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Capítulo 3


Capítulo 3

'Cause I can promise if you knew me / you would probably walk away.

Porque te prometo que si me conocieras, / probablemente te marcharías.

Anson Seabra - I can't carry this anymore.


DRACO

¿De verdad? ¿En qué coño se había convertido Hermione Granger? Se negaba a creerlo. ¿En parte de la Oficina de Aurores?

Por supuesto. Joder. ¿Cómo lo había podido dudar ni un segundo? Era evidente que esos bastardos del PRASRO no solamente querían ponerle la vida más difícil, sino que también deseaban humillarlos tanto a él como al resto de antiguos mortífagos. Claro, porque no tenía suficiente viviendo tres años de infierno en Azkaban, también tenía que depender de Hermione Granger cuando por fin conseguía su libertad. Como si fuera a escaparse, o algo así. ¿De verdad lo consideraban peligroso en lo más mínimo? Lo más grave que Draco Malfoy podía hacer en ese momento era correr hacia una de las ventanas del Ministerio y tirarse por ella. Seguro, seguro que eso escandalizaría a Hermione Granger. Casi sonrió al pensarlo.

Trató de desviar su mente. Últimamente pensaba demasiado en morir, más que de costumbre. Cualquiera habría pensado que tenía algún problema.

El tal Ferdinand le lanzó una mirada estúpida cuando retiró el hechizo de esas esposas de fuego. En cuanto sus manos quedaron libres, Draco se apresuró a frotar sus muñecas con sus dedos, suspirando con alivio. Los ojos de Granger viajaron al sinfín de marcas, antiguas quemaduras, que se había hecho con la puerta de su celda en Azkaban. Notó que las marcas la perturbaban, así que no dudó en remangar aún más la camisa para mostrarle más cicatrices en su piel. Casi disfrutó cuando ella abrió mucho los ojos, asustada. Casi disfrutó, sí, pero no llegó a hacerlo. Draco Malfoy ya no disfrutaba de nada.

—Me voy, entonces. Suerte, señorita Granger.

La iba a necesitar, efectivamente, en eso debía darle la razón a Ferdinand.

—Gracias.

Ella, siempre tan educada, siempre tan elegante. A pesar de ser una sangre sucia, ¿qué pretendía? Delante de él no tenía que montar ningún numerito, ya era suficientemente humillante tener que depender de ella. Era más de lo que él habría podido imaginar algún día. Era un giro del destino tan magistral, tan sarcástico, que casi lo encontraba gracioso... a la vez que repugnante. ¿Tendría que ser amaestrado por Granger como si fuera un conejo?

—Bienvenido al PRASRO —dijo ella y a Draco no se le escapó el temblor evidente en su voz.

De nuevo, Draco sintió ganas de sonreír. Estaba nerviosa, lo entendía, quizás ella aún no disfrutaba de estar allí, humillándolo. Pero lo haría pronto.

Decidió no contestar.

—Bueno, creo que las presentaciones están de más, pero... —resolvió Hermione—, no me gusta saltarme el protocolo. Soy Hermione Granger, miembro de la Brigada de la Aplicación de la Ley Mágica. Seré tu tutora durante este programa de rehabilitación y reinserción a la Sociedad Mágica.

Él solo la miró. No asintió con la cabeza, ni siquiera pestañeó más de un par de veces. En silencio, Draco permaneció frente a ella con su habitual expresión aburrida. Hermione había cambiado en los últimos tiempos, ahora tenía veintidós años y, aunque no había crecido nada, su rostro había perdido casi todo rastro de infantilidad. Era extraño decirlo, pero ahí mismo, frente a él, Hermione Granger era una mujer. Su cabello castaño y rizado estaba más largo que nunca, bajaba en desordenados tirabuzones a su espalda, rozando su cintura. Parecía que se había peinado, o al menos lo había intentado. Esa no era la Hermione Granger que él conocía. Vestía su habitual ropa muggle: una camisa roja y unos pantalones negros algo más formales que los vaqueros con los que la había visto mil veces durante su adolescencia. Había cambiado, Hermione Granger era muy diferente ahora. Su mirada, antaño inocente, parecía irradiar fuerza y valentía. Quizás por eso se había atrevido a tomar un caso como el suyo.

