Negocio sangriento
(Relato creado para el desafío #NegociosMonstruosos de los perfiles #Humor.es y #Terror.es)
Nunca había pensado en la posibilidad de quedarse en la calle, pero allí estaba, guareciéndose en un antiguo local abandonado, que alguien le recomendó.
Espió por una rendija y pudo ver la calle, la llovizna y la oscuridad que empezaba a cernirse sobre la ciudad. En eso estaba cuando una sombra pasó muy pegada a la ventana por donde miraba, y lo sobresaltó. Instantes después oyó el sonido de la llave en la cerradura e iniciaron las sacudidas en la puerta: alguien intentaba ingresar; iba a descubrirlo.
«¡Ay, no!», exclamó en un susurro. El ruido en la entrada se detuvo. Se le heló la sangre; era imposible que lo hubiera escuchado. Con horror vio a la sombra regresar hasta la ventana.
—Sé que estás ahí —dijo una voz carrasposa del otro lado—. Puedo oírte. Más te vale correr, porque si te alcanzo, te sacaré las entrañas por la nariz.
Al momento volvió a zarandearse la puerta, de manera muy violenta. Estaba trabada y el desconocido la golpeaba, tratando de abrirla.
—¡Ruega porque no te atrape! —gritó.
El chico corrió hacia el interior chocándose con los muebles y tropezando con cosas que había en el suelo. Estaba oscuro y no había tenido tiempo de investigar el lugar que acababa de usurpar.
En ese momento se oyó un ruidoso chirrido y la puerta cedió, dando paso al extraño. Se tiró al suelo detrás de unas cajas. El corazón le latía con fuerza y se le había secado la boca. Se quedó muy quieto, escuchando.
De pronto una mano lo tomó por el hombro y lo levantó unos veinte centímetros del suelo, lo que le hizo dar un alarido de pánico.
—¡Mmm... comida a domicilio! —exclamó el extraño, relamiendo con deleite sus grandes colmillos.
***
Los pasos resonaban en la lúgubre callejuela. La oscura silueta se detuvo frente al comercio cerrado; miró a ambos lados y tras forcejear, abrió la oxidada puerta, que emitió un chirrido lastimero. Al momento se cerró, tragándose al visitante.
Ya en el interior se sacudió la humedad del pelaje, caminó decidido hasta el interruptor eléctrico y lo accionó con un movimiento seco.
En un instante se encendieron sucesivamente las luces en todo lo largo del salón y, al voltear, el recién llegado dio un brinco al encontrarse cara a cara con su amigo.
—¡Ah! ¿Por qué estás en la oscuridad? ¡Me diste un susto de muerte!
—No sé por qué, si sabías que te esperaba.
—Ya sabes que mi olfato no te distingue y mi oído no oye tus latidos... pues, porque no tienes...
—Lo del olfato lo entiendo: con el olor a perro mojado que traes, es comprensible que no percibas nada más...
El vampiro dio media vuelta y se alejó hacia la oficina, mientras el hombre lobo le mostraba los dientes. Se contuvo de morderlo y lo siguió. Lo halló cómodamente instalado en el sillón detrás el escritorio —evidentemente ya se creía el jefe—. Con desgano se sentó frente a él.
—Bueno, ¿y por qué querías verme con tanta urgencia? —interrogó el licántropo.
—Sucede que hace una hora, cuando llegué, me he encontrado con un huésped inesperado en nuestro recién adquirido local —explicó.
—¿Un huésped?, ¿qué clase de huésped?
—Uno muy... jugoso —dijo el vampiro, con una sonrisa socarrona.
—¿Un humano? No me digas que lo espantaste. Ya te he dicho que tendrás que controlar tus instintos en este vecindario. Si no, nos quedaremos sin clientes.
—No es mi culpa que se asustara, ¿ok? Lo puse en un lugar seguro, hasta que se calme
—¡Ay, no! —exclamó el licántropo a la vez que se dirigía al armario, abría ambas puertas y buscaba frenéticamente entre las cajas acumuladas allí.
—¿Qué haces? —cuestionó el otro, con cara de desconcierto.
—Busco al humano. Dijiste que lo guardaste...
—¡Me refería a la cámara frigorífica! —soltó, ante la obviedad—. Con el calor que hace, era el único lugar para mantenerlo fresco.
El hombre lobo abandonó la oficina con cara de preocupación y corrió hacia la cámara que se encontraba en el otro lado de la vieja carnicería que habían comprado con su socio, para su nuevo emprendimiento.
Al llegar abrió con cuidado para no espantar al prisionero. Halló al pobre diablo dentro del frigorífico, hecho un ovillo en el suelo, con cara de pavor y temblando como gelatina. No se movió ni atinó a salir corriendo de la habitación helada. Seguramente estaba entumecido.
