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Capítulo 37

Las palabras salieron de su boca sin pensarlo, sin darse cuenta.

—Nuestro amor es el crimen perfecto.

—Y tú eres mi víctima perfecta —contestó él, con esa sonrisa que lo caracterizaba allá donde fuese, y que tenía esa capacidad única para hacer derretir su corazón.

Ella sabía que siempre lo había amado. Esa era su maldición, porque ahora incluso antes de morir ya lo echaba de menos. Quizás, algún día, se verían de nuevo, en Otra Vida. Una vida en la que ya no lo tendría que extrañar nunca más. Una vida en la que no se separarían ni un segundo.

—Nos vemos en la Otra Vida —dijo ella, mientras veía su cara de sorpresa, sus cejas arqueadas.

Adrianna saltó a la cueva, a la que sería su fin.



Damon se despertó, sudoroso, entre las pesadillas de un recuerdo que lo abrumaba. No podía evitarlo, desde que había escuchado la Profecía tenía esa extraña sensación, casi seguridad, de saber cuál era su papel: los remordimientos consumirán a aquel que se equivocó una vez y se dejará matar por ver de nuevo a su amada. Él echaba de menos a Adrianna cada día de su vida. Y cada día pensaba en el terrible error que habían cometido de jóvenes y que se había cobrado la vida de ella.

No podía evitar pensar en cómo casi se había dejado vencer por su fantasma en la cueva de las pruebas, lo débil que había sido, el más débil de todos. Se dejará matar por ver de nuevo a su amada, esa frase resonaba en su mente una y otra vez.

Con un nudo en la garganta se levantó de la cama. Tenían grandes planes para ese día, no podía dejarse atormentar por nada.



Kneisha estaba muy aturdida mientras miraba el movimiento de las olas. Nadie esperaba eso, lo que la Profecía había dicho. Cuatro niños. Que no controlarán los elementos. Serán los elementos.

Eso quería decir que ella no simplemente controlaba el agua, sino que dentro de ella, llevaba la esencia del agua, que ella era agua. Recordó lo que le dijo una vez Damon, en el claro del bosque: que su poder nunca se parecería a lo que ellos hacían. El resto de las personas podían desarrollar cierto control sobre los elementos, pero nunca podrían mover mares enteros solo con desearlo; solo ella podía hacerlo. Era un dato revelador, que movía la balanza de la inminente guerra a su favor. El hecho de saber que sus "poderes" no tenían ningún tipo de límite, aunque no fuesen plenamente conscientes de ello ni capaces de explotarlos al máximo, les daba una seguridad y ventaja reconfortantes. Saber que cuando llegase el momento de la verdad, podrían hacer grandes cosas, aterrorizaba a los enemigos.

Pero también asustaba un poco. No solo a Kneisha. Para ninguno había sido fácil descubrir que toda su vida era una farsa, que ellos no eran solo ellos, sino algo tan ancestral y tan antiguo. No se sentían diferentes, no era como haber recordado toda una vida anterior que hubiesen olvidado. Era algo más como un sentimiento, una sensación, un presentimiento de que una parte de ella había estado presente durante los momentos importantes de la historia, y durante los que no eran importantes también, de haber estado siempre, desde el principio de los tiempos. Ella era la esencia del agua encarnada en una persona; pero agua había mucha y más en su mundo. Ella solo formaba parte de un todo, un todo gigantesco y abrumador, compuesto por cada molécula de agua, de cada río, océano o gota de lluvia. Era como si su cuerpo se extendiese a todas las partes del mundo, de los mundos donde hubiese agua, como si fuesen extensiones de sus extremidades. Siempre lo había sentido así, y quizás no le había importado, pero ahora todo era diferente, ahora que ese pequeño dato lo había cambiado todo.

Se sentía engañada, feliz, completa, defraudada. Todo al mismo tiempo.

Y luego estaba el resto de la Profecía. Ella no encajaba en ninguno de los papeles, creía que se debían de haber equivocado en algo. Pero Damon sí encajaba y estaba muy preocupada por él. Porque a pesar de todas las diferencias que había tenido con él por no contarle la verdad, lo cierto era que lo quería y lo necesitaba; era la única familia de verdad que había conocido. Y no podía evitar el recuerdo de cuando casi se deja matar en la cueva de las pruebas, tras ver el fantasma de Adrianna.

Se levantó de la arena y se fue al lugar de la reunión. No solo estaba preocupada por el papel de Damon en la Profecía; había otros que parecían estar bastante claros.



