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Capítulo 24

AMO este capítulo. Espero que os guste, porque viene un personaje al que sieeeeempre he adorado. ¡Contadme qué os parece abajo!


Capítulo 24

That all we are is a light into the darkness.

Que todo lo que somos es una luz en la oscuridad.

EDEN - Circles


DRACO

Su cita con el terapeuta fue el sábado a las once de la mañana, en una de las salas de la Residencia dedicadas a la atención psicológica de los antiguos mortífagos. Desde el punto de vista de Draco, el estado psicológico de todos los antiguos convictos de Azkaban era, con toda seguridad, deplorable. Imaginaba que todos estaban igual de locos, igual de rotos.

Malfoy sabía que nadie hablaba de lo que había pasado en Azkaban, solo él. El resto debían de tener miedo de que volvieran a enviarlos allí. Por eso mismo Granger fingía no saber de qué torturas le estaba hablando él, porque el Ministerio intentaba tapar esos sucesos. Si bien, a nadie le caía bien un mortífago... imaginaba que los ciudadanos de a pie tampoco querían imaginar que en Azkaban se realizaban terribles torturas a los magos tenebrosos. Sabía que los «buenos» siempre estaban por encima de esas cosas, necesitaban quedar como los santos que jamás castigarían a sus enemigos, a pesar de tener la oportunidad de hacerlo.

Já. Menudos hipócritas. ¿Acaso creían que Voldemort no habría torturado y matado a todos los sangre sucia que encontrara en su camino si él hubiera ganado la guerra? Por supuesto que lo habría hecho.

Draco bajó a la primera planta, nunca había estado allí. Durante unos minutos buscó la habitación 113 y, cuando llegó, la vio entreabierta. Ya eran las once y dos de la mañana, por lo que entró sin siquiera llamar a la puerta.

Lo que vio lo dejó helado. Se quedó parado un momento, encontrándose frente a frente con un joven sentado al otro lado de un escritorio oscuro y elegante. Vestía de traje italiano, elegante, y no era ni más ni menos que Blaise Zabini.

—Qué hijo de puta —gruñó Draco.

Y Zabini compuso una extraña sonrisa al observar a Malfoy, quien había sido su compañero de clases durante siete años en Hogwarts.

—Yo también me alegro de verte, Draco.

Blaise se puso en pie, alzándose en su casi uno noventa de altura. Medían prácticamente lo mismo. Zabini no había cambiado mucho: tenía la cabeza rapada de un modo que le otorgaba una apariencia bastante distinguida y sus pómulos altos esculpían un rostro de piel oscura y suave. Era más atractivo que hacía unos años, incluso. Draco pensó que no pasar tres años en Azkaban embellecía a cualquiera.

Se quedó frente a él sin decir nada. Blaise abrió los brazos.

—¿No me vas a abrazar?

—¿Acaso la Residencia ha contratado a todo Slytherin? ¿Me van a poner a trabajar en las cocinas cuando acabe con el puto PRASRO?

Zabini se rio entre dientes, sin moverse ni un milímetro.

Pasaron muchos segundos en silencio hasta que, por fin, Draco Malfoy chasqueó la lengua y lo estrechó entre sus brazos. Ambos se golpearon la espalda, aunque, por un segundo, el abrazo tomó un cariz triste. Una especie de «estás vivo, amigo» por parte de los dos.

—¿Terapeuta? —preguntó Draco cuando se separaron—. No puedes hablar en serio. Pero si te faltó un pelo para ser mortífago y acabar con tus huesos en Azkaban, como yo.

Blaise se encogió de hombros, rodeando el escritorio y sentándose de nuevo en la silla que había ocupado hasta ese momento.

—La vida da muchas vueltas, supongo. Me gusta este trabajo, me hace sentir bien —dijo con sinceridad— y además ayudo a gente que estuvo en la misma situación en la que yo me encontré también.

Qué profundo. Malfoy no podía decir que le molestara la idea de que él fuera su terapeuta mágico. Lo prefería a él antes que a cualquier desconocido, eso era verdad. Draco se sentó en una de las sillas frente a su ¿amigo? y Blaise tomó una pluma y se situó frente a una página en blanco.

—Comencemos —anunció—. ¿Alguna vez has recibido psicoterapia?

Malfoy fingió pensar su respuesta un momento.

—Sí, todos los martes y los viernes en Azkaban, nos la impartían los propios dementores.

Zabini asintió con la cabeza y escribió rápidamente con su pluma. La tinta negra volaba de forma mágica por todo el documento solo con que Zabini pasara la mano por encima.

