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Sólo eras la chica con la que hablé aquel primer día de clases, a pesar de que me prometí a mí misma no relacionarme con nadie.

Sólo eres eso, no imagines ser algo más.

No eres más que una chica que compartía clase conmigo.

Sólo fuiste aquella que aseguró que el hecho de no tener novio no me hacía diferente a ustedes.

La que me preguntó sobre lo que me gustaba en lugar de preguntar quién me gustaba.

Sólo fuiste la chica que se interesó en lo que quería. La que indagó cuando prometí no mostrar nada de mí otra vez.

Únicamente fuiste quien compró un almuerzo que no pudo terminar y yo fui quien te ayudó a disminuir esa comida. Había dos chicas más, así que no consideres que fue importante. Sólo teníamos que volver a un salón y conocer a un nuevo profesor. Por eso te ayudé, porque teníamos que volver. No porque fueras algo más.

Era yo contra el mundo nuevo que estaba frente a mí.

Era yo sola cargando con muchas cosas que no deseaba que volvieran a repetirse.

Eras tú sonriéndome al llegar tras decirme buenos días.

Eras tú ocupando el asiento vacío a mí lado.

Eras tú. Era yo. Éramos nosotras.

Recuerdo tu voz quebradiza tras aquel primer discurso. Ese que les contaba a todos en la estancia quienes éramos.

Sentí tu miedo porque yo también lo tenía. Y nuestra calificación lo demostró. Apenas pasamos.

¿Cómo era posible que no pudiéramos contar sobre nosotras mismas en un tiempo de cinco minutos?

Por eso ensayamos mucho para el siguiente discurso.

Por eso terminamos escuchándonos una a la otra para no cometer errores y ser mejores.

Sólo por la calificación. Sólo por eso.

Recuerdo que reí cuando en tu trabajo mencionaste mi nombre.

Me convertiste en la candidata a reina de belleza que jamás aspiraré a ser.

No sé si fue por eso que te nombré una prestigiosa autoridad en mi programa formal.

Era sobre devolverte el favor. Era sobre usar el nombre de alguien que formaba parte de la clase. Era sobre eso. No sobre algo más.

¿Cómo terminaste peleando por mi comida? ¿Por qué recordaste que no me gustaba la pizza? Se lo había dicho a cada persona del salón, pero tú fuiste quien siempre lo recordó.

Llegué a una conclusión: tienes un buen corazón.

Pero yo no.

Había ciertas cosas en común.

Poca actividad en la red social; creo que ninguna de las dos ha cambiado esa foto en años.

Solíamos caminar por los pasillos de forma solitaria.

Veíamos el teléfono en busca de un mensaje.

Ninguna de esas cosas nos hacía importantes. Hay un montón de gente similar alrededor del mundo, que tengamos cosas en común no significa que debamos tratarnos.

Comenzamos a hablar entre clases.

Empezamos a reunirnos con personas para comer.

Seguías sentándote a mi lado.

Los asientos comenzaron a disminuir.

Irremediablemente iniciamos algo.

Tienes un exagerado tono de voz.

Siempre gritando y riendo por todos lados.

Tú llenabas mi silencio.

Mi silencio acallaba tus gritos.

Nos compensábamos.

Éramos dos piezas que no encajaban en ningún otro lado, pero que juntas hacían su propia forma.

Las formas pueden variar.

La forma de un objeto es una descripción geométrica de la parte del espacio ocupado por éste, sin tener en cuenta su ubicación y orientación en el lugar, el tamaño y otras propiedades.

Nunca te importó que no contara sobre mí; tampoco aunaste en los detalles de las palabras que escribía en la parte trasera de mi cuaderno mientras luchaba por no dormir en clase.

Me otorgaste la forma que ocupaba en el espacio sin tener en cuenta nada más que mi presencia. Dejaste de lado mi ubicación y los pensamientos que callaba.

Simplemente me diste una forma cuando muchas habían intentado borrar mi existencia.

Cuando pediste una clase más dinámica y lo único que recibiste fue una reprimenda del profesor, además del silencio del salón, he de admitir que me pareciste absurda.

¿A quién se le ocurre reprochar a la autoridad en menos de una semana?

No podías quedarte callada. Siempre discutiendo y alegando.

Alguien debía frenarte o terminarías molida a golpes.

Ese alguien no era yo.

El primer evento nos acercó.

En realidad, estaba desganada y no sentía muchas ganas de participar, aunque, a decir verdad, no hicimos casi nada.

Sólo nos sentamos y vimos al resto del grupo danzar a los muertos.

Excepto que tú representabas a la catrina.

Te acompañé, junto a varios chicos más, a rentar un traje.

Te ayudé, como ayudé a los demás, con tu vestuario.

Sí, te ayudé, de la misma forma que ayudé a quien me lo pidió.

Excepto que, para ti, yo fui la única que te ayudó.

Éramos más de veinte y sólo yo te apoyé en ese momento.

Fuimos a casa en invierno y te aseguro que en ningún momento me acordé de ti.

No me importabas.

Nadie me importaba, sólo yo.

Pero volvimos y el asiento al lado mío lo ocupó otra persona.

Tú comenzaste a sentarte detrás de mí mientras las personas con quienes me reunía fueron ausentándose poco a poco hasta dejar de asistir.

No sabía que leías.

Mucho menos que te gustaban las historias de amor que yo tanto aborrecía.

