mientras le estrechaba la mano.
—Mucho gusto yo soy Eduardo, su novio—respondió Eduardo.
Mauricio se apartó un poco de su hermana para verla a la cara, cuando ella le sonrió con ojos suplicantes, él sonrió abiertamente y dijo, dirigiéndose a Eduardo:
—Pórtate bien con ella, es una chica especial, además contigo mi esposa no intentará detenerme de matarte—dijo serio, para comenzar a reírse después.
Antonia fue y abrazó por la cintura a Eduardo, le dio un beso en la mejilla y le dijo que no se preocupara por nada, que todos estaban bromeando.
Eduardo la abrazó y le tomó la barbilla para darle un casto beso en la boca, y verla después a los ojos, y le dijo:
—Aunque no fuera bromeando que lo han dicho todos, tú vales la pena por eso y más, y simplemente está diciendo lo que ya sé, eres una mujer muy especial y querida—terminando esto, le dio un beso un poco más profundo, hasta que escucharon una tos cerca.
Era Mauricio que los miraba con una sonrisa en la cara y los ojos llenos de alegría. Él podía ver que Eduardo realmente sentía algo bueno por su hermana, Roberto nunca lo terminó de convencer pero su madre siempre dijo que era el hombre para Antonia. Se arrepentía de no haber objetado más sobre esa relación, de haberlo hecho, su hermanita no hubiera sido víctima de esos dos malvados.
Cuando se separaron, aun abrazados, Mauricio se metió en medio abrazando a ambos y llevándolos donde se cortaría el pastel de cumpleaños.
Cuando estuvieron allí, Antonia se tensó al ver a sus padres junto a Elena esperando el pastel para cantar. Eduardo y Mauricio sintieron el cambio en Antonia, Mauricio se volvió para verla y le dijo:
—No te preocupes, le dije a mamá que vendrías, que esta es mi casa y que invito a quien yo quiera, además que si le molestaba verte, que mejor no viniera porque tú eres la madrina de Elena y mi hermanita y que no podía evitar que vinieras.
Antonia lo vio sin emoción alguna en el rostro y le dijo:
—No importa, se que son tus padres y los abuelos de Elena, simplemente hubiera agradecido que me avisaras antes de su presencia. Igualmente no creo que ella quiera dirigirme la palabra—y señalando un costado de la multitud de niños prosiguió—me gustaría quedarme por este costado mientras cantamos, después debo retirarme, hoy tengo otros planes, ¿Te parece bien?
Mauricio, sintió el frio que salía de sus palabras, supuso que seguía molesta con sus padres, se limitó a asentir y a darle un beso en la mejilla, le estrechó la mano a Eduardo y se dirigió a donde estaba su hija con sus abuelos.
Antonia sintió la mirada reprochadora de su madre y quiso salirse del abrazo de Eduardo lo antes posible, levantó la mirada y la vio, observándoles a ambos con el ceño fruncido, le sostuvo la mirada un momento y después decidió que no podía más.
Se giró sobre sí misma y le dijo a Eduardo que iría al baño. Se arrancó de su abrazo y casi corrió a la casa.
Eduardo, vio a la elegante mujer que estaba junto a Elena y vio los mismos ojos de Antonia, le sostuvo la mirada un momento, después le sonrió y fue en busca de Antonia.
Él sabía que ese cambio de chica enamorada y hermana y tía cariñosa, a la dama de hielo sin emociones era el muro para defenderse del daño que le ocasionaba el ver a sus padres que la había despreciado.
Entró en la casa y comenzó a buscar el baño, donde debería estar Antonia, lo encontró y la llamó, pero nada, abrió la puerta y se dio cuenta que no había nadie allí dentro, se preguntó si ella había regresado a la fiesta por otro camino donde él no se la encontró.
Regresó donde estaban pero no la encontró. Decidió dar vueltas por la casa a fin de encontrarla. Después de algunas habitaciones y unos minutos, concluyó que no estaba en la casa, decidió salir al frente de la casa.
Al salir no vio a nadie hasta que al afinar un poco su vista la vio echa un ovillo metida en un huevo del árbol al costado de la casa, estaba con la mirada perdida y la cara estoica, pero las lágrimas corrían incesantemente por sus mejillas.
Eduardo decidió subir al árbol para acompañarla antes de que se hiciera daño.
—Hola—dijo cuando al fin estuvo a su lado—¿Estás bien?
Antonia salió del sueño en que se encontraba, lo vio a los ojos y ese momento se percató de sus lágrimas, se las secó con las manos, pero Eduardo le dio su pañuelo, Antonia lo miró incrédula y después comenzó a reír.
—¿Qué pasa?—Preguntó Eduardo.