A Draco le importaba una mierda, así de claro. Granger podía meterse todos los esfuerzos por «reincorporarlo a la sociedad» por donde le cupieran, a él le daba lo mismo. La sociedad era, precisamente, lo último a lo que él querría pertenecer.

—Me alegro de que hayas escogido participar en este programa, de verdad.

Hermione lo observó, como si estuviera intentando sacar de él alguna palabra, lo que fuera. Quizás esperaba un... «gracias». Solo pensarlo ya le provocaba una carcajada. O, mejor aún, un: «Lo siento». JA-JA. ¿Te lo imaginas? ¿Draco Malfoy pidiendo perdón? Seguro que Rita Skeeter habría querido escribir algo así, adjuntando una foto de cómo se veía él a esas alturas. Draco no tenía espejos, era verdad, pero tampoco necesitaba ser un maldito genio para saber que estaba mal, muy mal. Que parecía cualquier vagabundo del Callejón Knockturn. Que se veía igual que Weasley en el peor de sus días.

—¿Puedo irme ya? —preguntó.

Y no supo si Hermione pareció aliviada de que hablara o enfadada por esa pregunta tan estúpida.

—No —respondió—, te acompañaré a la Residencia de PRASRO, donde vivirás durante los próximos cuatro meses hasta que...

Joder. Ya estaba otra vez, otra retahíla de datos y detalles que le eran irrelevantes. Tan solo quería salir, ver el sol, observar el cielo una última puta vez. Después, le daba igual lo que sucediera. En serio, como si el mundo explotaba con él dentro, no le importaba nada.

—¿Me estás escuchando, Malfoy?

—Sí.

Procedió a ignorarla de nuevo. Hermione hablaba, explicándole norma tras norma, tal y como se las había aprendido de memoria. Y cada palabra le resultaba más superflua que la anterior a Draco. Ni siquiera se molestaba en fingir que la estaba escuchando. Ni siquiera eso. Tardó un par de minutos en callarse, Granger estaba resultando tan pesada como cuando era una adolescente. ¿Qué había hecho él para merecer eso? Bueno, quizás ser un mortífago.

—Sígueme, iremos a la Residencia.

Hermione le dio la espalda y abrió la puerta, instándolo a seguirla. Sabía que, si ella le daba la espalda tan rápidamente, era porque no tenía ningún miedo de que él pudiera atacarla y pillarla desprevenida. Ella, al fin y al cabo, tenía su varita y, además, era excepcional en los duelos de magia. Draco no tenía ni media oportunidad contra ella y lo sabía.

Se centró en pensar en el cielo. Pronto lo vería. ¿De qué color sería? ¿Qué hora era? No le importaba. Solo quería ver el cielo, tomar aire de forma profunda y mirar al cielo a la vez. Como un recordatorio de que había salido de Azkaban, de que estaba vivo... aunque no quisiera estarlo, a la vez. Draco no entendía bien el funcionamiento de sus pensamientos ni de su cerebro, tan solo lo dejaba fluir.

Caminaron por el pasillo negro que a Draco no le resultó muy agradable. Se parecía a Azkaban, aunque era un lugar mucho más limpio y sofisticado. Azkaban era como una cueva negra, el Ministerio era... un palacio oscuro.

Hermione abrió una puerta y él cruzó tras ella. La expresión de ella se hizo completamente seria de pronto. Se acercó a él y tocó su hombro, sin que él se lo esperara. Un momento después, desaparecieron del Ministerio. Draco casi gritó cuando su suelo se levantó y él comenzó a flotar durante un instante. Se percató de que esa sala estaba dedicada solamente a servir como lugar desde el que aparecerse. Se dio cuenta tarde, pues había perdido ahí su oportunidad de ver el cielo: lo único que anhelaba en ese momento.

Maldijo a Granger en voz baja, pues por su culpa ya no podría hacerlo. Y de pronto se encontraron en un lugar extraño: iluminado, aunque tenue, con suelos de moqueta marrón. Draco imaginó que esa era la Residencia en la que tendría que vivir a partir de ahora. No había prestado atención a esa parte, si tenía que ser sincero, imaginaba que le devolverían la libertad, aunque con algunas restricciones, pero... ¿vivir en una especie de hotel para mortífagos? Eso se parecía mucho a Azkaban, en realidad.