—Eh... hola —saludó con cautela el lobo. No hubo respuesta. El muchacho parecía estar en estado catatónico.
—¿Qué pasa?, ¿no responde? —preguntó el chupasangre, quien se había aparecido y espiaba por sobre el hombro de su amigo—. ¿Quieres que vaya cavando una tumba?
—¡No! No está muerto..., pero no se mueve... ¿seguro que no lo mordiste?
—Ni siquiera una probadita —respondió, mientras levantaba su mano izquierda y con la derecha se hacía una cruz en el pecho, a modo de juramento.
—Bueno, debe ser el frío... —aventuró el licántropo.
—Para mí que fue el susto...
—A ver, chico, levántate. Ven que te ayudo.
Al acercar su garra al muchacho, éste se espantó. Quiso incorporarse y salir corriendo, pero el cuerpo no le respondió y cayó de cara al piso, dándose un buen golpe.
El vampiro arrugó la frente ante el impacto y lo miró con sorna, al tiempo que negaba con la cabeza. Entre los dos amigos lo alzaron y lo llevaron a rastras hasta el exterior de la cámara. Lo sentaron en una silla y el lobo le cubrió la espalda con una manta peluda, que el joven tembloroso, aceptó con desconfianza, por su aspecto dudoso.
—Voy a traerle algo caliente para beber. Cuídalo —le ordenó al vampiro, quien lo miraba expectante, como un niño mira un dulce—. Y no lo muerdas.
—¡Oye! —exclamó el otro, ofendido. Pero apenas se marchó, volvió a su postura acechante, mirando fijo al muchacho. Cada tanto se relamía y tragaba saliva, como si se le hiciese agua la boca.
Un momento después se encontraban, vampiro y licántropo de un lado, y hombre aferrado a su taza de café caliente, del otro. Se escudriñaban mutuamente, esperando que alguno se animara a emitir palabra. Al fin, el hombre lobo habló.
—¿Cómo te llamas, chico?
—Santi... Santiago Emberi, y no soy un chico. Tengo veinte.
—Bueno Santi, yo soy Bruno Farkas y tengo varias veces tu edad, así que para mí eres casi un niño —argumentó el lobo, y continuó— y mi amigo aquí presente es Baltazar Drácula y él tiene varias veces mi edad, así que ni te cuento lo joven que eres a su lado.
El muchacho pasó la vista del licántropo al vampiro. Los rasgos del primero eran bestiales, sin embargo sus ojos transmitían calma, y esto lo tranquilizó. En cambio el otro, era espeluznante. Si bien tenía aspecto humano, su piel translúcida, mostraba tonalidades verdosas, moradas y amarillentas. Sus ojos inyectados, estaban surcados de venas como várices y su gesto era malévolo. Parecía estar esperando el momento para saltarle encima y destrozarlo.
—Que no te intimide —le dijo el lobo al ver la expresión de espanto que mostraba su rostro—. Es feo así de nacimiento, ya te acostumbrarás.
—Ja —exclamó Baltazar, con fastidio— ¿Y qué piensas hacer con tu nueva mascota? —preguntó con malicia.
Bruno, haciendo caso omiso de las palabras de su amigo, se dirigió a Santi:
—¿Te interesaría un trabajo aquí con nosotros?
—¡¡¿Qué, qué?!! —gritaron los otros dos al unísono.
—¡Te has vuelto loco! ¡No necesitamos a ningún humano aquí!
—En eso te equivocas. Tú y yo ya no sabemos cómo conectar con la gente...
—¡Es que nadie necesita conectar con la comida, solo comérsela!
—Pero si queremos sacar este negocio adelante, tenemos que dejar de ver a los humanos como alimento y empezar a considerarlos clientes. ¿O acaso piensas que podemos vender comida para vampiros y licántropos?
Baltazar atinó a contestar, pero se quedó con la boca abierta y el dedo índice en el aire, pensando. Al final dio un resoplido porque no encontró argumentos para rebatir al lobo. Bruno, con los brazos en jarra, sonrió mostrando todos los dientes. Pocas cosas le causaban tanta satisfacción como ganarle a su amigo en una discusión.
—Este... ¿y qué tipo de negocio quieren poner? —quiso saber Santi.
—¡Una fábrica de embutidos! —exclamó orgulloso el lobo, como si fuera la idea más extraordinaria del mundo y se quedó expectante, aguardando la reacción del muchacho.
—Emm... Uy, qué bueno —alabó Santi, no muy convencido y con cara de asco.
—Sí, lo sé, es un negocio sangriento y somos dos seres sensibles a la sangre y la carne. Pero también es la cubierta perfecta para poder vivir en paz. Trabajaríamos de noche, comeríamos de la materia prima, sin dañar a nadie y no llamaríamos la atención matando animales por ahí. Además, también podríamos darle trabajo a otros que, como nosotros, deseen dejar de matar gente.