—En serio no puedes ser más impredecible, jamás pensé que fueras del tipo de hombre que anda un pañuelo en el bolsillo, especialmente uno perfumando—dijo mientras olía el pañuelo.
Eduardo la miró y la besó, mientras le decía: -Me encanta que las personas no sepan cual será mi siguiente movimiento, especialmente tú, sino me dejarías pronto- dijo mientras Antonia reía.
Estuvieron un momento más abrazados, cuando salió Elena, y los vio con ojos de reproche, y le gritó:
—¿Bueno dejarán de jugar en el árbol y vendrán a cortar mi pastel conmigo? —Y queriendo verse mayor se puso la mano en la cadera mientras zapateaba—Quiero una foto con todos, especialmente ustedes, ¡Bajen pronto!—y poniendo cara de inocencia remató con un meloso— Por favorcito...
Ambos rieron y bajaron del árbol. Elena los tomó a ambos de la mano y corrieron juntos a donde estaban todos esperando para partir el pastel.
Cuando llegaron, Elena se puso detrás de la mesa justo con el pastel enfrente los soltó a ambos y les dijo: -Abrácense pronto, para la foto
Antonia y Eduardo rieron, pero obedeciendo a la niña se abrazaron justo antes de que el fotógrafo le dijera que sonrieran, la siguiente foto se incluyeron Mauricio y Angélica.
La última fotografía fue la más difícil para Antonia, pues Elena obligó a sus padres a posar, con lo que ella llamó toda la familia, que incluía a Eduardo.
Cuando las fotos fueron tomadas, Angélica tomó el pastel y lo llevó a la cocina para cortarlo, Antonia quiso ir con ella, pero una mano la agarró del brazo y la llevó detrás de la cerca.
Antonia sabía que era su madre, por el perfume que percibía, pero tenía miedo de verla a la cara.
—Antonia, ¿Cómo es posible que hayas traído a ese hombre al cumpleaños de tu sobrina?—dijo cuando estuvieron un poco retiradas—¿Acaso no tienes la más mínima vergüenza?
Antonia sintió como los dedos de su madre se cerraban cada vez más alrededor de su brazo, quiso soltarse, pero el daño ya estaba hecho, debería de usar mangas durante unas cuantas semanas para ocultar los moretones y los arañazos de su madre.
Justo cuando ella iba a responder sintió la presencia de Eduardo, lo sintió acercarse y tomarle la cintura mientras decía:
—¡Oh! Aquí estas querida, Elena nos espera para completar nuestro trato— y mirando a la madre de Antonia le dijo—Usted debe ser la Señora Nelson, Eduardo Alcántara a sus órdenes, un placer.
La mamá de Antonia, se le quedó viendo primero con desprecio pero después con su máscara hipocresía dijo:
—Un placer señor Alcántara, estoy conversando con mi hija, porque no la espera con Elena adentro de la casa, por favor
Eduardo sintió a Antonia tensarse ante el tono chillón en la voz de su madre, pero decidió que no la dejaría sola nuevamente con esa mujer, aunque era su madre. Tomó firmemente la mano de Antonia, y se alejaron mientras decía: -Lo siento pero la promesa a Elena es inquebrantable, que pase un feliz día.
Antonia no dijo nada, simplemente se limitó a mantener su cara completamente estoica y sin emoción alguna, llegaron donde estaba Elena intentando abrir el regalo que le había llevado ellos, y le sonrió, aunque Eduardo pudo ver que su sonrisa no era del todo real, pues no alcanzaba sus ojos.
Después que Elena viera su regalo y leyeran juntos un cuento de los libros que le llevaron y comenzaron uno de los rompecabezas, ambos decidieron despedirse de Mauricio y Angélica, e irse.
Cuando estuvieron solos en el auto, Antonia aun no decía mayor cosa, avanzaron un poco, hasta que Eduardo se orilló y tomó a Antonia de los hombros y le encaró:
-Dime que te dijo tu madre, ¿Te hizo mucho daño?-diciendo esto le pasó los dedos sobre las marcas que comenzaban a amoratarse en el brazo de Antonia.
—Estoy bien, no me dijo nada, no te preocupes por mí—dijo Antonia sin quitarse la máscara de frialdad.
—Antonia, te conozco lo suficiente como para que no me puedas mentir fácilmente, por favor—y dando un suspiro dijo—sino quieres contarme, no me lo digas, simplemente dime algo, ¿solamente el brazo te lastimó?
Antonia asintió con la cabeza, aunque las palabras de su madre y su mirada de reproche habían hecho aún más daño en su alma que las manos en su piel.
Cuando Eduardo la dejó en su casa, ella se sentó en el sofá y simplemente vio a la nada.
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