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Capítulo 52

Bueno, estoy enamorada de este capítulo y del siguiente. Espero que os guste, ¡de verdad!

¡Se lo dedico a elsadeabajo para que tenga Dramione para leer mañana en clase!! <3


Capítulo 52

And I got way too many feels, way too much emotion.

Tengo demasiados sentimientos, demasiada emoción.

Kiiara - Feels

HERMIONE

Dio unas veinte vueltas delante del jardín del número 28 de la calle Hollyhock. Los enanitos del jardín, que la reconocieron, se acercaron hasta la verja del jardín y se quedaron observándola.

—¿No vas a entrar? —preguntó con voz angelical una enanita ataviada con un gorrito azul y puntiagudo.

Las caras de los enanitos eran capaces de engañar a cualquiera: todos ellos tenían gestos amables, mejillas sonrosadas y ojos brillantes y expresivos.

—No... lo sé —contestó ella.

—¡Draco está dentro! —exclamó uno de los enanos.

Hermione enrojeció furiosamente. Si algo no estaba dispuesta a permitir era que los gnomos del jardín de Alcacia se entrometieran en su vida amorosa. ¡Bastante difícil estaba siendo para ella ya! Llevaba quince minutos ahí sin saber qué hacer, ¿llamar a la puerta? ¿No hacerlo? ¿Salir corriendo?

—¿Vas a quedarte ahí toda la p**a tarde o qué? —gruñó uno de los enanitos.

Oh, Merlín, ¡no! Comenzaban a enfadarse. Como criatura impredecibles e irritables que eran, esos gnomos no la dejarían en paz hasta que ella no entrara... o se marchara a su casa de una vez. Hermione apretó los dientes y cruzó la verja de hierro.

—¡Granger y Malfoy van a fo***r! —cantó la enanita adorable.

Ella trató de ignorarlos, pero otra de las criaturas le sacó la lengua y comenzó a reírse groseramente.

Ella comenzó a correr hasta llegar a la puerta y, apenas estaba subiendo los dos últimos escalones para acceder a la casa cuando la puerta se abrió y Alcacia se quedó sorprendida al verla llegar. Hermione tenía la respiración agitada.

—¿Qué es todo ese barullo? —preguntó Alcacia, abriendo mucho sus ojos grises, después se dirigió a los enanitos de su jardín con tono severo—. No estaríais molestando a la señorita Granger, ¿verdad?

—¡No! ¡No! —exclamaron ellos al unísono.

—Como me entere de que sois groseros con alguno de mis invitados... ¡cortaré el césped! —exclamó Alcacia.

Después, con un gesto maternal, posó su mano en el hombro de Hermione para que ella entrara a su casa. La Gryffindor lo hizo sin rechistar. Sabía que si Draco hubiera escuchado lo que los enanitos le habían dicho, estaría disfrutando de lo lindo.

—Me alegro mucho de que hayas venido a visitarnos, Hermione.

—No quiero... molestar —contestó ella—, imagino que Draco y usted quieren privacidad.

—No digas bobadas, se alegrará de verte.

Como si hubiera escuchado su nombre, una cabeza rubia se asomó desde el piso superior de la casa. Hermione lo observó en silencio un momento y al final levantó una mano como saludo. Le daba vergüenza estar allí, quizás debería haberle mandado una lechuza antes de ir hasta la casa de su tía.

—Puedes subir a su habitación si quieres, Hermione —comentó Alcacia con voz suave.

Hermione se aclaró la garganta y negó con la cabeza.

—Lo esperaré aquí, gracias.

Una sonrisa enigmática se dibujó en los labios de Alcacia.

—Prepararé té.

Draco tardó solo unos segundos en llegar hasta allí. Parecía que acababa de ducharse, pues su cabello estaba mojado. Llevaba puesta una camiseta negra y unos pantalones cómodos del mismo color. Parecía tan acostumbrado a estar en esa casa como si ese hubiera sido su hogar toda la vida. Él hizo un gesto para que ella lo siguiera al salón de la casa. Hermione se retiró el abrigo y lo colgó en un perchero.

—¿Cómo estás? —le preguntó.

