Capítulo dos: Park Chung Young y la larga vida del astuto zorro
La lucha de Corea contra el imperialismo japonés en las primeras décadas del siglo XX fue larga y muy dolorosa. Durante más de treinta años, muchos gobiernos y grupos lucharon contra el régimen impuesto por los invasores contando con poca ayuda, apoyo y reconocimiento internacional. Miles de patriotas coreanos murieron en el intento.
El , literalmente "primero de marzo de 1919", fue la manifestación más numerosa y representativa a favor de la liberación de Corea. Desde 1905, cuando empezó a formarse, hasta 1919, muchísimas personas fueron reprimidas y asesinadas por las fuerzas de ocupación para mantener el poder del Imperio del Sol Naciente sobre la península.
El primer de marzo, se organizaron manifestaciones a lo largo de todo el país, y los invasores japoneses reaccionaron de forma muy violenta, masacrando miles de personas de la manera más cruele, para aplacar las grandes huelgas de casi dos millones de personas alrededor de todo el país.
En Seúl, aquella misma madrugada un joven logró escapar de los fusilamientos escapando antes de que los militares lo atraparan. Corría con desesperación entre el caos de las multitudes en las calles. Quería asegurarse que su familia todavía estaba viva, así que avanzó como pudo, evitando las vías más concurridas y cualquier oficial represor que llegara a su vista.
Le faltaban pocas cuadras para llegar a su casa, cuando presenció el asesinato de un grupo muy grande de manifestantes. Aterrado, se arrastró hasta un pequeño callejón y se escondió detrás de unos escombros. Si esperaba hasta que todo quedara en completo silencio, probablemente no lo matarían y podría continuar su camino a casa. Lo que no tenía modo de saber, es si alguien en casa había sobrevivido.
Unas lágrimas se acumularon en sus ojos, mientras abrazaba sus piernas tras los desechos que le servían como escondite. Pensó en su padre que era parte de las grandes organizaciones de coreanos en contra del imperialismo japonés. Las matanzas se habían generalizado en todo el país. Estaba consciente que las posibilidades de morir eran muy grandes, pero lo que más le asustaba era ser atrapado y torturado.
Sus pantalones estaban rotos y sucios, uno de sus zapatos iba a perder pronto su suela y ni hablar de las manchas de sangre en su camisa. Empezó a temblar. Estaba realmente asustado, pero si había sobrevivido hasta ese momento y logró escapar, tal vez podría llegar a su casa. Lo único que tenía que hacer era aguantar un poco más.
Habían pasado alrededor de unos veinte minutos, cuando el muchacho estaba a punto de perder la batalla contra el agotamiento, cuando un crujido lo puso el alerta. Intentó encoger su cuerpo lo más que podía y fingir que estaba muerto si era necesario, no mostrarse como un blanco para algún militar sádico.
Cuando los pasos se sentían cada vez más cerca, presintió con terror que iba a ser descubierto. En ese momento, en el que no podía dejar de temblar, cerró los ojos con fuerza y en su cara se formó una una mueca dolorosa al sentir el caliente líquido se escapó de su vejiga empapando sus pantalones. Quería llorar. No sólo estaba aterrado, sino además se sentía patético y débil.
Escondió su rostro y se dejó caer hacia un lado, en posición fetal, listo para ser atrapado, aunque conservaba la mínima esperanza de que su trágico destino cambiara radicalmente y fuera una ayuda y no una amenaza la que se acercaba hasta pararse justo frente a él.
La curiosidad fue más grande, alzó un poco la vista y su cuerpo dejó de contraerse por un instante. No era un soldado, no era un amigo, era una bellísima mujer. A pesar de que estaba parada a contra luz, todavía era capaz de ver los hermosos rasgos de su delicado rostro.
El joven logró incorporarse. Había algo extraño en ella ahora que estaba más cerca. Su rostro no se veía completamente humano. ¿Era una diosa? ¿Era un demonio? No podía saberlo, pero estaba ahí: no lo estaba soñando.
La mujer no dijo nada; sonrió y le extendió la mano, seguramente para ayudarlo a ponerse de pie. El chico dudó por un instante que se hizo larguísimo, pero finalmente alzó su brazo para colocar su mano sobre la de ella. Sintió un leva apretón.
El fugitivo, a pesar del alivio por percibir la realidad y convencerse de que no era un sueño, sintió una punzada de preocupación cuando algo extraño empezó a moverse detrás de la preciosa jovencita. Una, tres, seis... nueve colas empezaron a asomarse detrás de ella. Había escuchado las leyendas, su abuela siempre decía que los eran capaces de cambiar su aspecto, pero no pueden ocultar por completo las facciones de un zorro. Es por eso que, a pesar de su belleza, había algo extraño que no dejaba que se viera completamente humana.
Estaba desconcertado. Jamás se le hubiera cruzado por la mente siquiera la posible existencia de aquel ser, peor aún que apereciese a inicios del siglo XX. ¿Quién en su sano juicio le creería que estaba frente a un ser milenario, uno realmente viejo, que todavía podía transformarse en la más hermosa mujer? Nadie.
Y lo único que el muchacho pensó fue: ¡qué inteligente! Presentarse en medio de un conflicto. Nadie iba a sospechar de un monstruo mitológico en medio de la guerra, de la muerte, de los abusos provocados por los mismos humanos. Nadie iba a echarle la culpa a un zorro de nueve colas, cuando podían atribuirle todas las culpas al enemigo. La longevidad no sólo aumentaba sus poderes, al parecer también le daba más sabiduría. La reflexión de la pobre víctima no duró mucho.
Apenas si pudo articular un pequeño gemido cuando las garras atravesaron su piel, perforándolo hasta llegar hasta sus entrañas. El dolor no lo hizo gritar o llorar, lo hizo sonreír, todo era parte del macabro hechizo.
Cuando los oficiales japoneses buscaban a los manifestantes, encontraron en medio de un callejón de mala muerte, lleno de escombros y de basura, el cadáver sonriente de un muchachito con un agujero ensangrentado en su alto vientre: le faltaba el hígado. La imagen los aterrorizó y lo dejaron ahí, porque el miedo fue más grande que la curiosidad.
El joven fugitivo nunca pudo llegar a casa.
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