Capítulo 66
Aquí vengo, a alegraros este precioso sábado de (casi) verano. Os dejo una canción que para mí ha representado el Dramione durante mucho tiempo. Creo que MonicaAlejandra la puso en uno de los últimos capítulos de La Revolución de las Bestias y yo me enamoréeee (de esto hace como más de 10 años OMG). Os dejo el capítulo, ¡espero que os guste!
Capítulo 66
'Cause, I built a home. For you, for me.
Porque he construido una casa. Para ti, para mí.
The Cinematic Orchestra – To build a home
HERMIONE
5 de junio de 2002
Unos meses después.
Él se movió en su interior con lentitud. Hermione ahogó un gemido, sintiendo que estaba a punto de alcanzar un intenso orgasmo... pero entonces Draco salió de su cuerpo sin previo aviso, dejándola cerca, muy cerca, pero no lo suficiente.
—Me estás torturando —sollozó ella.
—No lo niego.
Hermione sintió cómo él acariciaba ese punto tan sensible de ella entre sus piernas. Lo hacía con suavidad, tan lentamente que la haría enloquecer si no la dejaba correrse por fin. Hermione alzó las piernas, separándolas aún más.
—Draco... por favor.
Y él decidió hacer caso de sus súplicas por una vez, pues volvió a entrar en ella por fin. La besó en los labios mientras ambos se acomodaban a un suave movimiento de vaivén. Aún quedaban días, muchos de hecho, en los que ambos se amaban como al principio: con violencia y con fuerza contenida. Quizás eso sucedía porque jamás se cansaban el uno del otro; siempre había algo nuevo de lo que enamorarse.
La joven enredó sus piernas en las caderas de Draco y se dejó ir en un orgasmo explosivo que él también correspondió. Sus labios se unieron y se miraron a los ojos cuando él salió de su cuerpo. Hermione notaba su respiración acelerada, era una sensación gloriosa que, esperaba, durara para siempre.
Entonces alguien llamó a su puerta.
—No me jodas —gruñó Draco, enterrando su cabeza en el cuello de la joven.
—Ya voy yo... —afirmó ella a regañadientes.
¿Quién estaría tocando la puerta de su apartamento? Ella no esperaba a nadie, al menos no que ella sup... ¡mierda! Hermione soltó una pequeña exclamación cuando se puso en pie con rapidez. Tomó un camisón blanco del suelo y se lo colocó sin perder un segundo, después corrió hacia la puerta.
—¿Qué pasa? —preguntó Draco con curiosidad—, ¿me estoy perdiendo algo?
—¡No, no! Todo está bien.
La puerta sonó de nuevo y Hermione se tropezó con la mesa del salón, que le golpeó el dedo meñique del pie. Saltando a la pata coja, consiguió llegar a la entrada y abrió la puerta. Ante ella encontró a cuatro personas que la observaron con el ceño fruncido.
—¡Hasta que te dignas a abrir! —exclamó Astoria—, ¡llevábamos una hora esperándoos en el Caldero Chorreante y...!
Hermione alzó su dedo índice y se cubrió los labios con él.
—¡Shhh! ¡Astoria! Silencio, por favor. Draco está en la habitación.
Blaise Zabini, Pansy Parkinson, Theodore Nott y Astoria Greengrass se cruzaron de brazos.
—¿Te habías olvidado? —le recriminó Zabini.
Y sí, se había olvidado. Hermione Granger había olvidado por completo que les había prometido llevar a Draco al Caldero Chorreante a las cinco de la tarde.
—Es que es su cumpleaños —se excusó—, me ha convencido para que nos quedemos aquí... leyendo. —Enrojeció al pronunciar esa última palabra.
Sus cuatro amigos adoptaron la misma mueca de horror al escucharla. Todos sabían que «leyendo» no tenía nada que ver con libros. Zabini disimuló una carcajada con un amago de tos.
—¿Entonces, nos vas a dejar pasar, al menos? Dile que se vista y vámonos, no tenemos todo el día.
—Sí. Llevamos cinco meses esperando para darle su dichoso regalo —se quejó Astoria.
—Te recuerdo que, si han pasado cinco meses, ha sido por tu culpa, Astoria —bufó Pansy—, si no te hubieras ido de vacaciones durante casi medio año, se lo habríamos entregado antes.