—Bien, gracias. Mi tía Alcacia es... —Draco lanzó una mirada a la cocina, aunque no se veía desde allí—, demasiado buena conmigo. Parece mentira que sea la hermana de mi padre.

Draco se acomodó en el sofá de ese salón y ella hizo lo mismo, aún un poco tensa. Tan solo necesitó observar su rostro anguloso y sus ojos grises para relajarse de repente. Lo había extrañado, a pesar de que solo llevaba un par de días sin verlo.

—Estás... guapa —susurró Draco, apartando la vista, como si decirle algo así le diera vergüenza.

Eso le hizo gracia. Era curioso que solo unos meses antes él tan solo se refiriera a su físico para intentar humillarla.

—Gracias. Tú también.

—¿Yo? —se rio Draco, sarcásticamente—, voy a ir a la boda de Astoria mañana con el pelo más largo que la novia.

Hermione enarcó una ceja.

—¿Quieres que te lo corte?

Y él se giró hacia ella, como si esa idea no se le hubiera ocurrido. En realidad, Draco tenía el pelo bastante largo desde que había salido de Azkaban. Ella sabía que estaba incómodo con él, se lo notaba en sus gestos y en el modo en el que gruñía cada vez que un mechón rebelde caía sobre su frente. ¿Por qué no se lo había cortado hasta ese momento? No lo sabía.

—¿Harías eso?

—Claro.

Hermione lo encontraba muy guapo con el cabello largo, pero entendía que él prefiriera cambiar de aspecto. En realidad, a ella le daba igual. Mientras Draco Malfoy siguiera teniendo esos ojos grises capaces de congelarla solo con mirarla, ella seguiría derritiéndose solo con saber que él estaba presente. Su físico no importaba.

—Tú también irás a la boda, ¿verdad? —preguntó él.

Y esa pregunta la tensó. Porque sí, iría a la boda pero... iría con Scholz. Aún le parecía impensable saberlo. ¿Por qué demonios habían tenido que invitar a Scholz a la boda de Nott con Astoria? ¡Si se suponía que odiaban al Ministerio!

—Sí.

—Astoria me ha convencido para... bueno, ya sabes, para que le devuelva el favor que ella me hizo la noche que me dejó salir de la Residencia.

Y esta vez, ella se mostró curiosa. Nunca había llegado a preguntarle qué quería ella a cambio de que lo dejara salir.

—¿Y cuál es ese favor exactamente?

—Tengo que ser su... acompañante, o algo así, en la boda. Creo que el término correcto es damo de honor, pero ella sabe que, si se le hubiera ocurrido llamarlo así, yo no habría aceptado.

Hermione lanzó una pequeña carcajada. En realidad, ella se sentía feliz al pensar en que la amistad entre Draco y Astoria era tan fuerte como para que él fuera a acompañarla de ese modo el día de su boda. A Hermione le gustaba que Draco supiera que no estaba solo, que nunca lo estaría.

—Así que vas a brillar mañana en la ceremonia, ¿no?

—Creo que también quiere usarme para que yo no la deje salir corriendo en cuanto Nott aparezca en la boda.

—Sí, eso será necesario.

Alcacia apareció cargando con una pequeña bandejita de plata con tres tacitas de té y una tetera de porcelana. En dos pequeños cuencos, Hermione distinguió un poco de leche fría y también varios terrones de azúcar blanca.

Durante varios minutos, ellos dejaron de hablar de la boda y se dedicaron a charlar con Alcacia acerca de todo y de nada, al mismo tiempo. Ella era agradable y se notaba que quería a Draco. Hermione comprendió que podría acostumbrarse a esa vida muy fácilmente, si se le diera la oportunidad. Estar allí hacía que se sintiera bastante feliz.

Al cabo de un rato, Alcacia se puso en pie e hizo amago de recoger la bandeja con el té, pero Draco se negó.

—No te preocupes, tía. Yo recogeré.

—De acuerdo, Draco. Creo que ya es hora de acostarme, estoy un poco cansada.

Hermione apretó los labios. Sabía que le había dicho a Draco que le cortaría el pelo, pero no le parecía correcto quedarse en la casa después de que Alcacia se hubiera retirado. ¿Qué iba a pensar de ella?

—Será mejor que me vaya —dijo—, se está haciendo tarde.

