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Capítulo 15

Entraron. Al principio nada ocurrió. Pero Damon sabía que, de un momento a otro, algo ocurriría. Estaba viendo el pasado y el presente a la vez. Estaba viendo el recuerdo de Adrianna luchando al lado suyo, la última vez que la miró a los ojos. Y aparecieron por lo menos quince Guerreros. Los mismos que la otra vez. Los mismos que le robaron lo que mas había amado en ese mundo, y en cualquier otro. Damon se lanzó con un grito de venganza a por ellos, dando golpes a diestro y siniestro. Era muy fuerte y parecía apañárselas bastante bien. Peleaba cegado por la rabia, recordando aquellos ojos castaños que aún lo visitaban por las noches. Además hacía uso de la magia, concentrando bolas de energía que explotaban en los Guerreros. Estos caían, pero aún así se levantaban. Tal y como había advertido Michael, parecían invencibles.

Ángel los atacaba a los ojos con llamaradas de fuego, después les cortaba la cabeza con su machete. Sarah les hacía volar por los aires golpeándolos contra la pared una y otra vez hasta que morían. Apenas usaba la pelea física.

Michael resultó un luchador implacable. Era muy hábil peleando y muy fuerte. Y además podía mover la tierra que había sobre ellos, haciendo que las rocas cayesen sobre los Guerreros, aplastándolos de dos en dos.

Kneisha, por su parte, hizo salir chorros de agua de sus manos, que lanzaba a la boca y nariz de los enemigos, ahogándolos. Era la primera vez que conseguía invocar el agua sin que esta estuviese cerca. Estaba muy sorprendida. Había mejorado mucho en los últimos tiempos, quizás era la adrenalina.

Pero los Guerreros eran muy fuertes. Y al principio siempre se levantaban de todos sus golpes. Parecía que no habían acabado con casi ninguno. Salían de entre los escombros de rocas como si nada. La unión les daba más fuerza, no se rendían. Y Kneisha seguía siendo el eslabón más débil. Ahora que Damon parecía que se había olvidado de ellos, y actuaba por cuenta propia, como si quisiese vencer a todos por sí mismo, era Ángel el que se encargaba de protegerla. Pero ella quería luchar igual que el resto, no quería ser la damisela en apuros. Así que sacó fuerzas de donde no las tenía, e hizo algo que nadie esperaba. Provocó un torbellino de donde no había nada, y lo mandó directo a los Guerreros, estos dieron vueltas y vueltas mientras luchaban por respirar.

Cuando el torbellino acabó, dos Guerreros habían muerto ahogados. El resto seguían vivos, pero agotados, era un primer paso. Ángel siguió cortando cabezas. Todos siguieron luchando ferozmente, sabían que estaban ganando la batalla.

Kneisha estaba demasiado exhausta para continuar usando su poder. Pero la emoción que sentía con su logro le llevaba a sentirse llena de fuerza, y continuó con la lucha cuerpo a cuerpo. Peleó con rabia, mientras veía cómo a Damon se le estaba escapando la situación. Parecía herido en muchos sitios, aunque nada grave. Pero tenía la mirada ida, estaba loco de rabia.

Ya solo quedaban cinco. Damon se apropió del que parecía el mas ágil. Mientras que el resto se encargaron cada uno de uno. Sarah pronto acabó con el suyo, seguida de Michael y Ángel. En cambio, Kneisha tuvo más dificultades. El Guerrero la derrumbó y cayó al suelo, rodando hasta donde se encontraba Damon, el cual estaba cortando la cabeza a su enemigo. Se quedó mirando a Kneisha con expresión desconcertada, parecía que no la reconocía. Entre Sarah, Michael y Ángel pronto acabaron con el Guerrero que había derrumbado a Kneisha.

Damon parecía aturdido. Estaba de rodillas en el suelo y miraba hacia un punto fijo en la cueva. No había sido tan difícil como esperaba. No con los Elegidos de su parte. Sintió como algo se rompía en su interior. Esta debería haber sido la primera y única vez que había entrado en ese lugar. Te echo de menos, pensó con toda la tristeza que almacenaba en su interior. Y era mucha.

Un hombre muy viejo apareció entre la penumbra de la cueva. Los miró.

—Habéis acabado con mi ejército. Supongo que seréis los elegidos y su protector —los miró uno a uno. Cuando llegó a Damon se paró—. Te recuerdo, de la última vez. Siento lo que pasó.