Hermione se apartó de la puerta y los invitó a entrar a todos con un gesto. El apartamento era pequeño, más ahora que Draco prácticamente vivía ahí con ella. Aún había días en los que él regresaba con su tía Alcacia y pasaba un par de noches en el 28 de la calle Hollyhock, pero lo habitual era tenerlo junto a ella allí. Y eso la hacía increíblemente feliz.
—Iré a buscar a Draco —anunció Hermione.
—¿Todavía tienes este gato? —preguntó Zabini tras lanzar una mirada al interior del piso—, por Merlín, debe de tener doscientos años.
—¡Miau! —bufó Crookshanks al escuchar el grosero comentario del Slytherin hacia él.
Hermione ignoró a Zabini, abrió la puerta de su cuarto y asomó la cabeza por ella.
—Los chicos están aquí. Dicen que... que salgas.
Y Draco enterró su cabeza bajo una almohada de forma exageradamente dramática.
—Diles que estoy enfermo. Que hoy no puedo salir de la cama...
—Venga, ¡Draco! No seas así, es tu cumpleaños.
—Pero es que quiero pasarlo contigo... —Draco se puso en pie, llegando hasta Hermione con lentitud, con la elegancia que tanto lo caracterizaba, aunque con una mueca casi infantil en su rostro—, venga, diles que nos esperen ahí. Todavía nos da tiempo a hacerlo rápido una vez más.
Ella soltó una carcajada.
—Estás enfermo, Draco, te lo juro. —Hermione golpeó su hombro con suavidad—. Necesitas terapia con Zabini para que te ayude a superar tu adicción al sexo.
—No soy adicto al sexo. Soy adicto a... la cara que pones cuando te...
—¡Ya basta! —pidió ella con un pequeño grito—. Nos vestimos ya y salimos al salón, ¿vale? Han venido a darte un regalo, no seas grosero.
Draco asintió con la cabeza, obedientemente —o, al menos, convencido por ella—, después abrió el armario y escogió un traje de camisa y pantalón negro. Algunas cosas nunca cambiaban: el aspecto de Draco Malfoy, por ejemplo. Hermione se enfundó unos vaqueros y una camiseta sin mangas. No hacía mucho calor ese día, pero casi estaban en verano y el sol brillaba un poco a través de la ventana de su habitación.
Cinco minutos más tarde, ambos salieron al salón del apartamento. Los cuatro Slytherin felicitaron a Draco por su cumpleaños y Astoria se lanzó a sus brazos. La joven rubia estaba muy bronceada y su piel tostada contrastaba con su cabello casi blanco.
—Te he echado mucho de menos —le dedicó Astoria mientras lo abrazaba.
—Sí, bueno. Se rumoreaba que no ibas a volver —se mofó Draco—, imaginaba que tendría que ir hasta Australia para poder verte de nuevo.
—Hemos ido a muchos sitios. ¡A todos los sitios, de hecho! —exclamó emocionada.
—¿Cómo está Weasley? —preguntó Draco.
Hermione sabía que estaba bien. Había visto a Ron solo unos días antes, el mismo día que los dos magos habían regresado de su larguísimo viaje. De algún modo, ambos se las habían apañado para no ser despedidos de sus respectivos trabajos y, a excepción de algunas revistas como Corazón de Bruja, nadie se acordaba ya de que Ron y Astoria habían huido juntos hacía casi medio año.
—Está bien. Estamos... bueno, juntos —admitió Astoria en un susuro.
—No me digas —murmuró Zabini sarcásticamente desde el otro lado de la habitación—. No me lo habría imaginado.
Zabini se agachó e intentó acariciar la cola de Crookshanks, pero el gato fue más rápido y estuvo a punto de arañarlo. Crooks aún estaba ofendido después del comentario que le había dirigido Blaise al entrar en la casa.
—Y tú, ¿cómo estás? —le preguntó Astoria a Draco, sonriendo—, ¿alguna novedad?
—Te vi en el Ministerio el otro día —comentó Theo, pensativo—, no pude saludarte. ¿Qué estabas haciendo allí?
Draco le lanzó una mirada cómplice a Hermione y ella le dirigió una pequeña sonrisa, quería darle toda la confianza posible cuando hablara. El rubio se aclaró la garganta.
—Me han ofrecido un trabajo... en el Ministerio.
—¿Un trabajo? ¿Dónde?
—En una oficina nueva. Se llama Seguridad y Control de Azkaban. Yo me encargaría de... asegurarme de que el trato dado a los presos sea digno. Ya sabéis, que al menos no vuelvan a repetirse algunas de las cosas que ya han sucedido.