No. No. Se obligó a corregirse mentalmente. Nada se parecía a Azkaban, ni siquiera el infierno.

—Esta es la Residencia —presentó Hermione sin mirarlo a los ojos.

—Joder —gruñó él.

—¿Cómo?

Y Draco se giró, observando esa sala casi vacía con algo parecido a la desesperación en los ojos. ¿Dónde estaban las ventanas? ¡NO HABÍA VENTANAS!

Joder. Joder. Joder. Lo único que había querido, lo puto único que quería, era ver el cielo. Aunque fuera un minuto, aunque fuera un solo instante. Y Hermione Granger le había arrebatado esa posibilidad obligándolo a aparecerse junto a ella allí, directamente. Draco tomó aire e intentó aparecerse en la calle, en cualquier lugar. Lo intentó dos veces, pero no lo consiguió. Su cuerpo temblaba, se contorsionaba y desaparecía solo un instante... pero reaparecía en ese mismo lugar de inmediato con un gemido lastimero escapando de sus labios. Granger supo lo que estaba haciendo, por supuesto que lo supo, y abrió mucho sus inmensos ojos marrones. En solo un momento, ella ya lo apuntaba con su varita.

—¡Detente! —le ordenó—, ¡no puedes marcharte, está prohibido!

Lo intentó una vez más, aunque sabía que no podía hacerlo. Su cuerpo se desmaterializó y regresó de golpe otra vez. Le dolió hacerlo, un dolor físico y mental. No era natural que algo —o alguien—, controlara su magia. Eso podía causar daños irreparables en un mago.

—Detente —exigió Hermione Granger una vez más.

Malfoy la observó con desafío en sus ojos grises. Sabía lo que ella estaba pensando de él: que parecía distinto, un hombre derrotado, delgado y demacrado. Él era consciente... pero seguía siendo Draco Malfoy, nunca había dejado de serlo.

No volvió a tratar de marcharse de allí y pasaron varios segundos hasta que Hermione bajó su varita, guardándola en su bolsillo.

—Está estipulado en las normas de seguridad que no podrás realizar magia hasta que se te devuelva tu varita, dentro de cuatro meses... —Le explicó—. Y la aparición... tendrás que esperar un año para poder aparecerte. ¿Se puede saber en qué estás pensando?

«En que quiero ver el cielo», respondió Draco en su mente.

No dijo nada. Sabía que Granger lo tomaría como una provocación.

—Malfoy —dijo ella y esta vez su voz no parecía estar leyendo el maldito diálogo prefabricado de los tutores del PRASRO. Esta vez parecía ser ella misma—, te mandaré de vuelta a Azkaban sin pestañear, te lo juro.

Y la mueca de disgusto de Malfoy se acrecentó en ese rostro.

—Haz lo que te dé la gana, Granger. ¿Te crees que me importa?

La pilló por sorpresa. Era evidente que no se lo esperaba, pero aun así compuso un gesto orgulloso. Esa maldita expresión que él llevaba años viendo en la señorita perfectísima Granger. Una maldita sangre sucia.

—Te vas a buscar tu propia ruina —susurró ella.

Y, para su sorpresa, lo dejó en paz. Sí, se calló. Hermione caminó varios metros hasta llegar a una especie de mostrador de recepción que permanecía vacío. Pulsó una pequeña campanita y, poco después, una bruja vestida con una túnica morada y brillante se apareció allí. Comenzaron a hablar, ignorando por completo su presencia, aunque, de vez en cuando, Draco escuchaba su nombre en esa conversación ajena.

¿Cómo demonios podía no haber ventanas allí? ¿Acaso estaría hecho como una especie de tortura para mortífagos? «Te condenamos a no volver a ver el sol, ni siquiera después de salir de Azkaban». Esos aurores eran aún más hijos de puta de lo que creía.

Pasaron varios minutos hasta que Hermione se acercó a él de nuevo, llevaba una llave entre sus dedos.

—Tu habitación está en el cuarto piso. Es la número 56. —Le tendió la llave con expresión fría en ese rostro tan dulce.

Casi le hizo gracia verla así, haciéndose la dura. Como si él no conociera a Hermione Granger.

—¿Y qué tengo que hacer? ¿Permanecer allí encerrado, como si fuera otra celda?

