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Capítulo 6

Este es un anuncio oficial para quien quiera leerlo: este fic está llenito de conjuros inventados por mí como consecuencia de que este semestre el 50% de mis asignaturas en la universidad son SOLO en latín. Se me da fatal el latín, ¡¡pero al menos me ha servido de algo!!


Capítulo 6

You tell me you hate me. / Baby, yeah, I bet you do.

Me dices que me odias. / Sí, cielo, apuesto a que lo haces.

Halsey y Machine Gun Kelly – Forget me too


HERMIONE

Eran las doce de la noche cuando una lechuza golpeó su ventana. Aún no se había dormido, aunque lo normal era que ya lo hubiera conseguido a esas horas. El caso de Draco Malfoy seguía dándole vueltas a la cabeza una y otra vez, no le permitía pensar en otra cosa más allá de la simple certeza de que eso no iba a salir bien, que nada podía salir bien cuando se trataba de un Malfoy.

Se levantó de la cama rápido y acudió a su ventana, sorprendida. Algo malo tenía que haber pasado, ¿por qué si no alguien le mandaría una carta a esas horas? Hermione se apoyó en la ventana y logró abrirla, haciendo fuerza hacia arriba. La lechuza blanca pareció saludarla y ululó con suavidad, ella no reconoció quién podía ser su propietario.

—¿Qué sucede, preciosa? —susurró Hermione.

Entre sus patas, la lechuza portaba un pequeño rollito de pergamino enrollado. Apenas tenía el tamaño de un dedo. Como si no esperara respuesta, el animal saltó hacia la ventana de nuevo y salió volando, perdiéndose en la oscura noche londinense. Hermione frunció el ceño cuando abrió ese mensaje.

Por favor, Hermione, ven a la Residencia cuanto antes. Es urgente.

Astoria G.

Malfoy. Tenía que ser Malfoy. ¡Mierda! ¿Qué habría hecho? Hermione saltó por encima de la cama y llegó hasta su armario, de ahí sacó unos pantalones vaqueros y una camiseta sencilla que se puso en solo unos segundos. Por supuesto que había hecho algo, ¡por supuesto! Lo que no entendía era por qué era Astoria quien la había contactado. Si Malfoy hubiera armado algún lío, los aurores ya estarían en la Residencia y alguno de sus amigos le habría dado la voz de alarma, no Astoria.

En ese último año y, aunque fuera extraño, la relación de Astoria y Hermione se había estrechado. Durante el colegio era inexistente, desde luego, pero desde que Astoria comenzara a trabajar en la Residencia de mortífagos, solían hablar. De cualquier cosa, de tonterías, a veces. Incluso se habían tomado un par de cervezas de mantequilla juntas en el Callejón Diagón después del trabajo. Hermione casi podía considerarla su amiga, especialmente ahora que Ginny se pasaba la mayoría del tiempo entrenando con las Arpías de Holyhead; ser jugadora profesional de quidditch no le dejaba mucho tiempo libre.

Miau —dijo Crookshanks, acercándose a su dueña.

—Tengo que irme, Crooks —contestó Hermione, poniéndose una chaqueta de color verde.

Salió corriendo, interrumpiendo el siguiente maullido de su gato y, asegurándose de tener su varita mágica en el bolsillo, Hermione Granger salió a la fría noche londinense sin saber qué demonios estaba a punto de suceder.

***

No tardó mucho tiempo en llegar a la Residencia, pero tuvo que andarse con mil ojos, pues no era posible aparecerse dentro del edificio, a no ser que lo hiciera desde el Ministerio y tampoco quería levantar sospechas apareciéndose en algún lugar en el que pudiera haber muggles. Bajó a toda velocidad las casi cuatrocientas escaleras, que equivalían a unos veinte pisos en un edificio. La Residencia debía permanecer secreta, pues, por las noches, algunos muggles sin hogar decidían pasar la noche en esa boca de metro y no era hasta que bajaban cien o doscientas escaleras cuando por fin se rendían y volvían a subir a la superficie de Londres.

La familiar moqueta marrón la recibió cuando llegó hasta la planta baja de la residencia. Astoria la esperaba junto al mostrador y se acercó a ella tan pronto como la vio. Sus ojos azules estaban enrojecidos, como si hubiera llorado.

—¿Qué sucede? —preguntó Hermione, preocupada—. ¿Es Malfoy?

No necesitaba preguntarlo. Claro que era él. Hermione vio confirmadas sus sospechas cuando la joven rubia asintió con la cabeza. La punta de su pequeña nariz también estaba teñida de rosa y Hermione quiso lanzarle una maldición a Malfoy sin ni siquiera saber qué había hecho aún.

