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Capítulo 45

Creo que alguien me había pedido Dramione...


Capítulo 45

And this is the smile / That I've never shown before.

Y esta es la sonrisa que nunca antes había mostrado.

Staind – So far away


DRACO

—No sé qué pretendía diciéndome eso en la puerta del Caldero Chorreante, ¡te lo juro, Draco! —gruñó Astoria, dando vueltas por su habitación en la Residencia como si fuera un animal enjaulado—. ¿Tú qué opinas?

—Sí —contestó Draco, asintiendo con la cabeza—. Sí, seguro que sí.

—¿Me estás escuchando?

—Estoy de acuerdo —murmuró Draco.

Astoria gruñó, molesta.

—Así que probablemente vaya a la Madriguera esta tarde y le prenda fuego a toda su casa con todos los Weasley dentro. ¿Recuerdas cuál es el hechizo para que el fuego no pueda apagarse?

—Sí, sí. Seguro que sí —dijo él de nuevo con voz ausente.

El libro de Historia de la historia muggle golpeó a Draco en el hombro con fuerza y el joven rubio se giró hacia su amiga con furia ardiendo en los ojos. Estaba sentado sobre la cama y ella se encontraba de pie a solo un metro. Joder, le había hecho daño.

—¿Se puede saber qué te pasa?

—¡Que no me estás escuchando, imbécil! —exclamó Astoria, ofendida—. Llevo una hora contándote mis problemas y tú estás ignorándome.

—No te ignoro. Te he escuchado todo: Chay es un idiota y Ronald Weasley, sorprendiendo a nadie, también lo es. Y no sabes a qué idiota elegir.

—No es eso —respondió ella con un suspiro. Se dejó caer en la cama junto a Draco y se tumbó boca arriba—. Es que... siento, no sé. Siento que he estado toda la vida enamorada de Weasley para nada. Nos hemos enrollado unas cuantas veces, pero eso no ha cambiado la situación, sigo igual que antes: a punto de casarme con Chay.

—Pues no te cases.

—Mis padres van a matarme, Draco. Bastante tienen ya con un hijo en Azkaban... no puedo hacerles eso.

Los ojos grises de Draco se le clavaron. Draco no creía que él mismo fuera el indicado para dar consejos amorosos, pero... bueno, si Astoria se lo pedía...

—Pero... si Weasley te pidiera que dejes a Chay y que te fueras con él, ¿qué harías?

Astoria se cubrió el rostro de rasgos suaves con sus manos pálidas. Tenía las uñas de las manos muy cortas, se las había mordido. Draco controló el impulso de apartar la mirada de esas uñas desastrosas; a Draco no le gustaban las cosas desarregladas, él era una persona muy metódica.

—No me digas eso porque ese tipo de pensamientos me hacen ilusionarme —pidió Astoria.

Draco no la entendía. Su amiga era una falta absoluta de organización y a él le resultaba imposible aconsejarla si sabía que ningún comentario lógico entraría en la mente de Astoria Greengrass. Al final, ella solo haría lo que ella misma quisiera hacer. Además, él ya tenía suficiente con sus propios problemas.

Alguien llamó a la puerta en ese momento. No, alguien no: tenía que ser Granger. Draco se puso en pie. Astoria permaneció tumbada boca arriba sobre su cama, como si no le importara en absoluto que alguien la viera allí.

—Astoria —dijo Draco con voz suave—, ¿no te parece extraño que alguien entre y te encuentre tumbada en mi cama?

Ella sollozó desde allí.

—No me importa. Estoy muy triste.

—Bueno...

Draco abrió la puerta. Necesitaba prepararse mentalmente antes de ver a Granger después de lo que había pasado en Nochevieja. Empezaba a ser demasiado habitual para él no saber cómo comportarse delante de ella. Su corazón dio un vuelco cuando la vio y se quedó parado un instante.

—Hola —susurró Hermione.

—Hola.