Un torrente de emociones cruzó la cara de Damon. Pero no dijo nada. Siguió tirado en el suelo. Sangraba por varias partes del cuerpo, lo que solo le daba un aspecto más trágico si cabe.

—Aquí está la profecía —sacó un cofre. Tenía cuatro cerraduras—. Pero aún no podéis verla, tenéis que ir a por las cuatro llaves. Dos en el mundo más seguro de los cuatro, el tuyo Kneisha —¿Cómo sabía su nombre?—. Las otras dos en cada uno de los otros dos. Yo no os puedo decir dónde buscar la primera. Pero alguien puede, mi hermano, en el otro mundo. Justo donde estabais antes de venir aquí.

Y, después de eso, cayó redondo al suelo. Había muerto. Porque ya había cumplido con su destino.



Damon quería volver inmediatamente a la aldea de los Hakka para obtener la ubicación de la llave. El hecho de que tuvieran que buscar unas llaves confirmaba que la historia que el anciano de la aldea de los Hakka había contado era cierta. No veía el momento de regresar y hablar con él. Sin embargo, su familia lo hizo entrar en razón: habían superado una prueba muy dura y necesitaban descansar, por lo que pasarían las vacaciones de invierno en aquel pueblo de ese mundo.

Kneisha estaba encantada. Siempre había sido hija única y no conocía más familiares que Damon y sus padres. Le enseñaron a usar los telares y la llevaron a la feria, donde descubrió que en unos días tendría lugar el Ritual de Invierno. Kneisha se asombró de los gritos que había por todas partes, los bailes y los cánticos. Tampoco podía dejar de asombrarse de la magia que había en todas partes, de la magia que ella misma era capaz de sentir y que facilitaba mucho sus entrenamientos, los cuales no abandonó durante esas vacaciones. También aprovechó para aprender cosas sobre ese lugar y sus costumbres. Por ejemplo, allí no existían bancos de dinero, pero tenían un sistema muy curioso para salvaguardar sus ahorros. Había unas pequeñas criaturas parecidas a duendes o hadas, del tamaño del brazo de Kneisha, que hacían las veces de banqueros. Se llevaban el dinero o el oro de los habitantes a sus guaridas, porque a ellos no les interesaba para nada. A cambio, los aldeanos les proporcionaban una vitamina sacada de los arbustos, que era fundamental para su supervivencia. Era un acuerdo mutuo. Lo curioso era que nadie podía encontrar las guaridas, así que nadie les podía robar. Kneisha se sorprendió al ver por primera vez a esas criaturas: eran pequeñas, con alas y tenían la piel verde. Parecían las hadas de las películas.

Pero pronto descubrió más cosas. En ese mundo de magia, todo lo que ella había creído imposible o fruto de la imaginación de alguien, era real. Porque no solo eran las hadas, había dragones que cruzaban el horizonte de lado a lado, pero que nunca atacaban a los aldeanos; vampiros ocultos en los bosques con los que era mejor no cruzarse; elfos de una belleza extrema con sus puntiagudas orejas apuntando hacia el cielo, y un sinfín de cosas más que Kneisha nunca había esperado ver.

—Sí, todo eso aquí es normal —comenzó a explicar Damon cuando le preguntó al respecto—. De hecho, si en tu mundo esas criaturas habitan las historias de fantasía es gracias a vuestra proximidad con el nuestro. En algún momento, alguna criatura se ha colado involuntariamente en vuestro mundo, asustando a vuestros habitantes y desatando la imaginación de vuestros escritores. De hecho, vuestro conde Drácula existió aquí; es un personaje histórico que huyó de este mundo porque intentábamos encerrarlo debido a sus crímenes.

Ese mundo era un mundo de fantasía, concluyó Kneisha en su mente, un mundo donde todo era posible.



Un día antes del ritual de invierno, Ángel la despertó al amanecer.

—Tranquila, Kneisha, soy yo —dijo, mientras la zarandeaba de un lado a otro.

—Mmm... ¿qué pasa? —murmuró, mientras se giraba hacia la almohada, intentando volver a dormir.

—Me gustaría enseñarte algo, pero tenemos que caminar un poco, por eso debemos salir ya —habló en voz baja para que Sarah, que dormía en la cama de al lado, no se despertara.

Finalmente, y con mucho esfuerzo, Ángel logró que Kneisha saliera de sus profundos sueños y que, aún un poco aturdida, lo siguiera.