—Se ha ido —susurró Astoria.

Hermione tomó aire profundamente y miró a su alrededor. No había nadie allí, solo ellas dos. Las luces eran tenues y se imaginó que, como en todo momento, alguien del Ministerio las estaría vigilando en ese momento.

—¿Has avisado a la Oficina de Aurores? —preguntó Hermione, poniéndose más y más nerviosa—. ¿Les has dicho que Malfoy anda suelto por ahí? ¿Te ha hecho algo para conseguir escaparse?

Y esta vez, la Slytherin negó con la cabeza.

—No, no he avisado a nadie.

—¡¿Por qué?! —urgió Hermione—. Tenemos que dar la voz de alarma cuanto antes, No puede andar muy lejos aún, no tiene magia.

—Es que he sido yo quien le ha permitido salir, Hermione. —Astoria tomó aire, sus manos temblaban—. Le dije que podía salir una hora, solo una hora. Y él aceptó... pero eso fue hace más de tres y aún no ha vuelto.

Lo que faltaba. Astoria le había dado la llave de su celda, metafóricamente hablando. Malfoy ni siquiera había tenido que atacarla, pues ella había confiado en él. No había cambiado ni un ápice, seguía siendo una rata.

—¿Te dijo dónde iba? ¿Por qué quería salir?

—¿Por qué va a ser, Hermione? ¡Lleva tres años encerrado! Y él... es mi amigo, no ha dejado de serlo. Creía que podía confiar en él.

Bueno, claramente, eso no era cierto. Hermione resopló. Podía encontrarlo, lo sabía. Ella era su tutora en el PRASRO, contaba con ciertas ventajas, lo localizaría en un segundo.

Sin mediar más palabras, Hermione sacó de su bolsillo un pequeño papel. Comenzó a desdoblarlo una y otra vez hasta que el documento se hizo tan grande como lo hubiera sido cualquier mapa detallado de la ciudad de Londres. Con cuidado, depositó el mapa en el suelo y apuntó hacia él con su varita.

Locatio —susurró.

Un pequeño hilo de luz salió despedido hasta el papel, que comenzó a presentar líneas que poco a poco fueron conectándose entre ellas. Ante sus ojos y los de Astoria Greengrass, se dibujó un plano del callejón Knockturn y, dentro de uno de los establecimientos, un punto negro, casi como si fuera una mancha de tinta: Draco Malfoy.

—¿Qué hace en el callejón Knockturn? —preguntó Hermione, más para ella que para Astoria.

La rubia abrió mucho la boca, sorprendida.

—Te juro que me dijo que iría al cementerio, que quería despedirse de su madre.

Escuchar eso le provocó un intenso escalofrío a Hermione. No lo había pensado, en realidad, pero Narcissa Malfoy había muerto durante la batalla final en Hogwarts, asesinada por los propios mortífagos de un modo de lo más extraño. Entendía ahora por qué Astoria había tenido confianza en Malfoy. Lo malo era que algunas personas no se merecían ningún tipo de fe en ellos.

—Está bien, Astoria. Iré a buscarlo, será mejor que llame a Harry o...

—¡No!

Hermione enarcó una ceja, sin entender la negativa de la chica.

—No, por favor. Si los aurores se enteran de que yo fui quien le permitió salir, pueden... pueden... —Ahogó un grito de pánico—, acusarme de colaborar con los mortífagos, o algo peor.

Tenía razón en eso, en realidad. Dado el historial de Astoria Greengrass, con un hermano prisionero en Azkaban por ser un mago tenebroso, era probable que nadie en un juicio creyera que Astoria solo quería ayudar a su viejo amigo. Hermione sabía que las intenciones de Astoria habían sido sinceras, pero no todo el mundo sería tan fácil de convencer.

—Harry no dirá nada... —musitó Hermione, aunque no estaba muy segura de eso. Harry era un auror, no podía ignorar sus obligaciones con tanta facilidad.

—Hermione, por favor. Sé que Draco no está haciendo nada malo, él no es peligroso, nunca lo ha sido.

Hermione se controló para no rebatirle ese argumento. Draco Malfoy era peligroso, eso ella lo sabía muy bien. Había militado junto a los mortífagos mientras aún era un niño y había salido de Azkaban con vida y, aparentemente, sin perder la cabeza. Ese chico era mucho más temible de lo que Astoria podría llegar a imaginarse.

—Está bien, iré a buscarlo. Pero tendré que pedir ayuda a los aurores si se encuentra haciendo algo ilegal, ¿lo entiendes?