Se apartó para dejar que ella pasara. Mentiría si no dijera que disfrutó por un segundo cuando vio que los ojos de Hermione se dirigían a la cama y veían allí a una chica. Draco sabía que él no había cambiado, aunque Granger pensara que sí. Seguía siendo un cabrón y le había gustado ver la confusión y el dolor reflejados en sus ojos... hasta que ella había distinguido a Astoria.

—¿Qué te pasa, Astoria? —preguntó la chica con voz suave, caminando hacia la cama.

Draco solo se quedó mirándolas, contemplando cómo Hermione se sentaba en el colchón y posaba su suave mano sobre el antebrazo de la muchacha.

—Nada.

—Está deprimida porque Weasley es un gilipollas —respondió Draco por ella.

—¡Malfoy! —exclamó Hermione, quizás ofendida porque acababa de insultar a su amigo.

Él se encogió de hombros.

—¿Qué? En serio, ¿qué he dicho ahora? —preguntó, abriendo mucho los ojos—. ¿No era por eso?

Sorprendiéndolo, Astoria se puso en pie y se alejó de ambos. Se acercó a Draco con los labios fruncidos en un puchero que le recordaba a cuando ella era pequeña. En realidad, Astoria no había cambiado mucho en los últimos años.

—Draco... me da mucha pena pensar en que algún día alguna chica va a sufrir la desgracia de enamorarse de ti. Porque no tienes ni una pizca de sensibilidad romántica.

Y él se cruzó de brazos, gruñendo por lo bajo.

—Tampoco hace falta hablarme de ese modo, hago lo que puedo.

No era Cupido, vale, eso saltaba a la vista. Pero al menos lo había intentado. Ante sus ojos, su amiga se apartó de él y se dirigió a la puerta.

—Nos vemos luego, se supone que yo debería estar trabajando ahora, gracias por intentar consolarme. Hasta luego, Hermione.

Astoria se marchó y él suspiró.

—Tampoco lo he hecho tan mal —se defendió Draco—, de verdad.

—Te creo. Dicen que las novias se estresan mucho antes de la boda... sobre todo si no quieren casarse.

Draco observó a Hermione. Estaba sentada sobre su cama y sus ojos marrones y brillantes lo contemplaban con una expresión relajada. No sabía por qué, pero se encontraba mucho más tranquilo ahora que ella estaba allí, su presencia era un bálsamo para la ansiedad y la tristeza que sentía cuando estaba solo.

Cualquiera diría que, tras tres años encerrado en una celda, Draco debería saber cómo estar solo. ¿No? Pero la soledad le molestaba ahora que sabía cómo era estar con Granger. La sensación le daba miedo, era demasiado grande.

Verla, mirarla a los ojos, era como una montaña rusa que subía y bajaba sin ningún descanso. La veía y... su corazón daba un vuelco. ¿Qué coño era eso?

Ella se fijó en el cómic que le había regalado un par de días antes en el Caldero Chorreante. Draco ya lo había leído tres veces y le había gustado tanto que planeaba leerlo de nuevo esa noche. Le gustaba ese Batman, era un tipo con principios, pero no se pasaba de blandengue. Le daba su merecido a los malos sin grandes discursos de moralidad, como hacía el Ministerio de Magia. La vida real era mucho más aparatosa que los libros.

—¿Lo has leído ya? —preguntó Hermione.

—Sí —contestó Draco y bajó la cabeza, algo cohibido—. Está... bien.

Eso pareció ser suficiente. Hermione sonrió ampliamente y esa sonrisa le generó cierto bienestar a Draco. Como si verla feliz le alegrara.

—Me alegra que estés vestido —comentó ella al cabo de unos segundos, poniéndose en pie—. Tenemos que salir.

—¿A dónde?

—Hoy tenemos la última actividad organizada por el PRASRO. Dentro de dos semanas serás libre.