—¿De verdad acabas de escribir eso? —preguntó Draco, estupefacto.

Entendía que Granger interpretara el papel de estúpida con él, pero, ¿Zabini? Eso no podía ser.

—Claro —informó Blaise, alzando el documento y mostrándoselo brevemente—. He escrito que, aunque se te haya dado la oportunidad de salir de la prisión, sigues siendo un hijo de puta sarcástico que se cree por encima de todas las normas.

Draco chasqueó la lengua. Eso le encajaba más con su amigo. Ante sus ojos Zabini soltó una pequeña risa, a pesar de que, en realidad, sí había escrito eso en el documento.

—Granger me ha dicho que depende de ti que me dejen salir esta noche.

—Sí, tiene razón.

—¿Y vas a permitírmelo?

—Depende de cómo vaya la sesión.

Malfoy se cruzó de brazos.

—Te has unido al enemigo —le reprochó.

Frente a él, el terapeuta se dejó caer sobre el respaldo de la silla. Dejó la pluma sobre el escritorio y ésta siguió escribiendo la conversación automáticamente, flotando por el aire.

—Para ser justos, habría que decidir quién es el enemigo, antes de hacer una afirmación como esa. ¿Quién lo es para ti, Draco?

—El Ministerio —escupió él sin dudar—, y todos quienes lo conforman.

Zabini asintió con la cabeza.

—¿Y cuándo se convirtieron en el enemigo?

—Cuando el bando de Potter ganó la guerra.

Hubo un silencio. No fue tenso, fue más bien un instante para calibrarse el uno al otro. Draco se preguntó si podría confiar en Blaise. Jamás habría dudado de él, lo había apreciado como a un hermano cuando eran compañeros en Hogwarts, pero ahora... ahora no podía confiar en nadie. Nada le aseguraba que no fueran a clavarle una estaca por la espalda en cuanto se descuidara.

Zabini cambió de tema con una pasmosa agilidad. Por raro que le pareciera, Draco pensó que a su amigo se le daba bien llevar ese tipo de conversaciones. Parecía un buen terapeuta.

—De acuerdo, Draco. Veamos una cosa, algo importante. Según veo, ahora mismo no estás muy contento.

—Qué observador.

—En serio, tío, no me vengas con esas chorradas. No soy Granger, ¿vale? —gruñó Blaise—. Vamos a ser claros. —Guardó silencio un instante, volviendo a ordenar las ideas en su mente—. No eres feliz, algo te está jodiendo. ¿Cuál ha sido la gota que colmó tu vaso para haber llegado a ese estado?

—¿Qué quieres decir? —preguntó Draco, algo confundido.

—Un vaso está lleno de gotas de agua, pero, al final, hay una que provoca que el agua se derrame. Yo, por ejemplo, estuve a punto de convertirme en mortífago, lo sabes bien. Pero, poco a poco, algunas cosas me convencieron de no hacerlo. Al principio me encontraba confundido, pero... la gota que colmó mi vaso fue enfrentarme con mi primer cadáver. Caminaba por el Callejón Diagón, salía del Callejón Knockturn, de hecho, cuando de pronto me encontré un muerto en mitad de la calle.

Blaise tragó saliva y Draco enarcó una ceja al escuchar la naturalidad con la que él hablaba, como si hubiera contado esa misma historia un millón de veces. Quizás había sido necesario para él hacerlo.

—¿Lo conocías?

—Fred Weasley. Asesinado por Paul Greengrass el día 16 de agosto de 1997. Yo fui quien lo encontró: tirado en el suelo frente a su propia tienda: Sortilegios Weasley. —El modo en el que la voz grave de Zabini contaba esa historia estremeció a Draco, no tenía ni idea de que eso había sucedido—. Yo nunca había hablado con él, nunca. De hecho, los dos gemelos Weasley, al igual que el resto de su familia, me provocaban disgusto. Y de pronto me encontraba ahí: con esa gota colmando mi vaso. Me di cuenta mientras me lanzaba al suelo y trataba de reanimar el cuerpo sin vida de un antiguo compañero de Hogwarts con quien nunca había tenido contacto. Descubrí que eso era un antes y un después en mi vida cuando me puse a llorar por alguien que, cinco minutos antes de ese momento, me había importado una mierda.

Draco tragó saliva. Se preguntaba por qué Zabini nunca le había contado eso. Si bien parecía interesado en convertirse en mortífago, era cierto que había cambiado de opinión de un momento para otro, Draco lo sabía. Pero, por mucho que le había preguntado, él nunca le había dado una explicación convincente.