—¡No, por favor, Hermione! —Alcacia alzó las manos, mostrando varios anillos plateados en sus dedos—. No te marches por mí. Seguro que vosotros tenéis cosas de las que hablar.

Draco y Hermione compartieron una mirada. Ella aún dudaba de qué debía hacer.

—No creo que yo... —comenzó.

—Esta es la casa de Draco, ahora —recalcó Alcacia, una pequeña sonrisa se instauró en su boca—. Ya no tengo veinte años, pero tampoco estoy ciega. Lo digo de verdad, esta es tu casa, Draco, y quiero que la sientas como tal. —Alcacia se dirigió a Hermione—. Puedes quedarte a dormir con total confianza. Y... si te hace sentir mejor, también puedes marcharte ahora y entrar a escondidas por la puerta de la cocina dentro de un rato.

Hermione se puso tan roja como un tomate. Vale, estaba claro que ellos dos no estaban engañando a nadie. Por el amor de Merlín, ¿tan mal disimulaban? La verdad era que ya no tenían por qué esconderse, pero la profesionalidad de Hermione quedaría en tela de juicio si la noticia comenzaba a extenderse tan pronto.

—Gracias, tía —respondió Draco.

Cuando Hermione se giró hacia él comprobó que él seguía tan serio y neutral como siempre. ¿Cómo hacía para controlarse?

—Esta anciana se va a dormir —bromeó—. Nos veremos mañana. —Alcacia se despidió con un gesto y después subió las escaleras.

Hermione miró a Draco y, acto seguido, se llevó las manos a la cara.

—Por todas las estrellas, Draco... ¡tu tía va a pensar que estamos... ya sabes, haciendo eso en tu habitación!

Draco enarcó una ceja rubia.

—¿Haciendo qué?

Quería que lo dijera, lo sabía. Draco era consciente de a qué se estaba refiriendo, pero quería hacerla sufrir, provocarle más vergüenza aún.

—¡Déjame! —gruñó ella, golpeándole el brazo juguetonamente.

—No, no. ¡En serio, Hermione! ¿Mi tía va a pensar que estamos haciendo qué en mi habitación?

Hermione tragó saliva.

—No me obligues a decirlo...

—No parece darte tanta vergüenza cuando lo estamos haciendo.

Ese chico era el diablo. Esperaba que lo supiera. Hermione puso los ojos en blanco.

—Eres un imbécil.

Una risa ronca, casi gutural, surgió de entre los labios de Draco. Se acercó a ella unos centímetros más y rozó su cuello con las yemas de sus dedos.

—No te preocupes, podemos hacerlo en silencio —susurró.

Draco sintió que el pulso de ella se aceleraba y bajó sus dedos un poco más por su clavícula, hasta llegar a su pecho. No se detuvo allí, sino que paseó su mano por los pechos de Hermione, por encima de la tela, y bajó por su abdomen hasta llegar al punto donde comenzaba su falda. Ella tragó saliva, pero su cuerpo separó las piernas sin siquiera pensarlo. Él coló sus manos por entre sus muslos y rozó su ropa interior con un par de movimientos. Hermione dejó escapar el aire sus pulmones de golpe y estuvo a punto de gemir, pero él la besó para acallar su quejido. Sus dedos traspasaron la tela de sus bragas y la yema del dedo corazón de Draco tocó su clítoris con cuidado.

—¿Ves? —dijo él en voz baja—, si lo hacemos así, nadie se dará cuenta.

Ella posó su mano en la nuca de Draco para profundizar el beso, pero él se apartó de ella de pronto y se puso de pie. Sus dedos ya no la tocaban y sus labios estaban lejos de los suyos.

—Me has prometido un corte de pelo, ¿no Granger? Pues recojamos esto y vayamos arriba.

Maldito... si no fuera porque un bulto comenzaba a adivinarse en los pantalones de Draco, ella había creído que él no estaba afectado en absoluto. Draco caminó hasta la puerta de esa sala y se detuvo, girándose hacia ella de nuevo.

—¿Y bien?

Hermione se aclaró la garganta y lo imitó, caminando tras él. Empezaba a creer que nunca podría resistirse a Draco Malfoy.


Yo no digo nada.... pero se va a liar.

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