Ángel apretó el nudo de sus pulseras. Aún recordaba el día en que sus padres se las habían dado. Había sido en una tarde de otoño en su mundo, que no se parecía al otoño de ningún otro. El marrón inundaba los enormes bosques, despidiendo destellos dorados y naranjas por el sol que se escondía entre los árboles. Era el primer día de la enfermedad de Ángel, y su madre le acariciaba el rostro con lágrimas asomando a sus hermosos ojos. Su padre, siempre ocultando sus sentimientos tras la máscara de su cara, le había dado las pulseras de cuero. Eran un regalo que pasaba de generación en generación. Significaban valor, lealtad y fuerza. No se las había quitado desde entonces; era lo único que le quedaba de ellos.

Siempre había esperado pasárselas a un hijo, pero ahora dudaba con toda la pena de su alma que fuese a llegar vivo a ese día. El más valiente de ellos morirá al cumplir su misión consumido en sus llamas. La referencia al fuego no dejaba lugar a dudas, era él. Y por lo que parecía, iba a morir.

Se fue al sitio acordado para la reunión; tendría que mostrar entereza.



Sarah apretaba las piedras de su colgante. Al igual que Ángel, solo tenía sus pulseras como recuerdo de sus padres; ella solo tenía eso. En el mundo de magia, pasar las pulseras de padre a hijo y pasar la piedra de la sabiduría de madre a hija eran unas de las más antiguas costumbres. Su madre se la había dado a Ángel antes de morir, para que él la guardase hasta que Sarah pudiese llevarlo. Ella nunca llegó a conocerlos y siempre se preguntaría qué hubiesen pensado de ella. ¿Estarían orgullosos? ¿Decepcionados? Nunca obtendría su respuesta.

Y eso la sacaba de quicio. Ella siempre quería saber la verdad; era una sensación extraña, como de ansias de tener lo que ella quería. Se consideraba sin lugar a dudas una buena persona, y estaba dispuesta a luchar y entregar su vida si era necesario, pero a veces sentía que todo era muy injusto, que necesitaba más, más poder para poner el orden de una vez por todas.

Pensó en Michael, lo que le llevó sin remedio a recordar la Profecía. No quería tacharse de prepotente, pero la frase La más bella traicionará a su amado en su lecho de muerte le rondaba por la cabeza. Era cierto que Kneisha era muy guapa, pero casi todo el mundo estaba de acuerdo en que ella debía ser la protagonista de esa frase. Y a Sarah no le gustaba nada. No porque significase que iba a morir; eso no le importaba mientras los demás estuviesen a salvo. Era por la parte en la que se suponía que iba a traicionar a Michael. No se veía capaz de hacer algo así.

Ya estaba llegando al lugar de la reunión, así que sacudió la cabeza para centrarse.



Michael estaba que echaba chispas mientras caminaba para llegar a tiempo a la reunión. Él, casi con toda seguridad, era el más rebelde. Tal vez Lucas. Pero no, Lucas era al que escuchaba el pueblo, de eso no había duda. Él no quería ser el que tuviese que desconfiar, y mucho menos llevarse vidas inocentes en el camino. Ya se sentía mal, culpable y responsable; y ni siquiera había pasado nada. No se sentía capaz de vivir con el remordimiento si algo pasaba. Sentía que se ahogaba.

Por otro lado, no podía evitar, por mucho que lo intentase, que la desconfianza naciese en él. Sobre todo después de oír la traición de Sarah, porque sin duda ella era la más bella. Ahora, aunque intentaba disimularlo, la miraba con suspicacia, intentando adivinar qué pensaba, qué pasaría por su mente para llegar a darle la espalda.

Por suerte llegó al claro. Todos estaban ya allí, esperándolo.



Lucas vio cómo Michael llegaba. Él sentía que era el personaje escuchado por el pueblo, solo había que ver con qué facilidad había organizado a los Rebeldes con apenas quince años recién cumplidos. Pero también sabía muchas cosas que el resto desconocía; ni siquiera Naomi sabía la verdad. El objetivo de su implicación en todo aquello. El motivo de su venganza.

Ya estaban todos reunidos. Absolutamente todos. Porque aquella no era una reunión normal, se trataba de la primera reunión en la que estaban presentes los líderes de todos y cada uno de los grupos que pensaban participar en la lucha, de su lado.

Kneisha miró a su alrededor: había gente de todo tipo, muy diversa, de todo tipo de culturas, de cualquiera de los cuatro mundos. Todos ellos unidos bajo una misma causa, la más noble de todas, salvar a la humanidad de la catástrofe y de sí misma. Observó los rostros serios, que los miraban a ellos cuatro. Vio respeto y determinación en su gesto. Se sintió abrumada por ser el centro de tan desmesurada atención. Se dio cuenta de que los representantes eran muy diferentes entre sí y supuso que tendrían sus propios conflictos de intereses entre ellos. Sin embargo, allí estaban, dejando atrás cualquier rencor o diferencia de ideas.

