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Capítulo 40

Ángel no podía dejar de pensar en Sarah y Kneisha. Le preocupaba haberlas dejado solas; ellas eran todo para él. Ya llegaría pronto al lugar acordado. Se había encontrado con el ejército del mundo de Michael, entre los que estaban los padres del mismo.

Eran un ejército de aspecto temible y formidable. Liderados por John, al cual había saludado sin mucho ánimo, eran soldados enérgicos, robustos, fuertes y de aspecto feroz. La lucha cuerpo a cuerpo era su baza principal, había empezado a parlotear John, pero también habían desarrollado bajo su liderazgo otras técnicas. Así, a pesar de que tradicionalmente se luchaba sin ningún tipo de armadura, el ejército de John lucía yelmos y escudos; algunos incluso llevaban una armadura completa. Parecía que el arma preferida era el hacha, y algunos de ellos mostraban también alguna daga.

Ángel pensó que John había hecho bien. Como procedentes del mundo de Guerra, eran los menos capacitados para hacer magia, pero también, a los que menos les afectaba esta. Por tanto, ellos iban a enfrentarse principalmente con los soldados enemigos del mundo de magia.

Había dado también con otro de los ejércitos enemigos, pero había decidido no atacar y pasar de largo sin que ellos lo notaran. La bruma lo había salvado. Y entre la bruma distinguió figuras; ya estaba llegando.



Kneisha no había encontrado nada, ni a los buenos ni a los malos. Pero eso no era lo peor. Lo peor era que había perdido a sus compañeros, no sabía dónde estaban. La bruma había sido sustituida por unas luces, extrañas, más aún si podía ser. Pero que tampoco la dejaban ver demasiado.

Se sintió totalmente perdida, pero no asustada, hacía mucho que era demasiado consciente de su poder como para asustarse fácilmente.



Pero Ángel sí estaba asustado, y mucho. Sarah, Michael y los que iban con Kneisha habían vuelto, pero ella no. Damon se había encargado de quedarse en el punto de encuentro, controlando la situación. Había animado a los presentes a mostrarle los métodos de lucha que iban a usar, y estaba especialmente entusiasmado con las katanas que iban a usar los hakka. No se trataba de los tradicionales sables japoneses, aunque se parecían bastante. Los sables, de un metro de longitud y un kilogramo de peso, tenían un filo único y curvado. Parecían formidables para la lucha. Los masai y los ainus, por su parte, iban a utilizar unas potentes ballestas, y Damon se iba a dedicar a probarlas cuando el grupo de Kneisha llegó. Solo que sin Kneisha.

Sus compañeros no podían entender cómo se había perdido, pero las extrañas luces que ahora brillaban entre la niebla seguro que habían ayudado. Damon se preguntó a qué se deberían, probablemente a la magia que desprendía ese sitio.

—Voy a buscarla —dijo Ángel, con determinación, poco después de que él llegase con John y el ejército de Tierra.

Pero Damon lo sujetó del brazo.

—No, Ángel, no la vas a encontrar. No sabemos por dónde ha ido. No podemos perderte a ti también. Dale un voto de confianza, es lista y fuerte, conseguirá llegar hasta aquí —dijo Damon, con el rostro muy serio.

Pero Ángel no estaba nada convencido. Y Damon tampoco, solo que se guardaba sus dudas. Él tampoco pensaba dejar a Kneisha perdida por allí. Pero no podían perder a otro de los Elegidos, él iría a buscarla, él era prescindible. Se sacó del bolsillo la brújula que los padres de Michael le habían dado. Si algo podía llevarle hasta Kneisha sería aquello. Antes de dar media vuelta, observó los estandartes de su equipo. De todas las formas y colores debido a la variedad de las personas allí reunidas, pero con una cosa en común. En todos esos estandartes ondeando al viento, en unión con su diseño característico, había unas palabras, en cada uno de los idiomas, pero con un mismo significado: Nuevo Mundo. Ellos eran el ejército del Nuevo Mundo.



Lucas buscó con todas sus fuerzas. Tenía que encontrarlos, quería enfrentarse con ellos cara a cara antes de que la bruma desapareciese, y la lucha, la verdadera lucha, empezase. Buscó y encontró otros ejércitos. Pero no a ellos. Tal vez no hubiesen acudido, tal vez se hubiesen resguardado en algún escondite, a salvo. Pero ese no era su estilo y él lo sabía, los conocía bien, los conocía mejor que nadie.



Evan y Elisabeth estaban ansiosos, querían pelear ya, pero con esa bruma era imposible. Ellos querían que empezase la lucha ya, al menos Evan, porque Elisabeth tenía otros planes bien distintos.

—Busquémonos un lugar seguro hasta que la pelea pase —dijo Elisabeth, mientras tiraba de la mano de Evan.

Si él hubiese sabido a lo que lo arrastraba, quizás se hubiese opuesto. O quizás lo sospechaba, pero, resignado, aceptaba lo que le esperaba.



Damon había desaparecido; probablemente habría ido a buscar a Kneisha, pensó Ángel. Por lo que Michael había quedado al frente del ejército, y lo peor era que la bruma se estaba despejando; pronto empezarían a recibir ataques, ahora que estaban más dispersos que en ningún otro momento. Y lo iban a estar más, porque Ángel también se estaba escabullendo; iba a buscar a Kneisha.

—Ángel, no lo hagas —era la voz de Sarah la que sonaba a su espalda.

—Tengo que intentarlo.

