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Capítulo IX

Cuando el teléfono sonó Antonia no quería, ni siquiera ver quién era, la noche anterior había recibido llamadas de Sofía y de Roberto, ambos le dejaron correos de voz, Sofía regodeándose que su mamá le había contado lo sucedido, y Roberto diciéndole que ningún hombre la amaría nunca.

Al tercer ring ella decidió enfrentar a quien fuera, pues por ese día estaba cansada de esconderse. Al ver que el nombre de Eduardo se iluminaba en la pantalla, ella sintió como su corazón latía más rápido.

—Hola —dijo algo temerosa, pues podría ser que él, le llamara para decirle que las cosas serían como antes y que no debían decirlo a nadie.

—¿Te desperté? —se escuchó al otro lado de la línea.

—No, ya estaba despierta— mintió, pues no quería que supiera que no había podido dormir.

—¿Cómo te fue anoche?— preguntó él.

—No muy bien, pero mejor cuéntame ¿Qué tal todo en casa? —dijo ella esperando que Eduardo no quisiera indagar más, no estaba lista para poder explicar nada aún.

—Em... todo bien... oye quiero invitarte a cenar esta noche, claro si tienes tiempo, o ¿podemos almorzar juntos tal vez? —dijo el esperando que ella no estuviera arrepentida de lo pasado la semana anterior.

Ella sintió que un peso se quitaba de encima de sus hombros y sin titubear le dijo alegremente, bueno o al menos lo más alegre que podía estar después de esa noche:

—Sí, claro ¡Me encantaría! ¿Te parece si cuando lleguemos a la oficina y revise mi agenda con Ana, nos pongamos de acuerdo?

—Me parece genial, nos vemos en unas horas en la oficina, besos —dijo él sintiéndose más tranquilo. Aunque una punzada de culpabilidad le atacó, decidió colgar antes que ella pudiera decir nada más.

Antonia se quedó un poco más acostada pensando en su vida, y como todo por lo que había luchado algún día, se había desvanecido como por arte de magia: siempre quiso que sus padres estuvieran orgullosos de ella, tenía una amistad de toda la vida, un compromiso duradero, un apartamento, una vida como siempre la había deseado. Ahora no tenía nada de eso y se sintió culpable al darse cuenta, que ella jamás hubiera siquiera pensado en tener ningún tipo de relación con Eduardo y como lo había utilizado él era su tabla de salvación, cuando todo se derrumbó a su alrededor.

Se preguntó si debía revelarle todos sus secretos a cambio. Pero llegó a la conclusión que no debía decirle nada, pues él la abandonaría por eso.

Decidió levantarse y prepararse para trabajar. Recordó que debía buscar un lugar donde vivir y pronto.

Exactamente quince minutos antes de su hora de entrada Antonia estaba estacionando su automóvil, justo al mismo tiempo que Eduardo.

Ella no pudo evitar que una gran sonrisa se formara sinceramente en sus labios. Eduardo no se había percatado de la presencia de Antonia, pues estaba hablando por teléfono algo preocupado y apresurado:

—¡No mamá! Teresa debe quedarse en casa, mientras pueda seguir pagando el cuidado, no existe necesidad de internarla en un hospital. ¡Sabes perfectamente que le prometí que no permanecería apartada de Alma nunca! —Justo en ese momento se percató de la sonrisa y la mirada de Antonia.

Él estaba algo malhumorado, Antonia se preguntó quién era Teresa y que le pasaba, pero al ver la mirada iracunda de Eduardo, sintió escalofríos por la frialdad en ella. Jamás pensó que ese amable y maravilloso ser humano que ella había conocido durante su semana juntos, pudiera ser tan frío en cuestión de horas.

La sonrisa le desapareció del rostro, y decidió no molestarle, se dio media vuelta y caminó, casi corriendo al elevador. Eduardo al darse cuenta de la desaparición de la sonrisa de Antonia, se despidió bruscamente de su madre y corrió a alcanzarla antes que el elevador se cerrará.

Logró llegar justo antes que las puertas se cerraran, y sonrió al ver a Antonia sola en el pequeño espacio.