La llevaba de la mano, ya que parecía un poco inestable. Echaron a andar por el pueblo.

Kneisha iba comiendo un poco de pan que había cogido como desayuno. A pesar de que ya llevaba unos días allí, seguía asombrándose de todo lo que veía. La manera tan perfecta en que la naturaleza y los humanos convivían, la belleza de ese mundo, que superaba con creces la de su mundo.

—¿A dónde vamos? —preguntó, cuando comenzaron a adentrarse demasiado en el bosque, mientras apretaba la mano de Ángel entre las suyas, a pesar de que ya estaba despierta. Él no hizo ademán alguno de soltarla.

—Ya lo verás cuando lleguemos —se limitó a responder Ángel, mientras miraba un mapa muy concentrado.

Kneisha empezó a pensar que Ángel no tenía muy claro dónde iban, y lo último que le apetecía era perderse, y menos con Ángel. Últimamente había levantado un muro en todo lo que se refería a él, intentaba que solo fuera uno más. Pero no sabía si eso iba a funcionar si acababan perdidos los dos, lejos del resto. Prefería no poner a prueba su ya débil muralla.

—Vamos, dímelo, o voy a pensar que me estás secuestrando —dijo ella con malicia.

—La aldea donde yo nací no está muy lejos.

La sorpresa invadió a Kneisha: ¿iban a ir a su casa?

—¿Es allí a dónde vamos? —preguntó, sin poder ocultar la emoción en su voz.

—No —contestó Ángel.

Ella lo miró sin comprender nada.

—Pero vamos a ir a un sitio cercano, que solía frecuentar de joven y que estoy seguro de que te va a gustar.

Kneisha no entendía por qué hacía aquello, por qué motivo le enseñaba a ella lo que le fuera a enseñar. Pero echó a andar detrás de él.

Al cabo de una hora en silencio, Kneisha se había cansado de no hablar; últimamente estaba muy parlanchina.

—Así que voy a presenciar uno de esos rituales de este mundo... ¿Hay algo que deba saber?

—Supongo que muchas cosas, pero te las apañarás —respondió él, de manera seca.

Kneisha no entendía a Ángel ni lo más mínimo. Primero, la llevaba a esa caminata interminable, y ahora no quería hablar con ella.

—¿Y qué hay de esa Diosa de la Naturaleza que mencionaste? —insistió.

—¿No te vas a rendir eh? —preguntó Ángel, con una sonrisa por fin—. Veamos, las creencias en este mundo son... nosotros creemos en un ser que creó a unos Dioses, en los que delegó sus responsabilidades. Y de entre todos nuestros Dioses, la más importante es la Diosa de la Naturaleza, no hace falta que te explique por qué, ¿verdad? —dijo, señalando el inmenso bosque que había a su alrededor.

—¿Qué otros Dioses existen? —preguntó con curiosidad Kneisha.

—Muchos, la Diosa del Agua, por ejemplo —dijo, mirándola con curiosidad—. El Dios del Fuego, el Dios de la Muerte. Más o menos, seguimos la misma estructura que tus antepasados griegos. Es un hecho curioso.

Kneisha comenzó a almacenar la información, descubría tantas cosas que luego le costaba recordarlas.

—Ya estamos llegando —dijo Ángel.

Rodeó los hombros de Kneisha con su brazo, abriéndole paso entre la maleza. Un gesto que a Kneisha no le hizo demasiada gracia, ya que empezaba a notar como su muralla se resquebrajaba.

—Mira —dijo Ángel, en su oreja.

Y Kneisha miró. Y vio un lago gigante. Al final había una cascada, pero no se parecía a la de su claro. Era enorme y el agua caía tranquila, creando un manto blanco y azul que Kneisha nunca se habría imaginado. Parecía un dibujo más que algo real.

—Cuando era niño descubrí este sitio. Me encantaba venir aquí, a pensar, a pasar las horas. Me fascinaba el agua, me atraía y repelía al mismo tiempo. Ahora lo entiendo todo, claro, siendo el que controla el fuego, estaba en mi naturaleza. Quería que lo vieras. Y yo quería verlo de nuevo.

Kneisha no sabía qué decir, así que lo observó mientras Ángel sacaba una botella vacía de su mochila. Él metió un papel enrollado en ella.

Lanzó la botella al agua en un rápido movimiento.

—¿Qué has puesto en ella? —preguntó ella, ansiosa.

Él se rió, con esa risa cantarina que resonó por toda la orilla.