Hermione sabía que el solo hecho de hablar de ello ya era difícil y extraño para Draco, pero se sentía muy orgullosa de lo que él estaba consiguiendo y, en especial, de todo lo que llegaría a lograr en su vida. Draco había roto las cadenas que le impedían ser feliz y ahora, por primera vez, lo estaba intentando junto a ella. Hermione se sentía muy honrada de poder ser su compañera en ese camino. Ya no había nada que esconder entre ellos, las cosas funcionaban y el sufrimiento se había esfumado poco a poco.
—¿Y vas a aceptar el trabajo? —preguntó Theo, interesado.
—Granger piensa que sí —contestó Draco.
Era divertido, pero, a pesar de que todo el mundo sabía que estaban juntos, él seguía llamándola Granger cada vez que se encontraban en público. Si seguían juntos unos años más tarde, Hermione daba por hecho que él no cambiaría esa costumbre.
—¿Y?
—Y Granger, por lo general, no suele equivocarse —reconoció Draco al final.
Theo se adelantó y posó su mano sobre el hombro de su amigo. Lo palmeó con camaradería.
—Me alegro mucho por ti, de verdad.
Astoria, a su lado, dirigió su mirada al reloj de su muñeca. Era un reloj muggle con cronómetro y sumergible. Hermione pensó que ese detalle era curioso, ¿cómo lo habría conseguido?
—¡El regalo! —exclamó la rubia—. ¡Tenemos que dárselo!
—De verdad, no tendríais que haberos molestado en comprarme nada...
—No seas tonto —le restó importancia Zabini.
—¡Es el regalo más alucinante del mundo! —opinó Astoria.
A Draco no le quedaba de otra que aceptarlo. Hermione sabía cuál era el regalo y... por el amor de Merlín, a ella le parecía una auténtica locura. Pero, a la vez, agradecía que los amigos de Draco lo quisieran tanto como para hacer algo así por él.
—De acuerdo... ¿dónde está? —preguntó el aludido.
Ninguno de sus amigos llevaba un paquete que pudiera ser su regalo de cumpleaños y fue Blaise quien habló de nuevo.
—No está aquí. Tenéis que venir a un lugar. Hermione sabe dónde está.
—De acuerdo.
Después, uno por uno, todos los Slytherin desaparecieron del apartamento de Hermione, hasta que solo quedaron ellos dos allí. Draco aún no podía aparecerse solo, la ley decía que tendría que esperar cuatro meses más hasta poder trasladarse de un lugar a otro. No era algo que pareciera molestarle demasiado y no le importaba depender de Hermione en algunas cosas. Ella le tendió su mano y él la aceptó, gustoso.
Un instante más tarde, ambos se aparecieron en mitad de un frondoso jardín al aire libre. Draco observó el lugar, confundido, después habló:
—¿Qué hacemos aquí?
Estaban en el condado de Wiltshire, al sur de Inglaterra. El mismo lugar donde Draco había nacido y crecido. Ese enorme jardín estaba descuidado. Hacía años que nadie vivía en esa casa, pero Malfoy Manor se alzaba ante ellos, imponente. Era la mansión más impresionante que Hermione hubiera visto jamás.
Sus amigos llegaron hasta ellos y se detuvieron ante Draco, que parecía muy confundido.
—En serio, ¿por qué hemos venido aquí?
—Es tu regalo —comunicó Astoria.
Y Draco soltó una carcajada al oírla.
—¿Mi regalo? ¿Venir a Malfoy Manor?
—No, Draco. Malfoy Manor es tu regalo.
Y Hermione fue capaz de ver cómo la mueca de confusión se convertía en algo más en el rostro de Draco, una especie de negación mezclada con cierta esperanza. Los ojos grises de Draco se ensombrecieron.
—Si esto es una broma, ahora es el momento de parar. Porque no tiene gracia, ninguna gracia.
Hermione permaneció al margen. A decir verdad, ella no había sido parte del regalo. ¡Por Merlín! ¿Cómo iba ella a comprarle a Draco una mansión? Podía regalarle... unos calcetines nuevos, un viaje a Cardiff en tren o, como mucho, algún tomo antiguo de una librería de renombre. Pero una mansión no, eso no estaba dentro de su presupuesto. Por suerte sí estaba en el de los amigos de Draco. Ella nunca se acostumbraría a relacionarse con gente que, simplemente, era millonaria. Igual que Draco lo había sido alguna vez.
—Es en serio. Es para ti.