Draco asintió con la cabeza, sin denotar felicidad. Si debía ser sincero, no tenía muy claro cómo se sentía respecto a salir de la Residencia. ¿Qué haría cuando saliera a la calle? Su tía Alcacia le había invitado a vivir con ella, sí, pero él seguía sintiendo que no se lo merecía.

—¿Qué actividad? —preguntó.

—Iremos a un museo.

—De acuerdo.

Malfoy tomó su chaqueta negra del perchero situado detrás de la puerta y se lo puso en silencio. Después se quedó mirando a Hermione Granger, esperando a que ella le indicara que podían irse.

—¿Listo? —preguntó Hermione.

—Listo.


***


El Museo Memorial a las Guerras Mágicas era, con toda seguridad, un infierno para cualquier antiguo mortífago.

Para Draco lo era, lo supo desde el instante en el que llegaron a ese edificio enorme y de nueva construcción, los muros blancos y esos ventanales inmensos pretendían darle un aspecto diáfano al museo. Hacerlo ligero. No funcionaba. A varios metros de las escaleras que conducían a la puerta del museo, Draco negó con la cabeza.

—¿Esto es en serio? —preguntó.

Y Granger pareció algo avergonzada al escucharlo.

—Es parte del PRASRO. Aquí acabaría tu terapia.

—¿Terapia es llevarme a un museo que me recuerde una y otra vez que la he cagado y que no hay forma de arreglar eso?

Lo había dicho mil veces y nunca dejaría de pensarl: el Ministerio estaba lleno de putos psicópatas. Por supuesto que disfrutarían mucho viendo a antiguos mortífagos entrando a un edificio así, que les recordara que eran unos asesinos y unos monstruos. ¿Qué clase de recuperación era esa?

Caminó un par de pasos y sintió que las piernas le temblaban. Joder, quería desaparecerse... pero no podría ni siquiera intentarlo, ya había visto lo que se sentía al hacerlo en su primer día en el PRASRO.

—No tenemos que entrar —ofreció Hermione—, escribiré... escribiré que sí estuvimos aquí en el informe, no te preocupes.

—No. —Draco negó con la cabeza—. No quiero que me trates de un modo diferente al resto de mortífagos.

—No eres un mortífago —afirmó ella.

Y quizás tenía razón, o a lo mejor no. ¿Qué significaba ser o no ser un jodido mortífago a esas alturas? Si Voldemort estaba muerto, ya daba igual.

Draco caminó sobre los adoquines y llegó al primer escalón para acceder al museo. Se giró para mirar a Granger, que se había quedado parada sin saber que hacer. Como si no quisiera que él pasara por ese amargo trago... pero él estaba dispuesto a hacerlo.

—Vamos —instó Draco.

Subieron las escaleras blancas. El día estaba nublado, por lo que una luz grisácea ambientaba la mañana de un modo casi opresivo. No había nadie allí, tan solo un mago anciano trabajando como recepcionista, o eso pensó Draco. Ni siquiera lo miró cuando entró, tan solo saludó con un simple hola. Si tenía que ser sincero, esperaba que el mago lo observara con una mirada acusadora, pero, simplemente, lo ignoró del mismo modo que ignoró a Hermione y prosiguió con sus labores de recepcionista.

El museo consistía en una sucesión de fotografías, cientos de ellas, colgadas en las paredes de ese edificio silencioso. Draco caminó por el suelo de mármol a una distancia prudencial de Hermione, que parecía encontrarse más incómoda que él estando allí.

Durante más de una hora, Draco recorrió todos los rincones de ese lugar, miró a la cara de todas las personas a las que Voldemort o los mortífagos habían asesinado alguna vez: los Potter, Sirius Black, Remus Lupin y Nymphadora Tonks, Fred Weasley, Alastor Moody, los Longbottom —que, aunque no hubieran muerto, nunca se habían recuperado de las torturas que habían sufrido—, Albus Dumbledore, incluso Severus Snape estaba en las paredes de ese museo, condecorado como un héroe.