En ese momento, Kneisha supo que había recuperado su fe en el mundo. Si todas esas personas eran capaces de dejar las diferencias a un lado, es que había algo que merecía la pena, algo que se merecía su esfuerzo por intentar cambiar las cosas y construir un mundo mejor. Un mundo unido. Le vino la inspiración sobre lo que decir:

—De todos los aquí presentes, ninguno ha tenido una vida fácil. Todos nos hemos encontrado obstáculos —sabía que era mejor posicionarse como un igual al resto y no remarcar su naturaleza—. Por eso todos nosotros sabemos la diferencia fundamental entre el bien y el mal, sabemos cuándo debemos hacer una cosa u otra —el resto, Damon incluido, la miraban, sorprendidos por la iniciativa que había tomado, aunque también parecían conformes—. Y yo confío en vosotros, en cada uno de vosotros. Me pondría en vuestras manos si fuese necesario, porque sé que tomaríais la decisión correcta: estando aquí, hoy, me lo habéis demostrado. Quiero que sepáis que tenemos una dura batalla por delante. No os voy a mentir, habrá muchas bajas, y puede que no todos los que estamos aquí, estemos después de que todo acabe para celebrarlo. Porque realmente siento que vamos a celebrarlo. Solo hay que vernos: tanta gente unida bajo propia voluntad, y no obligada, o sirviendo, o ganando algo a cambio, como hacen nuestros enemigos. Nosotros lo hacemos porque sabemos que es lo que hay que hacer, y eso es la principal ventaja que tenemos. Nuestra buena voluntad, nuestro sentido del bien, que nos guiará para cumplir con nuestro destino.

>> Esta es nuestra oportunidad. Nos equivocaremos, no tengo duda alguna de ello, caeremos.

>> Intentaremos aprender, sin embargo, la lección. Aunque no sepamos cómo, aunque no podamos. Porque sin nosotros, el nuevo mundo ni siquiera tiene una oportunidad.

La mayor parte de las cabezas asentían cautivadas por las palabras de Kneisha. Pero Lucas dijo algo:

—Si los mundos van a chocar, inevitablemente habrá muertes innecesarias, injusticias. No solo se trata de la lucha. ¿Qué podemos hacer nosotros?

Entonces, Kneisha pensó que quizás el rebelde de la Profecía era él y no Michael. Pero luego vio cómo la gente asentía y parecía conforme con sus palabras, y volvió a su idea de que él era el escuchado por el pueblo.

—¿Qué podemos hacer? ¿Cuándo lo sabremos? —Kneisha seguía con su arrebato de inspiración, no iba a dejar que Lucas se lo arruinase, aunque luego tenía que hablar con él; con su poder de convicción, podía ser muy útil—. Os prometo que llegará el momento en el que los pasos a seguir se abran frente a nosotros. Nosotros, como ya sabéis, podemos controlar los elementos, cambiar el tiempo a nuestro antojo. Pero necesitamos ayuda. Podéis luchar a nuestro lado cuando el mundo se venga abajo, o podéis hacerlo con nuestros enemigos, oyendo las mentiras que os dirán; esas son las dos opciones. Y si no os importa, marchaos, ahora mismo, yo no os lo voy a impedir; nadie os obliga a estar aquí hoy. O podéis luchar con nosotros.

Hubo un momento de silencio, en el que todos se miraban, esperando a ver si alguien era capaz de irse en ese momento. Por suerte, nadie lo hizo.

Ángel rozó la mano de Kneisha en señal de aprobación, mientras el resto la miraban orgullosos. Había cambiado mucho, la chica débil y asustadiza que había pasado una noche sin dormir por culpa del Guerrero había quedado muy atrás.

El resto de la reunión consistió en enseñar diversas técnicas de lucha, explicar las culturas de los mundos e instruir en todo lo que estuviese en sus manos a aquella gente que los estaba apoyando para que pudiesen estar lo más preparados posible.

La noche llegó pronto, y cada líder regresó con su pueblo, a su mundo, y quedaron ellos cinco, como siempre.

Nota de la autora:

Lo primero que quiero que decir es que... si estás leyendo esto, es que te está gustando Nuevo Mundo y estás casi por el final del libro, así que ¡muchísimas gracias por leer!

¿Qué os está pareciendo este comienzo del final? ¿Qué creéis que va a pasar?

Espero que estés pasando un buen finde :)

Crispy World

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