—Algún día lo sabrás. Cuando llegue a ti.

Ella suspiró, la mayor parte del tiempo Ángel era incomprensible.

—¿Y cómo se supone que voy a encontrar esa botella? Ni siquiera es mi mundo.

—Reina de los Siete Mares, y del resto —añadió, con ironía –, ¿no se cree capaz de encontrar una botella con un mensaje de amor en medio de su elemento? —la miró con suspicacia.

Ella sabía que era un reto, uno más, él siempre hacía cosas así.

—Acepto el desafío —dijo, muy seria.

Él se echó a reír. Ella cayó en una cosa: había dicho "mensaje de amor". La muralla se derrumbó, ya no quedaba rastro.

Sin embargo, en el camino de vuelta, la proximidad compartida parecía haberse esfumado. Solo en cierto momento, cuando de los árboles salió un gruñido amenazador, sus manos se juntaron; pero al final, resultó un inofensivo animal, así que siguieron adelante.

Kneisha quería ver alguna de las fantásticas criaturas que habitaban el bosque, pero no hubo suerte, para alegría de Ángel. Para el atardecer estaban de nuevo en la aldea.

—¿Qué tal? ¿Habéis conseguido llegar a donde queríais? —preguntó Michael.

Kneisha miró a Ángel, no sabía que les había dicho que se iban, aunque por otro lado debía de haberlo supuesto.

—Sí —dijo, mientras Kneisha se alejaba a reunirse con Alecia y Alexander.

Dieron una vuelta mientras hablaban emocionados de la fiesta del día siguiente. Al final, Alecia se excusó:

—Me voy, tengo una cena que preparar —refunfuñó.

Su abuelo Alexander le contó la leyenda de la catedral.

—Dicen que si subes a la parte alta se llega al cielo. Pero no es cierto. Un antepasado nuestro la construyó, quería hacer la torre más alta del mundo, pasó su vida viendo cómo se levantaba poco a poco. Se la habían encargado por orden de un sabio del bosque. Y tenía un motivo muy bueno para hacerlo. Allí arriba, nada más y nada menos, no se ve el cielo, se ve tu mundo. Allí está la puerta de regreso que tendréis que atravesar.



Damon se apartó de la gente, vio que Kneisha estaba con sus padres, ellos se encargarían de ella. Así, a la luz del atardecer, echó a andar por el pueblo sin rumbo fijo, solo andando. Y recordando al mismo tiempo: su niñez, con Elisabeth, cuando aún no se había convertido en lo que fue después; su juventud, con Adrianna.

Kneisha le había preguntado si la echaba de menos y él, preso del silencio, no había podido responder.

Pero tenía su respuesta. Pensaba en ella cada día.

Y sí, la echaba de menos. Aunque no le gustaba reconocerlo, sabía que no era un delito, no estaba prohibido. Al fin y al cabo había sido una parte muy importante de su historia. Puede ser que la más importante de su vida. Por mucho que él, dueño de la tristeza y la melancolía, de la furia y de la ira, intentase negarlo desde su pérdida.

Pero lo cierto es que la veía en todas partes. Recuerdos fugaces asomaban rebeldes en cada esquina de aquel pueblo. Retazos de otra vida, una vida más feliz, una vida que ya no vivía, una vida que daría lo que fuera por volver a vivir.

Ella. Aquel banco. Aquel primer beso robado a sus jóvenes labios inexpertos. Se sentó, mientras cerraba los puños, recordando otros muchos atardeceres compartidos entre risas, abrazos, el suave roce de sus manos, el frenético latir de sus enamorados corazones. Su primer aniversario, aquel puñado de flores robadas a la naturaleza con destino a una belleza a sus ojos muy superior: ella.

Pero ella ya no estaba. Ella hacía mucho que se había ido. A un lugar muy lejano, quizás a un sitio mejor. Y él la echaba de menos. Sus brazos musculosos sentían una ausencia descarada que ya nada había podido llenar.

Pero no valía la pena perderse entre esos recuerdos. Torturarse con aquellos pensamientos. Porque nada podría devolverle a Damon aquello que había perdido. Ella: Adrianna. El amor de su vida. La muerte más efímera.

Nota de la autora:

Capítulo doble y una interesante escena de Ángel y Kneisha... os ha gustado?

Hasta aquí por hoy, os deseo muy feliz semana :) El lunes que viene volveré por aquí con la siguiente parte

Crispy World.

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