Draco se detuvo frente a una fotografía pequeña y la observó durante un largo rato. A su espalda, Hermione no quería molestarlo y parecía mirar a todas partes y a ninguna a la vez, sin saber muy bien qué hacer. Cuando Hermione lo observó detenerse, se acercó a él lentamente.

—¿Llegaste a conocerlo mucho? —preguntó ella.

Él se giró de nuevo a esa fotografía. Estaba en blanco y negro, pero en la imagen se podía ver la reconocible imagen sonriente de su primo Tommy Williams vestido de capitán del equipo de quidditch de Ravenclaw en el año 87. Su cabello rubio destacaba en esa instantánea, así como sus facciones armoniosas y su gesto de felicidad.

—Solo cuando iba a visitar a la tía Alcacia, pero eso no sucedía a menudo —respondió Draco—, mi padre no soportaba que tuviéramos relación con su hermana. Si se hubiera enterado de que mi madre me llevaba a verla a escondidas... habría sido horrible.

—Tu padre no parece... muy afable —comentó ella en un susurro—, aunque tampoco lo recuerdo mucho.

—No lo era. No era afable... ni cariñoso, ni tampoco agradable, en realidad —susurró Draco, bajando la vista—, pero al menos quería salvarnos, hizo lo que pudo... aunque se equivocó de bando, está claro.

Ambos se quedaron en silencio unos instantes hasta que Draco volvió a decir algo, aunque habló más para sí mismo que para Hermione:

—Me pregunto cuántas veces se habrá quedado aquí parada mi tía Alcacia, mirando a Tommy. Me gustaría saber qué siente cuando lo hace.

Hermione se mordió el labio. Draco imaginaba que ella no sabía cómo consolarlo, pero él no necesitaba que nadie lo consolara. Estaba bien así.

—¿Quieres que nos marchemos ya? —preguntó Hermione—. Ya has completado la actividad.

Draco alzó la vista una vez más y la fijó en los ojos castaños de Hermione. Chasqueó la lengua antes de hablar de nuevo.

—¿Sabías que mi madre también murió a manos de los mortífagos? —preguntó de pronto.

Ella negó con la cabeza.

—Mi tía Bellatrix —anunció Draco—. Fue... fue bastante irónico, imagínatelo. Estábamos en mitad de la maldita batalla de Hogwarts, lanzándoos maldiciones y hechizos a pesar de que vosotros erais muchos más, a pesar de saber que ya estábamos acabados. —Una risa amarga abandonó sus labios—. Y yo lo sabía, sabía que iba a morir en los siguientes minutos. No sabes qué puto miedo pasé, estaba congelado de pies a cabeza sabiendo que, si me movía, alguien como... alguien como Potter, o como tú misma, podría aparecer y lanzarme un maldito Avada Kedavra como venganza por todo lo que yo os había hecho durante los años de escuela. Ahora por fin teníais la oportunidad de hacerlo, teníais la excusa en bandeja.

Contempló cómo Hermione palidecía, pero ella no dijo nada, tan solo lo observó. No había nadie allí, nadie que pudiera escuchar esa conversación privada entre los dos.

—Habría estado justificado, nosotros también os estábamos atacando. Mi padre me miraba, sabía que yo estaba cagado de miedo, que nunca antes había estado en una batalla de verdad y que en algún momento me iba a desmayar, o algo así. Creo que nadie me conocía por ser precisamente valiente, ¿no? —Draco tragó saliva antes de seguir hablando, sus ojos se fijaron en la ventana con una mirada triste—. Y entonces, de repente, una idea me golpeó la cabeza: tenía que largarme de allí. Me dije a mí mismo: «yo no he hecho nada, no he matado a nadie, aún puedo escapar». —Una carcajada amarga escapó de sus labios—. ¿A que es lo más cobarde que has escuchado nunca, Granger?

—No seas... no seas así, Draco, no...