—No —contestó ella con firmeza—, ¡claro que no! Puedes salir de tu cuarto... siempre y cuando te ajustes al horario establecido. Tendrás que acudir a algunas terapias y, desde luego, compartirás sesiones de rehabilitación conmigo. Yo te supervisaré.

¿Podían matarlo ya, por favor? No le importaba que fuera una muerte dolorosa, le bastaba con que Hermione Granger cerrara la boca de una vez. Se mantuvo en silencio, con la mirada perdida en el suelo, hasta que la sabelotodo chasqueó los dedos de sus manos frente a él, como queriendo captar su atención.

—¡Malfoy! —exclamó—. ¿Me estás escuchando?

—No.

Granger arrugó la nariz.

—¿Acaso no has leído ya las normas del PRASRO? No puedes haberlas aceptado sin leerlas antes.

—Creo que no llegué a encontrarlas en la biblioteca de Azkaban —murmuró él con cierto sarcasmo.

—Oh... vaya —susurró ella—, te conseguiré una copia del documento, entonces.

¿Acaso esa chica era tonta? Estuvo a punto de posar sus manos en sus hombros, zarandearla y gritar: «¡¿Qué puta biblioteca de Azkaban, Granger?!». Como si hubiera algo más en esa prisión aparte de tortura, frío y... oscuridad. Sobre todo oscuridad. Draco volvió a buscar una ventana en esa gran sala de forma inútil; no había ni una sola rendija ahí que lo comunicara con el exterior.

Ella señaló unas escaleras blancas que conducían a los pisos de arriba de la Residencia.

—Te recogeré mañana a las diez de la mañana. Tienes que firmar aquí cada vez que entres y salgas, si no, no se te permitirá abandonar el edificio —indicó ella, su dedo apuntó a un libro inmenso situado a la derecha de esas escaleras y sujeto a un fino pie de mármol. Una pluma flotaba alrededor de las páginas, esperando a ser recogida—. Si faltara alguna firma en el libro, podrías ser inspeccionado y devuelto a Azkaban.

Se mordió la lengua para no decir lo que, inequívocamente, estaba pensando. «Al menos en Azkaban no tendría que escucharte». Luego recordó que en Azkaban no escucharía a nadie. A nadie. Un escalofrío lo recorrió cuando Draco asintió con la cabeza y caminó hasta ese libro. Tomó la pluma entre sus dedos y la apretó contra el papel, percatándose de que él no había escrito nada en los últimos tres años. Sus dedos aún recordaban cómo hacerlo y su caligrafía elegante surgió con naturalidad:

Draco Malfoy

Ella lo contempló, medianamente satisfecha.

—Nos veremos mañana a las diez de la mañana —repitió.

«En tus sueños, Granger». Dijo él en su mente. No respondió nada en voz alta. Después subió las escaleras, sintiéndose extraño. Tan pronto como perdió a Hermione Granger de vista se dio cuenta de que estaba solo, por fin estaba solo. No se encontraba encerrado en una pequeña celda oscura como en Azkaban, sino que era... «libre». Subió al segundo piso, aún desconcertado, sin saber muy bien qué hacer. Miraba a su alrededor, pero no había ventanas aún, nada de eso. ¿Acaso estaba bajo tierra? Se sorprendió al llegar a esa conclusión, más aún cuando comprendió que, efectivamente, esa debía de ser la razón por la que no había ni una sola conexión con el exterior ahí. Estaban bajo tierra porque esa tan famosa Residencia no era más que otra cárcel más, diseñada para alejar a los mortífagos del mundo real, para mantenerlos cautivos.

Draco llegó al cuarto piso, cansado. No estaba acostumbrado a caminar tanto en un día, llevaba años sin hacerlo. La habitación 56 era una puerta de madera marrón, simple, al final de ese pasillo. Nunca había vivido en un sitio simple... hasta ahora. Aunque, para ser sincero, sabía que no estaría mucho tiempo allí. Con un poco de suerte, se marcharía ese mismo día.

Abrió la puerta de madera con cierta dificultad. La cerradura era vieja y la llave, una copia de otra copia. Tuvo que hacer un par de intentos antes de lograr entrar, pues el metal no parecía encajar muy bien. La habitación olía a cerrado, pero estaba limpia, debía admitirlo. Y no tenía ventanas.

