Capítulo 38
OS JURO que he soñado con este capítulo de lo emocionada que estoy por compartirlo con vosotras. Es que estoy gritaaaaaaaaaandoooooooooo.
Le dedico este capítulo, aunque no lo vaya a leer nunca, a la gran Holofernes. Me he apropiado un poquitito de la familia que ella creó para Hermione en Muérdago & Mortífagos, lo veréis aquí abajo.
Espero vuestros comentarios con la misma ansia que espero que Tom y Emma se casen algún día ;)
Capítulo 38
He left her lonely with a diamond mind / And those ocean eyes.
Él la dejó sola con una mente de diamantes / y esos ojos de océanos.
Billie Eillish – Ocean eyes
HERMIONE
Hermione tocó el timbre del número 28 de la calle Hollyhock a las cuatro y media de la tarde. Había pasado casi veinticuatro horas seguidas con sus padres y, a pesar de que eso la hacía feliz, también era un poco estresante.
«¿Cómo va tu trabajo en el Ministerio, Hermione? ¿Comes bien, Hermione? Háblanos del PRASRO, Hermione. ¿Has hecho las paces con Draco Malfoy, el niño que se metía contigo en el colegio, Hermione?».
¿Qué forma había de explicarles a sus padres que Draco ya no era un niño y que había estado tres años en la peor cárcel del Mundo Mágico por pertenecer a una organización terrorista y supremacista? Ninguna. Hermione se había quedado callada ante la mayoría de las preguntas de sus padres y después había mantenido el tipo soportando las bromas pesadas de su primo Dick, que cada Navidad era más complicado de aguantar y que no dejaba de atosigarla con preguntas personales que ella no podía contestar sin hablarle del Mundo Mágico. Su tía Rosie cada año le resultaba un fastidio más grande que el anterior y se había encontrado a sí misma queriendo salir de ahí cuanto antes.
Milli abrió la puerta. Era una elfa doméstica bajita y flacucha, pero se mostraba simpática y dicharachera. Aunque Hermione no aprobara que los elfos domésticos fueran explotados en las casas de los magos, reconocía que Milli no parecía sufrir por su destino, más bien al contrario.
—Pase, señorita Granger —ofreció la elfa, haciéndose a un lado.
—Gracias.
Hermione entró a la casa de Alcacia Williams. Olía bien, como a bizcocho. Caminó hasta el final del pasillo y, al entrar en el comedor, distinguió a Draco sentado en uno de los sillones con lo que parecía un comic entre sus manos. Alcacia apareció desde la cocina y sonrió al verla. La mujer vestía una falda ancha y negra que le sentaba muy bien.
—Hermione, ¡llegas justo a tiempo! —exclamó—. Estábamos a punto de abrir los regalos. ¿Quieres un pedazo de bizcocho y un té?
Ella enrojeció un poco, pensando que debería haberles dejado una hora más a solas y que tan solo estaba interrumpiendo. Aun así, aceptó el ofrecimiento de Alcacia, que se apresuró a regresar a la cocina mientras tarareaba una canción. La mujer parecía más feliz que nunca y ella estaba segura de que Malfoy era la razón de eso... aunque él no fuera la persona más agradable de Londres, precisamente.
—¿Ya estás aquí de nuevo? —gruñó él, cerrando su cómic con disgusto y mirándola.
¿Un cómic? Qué demonios... Malfoy estaba vestido de un modo diferente. No llevaba camisa y pantalón elegante, como siempre, sino que esta vez lucía una camiseta de color gris claro que resaltaba el color de sus ojos.
—Sí, es mi trabajo —le recordó Hermione al tiempo que entornaba los ojos—. ¿Estás leyendo Batman?
Draco asintió con la cabeza con cierta desgana.
—Es interesante. Y, antes de que lo digas, Granger, Bruce Wayne sí que es un verdadero héroe... no como Potter y su banda de perdedores mágicos.
Ese tono. Ese maldito tono otra vez... Pero, ¿acababa de elogiar, de algún modo, el mundo muggle? Hermione no pudo evitar componer una sonrisa al escucharlo y rio, divertida. Para su sorpresa, Malfoy se cubrió la boca con los dedos de forma disimulada, como si estuviera tapando otra sonrisa. Bueno, no estaba tan mal, habían compartido una broma.
Alcacia regresó con un enorme pedazo de bizcocho. Tenía una pinta increíble y Hermione no pudo resistirse a probar un bocado en cuanto la mujer le tendió el platito.
—¿Te gusta?
—Mucho.
Alcacia sonrió, satisfecha. Después se dirigió al árbol de Navidad.
—Es hora de repartir los regalos. —Se agachó y tomó uno de los múltiples paquetes que había alrededor del árbol. El papel era brillante y rojo, se lo tendió a Hermione—. Este es para ti, Hermione.