Astoria asintió con la cabeza, agradecida con Hermione. La castaña dobló de nuevo el mapa solo con un golpe de su varita y este regresó por sí mismo al bolsillo de su chaqueta.

—Nos veremos en un rato —se despidió Hermione, con gesto preocupado. Después desapareció por las escaleras que conducían a la superficie.

—Draco... —escuchó que Astoria decía en voz alta, preocupada—, espero que no hayas sido demasiado estúpido como para meterte en un lío del que ahora no puedas salir.

***

Recordaba exactamente dónde había visto a Draco Malfoy a través de su mapa, por lo que se apareció justamente en la puerta de ese establecimiento. El callejón estaba mortalmente oscuro, casi abandonado. Tan solo un par de tiendas de herbología permanecían abiertas después de la guerra y la mayoría de los locales habían sido dejados a su suerte. Hermione sintió frío cuando se dio cuenta de que estaba ahí sola. Apretó su varita con más fuerza.

Sabía que Draco Malfoy había estado en el número 16 de ese callejón, bastante cerca de la tenebrosa tienda Borgin y Burkes, donde ella y sus amigos habían visto a Malfoy hacía unos cinco años, tramando su plan para internar a los mortífagos en Hogwarts. Se estremeció solo al recordarlo, habían sido tiempos muy duros para el mundo mágico.

Oyó un chasquido a su espalda y se sobresaltó, pero, al girarse, se dio cuenta de que solo era un gato negro. El gato salió corriendo en cuanto Hermione se giró hacia él. Trató de mantener la calma mientras maldecía a Malfoy por haberla obligado a acudir. Si por ella hubiera sido, Harry y Ron estarían con ella en ese momento... pero no quería perjudicar a Astoria. Entendía que ella había cometido un error.

Los cristales de la tienda estaban rotos y la puerta polvorienta crujió cuando Hermione la abrió. Alzó su varita a la altura de su frente.

Lumos.

Una luz de color índigo se encendió en la punta de su varita, iluminando un poco la estancia. Escuchó un crujido, otro. Hermione caminó con lentitud, sin saber qué demonios iba a encontrarse. ¿Qué pasaba si Draco Malfoy no estaba solo? ¿Y si se encontraba con algún otro mortífago? Tragó grueso al llegar a esa conclusión. Podían matarla sin mucho esfuerzo, era consciente. Se arrepintió de haber entrado allí sola... pero ya no le quedaba otra opción más que seguir caminando, descubrir qué demonios hacía ahí su caso perdido.

Caminó entre un montón de muebles tirados por el suelo y, a juzgar por la enorme cantidad de libros rotos y medio quemados esparcidos por todo el local, imaginó que eso había sido una librería alguna vez. Lo recordó en ese mismo momento: La librería . Alguna vez, antes de la guerra, se había sentido tentada de ir, pues sabía que contaban con algunos libros interesantes que ni siquiera estaban en la Sección Prohibida de la biblioteca de Hogwarts. Pero jamás se había atrevido a cruzar el callejón Knockturn y entrar en ese establecimiento... hasta ese momento.

Al fondo del local se escuchaba algo, o alguien. Una especie de chasquido que Hermione no tardó en identificar como el pasar de las hojas de un libro. Tomó aire antes de dejarse ver por quien quiera que estuviera ahí y apretó con más decisión la varita entre sus dedos. Estaba dispuesta a lanzar un hechizo ante el más mínimo movimiento.

—Quieto —dijo con seriedad.

Draco pareció tan sorprendido como si hubiera visto un fantasma... bueno, probablemente mucho más, pues era fácil ver fantasmas en los locales abandonados. Se encontraba tirado en el suelo, entre el montón de escombros y en sus manos reposaba un libro rojo y negro que él conseguía leer gracias a uno de los artilugios mágicos del local: una pequeña bola de fuego que flotaba alrededor del mago e iluminaba las páginas. Se quedó parado, congelado.

—Granger... —susurró.

Parecía haber perdido la noción del tiempo, aunque no había ningún reloj cerca y él lo sabía. Ella se acercó a él sin dejar de apuntarlo con la varita. Se percató de que, de un modo increíble, Draco Malfoy se asemejaba bastante al Draco que ella conocía, al que había visto mil veces durante su adolescencia. Se había duchado, afeitado y cambiado de ropa. Seguía delgado, sí, pero ya no había nada en él que pareciera derrotado, en absoluto. Era como tener al mismo Draco Malfoy de siempre frente a ella.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí?

—Lectura nocturna —contestó él con desdén—, no podía dormir.