Así que cuando me contaste sobre el triste final de tu libro, me reí.

A mí me pareció muy gracioso que el protagonista muriera cuando las cosas al fin se habían arreglado.

A ti te pareció triste y lloraste.

Te dije que la mayoría de los actuales romances tenía esos tristes finales.

Respondiste que anhelabas una historia con final feliz.

Y leíste aquella carta que escribí.

Nunca fui de las que creyó ciegamente en el amor.

Y, después de muchos años, descubrí que la amistad no era lo que pensaba.

Pero cuando mencionaste que debía terminar de escribir lo que acababa de contarme, me impregné de todo el romance que el mundo podía desprender y comencé a darle forma a alguien que conoces.

Si nos fusionaran a ambas en busca de crear a una nueva persona, esa persona sin duda sería Jodie.

Podrá tener tu nombre, pero tiene toda mi esencia.

Podrá tener tu apariencia, pero todos y cada uno de sus pensamientos me pertenece por completo.

Incluso tomando tus pensamientos, logré convertirlos en míos.

Me hiciste crear una historia para ti, pero terminaste dándome una vía para sacar todo lo que sentía.

Puede que hayas odiado todo mi drama, pero terminaste sonriendo ante el romanticismo que, incluso yo, no sabía que poseía.

En ese momento fuiste una más que se unió a ese reducido grupo de personas que conocía mi secreto.

Sabía que tenía que alejarme antes de estar perdida nuevamente.

Era mi obligación reforzar mi fortaleza y arruinar lo que habías avanzado, pero se sentía bien.

Sin embargo, no era tu amiga.

Yo no tenía amigas.

Sólo a un par de chicas que me escuchaban siempre, con las que me refugiaba cuando no soportaba nada.

Tú no eras ninguna de ellas.

Pero tú estabas ahí de forma física; te hallabas a un paso de mí.

No obstante, no significabas nada.

Insististe en que me compraran un pastel a pesar de que mi cumpleaños había sido en fin de semana.

Incluso no dijiste nada cuando puse mi cara de amargada.

Odiaba la falsedad de las palabras.

Pero tú eras sincera.

Es una lástima que nunca aprendieras a diferenciar mis mentiras.

Cuando te nombraron edecán, te molestaste.

Cuando me pidieron ser reportera, te alegraste.

Prometiste ayudar a maquillarme, pero... ¿Dónde estabas ese día cuando casi vomitaba de los nervios? ¿Cuándo las manos me sudaban y los pies me traicionaban?

No estuviste ahí.

Lidié con ello sola.

Tú no eras nadie en mi vida. Tú no eres nadie.

Sin embargo, al día siguiente llegaste pidiendo fotos.

Yo no soy fanática de las fotografías y lo sabías.

Viste el vídeo de mi entrevista cuando yo no tenía conocimiento de que tal grabación existía y estaba al alcance de todos.

Hice lo que se me pidió. Fui la reportera e hice mi entrevista.

Tú no. Te torciste el pie.

Eres tan tonta.

Y yo tan obediente.

¿Cómo fue que nos reducimos a menos de la mitad?

¿Cómo fue que prolongamos nuestras breves charlas hasta convertir cada palabra en un chiste?

De alguna forma lograste contagiarme esa forma de reír sobre casi todo.

Quizá no fuiste tú, pero fue Jodie.

¿Sabes algo irónico?

Fuimos las únicas que siempre sostuvieron que no eran amigas, pero éramos quienes más lo parecían.

Dijiste que te marcharías.

Te dije que te fueras.

No obstante, tú escogiste quedarte.

Argumentaste que no podías dejarme sola.

Intenté convencerte de que yo estaría bien si te ibas, pero o no me creíste o no querías irte.

Así que asimilé tu permanencia con nosotros.

Pensé que quizá el tiempo sí nos había acercado. Después de todo, fueron casi dos años de cercanía, de charlas donde me sentía cómoda.

Siempre hiciste mella de mi soltería. Dijiste que algún día llegaría mi apuesto príncipe azul y que me amaría.

No contaste con que yo era una bruja. ¿Puede alguien amar a una bruja?

Nunca te quejaste de mi forma despectiva de tratar a los que me rodeaban.

Eras como una pequeña mariposa que tenía que ser protegida.

Nunca distinguías entre la maldad de las personas.

Eres predecible.

Afirmas que harás algo con tanto ímpetu que los demás te creen, pero yo no.

Sin embargo, admito que una pequeña parte de mí guarda la esperanza de que lo hagas, aunque cuando pasa lo contrario, sé que siempre tuve la razón respecto a ti.

Eso prueba que te he conocido, mucho más de lo que debí haberte conocido, rompiendo así aquella iniciativa de soledad que tú lograste cambiar.

No importa si te vas o si decides quedarte, te libero de hacer una decisión basada en una pequeña amistad conmigo, porque, repito, no somos amigas.

Sólo eres la chica con la comparto mis momentos de silencio sin tener alguna incomodidad.

Sólo eres alguien que me hace compañía por un determinado periodo de tiempo que terminará en algún momento.

Sólo eres alguien que quizá recordaré, aunque tengo la certeza de que lo haré, pues has hecho méritos para merecerlo.

Así que para cuando leas esto, espero haberte dejado en claro lo que representas en esta fatigada vida mía, pues no fuimos, ni somos, ni seremos amigas.

Sólo compañeras efímeras.

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