—¿De verdad? Oh, no tendría que haberse molestado, señora Williams.
Desde el otro lado de la sala, Draco le hizo burla, pero ella lo ignoró. Abrió el paquete, que era blandito, y se encontró con que dentro había una enorme manta roja con el escudo de Gryffindor bordado en el centro.
—Doy por hecho que esa fue tu casa en Hogwarts.
Ella asintió, entusiasmada. Ese regalo era todo un detalle por parte de Alcacia. La mujer era muy amable al darle eso cuando, en realidad, no tenía ningún tipo de obligación de hacerlo. Hermione solamente estaba haciendo su trabajo.
Hermione metió la mano dentro de su bolso y sacó un paquetito envuelto en papel plateado. Se lo dio a Alcacia. En realidad era una bobada, pero lo había comprado el día anterior, después de que ella la invitara a quedarse a comer en su casa el día de Navidad. La señora Williams le parecía verdaderamente agradable.
La mujer abrió el regalo y descubrió un paquetito de bombones. Lo miró con cariño.
—Muchas gracias, Hermione. Veo que te has dado cuenta de que me agrada el dulce.
Draco permanecía en un segundo plano, como si no se atreviera a acercarse a ellas. Como si fuera él el extraño en esa familia y quisiera marcharse de allí. Alcacia le indicó que se acercara y le tendió una caja envuelta en papel brillante. Draco lo aceptó con timidez y ese gesto encogió un poco el corazón de Hermione, como si de pronto comprendiera que él llevaba años sin recibir ningún regalo.
Durante los siguientes minutos, Draco abrió un par de regalos por parte de su tía: un pijama de invierno y una snitch dorada que se perdió escaleras arriba en cuanto Draco la dejó escapar de entre sus dedos, se quedó observándola con una expresión casi hechizada. También Milli abrió sus regalos: un cepillo de pelo nuevo y una bola brillante de purpurina. Alcacia se emocionó cuando Draco le entregó la camisa de lana negra que habían comprado en el Callejón Diagón.
—Gracias por invitarme por Navidad —susurró él en una voz casi inaudible.
Y sobrino y tía se miraron de un modo tan intenso que Hermione sintió que su piel se ponía de gallina al contemplarlos.
Solo un pequeño regalo quedaba bajo el árbol de Navidad. Alcacia lo miró con curiosidad.
—¿Qué es esto? —preguntó—. No dice para quién es.
Y Draco apartó la mirada al escucharlo. Se alejó del árbol de Navidad, apretando los labios como si quisiera desaparecer de allí. Pero no podía hacerlo, no tenía magia.
—Es para Granger —dijo al cabo de varios segundos.
Alcacia abrió mucho los ojos y contempló cómo su sobrino acababa de ponerse muy nervioso. Hermione lo miraba con un gesto de confusión dibujado en el rostro, ¿Draco Malfoy le había comprado un regalo? Eso no podía ser, ¿cuándo lo había hecho?
—¿De tu parte? —preguntó Alcacia.
Draco gruñó.
—No, de parte de los Malfoy. En agradecimiento por... ella ya sabe por qué.
Hermione tomó el paquete, aún confundida por lo que estaba presenciando. Abrió el papel de regalo oscuro, cuidadosamente envuelto, y se encontró con un gorrito de lana rojo. Era grueso y parecía dar mucho calor. Lo acarició un instante.
—Muchas gracias... Draco. Es muy bonito.
Habría sido raro llamarlo Malfoy en esa ocasión, ¿no? Es decir. «¿Gracias, Malfoy?». No, ni que fueran completos desconocidos.
Guardó el gorro en su bolso con cariño, al igual que hizo con la manta que le había dado Alcacia. Aún se sentía confundida: ella no le había regalado nada a Malfoy, ni siquiera lo había pensado. Ahora se arrepentía de no haberse acordado de que también era Navidad para él.
—¿Nos vamos ya a la Residencia? —dijo Malfoy de golpe, como si estuviera molesto por algo.
Ella no se sorprendió. Malfoy era raro; raro y desagradable, no podía olvidarse de eso.
—Sí, claro. Dejaré que os despidáis.
Hermione salió al pasillo, sonriendo una vez más a Alcacia. Allí espero durante apenas un par de minutos hasta que Draco apareció, ya cubierto por su abrigo negro. Rehuyó su mirada como todo un profesional y ella no le dijo nada.
—¡Os veré pronto! —exclamó Alcacia.