¿Encima iba a burlarse de ella? La bruja tomó aire, intentando distinguir qué leía. ¿Qué libro podía ser tan importante como para jugarse el regresar a Azkaban? Quizás, después de todo, ella misma se había equivocado: a lo mejor, Draco Malfoy sí que había perdido la cabeza.

—Dame el libro —ordenó.

Draco lo tiró al suelo de forma arrogante y se puso en pie. Después levantó las manos, declarándose desarmado. Tan solo la bola de fuego iluminaba su rostro pálido. Entornó los ojos desafiándola una vez más.

—Está bien, me entrego —dijo Draco. Y sonó como si la situación le pareciera graciosa—, pero... ¿cómo me has encontrado?

¿En qué mundo vivía ese tipo? Hermione chasqueó la lengua sin dejar de apuntarlo con su varita ni un instante.

—¡Si hubieras leído las malditas normas del PRASRO sabrías que, como tu tutora, puedo saber tu localización en todo momento!

—Oh, mierda —dijo él al comprenderlo. Evidentemente, ese era un dato que no conocía y que le pillaba desprevenido.

—Dame una razón, Malfoy, una razón para no convocar a todos los aurores ahora mismo para que te lleven de nuevo a Azkaban.

Ella ya tenía esa razón, en realidad: Astoria. Pero se debatía entre qué hacer. Debía llamar a los aurores, era lo justo. Malfoy regresaría a Azkaban y tendrían un mortífago menos en Inglaterra... pero, a la vez, era Malfoy. Un imbécil y un supremacista, sí, pero también era su antiguo compañero de clase y tan solo lo había encontrado leyendo, no estaba practicando magia de ningún tipo. Además, él era la misma persona que, aunque hubiera sido años atrás, se había negado a identificar a Harry Potter delante de los mortífagos. No quería pensarlo, en realidad... pero le daba cierta lástima. Tres años encerrado en Azkaban debían de haber sido duros para él. Malfoy tenía su edad, habían crecido juntos...

—No me digas que te vas a apiadar de mí, Granger...

Y lo dijo como una burla, pero algo en su tono de voz le decía a Hermione que Draco quería que se apiadara de él, que no lo enviara de nuevo a la prisión. Ese libro debía de ser muy importante si él había decidido arriesgarse tanto para poder leerlo.

—No me provoques, Malfoy.

Él tardó unos instantes en hablar y, cuando lo hizo, sus ojos se encontraban completamente fijos en ella. El silencio se hizo tan pesado que parecía ser el predecesor de una tormenta, de un grito ensordecedor... y así fue, solo que la voz de Malfoy fue tan calmada como si se encontraran tomando el té juntos.

—¿Quieres una razón? —preguntó—. ¿Estás segura de eso?

—Sí.

Malfoy procedió a hablar.

—Tres días sin agua. A veces cuatro. Podrías pensar que tu cuerpo se acostumbrará la próxima vez, pero nunca lo hace. Y, cuando crees que ya estás muerto, que por fin has escapado de ese infierno, no te permiten morir, vuelven a darte agua, dejan de torturarte un par de días.

Hermione tragó grueso mientras entornaba los ojos.

—¿De qué demonios hablas?

—No es bonito, Granger. Te queman vivo hasta que confieses... y créeme, al final confiesas. Confiesas hasta cosas que no has hecho, de las que no tienes ni la menor idea, escupes el nombre de gente a la que no conoces. Confiesas tus peores recuerdos, tus sueños, las cosas que has hecho y también las que aún querrías hacer.

—Malfoy, ¿qué...?

Apartó un mechón rubio de su rostro casi con violencia, sin dejar de hablar.

—Te obligan a permanecer horas y horas en tu celda junto a los dementores. Y... Granger, no sabes lo que se siente. —Una sonrisa siniestra se dibujó en ese rostro sombrío—. Un frío tan intenso que no es de este mundo, la tristeza, la desesperación más corrosiva. Y cuando crees que no puedes rendirte más, que ya no te queda nada, ellos siempre encuentran algo: una pequeña esperanza, un sueño por cumplir, aunque solo sea un buen recuerdo enterrado en lo más profundo de tu mente.

Su voz era tan profunda, tan grave... Hermione podía imaginar con claridad todas y cada una de las cosas que él le narraba. Y sus manos temblaron al escucharlas. Azkaban era un lugar terrible, sí, pero... ¿podría serlo tanto? Ella nunca había estado allí, era cierto, pero si esas cosas tan malas sucedieran allí, alguien lo sabría, alguien haría algo.

—Eso no puede ser... —masculló.