Santi se quedó un momento pensando en cuántos más como ellos habría por ahí y, a pesar de que ya había recuperado el calor corporal, tuvo un violento escalofrío.
—Entiendo... ¿y los dos tienen una dieta a base de animales? —inquirió el joven, mirando con recelo hacia el vampiro— porque no lo parece...
—Sí, bueno, mi amigo está en fase de desintoxicación. Y lo tiene un poco susceptible la abstinencia. Pero la mayor parte del tiempo se comporta, ¿verdad Baltazar?
El vampiro lo miró con odio y se marchó hacia la oficina, donde se encerró de un portazo.
—Y cuéntame, ¿qué hacías en nuestro local? —indagó el hombre lobo.
—No tenía dónde ir —respondió el chico—, y alguien me dijo que el lugar estaba abandonado. Si no les molesta, me marcharé en seguida...
Al momento Baltazar estaba ante ellos, sobresaltando a Santi.
—¡No puede marcharse así nada más! —profirió—, sabe demasiado.
—Lo sé, lo sé... —respondió el lobo.
El muchacho tragó saliva y empezó a mirar de reojo hacia la puerta, tratando de calcular si tendría oportunidad de llegar hasta allá, antes de que lo atraparan.
—Tranquilo, no te haremos daño, chico... —aseguró el licántropo y miró elocuentemente a su compañero, para que ratificara sus dichos. Baltazar dio un resoplido.
—No hago promesas que no sé si podré cumplir —espetó, y se marchó nuevamente hacia la oficina. Santi empezó a ponerse pálido.
Tras unos segundos, el lobo pareció haber caído en la cuenta de lo que hablaran momentos antes.
—Aclárame una cosa, ¿quién te dijo que este lugar estaba vacío?
El joven, quién aún no se recuperaba de la impresión, tardó un momento en responder. Lo pensó un poco y luego relató:
—Estaba en la calle, sin saber qué hacer y un viejo se me acercó. Me preguntó si buscaba dónde quedarme y, como le dije que sí, me señaló este sitio. Me habló de que estaba abandonado y que no había ningún problema con que ingresara por la ventila del fondo y pasara aquí la noche. De hecho, me invitó a quedarme todo el tiempo que quisiera.
—Y ¿cómo era ese viejo?—preguntó Bruno, sospechando de quien podía tratarse.
—Bueno... era barbudo y panzón —enumeró—; vestía una chomba con rombos y llevaba una gorra escocesa.
—¡Raúl! —exclamó Baltazar, muy cerca de Santi, quien volvió a sobresaltarse por lo sorpresiva de su nueva aparición—. ¡Ese maldito, me va a oír!
Enseguida sacó su celular, lo giró para un lado y para otro, hasta obtener suficiente señal de WiFi e inició una llamada por WhatsApp. Esperó que sonara varias veces, hasta que alguien contestó.
-—Hola —se oyó una voz del otro lado de la línea.
—Raúl, te crees muy chistoso, ¿verdad? —vociferó el vampiro, usando nuevamente su voz carrasposa, que tanto había intimidado a Santi.
—¿Quién habla?
—¡Sabes perfectamente quién habla! Deja de tratar de quitarnos el local. Es nuestro, lo vimos primero. ¡Ya para de hacer rituales en nuestra puerta y de mandarnos invitados indeseables! No nos iremos; llegamos para quedarnos, ¡ya supéralo! —y cortó la llamada.
Santi y Bruno se habían quedado con la boca abierta. El lobo reaccionó antes e inquirió.
—Y bien, ¿qué te dijo?
—Eh... nada. Bueno, en realidad, no lo dejé hablar... mmm... lo llamaré de nuevo.
—¡No!, déjalo —lo paró en seco el lobo, antes de que marcara nuevamente—. Ya está; seguro que ahora que sabe que lo descubrimos, ese agente de talentos, no volverá a molestarnos.
—¿Agente de talentos? —preguntó con curiosidad el muchacho.
—Así es —respondió el licántropo—. Quería adquirir el lugar con el fin de montar una Agencia para reclutar nuevos talentos, pero nosotros lo compramos antes y se ha quedado con la sangre en el ojo.
—Si sigue molestando le haré una visita y le ayudaré con eso de la sangre en su ojo... y en el resto de su cuerpo... —masculló Baltazar, mientras se iba nuevamente hacia el despacho.
—¿Y recurrió a ritos satánicos para tratar de sacarlos de aquí? ¡Eso sí que es extremo! —comentó Santi, divertido.