—¡Hola! —dijo él mientras le ponía los brazos alrededor de la cintura.

—¡Hola! —respondió ella disfrutando del calor que emanaba del cuerpo de Eduardo, absorbiendo nuevamente su olor —siento mucho haber sido inoportuna, no debí quedarme a esperarte, aún no hemos hablado si quieres que se sepa lo pasó entre nosotros, o si quieres que finjamos simplemente que no pasó y yo parada como boba en el estacionamiento mientras te veo, creo que no es adecuado, perdón por eso... —dijo sintiendo como el corazón se le estremecía ante la posibilidad de que la segunda opción fuera la más viable para él.

Él la miró a los ojos, le agarró la cara entre sus manos y después le dio un tierno beso en la boca. Cuando se separó de ella le susurro mientras mantenía su nariz pegada a la de ella:

—Esa decisión es tuya, mi respuesta espero te quedara clara con este beso —la besó nuevamente mientras ascendían hasta el piso donde trabajaban, justo un piso antes de llegar él se separó de ella.

Ella sonrió y se acercó nuevamente para besarlo nuevamente. Cuando el timbre del elevador sonó se separaron y rieron juntos, él le tomó la mano y caminó con ella hasta que la dejó en su oficina, donde el dio el rápido beso y se alejó guiñándole un ojo.

El piso estaba casi vacío, solamente Ana ya estaba instalada trabajando en su escritorio y como un testigo mudo de la escena que acaba de ocurrir, siguió trabajando sin levantar la vista de su computadora.

No se levantó de su escritorio, hasta que Antonia le llamó a su oficina para revisar su agenda.

Antonia preguntó si tenía libre tiempo en su agenda para salir a almorzar, y descubrieron que si pues la reunión para informar los logros de su viaje era hasta las 2:00 p.m.

Tenía algunas visitas que realizar antes pero realmente tenía algo despejada su agenda del día. Justo antes de que Ana se retirara Antonia habló:

—Ana quiero disculparme por no llamarte la semana pasada, mi vida está algo patas arriba, pero quiero que sepas que siento mucho lo de tu hermano y no puedo imaginar el dolor que sientes, cualquier cosa en la que te pueda ayudar estoy a la orden.

Ana simplemente se limitó a sonreírle con los ojos llenos de lágrimas y decirle un casi silencioso gracias.

A las 11:30 a.m. Antonia estaba de vuelta en su escritorio después de las visitas de esa mañana, decidió escribirle a Eduardo para saber si seguía en pie el almuerzo.

No recibió respuesta a ninguno de los mensajes que le envió, cuando eran las doce, Ana se asomó para avisarle que saldría a almorzar y preguntarle si le pedía algo.

Antonia le agradeció, pero decidió que no pediría nada. A las 12:30 se resignó a ir a la máquina expendedora para picar algo, pero justo cuando abrió la puerta de su oficina apareció un agitado pero sonriente Eduardo.

—Lo siento, he salido toda la mañana y había olvidado mi celular en el automóvil, ¿sigue en pie aún lo del almuerzo? —dijo atropelladamente mientras le besaba la mano.

Ella sonrió mientras iba por su bolso. Salieron cogidos de la mano ante la vista atónita de los curiosos que no había salido aún a almorzar.

Fueron a un lugar cercano, pues contaban con poco tiempo antes de la reunión a la cual asistirían los dos. Ordenaron platillos sencillos para acelerar el tiempo de entrega y conversaron de su día.

En ese momento Eduardo decidió que debía saber que había pasado con los padres de Antonia el día anterior, pues su mirada tenía una tristeza más profunda.

—¿Cuéntame cómo te fue con tus padres anoche? ¿Te estas quedando en su casa mientras encuentras tu propio lugar?

Antonia tomó una gran bocanada de aire antes de responder lo más pronto y con la mayor naturalidad que le era posible:

—Mi madre no quiere saber de mí y mi padre siempre la apoya en todo en lo que dice —esto último lo dijo con un hilo de voz, pues estaba a poco de llorar nuevamente pero no quería hacerlo.