Después recordó el sinfín de marcas, de quemaduras en los brazos de Draco. Se preguntó cuántas más tendría en el resto de su cuerpo y durante un instante la compasión la movió. Sabía que eso era lo que él quería, que la estaba manipulando, pero eso no hacía que esas marcas en su cuerpo fueran menos reales. Las torturas que él describía casi... casi llegaban a dolerle también a ella. No parecía estar mintiendo, aunque sí tendría una razón para hacerlo: convencerla de no devolverlo a Azkaban. Porque él no era el tipo de persona que lo haría rogándole ni suplicándole, no. Incluso para convencerla de algo así tenía que hacerlo a su modo: destrozándolo todo a su paso.

No le había gustado Draco Malfoy hacía diez años y tampoco le gustaba ahora, estaba segura de eso. Se acercó a él con decisión y apuntó a sus manos con su varita.

—Si tratas de hacer algo como esto de nuevo, te garantizo que no seré yo quien venga a buscarte: será toda la Oficina de aurores.

Draco no pareció preocupado por esas palabras, más bien se rio entre dientes, provocándole un acceso de furia a Hermione que logró controlar. Centrándose en su varita, invocó un hechizo no verbal y, de repente, las esposas mágicas regresaron a las muñecas de Malfoy, tal y como lo habían hecho esa misma mañana. El joven compuso una mueca cuando sintió que uno de esos hilos mágicos le abrasaba la piel, pero no dijo nada en voz alta. Hermione lo instó a caminar hacia la puerta. En cualquier otra ocasión le habría agarrado del brazo para obligarlo a andar más rápido, pero se negaba a tocar a Draco Malfoy. Le daba... miedo.

—Hablaremos de esto.

—¿No te parece que estás exagerando, Granger? —dijo él—. Me estás tratando como si me hubieras encontrado invocando al Señor Tenebroso en vez de leyendo tranquilo en un lugar sin distracciones.

No pensaba caer en sus provocaciones. ¿Qué demonios quería Malfoy? Parecía... como si quisiera que ella le lanzara una maldición, o algo por el estilo. Ella no iba a hacerlo por varias razones, siendo la primera que ya no tenían trece años —ninguno de los dos—, que ahora ella era su tutora en el Programa de Rehabilitación y, además, que él estaba desarmado. Nunca podría atacar a un mago sin varita, ni tratándose de él.

—Cállate y anda —gruñó ella.

Draco se mantuvo en silencio unos segundos. Después sonrió de forma sarcástica y le lanzó una mirada de soslayo.

—Seguro que te moja las bragas darme órdenes —siseó.

Se acabó.

Con un simple movimiento de varita, Hermione apuntó a los labios de Draco. Esos labios que aún conservaban esa ridícula sonrisita de suficiencia.

Silencio.

Y esta vez fue ella quien sonrió, complacida, cuando Draco Malfoy trató de hablar, pero ni un solo sonido salió de entre sus labios. Ni uno solo. Hermione se centró en ignorarlo más fácilmente entonces. No soportaba esa voz grave que tenía ahora, como si se hubiera convertido en un hombre de la noche a la mañana y ese tono de voz tuviera que recordárselo constantemente.

Hermione se preguntó si ella misma también había cambiado tanto como él en los últimos años, pero supo que no, que no era posible. Draco Malfoy permanecía igual en algunos aspectos y había evolucionado, a peor, en otros. Tal y como ella siempre había imaginado.

No retiró el encantamiento silenciador ni las esposas mágicas hasta que no hubieron llegado de nuevo a la Residencia, pocos minutos más tarde. Allí, Hermione saludó con un asentimiento de cabeza a Astoria desde la distancia y después se quedó esperando pacientemente a que la figura oscura de Malfoy subiera las escaleras que conducían a su habitación en el cuarto piso. No se movió hasta que se aseguró de que Draco se había perdido completamente de su vista y, entonces, solo entonces, Hermione se permitió a sí misma exhalar un suspiro.

Estuvo a punto de marcharse, pues eran casi las dos de la madrugada, pero algo captó su atención: en el libro de control de los huéspedes de la Residencia, pudo distinguir la refinada caligrafía de Draco Malfoy, que había escrito su nombre en la página de «salidas». Supo que si alguien cotejaba el libro se daría cuenta de que él había salido en algún momento... y que no había regresado.

Hermione apretó los labios y borró con su varita el nombre de Draco Malfoy de esa página, como si esa escapada nunca hubiera existido. Después, aún con las manos temblando de rabia, se marchó de la Residencia.


Espero que os haya gustado. Nos esperan unos cuantos capítulos entendiendo cuál es el plan de Draco y qué demonios quiere conseguir, intentaré actualizar a menudo para que lo descubráis cuanto antes. ¡Mil besos!

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