—¡Dilo!, joder —exigió Draco—. Dime que nunca habías escuchado algo más cobarde que eso. Tú... tú peleaste hasta el final, te sacrificaste por todos. Te vi lanzando hechizos, protegiendo a tus amigos... no tenías miedo a que te mataran.

—¡Claro que tenía miedo! —Hermione dio un paso hacia él y posó su mano en el hombro de Draco—. ¿Crees que yo no tenía ganas de marcharme de allí? Yo también quería escapar.

—Sé sincera, Granger, no querías hacerlo y no lo hiciste. Por eso tú eres una heroína y yo soy... eso, un traidor —continuó Draco con un suspiro, después regresó a su historia—. Acababa de tomar la decisión de marcharme de allí, solo había dado dos putos pasos para salir de ese horror. Y entonces mi tía Bellatrix me vio. No tuvo que decir nada, ella sabía lo que yo me proponía: escapar de allí como un gusano. Así que me dijo unas palabras que jamás olvidaré. Mi tía se acercó a mí y me dijo: «Draco, la única manera de escapar hoy de esta batalla es sin sangre en las venas». Mi tía estaba loca, pero yo ni siquiera pensé en hacer algo, en atacarla a ella. Creo que ni siquiera me habría atrevido a hacer algo así... fue entonces cuando Bellatrix me apuntó con su varita y me lanzó un Avada Kedavra.

Hermione se cubrió la boca con las manos, estremeciéndose ante las palabras de Draco, que narraba la historia con total frialdad.

—Como adivinarás, no me alcanzó —murmuró él, suspirando—. Mi madre decidió meterse en medio, se llevó la Imperdonable por mí y murió al instante. Ni siquiera pude... despedirme, ni mirarla una vez más a los ojos. De pronto estaba muerta, de pronto... ya no estaba allí.

Los ojos de Draco se enrojecieron, pero no llegó a llorar. Hermione se acercó a él un poco más, tratando de estrecharlo entre sus brazos. Draco se resistió, pero ella no dejó que se marchara y él terminó rindiéndose. El abrazo de Hermione era tranquilizador, su aroma y su calidez parecían ablandarlo por dentro, aunque él no quisiera permitirlo.

—No es tu culpa, Draco.

—¿Tú qué sabes?

—No lo es. No tienes por qué tomar responsabilidad por algo que no hiciste tú.

Hermione se apartó de él y lo miró a los ojos, Draco había apretado los labios y la miraba como si fuera un niño pequeño y asustado. Él odiaba esa sensación de vulnerabilidad que ella le provocaba.

—Creo que es hora de que dejes de cargar sobre tus hombros la muerte de tu madre. Ella no querría eso.

Estaba muy tentado a sisear que ella no tenía ni puta idea de lo que habría querido su madre o no, pero se controló y no lo hizo... quizás porque sabía que, en esa ocasión, Hermione Granger tenía razón.

—¿Quieres que nos vayamos? —preguntó la joven.

Draco asintió con la cabeza. Después se giró una vez más hacia la fotografía de Tommy en la que el joven sonreía de oreja a oreja.

Se habían hecho demasiado daño los unos a los otros durante esa guerra, tanto daño que ahora era complicado conseguir arreglar todo eso que se había roto en los últimos años. Aun así, Draco era más optimista ahora.

Una voz en su cabeza le dijo que todas esas personas de las fotografías no habían merecido morir, que su asesinato había sido una consecuencia horrible de la guerra y que, después de tanto sufrimiento, a lo mejor era momento de celebrar que él había sobrevivido.


¿Os ha gustado el capítulo? Espero que sí :) Hemos tenido Dramione y, a la vez, hemos conocido un poquito más de Draco y qué es eso que tantísimo lo atormenta. Poco a poco todo va avanzando y vamos descubriendo más cositas.

Mil gracias por estar aquí conmigo. ¡Nos vemos el martes!

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