—¿Cómo va a ser para mí? Una compañía la compró hace unos meses, recuerdo que...
—Nosotros somos esa compañía. No podíamos registrar la casa a tu nombre mientras aún seguías en el PRASRO —confesó Theo.
Y Draco parecía tan estupefacto como lo había estado Hermione el día que Pansy y Blaise se lo habían confesado, solo un par de semanas antes. La joven Parkinson se adelantó unos pasos y le dio un juego de llaves a Draco en la mano.
—Toda tuya. Otra vez.
—¡Tienes que arreglar este jardín! —comentó Blaise—, está hecho una puta mierda.
Draco, tomando las llaves entre sus dedos, se giró hacia Hermione. Su rostro aún permanecía igual de sorprendido. Ella decidió sonreír y acercarse a él un poco.
—¿Qué opinas? ¿Deberías poner unos cuantos enanitos en el jardín?
Una risa ronca surgió de la garganta de Draco al escuchar ese comentario. Los seis llegaron hasta la puerta principal de la mansión y Draco, por fin, hizo el honor de abrir las puertas. Aún parecía no creerse lo que estaba sucediendo, Hermione lo comprendía. Si alguien le regalara a ella una mansión, le daría un infarto, aunque solo fuera por no saber qué hacer con ella.
La puerta crujió, después de tantos años sin que alguien la tocara. Se abrieron paso en la sala principal de la mansión. Estaba casi vacía, con el suelo de mármol negro recubierto de una fina capa de polvo. Los únicos muebles de la casa estaban recubiertos por sábanas blancas que les otorgaban un aspecto fantasmagórico.
—¿Qué te parece? —preguntó Blaise en voz alta.
Sus palabras tuvieron eco en esa enorme sala casi vacía. Las escaleras que conducían a los pisos superiores se alcanzaban a ver desde donde ellos se encontraban y Hermione se percató de que solo había estado en ese lugar una vez. Y no había sido feliz. De todas formas, estaba segura de que Draco tenía un sinfín de bonitos recuerdos en esa casa... y sería un buen lugar para él en el futuro.
—¿En qué piensas? —preguntó ella en un susurro.
—Estoy recordando la última vez que estuve aquí...
Todos lo miraron con cierta compasión reflejada en sus ojos, pero Draco se las apañó para componer una pequeña sonrisa.
—No es lo que pensáis, fue hace mucho menos tiempo del que creéis. Estuve aquí y vi a...
Decidió no terminar la frase, como si prefiriera guardarse ese recuerdo solo para él. Hermione tomó su brazo y lo pasó por su hombro. Después lo observó con infinita ternura, como siempre hacía.
—Gracias, chicos, de verdad. Nunca podré pagaros este regalo... literalmente no voy a poder pagároslo jamás.
Sus amigos se rieron, acercándose a él de nuevo. Era evidente: estaban felices de haber recuperado a Draco Malfoy por fin. Ahora volvían a estar todos juntos.
—¿Nos enseñas la casa, entonces? —preguntó Pansy.
—Si ya la has visto mil veces.
—Sí, pero no la he visto vacía. ¡Apuesto a que hay fantasmas!
—¿Cuál será mi habitación? —preguntó Astoria, emocionada.
—¿Cómo que tu habitación? —gruñó Draco—, es mi casa, no la tuya.
El grupo de Slytherins caminó hacia las escaleras sin dejar de parlotear alegremente. Hermione se detuvo ahí unos segundos, pensativa. Esa mansión le producía una sensación extraña. Algo le decía que, en el futuro, ella permanecería allí mucho tiempo... ¿cómo lo sabía? No lo tenía claro. Quizás era solo un pálpito.
—¿Granger? —la llamó él desde la escalera.
Hermione alzó la mirada hacia él y distinguió esos hermosos ojos grises esperándola allí.
—Voy —contestó.
Algo le decía que todo estaría bien a partir de ese día.
AHHHHH. Estoy EMOCIONADAAAAAAAAA. Me encanta este capítulo, (como todos jaja). ¿Os ha gustado? ¡Por favor, decídmelo en un review o comentario!
El martes subiré el epílogo, no me puedo creer que ya casi hayamos llegado al final.
Muchísimos besos y mil gracias por todo el apoyo que he recibido. Sois un auténtico amooooor y os adoroooo.
No olvidéis que estoy en instagram como vmcameron213 y también podéis encontrarme en la página de Facebook La estrella más oscura. Dramione.
¡Nos leemos!
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