—Joder —susurró una vez más, lamentándose.

El mobiliario era sencillo: una cama doble con sábanas color salmón —Draco arrugó la nariz al verlas, parecían las cortinas de la abuela de Weasley—, también tenía un escritorio con varios pergaminos vacíos y una pluma con tintero a la derecha, eso era todo un detalle, aunque no pensaba usarlo. Junto a la pared distinguió una mesita de madera y, sobre ella, a modo de decoración, una maceta con un ramo de flores rojas. ¿Qué clase de cursilería era esa? Draco bufó, pasando de largo. Fue entonces cuando llegó a una puerta blanca y sencilla. La abrió y, tal como imaginaba, llegó a un pequeño cuarto de baño que contaba solo con un aseo y un plato de ducha. Lo que sintió esta vez fue... casi emoción. La higiene en Azkaban no era primordial, ni siquiera recordaba la última vez que había podido bañarse. Hacía ya bastante tiempo que ni siquiera se olía a sí mismo, se sentía como un animal.

No tardó mucho en desnudarse, si algo necesitaba era poder ducharse, limpiarse al menos una vez. No había sabido cuánto lo deseaba hasta que esa ducha había aparecido ante él.

Se encontraba a punto de poner un pie en el plato de ducha blanco cuando algo captó su atención. Durante un instante, solo uno, creyó que había alguien ahí, observándolo. Se sobresaltó, pero no tardó en percatarse de que esa figura sospechosa se movía a la vez que él, se giraba al mismo tiempo que él lo hacía y... lo miraba con unos familiares ojos grises: era su propio reflejo.

Su cuerpo estaba delgado, más de lo que nunca se habría podido imaginar a sí mismo: sus huesos parecían pegados a la piel de un modo más bien desagradable y además estaba sucio, daba asco. Su piel, blanca como la porcelana, presentaba toda clase de marcas: desde suciedad hasta golpes, quemaduras, cicatrices... ¿qué demonios le había pasado?

Azkaban le había pasado.

Draco dio un par de pasos más, acercándose al espejo para inspeccionar su rostro. Había crecido, joder. Como si hubieran pasado tres años y quinientos a la vez. Sus ojos estaban tristes, no le sorprendía, él también lo estaba. Sus ojos se dirigieron, sin ningún remedio, a esa Marca Tenebrosa dibujada en su antebrazo izquierdo. Era negra, como siempre, aunque estaba algo deforme y sus líneas no eran tan claras como una vez lo habían sido: Draco Malfoy había recibido muchas quemaduras en esa marca, ahora, aunque seguía distinguiéndose la inconfundible forma de la calavera y la serpiente, parecía que alguien había querido arrancársela de la piel, sin conseguirlo.

Todo su cuerpo le provocaba una mezcla entre miedo, asco y pena. No se sentía él mismo, ya. Draco peinó su cabello rubio platino hacia atrás con sus dedos. Estaba enredado y sucio, pero pronto dejaría de estarlo. Suspirando, se metió dentro de esa ducha y abrió el agua caliente al máximo, sintiendo que esta lo abrasaba apenas unos segundos después, no hizo nada por evitarlo. Necesitaba limpiarse, limpiarse a fondo.

Contempló la suciedad dejando su cuerpo y comenzó a frotarse tan fuerte como pudo con una pastilla de jabón, al poco tiempo, su piel estaba tan roja como si alguien estuviera hirviéndolo, pero no dejó de frotarse con energía, casi furiosamente. Después de más de media hora bajo ese grifo, el agua caliente pareció terminarse y una tormenta helada cayó sobre él, pero Draco no salió de la ducha, permaneció allí tanto tiempo como le fue posible, tanto que para él fueron horas. Cuando la pastilla de jabón se acabó, el chico se sentó sobre el suelo de la ducha, con el agua cayendo sobre él aún... y comenzó a llorar.


Mil gracias por leerme <3 Espero que os haya gustado. Os adelanto que, en principio, la historia no es muuuy larga, así que iremos descubriéndolo todo poco a poco. Tened un poco de paciencia en los primeros capítulos porque no me gusta forzar las cosas, ¡por favor!

Gracias por los comentarios y los votos,  de verdad que me hace muy feliz saber qué os va pareciendo el fic. Sois amor.

¡Nos vemos el martes! Mil besos.

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