—Bueno, no sabemos si era satánico específicamente, pero sí que era alguna clase de ritual —confirmó el lobo—. Un día encontramos símbolos raros por todo el frente del local, pintados con sangre de gallina; las entrañas colgadas por doquier, como guirnaldas; las plumas esparcidas por el suelo o adheridas con la misma sangre a la pared, formando ramilletes; las patas y el pico...
—Ya, por favor, no me cuentes los detalles —suplicó el chico, cuyo semblante había adquirido una extraña coloración verdosa.
—Bueno, supongo que si eres tan impresionable con el tema de la sangre, no querrás trabajar como empleado de nuestro emprendimiento, ¿verdad? —El licántropo parecía algo decepcionado.
—Bueno, la sangre me impresiona, es cierto, pero no es el único motivo... —explicó Santi, un poco avergonzado; y susurrando, agregó—: tu amigo realmente me asusta; cada vez que se aparece, me da un infarto. ¿Por qué hace eso?
—No lo sé, creo que le gustan las entradas dramáticas.... En fin, no quedará otra que hacerte uno de nosotros...
—¡¡¿Qué, qué?!!
—¡Ja, ja!, es broma, chico —dijo Bruno, entre aullidos y carcajadas—. Le pediré a Baltazar que use su poder de hipnosis contigo y que te haga olvidar que estuviste aquí.
—Entonces, ¿no recordaré haberte conocido? —quiso saber Santi, un poco triste.
—Me dio gusto conocerte, chico, pero es la única solución... —respondió Bruno, un tanto apenado.
—Tanto cariño me produce náuseas —soltó el vampiro que se había aparecido otra vez, sin que nadie se percatara—. ¿Estás listo? —le preguntó al muchacho. Éste le dio una última mirada al lobo y con algo de miedo, asintió.
Baltazar tomó la cabeza de Santi, con ambas manos, abrió grande sus vampíricos ojos y se le quedó mirando fijamente, mientras el muchacho lo observaba como embobado...
***
Tres meses pasaron desde la inauguración. La fábrica funcionaba muy bien. Contrataron a varios vampiros y hombres lobo, que hacían las tareas operativas durante la noche, y las ventas iban en aumento.
Raúl no había vuelto a molestar y el local fue embellecido, dejando atrás su aspecto ruinoso, para volverse un sitio mucho más elegante. Bueno, tan elegante como puede ser una fábrica de salchichas y morcillas.
Bruno asumió la dirección del negocio y se la pasaba sentado en el escritorio de su oficina. Baltazar le cedió el puesto para tratar de alegrarlo, pero eso no había funcionado. Solo se lo veía más y más compenetrado en el trabajo, pero para nada feliz.
—Alguien te busca en la puerta —informó el vampiro, apareciéndose de repente frente al escritorio.
—¿No lo puedes atender tú?... ya es de mañana y aún no termino.
—No —respondió cortante y se esfumó, dejando al lobo otra vez solo en el despacho.
El licántropo dio un suspiro, se levantó y abandonó la oficina para dirigirse a la entrada. La puerta estaba abierta, y al otro lado, se encontró con una cara conocida.
—Señor Raúl, ¿qué se le ofrece?
—Vengo a decirle que ya he encontrado otra locación para mi empresa y es mucho mejor que ésta. ¡Así que ya no me molesten! —Y se marchó.
El lobo se quedó perplejo y, tras unos segundos de desconcierto, reaccionó y se volvió para el interior, pensando en que ese hombre estaba cada día más loco. Cuando estaba cerrando la puerta —que ya no chirriaba ni se trababa—, reconoció una voz que decía:
—Disculpe, busco al señor Bruno Farkas.
Volvió a abrir, despacio y allí estaba: Santi. No lo podía creer. Se suponía que había olvidado todo, ¿cómo era posible que preguntara por él?
—Soy yo, ¿qué deseas?
—Buenos días, mi nombre es Santiago Emberi y me recomendaron hablar con usted. Estoy buscando trabajo.
—Esta es una fábrica de embutidos, chico ¿no le tienes impresión a la sangre y las tripas?
—No, en lo absoluto —respondió el muchacho, con total seguridad.
Bruno no sabía qué decir.
—¿No lo vas a invitar a entrar? —susurró Baltazar, apareciendo a espaldas del lobo, quien se giró y lo miró confundido. El vampiro revoleó los ojos, y explicó—. Puede que quizá haya visitado al humano... y le haya hecho olvidar su impresión por la sangre...
Lentamente una sonrisa —de esas que muestran todos los dientes— se formó en el rostro del lobo.
—Pasa chico; ya encontraremos algo que puedas hacer.
Nota:
Los apellidos de Bruno y Santiago tienen significado en idioma búlgaro:
Farkas significa «lobo» y Emberi significa «humano».
Elegí el búlgaro para nombrarlos por ser, el territorio de Bulgaria, la cuna del mito de Drácula.
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