—¡Oh! ¡Lo siento! y ¿Dónde te estas quedando? ¿Con alguna amiga? —le preguntó Eduardo.

—No, no tengo muchos amigos... me hospedo en un hotel, hasta que encuentre un lugar para vivir... —dijo ella sonrojándose.

Después de esa breve conversación, siguieron con cosas más triviales, terminando en el trabajo y en como lo presentarían en la reunión más tarde.

Al momento de pagar la cuenta ella insistió que la dejara invitar pues durante el viaje él había invitado a todas las cenas. Y sin que él se diera cuenta le dio su tarjeta al mesero, para que realizara el cobro.

Pocos minutos después regreso el mesero a explicarle que la tarjeta había sido denegada. Antonia no podía creerlo, supuso que era un error y le dio otra, el problema fue cuando rechazaron sus tres tarjetas.

Eduardo pagó sin ningún problema y se fueron del restaurante, Antonia muy avergonzada le dijo que llamaría al banco para revisar cual era el problema.

Al llegar a la oficina tenían el tiempo justo para recoger sus cosas y subir a la reunión, por lo cual Antonia le encargó a Ana que averiguara que pasaba con sus tarjetas.

La reunión se desarrolló entre felicitaciones y palabras de alabanzas para el trabajo en equipo que había desarrollado los dos.

Antonia estaba de excelente humor, por lo que al bajar junto con Eduardo en el elevador le preguntó si saldrían a celebrar esa noche. Eduardo la vio tristeza y le explicó que esa noche no podía pues había estado fuera mucho tiempo y le había prometido una noche de comida casera y películas a Alma.

Antonia le dijo que no había ningún problema y que programaran para otro día cuando él tuviera tiempo, aunque sintió algo de tristeza, se alegraba de saber que Eduardo era un hombre responsable.

Al llegar a su oficina, Ana estaba con cara de preocupación, esperándola con unos papeles impresos en las manos.

Cuando entraron a su oficina Ana le explicó que el banco le había informado que todas sus tarjetas estaban sobregiradas y que su cuenta de banco estaba vacía.

Antonia sintió como la vida se le salía cuando exhaló el aire que había estado reteniendo en sus pulmones desde que Ana había comenzado a explicarle. Se puso a pensar que podría estar mal, y recordó las llamadas de la noche anterior.

Tomo el celular y revisó los correos de voz, uno de Roberto diciéndole que como ya no eran pareja, él había vaciado la cuenta que tenían juntos, en pago por todo el daño moral y emocional que ella le había hecho al abandonarlo. El otro era de "su mejor amiga" diciéndole que gracias por no haber cancelado las tarjetas que tenía como beneficiario a Roberto, pues ella había podido salir a comprar muchas cosas bonitas.

Antonia sintió como el mundo se derrumbaba nuevamente a su alrededor y una solitaria lágrima salió de sus ojos.

Ana no podía creer lo que veía, a su jefa, la mujer más fuerte y ecuánime que conocía, desesperada y llorando, su único impulso fue acercarse y abrazarla.

Antonia se aferró al abrazo después del susto inicial, y lloró silenciosamente, mientras pensaba que haría para sobrevivir hasta que pudiera recibir salario, se dio cuenta que debía ir al hotel a sacar sus cosas antes de las 5 o el cobrarían la noche, pues ella había pagado el día anterior con el único efectivo que tenía.

Lloró aún más al darse cuenta que no tenía a donde ir, no tenía familia ni amigos, solamente tenía su auto y a Eduardo, pero jamás le contaría lo sucedido pues no quería que sintiera pena por ella.

Antonia sabía que no podía salir antes de las cinco por lo cual decidió pedírselo a Ana, simplemente debía llamar e ir a recoger sus tres maletas y entregar la llave.

Se separó de Ana y llamó al hotel. Después le explicó a Ana lo que debía hacer, le entregó la llave del cuarto y la llave de su automóvil, pues no podía darle dinero para el taxi.

Cuando Ana se había ido, Antonia sacó una hojilla de su cartera y cortó limpiamente varias veces sus piernas, sintiendo mucho temor por su futuro.

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