—Te necesitamos aquí. Yo te necesito aquí.

—Y ella me necesita a mí, Damon no es de fiar, ya oíste la Profecía, no puedo dejarla en sus manos. Tú harías exactamente lo mismo por Michael —contestó Ángel.

—Sí, pero hay una diferencia. A lo mejor, Kneisha no se ha perdido, a lo mejor se ha ido aposta, piénsalo; son sus padres, a lo mejor les quiere dar una última oportunidad.

Eso Ángel no se lo esperaba.

—¿Por qué dices eso? —preguntó, extrañado.

—Ángel, ¿tú no lo harías? Yo sí, si nuestros padres estuviesen ahí, yo iría con ellos, intentaría saber su opinión, por qué hacen lo que hacen. A lo mejor nos ha traicionado. Damon lo ha dicho, es lista y fuerte, ya habría llegado ella sola.

Ángel no quería seguir escuchando a su hermana. La miró una vez más y se fue, perdiéndose entre la poca bruma que quedaba. Sarah suspiró, estaba siendo muy egoísta, lo sabía, pero no quería perder a todos los que amaba uno por uno. Fue junto a Michael. La niebla seguía despejándose poco a poco, y las luces cegadoras parecían ganar lugar. Y aún así, pudieron divisar claramente la isla de enfrente. Y las tres de al lado también. Las colinas estaban llenas de soldados, miles de personas, miles de enemigos. Parecía que cada mundo se había juntado en una isla, y miraban al ejército de agua, al de magia, al de guerra y al de aire. Parecía también, por cómo clavaban la mirada en su isla, que preferían unir sus fuerzas y acabar con ellos, y luego acabar los unos con los otros.

—Solo quedamos nosotros dos —dijo Michael, tragando saliva, aunque no asustado. Pero sí sorprendido al notar la facilidad con la que sus pies se separaban del suelo. La fusión de los mundos estaba terminando, y podía notar los efectos del mundo de Sarah.

—Lo sé —contestó Sarah—. No podemos hacerlo —levantó la voz, a la vez que, con un salto, se elevaba en el aire, con su melena rubia ondeando al viento. Salió volando, no hasta muy lejos. Pero esas palabras habían sido suficientes para alterar a todos: que uno de sus líderes se diese por vencido, uno de los dos líderes que quedaban, era muy significativo. ¿Y dónde estaban el resto? ¿Habían huido porque pensaban lo mismo? El terror se extendió entre las filas de luchadores, el pánico y la duda se adueñaron de sus caras. La bruma se despejó casi del todo, la pelea estaba a punto de comenzar.

Michael vio cómo su ejército se dispersaba, vio a sus padres asustados. Michael no podía creerlo, esa reacción no era propia de Sarah. Y, entonces, se dio cuenta. Sarah era ambiciosa, siempre lo había sido, aunque tenía un gran corazón, a veces era un poco egoísta. Y entonces lo supo.

La persona más ambiciosa sembrará la discordia, el terror y la desesperación.

La Profecía se estaba cumpliendo ya.

La niebla se despejó y escuchó los primeros gritos de guerra de las islas vecinas. Iban a atacar y estaba él solo al mando de un ejército disperso y desintegrado. Se giró para ver las otras islas. Vio con horror cómo los enemigos se ponían en marcha. Y esta vez sí que sintió miedo. Él, solo en la orilla de la isla, con el caos desatado a su alrededor, a sus espaldas, habiendo perdido el apoyo de sus compañeros. Solo, tan solo un punto diminuto en la extensa playa, un punto que los enemigos no reconocían. Deseó desaparecer o estar en otra parte. Hasta estuvo tentado de enterrarse en la arena.

Los enemigos de cada isla se movían por el mar. Algunos hacían magia, caminando por las aguas, otros caminaban por el aire, otros remaban y otros nadaban. Necesitaba ganar tiempo.

Cerró los ojos y sintió que el extraño tatuaje de su hombro le quemaba, dolía horrores, cayó al suelo. Él era la tierra. Tenía que recordarlo, era tierra, no solo la dominaba.

Gritó, extendiendo los brazos, y la arena de la playa, saltó hacia arriba. Miles y millones de granos de arena, tocando el cielo, creando una barrera que protegía la isla de los enemigos. Al menos, por el momento.

No iba a durar mucho, pero esperaba que lo suficiente para restaurar el orden.

Una mano le tocó el hombro.

—Bien hecho —dijo John—. Vamos, hay que hacer entrar a la gente en razón.

Nota de la autora:

Holaaa!

¿Cómo han ido vuestras navidades? Espero que os hayan regalado muchos libros. A mí me han regalado El Rey Marcado, ¿lo habéis leído?

Y respecto al capítulo... ¿Qué os están pareciendo las decisiones que están tomando nuestros protagonistas? ¿Qué creéis que va a pasar ahora? ¿Encontrará Ángel a Kneisha?

Cada vez queda menos para acabar esta historia y creo que voy a echar de menos publicar estos capítulos sobre Kneisha y los demás. Pero... la buena noticia es que, justo hace un ratito, he publicado el comienzo de un nuevo libro. Os lo dejo en los comentarios de este párrafo. Se llama Hielo violeta y tenéis la portada, sinopsis, prólogo y una imagen del protagonista. La historia es de fantasía, ambientada en Islandia, súper invernal y con un enemies to lovers que creo que os va a gustar mucho.

Nos leemos!

Crispy World

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