Ellos se despidieron con un gesto y salieron a la calle, cerrando la puerta a su espalda. Afuera comenzaba a llover y Hermione pensó en ponerse el gorro que él acababa de regalarle... no sabía si hacerlo o no. Quizás solo era un regalo por educación y no debería usarlo nunca... luego recordó que Draco Malfoy jamás haría algo por educación, mucho menos algo bueno. Sacó la prenda de su bolso y se caló el gorro rojo de lana en su cabello castaño, después cruzó el jardín junto a Malfoy. Los enanitos de Alcacia, que no se ponían de buen humor ni siquiera en Navidad, les gritaron improperios.
—¡Marchaos de una p**a vez, hijos de perr*! —gruñó un enanito pequeño y adorable que apenas le llegaba a Hermione a la rodilla.
—Sí, fuera de mi p**a casa. ¡Sois un ***** en mi ****!
Ella fingió que no los oía y por fin llegaron a la calle. Pusieron rumbo a la Residencia sin mediar palabra entre ellos. Era raro caminar así con Draco. Era extraño discutir, también lo era no hacerlo.
La lluvia se intensificó. Hermione sintió que sus mejillas se empapaban y tuvo que apretar su abrigo contra su pecho, protegiéndose del frío. Draco caminaba rápido, intentaba evitarla. Estaba claro que se sentía avergonzado por haberle dado un regalo de Navidad, quizás la situación empeoraba porque ella no le había comprado nada a él.
—Podrías esperarme —dijo ella cuando Malfoy se encontraba ya a varios metros de distancia—, nos dirijimos al mismo lugar, ¿sabes?
Malfoy se detuvo en seco. El agua calaba su cabello rubio platino, lo oscurecía ligeramente. Cuando él se giró hacia ella, un sinfín de gotitas de agua se agolparon en sus pestañas claras. Enarcó una ceja con aire sarcástico.
—Solo porque mi tía te haya invitado a comer en su casa no creas que quiero pasarme todas las Navidades contigo, Granger.
Ya empezaba. ¿Es que acaso no se cansaba de buscar pelea? Parecía que no. Era insoportable, era un maldito dolor de cabeza.
—No vayas por ahí de nuevo —pidió, hastiada—, haz el favor de no arruinar mi día.
—De acuerdo.
Draco se dio la vuelta y siguió caminando. La lluvia arreció y Hermione sintió que un fuerte soplo de aire traía una ola de agua hacia ella. Eso no era normal, menudo clima de mierda incluso para ser Navidad.
—¡Lo estás arruinando de todos modos! —le gritó—. Tienes que comportarte como un gilipollas siempre para no caerle bien a la gente, ¿o qué?
—Me da igual caerle bien a la gente o no. No soy un puto auror que siempre necesite quedar bien con todo el mundo, como tú.
Hermione se adelantó hacia él corriendo y lo obligó a detenerse.
—¿No puedes dejarlo por una vez? —le pidió—. Yo ya te conozco, Malfoy, a mí no tienes que demostrarme nada.
La sola implicación de que él hacía todo eso con afán de captar su atención molestó a Malfoy, estaba claro. Un brote de magia involuntaria surgió de él, de su furia, y de pronto pareció que toda el agua de la lluvia que estaba destinada a caer sobre el suelo de esa calle, cayó sobre ellos. Fue entonces cuando ella comprendió que era Draco quien lo estaba provocando todo, su magia contenida se estaba descontrolando de nuevo.
Hermione se llevó la mano al rostro, despejando una inmensa cantidad de agua. La había golpeado de pronto, sin que ella se lo esperara. Sentía la ropa y los zapatos tan mojados como si se hubiera metido a una piscina sin desvestirse. Ahogó un insulto entre sus labios y se dio la vuelta, caminando en dirección contraria. Draco se quedó parado, mirándola en mitad de la calle.
—¿A dónde vas?
Ella no contestó, pero sabía que él la seguiría. Claro que sí. Draco no tardó en correr hacia ella y Hermione dobló la esquina, caminando por una calle que bajaba hacia el Ministerio de Magia. Se detuvo en la puerta de un edificio antiguo construido en piedra oscura: el lugar donde estaba su apartamento.
—¿Dónde estamos? —preguntó él.
—En mi casa —dijo Hermione escuetamente—, no pretenderás que vaya a la Residencia así.
Señaló su chaqueta completamente empapada y se quitó el gorro, exprimiéndolo para sacar la cantidad de agua que había absorbido. Hermione abrió la puerta principal con un movimiento de varita y entró al edificio, agradeciendo que el agua se detuviera. Draco se quedó allí parado, sin saber qué hacer.
Fue entonces cuando Hermione supo que unas palabras estaban a punto de escapar de sus labios. Algo que no se atrevía a decir, en realidad, pero que no quería callarse. Supo que, si pronunciaba esas palabras, todo cambiaría por completo.
Pero aún así las dijo.