—Y tú estás jodido, Draco, lo sabemos los dos. ¿Cuál es la razón? ¿Cuál es la gota que colmó tu vaso? ¿Azkaban?

Era lógico pensar que era Azkaban, probablemente lo era para la mayoría de mortífagos. Para algunos fanáticos podría ser la derrota del Señor Tenebroso, incluso... pero Draco lo tenía más que claro.

—El asesinato de mi madre.

Blaise asintió con la cabeza.

—¿Qué sientes cuando lo recuerdas?

—¿Qué mierda de pregunta es esa? —siseó Draco.

Aun así, Zabini no vaciló. Parecía más que seguro de sus métodos.

—¿Sientes dolor o sientes ira?

Draco tardó un instante en volver a hablar. Apartó la mirada de la de su amigo, no se sentía a gusto.

—Culpa. Siento culpa.

La pluma escribió esa palabra y se quedó quieta, levitando sobre el papel, esperando a que alguno de los dos volviera a hablar.

—¿Y por qué sientes culpa? —preguntó Blaise—. No fuiste tú quien le lanzó una imperdonable a tu madre.

Le dolía recordarlo, volver a ese maldito campo de batalla en el que se había convertido Hogwarts ese horrible día de mayo. Todo ese día era como una herida reciente que nunca se cura y en la que siempre había alguien tratando de meter el dedo.

—Murió protegiéndome. La maldición iba para mí, ella se puso en medio.

La expresión de Blaise no cambió un ápice. Seguro que, a esas alturas, había tenido que escuchar toda clase de historias como terapeuta. Seguro que ya nada le sorprendía... pero él no dejaba de ser su amigo. Draco lo conocía y sabía que, aunque solo fuera en su interior, su historia le removía algo por dentro.

—¿Y por eso te sientes culpable?

—Si mi madre no se hubiera interpuesto, yo habría muerto. No ella.

Chasqueando la lengua, Blaise tomó la pluma entre sus dedos, impidiendo que esta escribiera sus siguientes palabras en el papel. Su amigo se aproximó a él un poco, apretando los labios.

—Sí, bueno, Draco... Y si mi abuelo tuviera ruedas, sería un ciclomotor—murmuró—, pero esas cosas no pueden cambiarse. No es tu responsabilidad, si la maldición hubiera estado dirigida a ella, tú te habrías interpuesto y ahora el muerto serías tú. Era una guerra, todo el mundo atacaba a todo el mundo y las maldiciones volaban por todas partes. Es decir: existen los accidentes, sí, cosas que no planeamos. Pero eso no significa que no deban pasar.

Draco sintió que temblaba ante las palabras de Zabini. Negó con la cabeza antes de apoyarse sobre la mesa. Tomando aire, Draco Malfoy clavó sus ojos grises en los negros de Zabini.

—Pero esa maldición imperdonable iba dirigida a mí, no a ella, Blaise. No podría haber sucedido de otro modo. La única opción era esa: que me mataran. Y ella se interpuso, lo impidió.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Por qué estás tan convencido de que eres tú quien debería haber muerto?

Aclarándose la voz con un carraspeo, Draco habló una vez más:

—Porque mi madre recibió una maldición que solo era para mí: no la mató alguien del bando de Potter, sino un mortífago. La imperdonable tendría que haberme asesinado porque mi tía Bellatrix fue quien la lanzó cuando vio que yo trataba de escapar de la batalla.

Tras esas palabras, Blaise Zabini siguió sujetando la pluma entre sus dedos, en completo silencio. Ambos se observaron sin hablar, Draco apretó la mandíbula como si pudiera revivir ese momento una y otra vez, como si regresara al campo de batalla cuando pensaba en lo que había sucedido.

Blaise no escribió nada más, había sido suficiente por ese día.


Bueeeeno, ¿qué tal? ¿Os esperabais a este terapeuta? La vida ha seguido su curso aunque Draco estuviera en Azkaban, lo seguiremos viendo porque mañana.... ¡Nos vamos a la fiesta de Halloween! Omg, qué ganas tengo, ¿ya sabéis qué vais a poneros? jajaja.

Os recuerdo que tenemos una página de Facebook llamada "La estrella más oscura. Dramione" y que allí podéis leer variedades de tonterías que se me ocurren respecto al Dramione y aviso de actualizaciones. También podéis escribirme y contarme si os gusta la historia, si os disgusta o... no sé, lo que queráis.

Mil besos, ¡nos vemos mañana!


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