—Bueno, ¿qué? —Tomó aire un instante—. ¿Te vas a quedar ahí?
***
—¿Miau? —dijo Crookshanks cuando escuchó la puerta. Seguro que no la esperaba tan pronto.
El gato pareció aún más confundido cuando se percató de que Hermione no regresaba sola, sino que iba con alguien más. Clavó sus ojos felinos en el visitante.
—¿Miau? —repitió.
—Es solo Malfoy, Crooks.
Con toda seguridad, su gato lo recordaba del colegio.
Draco miró a la bolita de pelo naranja con un gesto burlón.
—¿Cuántos años tiene ya este gato? ¿Ochenta y siete?
Y Crookshanks bufó como solo hacía cuando alguien le pisaba la cola. Salió corriendo hacia la cocina, perdiéndose por detrás de la puerta.
—Qué encantador. Te invito a mi casa y tú insultas a mi mascota.
Draco se quitó su abrigo sin pedir permiso y lo tiró en el suelo. La tela estaba tan mojada que sonó como si, en vez de ser un abrigo, se tratara de una caja llena de libros. La camiseta gris se pegaba al pecho de Draco como una segunda piel. Sin ningún tipo de respeto, él se apartó el cabello rubio de la cara, salpicando de agua todos los muebles de alrededor.
—¿Qué es eso, Granger? ¿Acabas de utilizar el sarcasmo? —preguntó con una mueca malévola—. ¿Sabes lo que he oído de las personas sarcásticas?
Hermione se liberó de su chaqueta y también se quitó las botas, que contenían tanta agua dentro como si ella misma las hubiera puesto bajo el grifo de la cocina. Odiaba la magia involuntaria de Malfoy, era de lo más caótica.
—Voy a ducharme, estoy helada —informó—. Por favor, por favor, por favor. Intenta no romper nada.
Sin esperar a que él respondiera, Hermione cruzó el pequeño pasillo y se encerró en su habitación. Allí se desvistió con rapidez y eficacia y se coló en su pequeño cuarto de baño.
—¿No vas a secar mi puta ropa primero? —escuchó que decía la voz de él desde la entrada—. Yo también tengo frío.
Lo ignoró deliberadamente, abriendo el grifo de agua caliente al máximo. Cuando el agua tocó su piel, se estremeció. Ella estaba congelada y la ducha casi hervía, pero le gustaba la sensación. La despertaba de ese extraño sueño en el que se encontraba sumida.
Tan solo pasó allí un par de minutos, lo suficiente para volver a entrar en calor. Después se envolvió en una toalla y recogió su cabello húmedo a lo alto de su coronilla, se ocuparía de peinarse luego... o mañana. Empuñó su varita, pues nunca la perdía de vista.
Con un suspiro, Hermione Granger abrió la puerta que la llevaba de nuevo a su cuarto. No podía negar que, en cierto modo, estaba nerviosa. Malfoy estaba en su casa, ahí. Y... quizás ella estaba a punto de volverse loca y por eso lo había invitado a subir. Como si no supiera que era un mortífago, o como si ella no fuera su tutora en el PRASRO. Maldito PRASRO, ese programa tenía la culpa de todo.
Posó la mano en el pomo y abrió la puerta, respirando de forma profunda. No tenía que echarle demasiada imaginación, en realidad, pues casi había sabido lo que iba a encontrarse desde el primer momento. Hermione no creía en la adivinación, pero había visto eso en su mente desde el instante en el que le había invitado a subir a su casa.
Malfoy estaba en su cuarto.
Rebuscaba en su armario, como si fuera lo más normal del mundo y ella ni siquiera tuvo que hablar. Distinguió al instante que él buscaba ropa, ropa seca. Malfoy tomó una camisa ancha de cuadros y la observó con un gesto que denotaba disgusto. La lanzó de nuevo dentro del armario hecha una bola y sacó una camiseta blanca y ancha que ella solía utilizar como pijama. La tenía entre sus dedos cuando los ojos grises de Malfoy se dirigieron a ella, bajando por todo su cuerpo como si pudieran ver a través de la tela. Hermione tragó saliva.
—Sal de aquí —susurró en voz baja.
Y Draco solo soltó una carcajada al oírla.
—Bueno, ahora ya sabes lo que se siente cuando alguien entra en tu cuartosin pedir permiso. ¿A que jode?
¿Qué os ha parecido? Por favor, contadme tooooodo lo que se os pase por la cabeza. Muchas gracias por leerme, sois un auténtico amor y me hace un montón de ilusión recibir vuestros comentarios/reviews para poder comentarlo TODO con vosotras.
Nos vemos el viernes, tendré que atarme las manos y encerrarme en una habitación para no venir antes a publicar la continuación jaja.
Mil besos :)
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